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La democracia en cuarentena a la sombra de recientes rebeliones populares

Alberto Acosta :: 21.09.20

Nos toca construir un mundo donde quepan otros mundos, sin que ninguno de ellos sea marginado ni explotado, y en donde todas y todos vivamos con dignidad y en armonía con la Naturaleza y con nosotros mismos.
Esa tarea demanda conjugar la democracia en todas sus formas. Bloqueos y levantamientos son indispensables cuantas veces el poder actúe de forma vándala contra los pueblos y la Naturaleza. Consultas populares deben nutrir cada vez más las decisiones que afecten la vida de comunidades y su entorno. Asambleas constituyentes para construir proyectos de vida en común son también poderosas herramientas democratizadoras.

Pero sobre todo, procesos sociales -económicos y políticos- con profunda pedagogía democratizadora, deben ir construyendo los poderes contrahegemónicos necesarios para transformar la civilización del capital.

La democracia en cuarentena a la sombra de recientes rebeliones populares

Alberto Acosta

Economista. Profesor universitario. Ministro de Energía y Minas (2007).
Presidente de la Asamblea Constituyente (2007-2008).

Candidato a la Presidencia de la República del Ecuador (2012-2013)

“Un principio que debería ser la base fundamental de las auténticas democracias: el que no trabaja no come, que es opuesto a la simulación de la democracia en donde el que menos trabaja es el que más come.“ Jorge Eliécer Gaitán

 Grandes revueltas sacudieron las sociedades de Nuestra América, a fnes del año 2019. Países que eran considerados como modelo, Chile, para mencionar un caso paradigmático, temblaron desde sus raíces. Países en donde hace poco las agrupaciones sociales habían sido duramente golpeadas, como aconteció en Ecuador, fueron agitados por vigorosos levantamientos populares. Pensemos en otros, como Colombia, en donde la represión institucionalizada parecía controlar el escenario de la protesta masiva, registraron enormes movilizaciones. Incluso se dieron situaciones que llaman la atención por la facilidad con la que fnalizaron procesos de cambio que se los veía construidos con raíces profundas, como sucedió en Brasil con los gobiernos del Partido de los Trabajadores y más aún en Bolivia con Evo Morales. Quizás podríamos encontrar un factor sorpresa en todos y cada uno de estos casos… En realidad, sin intentar siquiera explicar cada una de esas coyunturas y menos aún abrir la puerta a simplones paralelismos, la sorpresa apenas demuestra la poca confanza existente en la capacidad de respuesta de las sociedades profundas de este continente. Vemos cómo esas sociedades en movimiento responden a situaciones perversas y explosivas, en ningún caso desconocidas. Y a primera vista, quizás todavía afectados por el estupor, conviene mirar el estado de la democracia en esta parte del mundo. Aquello de que vivimos en una región “plenamente democratizada”, como se afrmaba ingenuamente pocos años atrás, parece desvanecerse aceleradamente… Y, por cierto, en este momento, en plena pandemia del coronavirus, que ha paralizado el mundo, envolviéndolo de miedos e incertidumbres, parecería que la democracia entró también en cuarentena… ¿Cuándo y cómo volverá esa potente actividad democrática a expresarse? La movilización en las calles de cientos de estudiantes universitarios en Ecuador, protestando en las calles de Quito, en plena cuarentena, protegiéndose con mascarillas del Covid-19, ante el recorte de la inversión en educación, puede ser leído como un anticipo de lo que se viene…

Los sacudones de la democracia  

Lo cierto que es que la democracia, sin cargarla de inútiles califcativos y apellidos, demanda nuevas lecturas. Siendo un objetivo fundamental no puede quedarse en esa sola categoría, es decir, no puede ser vista simplemente como un estado de situación. Tampoco es sufciente asumir el reto como “la transición a la democracia” o como una temporal convulsión participativa. La democracia, tan estudiada desde siempre, desde muchas aristas, por muchas y muy lúcidas personas, tiene que ser algo más. Y lo es. La democracia es una herramienta a la que no se puede encasillar en simples análisis académicos, en ocasionales ejercicios electorales, en discursos… casi siempre carentes de la voluntad política necesaria para que la democracia se enraíce y fructifque. A la democracia, entonces, veámosla como un proceso; si, un proceso que demanda una permanente radicalización -en tanto se abordan las raíces de los problemas- con efectivos mecanismos de participación popular deliberativa, cabría acotar. Entendámoslo, esas sociedades en movimiento con sus múltiples revueltas y resistencias, declinando el verbo democracia en todos sus tiempos, responden a las diversas y crecientes desigualdades, a las muchas inequidades envolventes, sean de género o étnicas, a la creciente irracionalidad de gigantescas urbes deshumanizadas y desnaturalizadas, a la explotación de la vida de muchos a favor de la dolce vita de pocos, a la imparable destrucción de la Naturaleza de la mano de extractivismos cada vez más voraces, a la permanente precarización del trabajo, a la miseria que envuelve la vida de la mayoría de personas de la tercera edad, a las diversas violencias objetivas y subjetivas que matan sueños y expectativas, al atropello real y simbólico provocado también por la corrupción y el robo del que lucran impunemente las burocracias y las élites doradas, al abandono de las actividades productivas campesinas así como de otras dinámicas propias de la economía popular, a la pérdida de capacidades para el autoabastecimiento alimentario, a las postraciones provocadas por las políticas económicas empeñadas en equilibrios macro que sacrifcan los servicios públicos y aúpan las desigualdades, al peso de onerosas deudas externas que terminan por cancelar el futuro, al mañoso uso de la justicia utilizada como herramienta para la dominación por parte del Estado y de los monopolios, al irrespeto de acuerdos con los que se ofreció inaugurar la paz, a publicidades cosifcantes y alienantes, a la misma estafa de una democracia encadenada en las urnas a la que ni siquiera se respeta… Fuente: https://commons.wikimedia.org/wiki/ File:Protestas_en_Chile_20191022_11.jpg 38 Revista 100 En este punto cabe incorporar el impacto que provoca y provocará la pandemia del coronavirus, que, por un lado, desnuda la realidad de las desigualdades sociales y de las violencias, incluyendo las crecientes agresiones a las mujeres durante la cuarentena. Cobra cada vez más fuerza la excepción que desata el Covid-19 basada en el miedo, la sumisión al poder y la exacerbación de la visión del otro como amenaza. Y todo esto en un ambiente de una recesión global inédita en unos cien años. Teniendo en consideración que el coronavirus sorprendió a los sistemas de salud en todo el planeta, parece razonable la decisión de instaurar una cuarentena sobre todo en las ciudades más grandes para tratar de frenar el avance de la pandemia. Quédate en casa, sí, pero la pregunta es: ¿quién puede quedarse en casa y sobrevivir? Vemos ya lo difícil que es permanecer en cuarentena en casa, incluso si hay ciertas comodidades y no hay presiones económicas. Mucho más complejo resulta, entonces, para aquellos grupos estructuralmente desprotegidos que no tienen una vivienda adecuada, ni ingresos estables, ni ahorros, y que viven en condiciones realmente infrahumanas, en los tugurios o los que duermen en los portales. Imaginemos entonces cómo es la vida de cientos de miles de personas que no tienen casa; una situación aún más compleja en ciudades de millones de habitantes, verdaderas máquinas generadoras de desigualdades y violencias. Cómo exigir comportamientos sanitarios adecuados cuando no hay agua potable, cómo esperar que funcione la educación o trabajo a distancia si la mayoría de la población no tiene acceso a internet e inclusive no cuenta con una computadora, cómo demandar que permanezcan en casa personas de la tercera edad que viven solas y en una enorme precariedad. La infección al expandirse demuestra también en términos de clase las tasas de mortalidad y contagio, ahondando las diferencias entre la ciudad construida, la de los grupos acomodados, y la ciudad de los constructores, muchas veces la de los barrios marginales o los tugurios. Tengamos presente esas realidades. La pandemia, entonces, si por un lado descubre la realidad de la injusticia, de la inequidad, de las desigualdades, y lo hace de una manera brutal, por el otro va a conducir a un incremento de la pobreza: ya anticipa la CEPAL -en estimaciones preliminares- que el impacto del coronavirus podría provocar un incremento de 35 millones de pobres en América Latina, esto sin considerar el impacto de la grave recesión económica mundial en marcha desde antes del aparecimiento del coronavirus. Fuente: https://flic.kr/p/bX99KS 39 Democracia Sin pretender agotar este listado de duras realidades que dieron paso a las conjugaciones democráticas de las mencionadas revueltas y que volverán a expresarse en breve, no podríamos olvidar el engaño de la misma modernidad que ofrece bienestar para todos empaquetándola en una carrera inútil detrás de un fantasma: el desarrollo y su progenitor el progreso, a los que se encadenan sufrimientos sin fn justifcándolos para dizque alcanzarlos… En defnitiva, la frustración social acumulada e incluso expresada ya en diversas luchas, creada y exacerbada por la civilización de la desigualdad, la capitalista, y los estragos que ésta va dejando en la periferia del mundo, genera y generará explosiones que ponen a temblar al escenario político regional. Sí, la rebelión en toda Nuestra América, como Chile, Bolivia, Colombia, Haití, Ecuador… se nutrió de todas estas lacerantes realidades… y esas realidades, como pronto lo veremos -coronavirus y recesión global de por medio- serán aún más complejas. Así en el futuro inmediato, con sociedades cada vez más desiguales, a pesar de los crecientes aprestos autoritarios, estas movilizaciones populares, asimilables a terremotos o al menos a fuertes temblores que mueven y cuestionan las placas tectónicas de nuestras desiguales e injustas sociedades, continuarán. Identifcando las mayores grietas y abismos La lista de problemas y frustraciones acumulados, como lo hemos visto, es muy larga y con seguridad puede crecer. Lo que interesa, sin tener la más mínima pretensión de dar una visión completa y acertada, es identifcar algunos mínimos comunes denominadores que expliquen estas explosiones sociales a nivel regional, sin minimizar u olvidar las características propias de cada caso concreto. Comprender tal complejidad no es fácil. En ningún caso aparecen salidas democráticas claras. La fuerza de las movilizaciones fue enorme, pero no necesariamente presentaban opciones claras de cambio (quizás la excepción estaría en el caso chileno, cuyo proceso constituyente quedó, por lo pronto, pasmado por la pandemia). Además, las amenazas que envuelven estos procesos son mayúsculas. Basta constatar las sombras de la militarización de la política que asoman como constante en varios rincones de Nuestra América. A la represión vigente desde hace rato cabe añadir el despliegue de las recientes medidas de corte autoritario, que en el marco de la cuarentena se expanden restringiendo más derechos. Y en la post-pandemia, es muy probable que los Estados, en contubernio con los poderes económicos, procurarán mejorar sus niveles de control y disciplinamiento social optando por nuevos esquemas tecnológico-represivos. Estas respuestas represivas se nutren de los rasgos más conservadores, retrógrados y nauseabundos de diversas élites empresariales, políticas y hasta periodísticas, empeñadas en buscar explicaciones desde los epifenómenos de estos complejos procesos. Y desde esos mismos ámbitos represivos no faltan narrativas que demandan de las masas reprimidas el respeto a la democracia, escondiendo con el discurso tanto miopía como torpeza; en realidad ese discurso pro-democracia de las élites -carente de contenido efectivo- funciona como mecanismo para sostener los privilegios de esas mismas élites. Sin pretender priorizar la lista de los principales factores que provocan las protestas, y que no pueden ser confundidos con los simples detonantes de las mismas -como fue alza de la tarifa del metro en Chile o la eliminación de los subsidios a los combustibles en Ecuador- hagamos un recuento de algunos puntos que parecen los más relevantes en tanto aglutinan dichas respuestas democráticas. Se destaca con frecuencia el desempleo y la miseria que nacen de políticas económicas empeñadas en estabilizar estas economías para conseguir el ansiado crecimiento que, a la postre, según el cansino -nunca cristalizado- discurso neoliberal, traería benefcios a toda la sociedad. Pero hay mucho más. El fondo el problema tiene muchas más aristas. El peso de las estructuras clasistas, patriarcales, xenófobas y racistas persiste y hasta afora con redoblada fuerza en 40 Revista 100 oposición a las múltiples protestas liberadoras, sea de indígenas, de feministas, de trabajadores y trabajadoras, de campesinos y campesinas, de pensionistas, de jóvenes…. En defnitiva, la pobreza y la desigualdad acompañan y desatan las frustraciones de amplios grupos -en especial de la juventud- movilizados sin nada que perder, pues hasta el futuro se les ha robado… A esta lectura cabría agregar los problemas estructurales nacidos de las propias contradicciones del capitalismo periférico, bajo las cuales los países latinoamericanos son constantemente empujados a perpetuar su carácter de economías primarias exportadoras, manteniéndolos siempre en condiciones vulnerables y dependientes. Y todo con acciones propias de los imperialismos, a los que casi nunca se incorpora en los análisis. Por lo tanto, no perdamos de vista los diversos imperialismos existentes y sus disputas. No solo hay intereses norteamericanos y europeos en juego. Actualmente, China, utilizando particularmente sus cuantiosas reservas monetarias y fnancieras, adquiere cada vez más activos, incluyendo yacimientos petroleros y mineros, en todos los continentes, entrega cuantiosos préstamos y consigue construir muchas grandes obras públicas, ampliando aceleradamente su infuencia. Rusia, aprovechando sobre todo su fortaleza bélica, no se queda atrás. Es evidente que América Latina -neoliberal y “progresista”- no sacó lecciones de su pasado. Al contrario ha terminando por profundizar sus lazos de dependencia con el mercado mundial y los diversos imperialismos forzando los extractivismos. Esa realidad del capitalismo mundial y su reconfguración actual no puede pasar desapercibida. Las contradicciones interimperialistas incluyen diversos tipos de guerras: militares, ideológicas, biológicas… pero sobre todo una confrontación de tipo económico -comercial, tecnológica, fnanciera, energética…-, con las que las grandes potencias se disputan recursos naturales, mercados… en defnitiva territorios, cuerpos y subjetividades. Esta confrontación se concreta de una forma precisa en Nuestra América dada su importancia geoestratégica por sus múltiples reservas naturales. En este punto, entonces, sin ser la única ni la mayor causa, anotemos que una parte importante de la frustración popular de estos últimos años se alimenta del deterioro económico vivido desde que fnalizó aquella época reciente en que estos países se benefciaron de enormes ingresos provenientes de la venta de “las entrañas de la Madre Tierra”, eufemísticamente conocidas como materias primas, y que ahora, cuando han caído sus cotizaciones en el mercado mundial, se trata de equilibrar incrementando dichas “amputaciones”… nos referimos a la ampliación cada vez más acelerada de la frontera extractivista. Una tendencia que comienza a perflarse con mayor fuerza en medio de la pandemia, al menos como pretensión de las élites gobernantes. Como bien sabemos, los extractivismos provocan varias patologías propias de este esquema de acumulación primario exportador, que se retroalimenta y potencia sobre sí mismo en círculos cada vez más perniciosos: mala asignación y desperdicio de recursos y, por tanto, “sub/maldesarrollo”; vulnerabilidad frente a choques externos y crisis económicas recurrentes; “enfermedad holandesa” en sus más variadas formas; creciente concentración de la riqueza y pobreza generalizada; proliferación de la corrupción y de “mentalidades rentistas”; masivo deterioro de la Naturaleza con salida neta de recursos naturales; débil gobernabilidad e institucionalidad política; voracidad, corrupción y gobiernos autoritarios; confictos recurrentes entre empresas extractivistas, aupadas por los estados, y las comunidades, sobre todo indígenas y campesinas; consolidación de enclaves exportadores con escasa o ninguna conexión con el resto del aparato productivo; fortalecimiento del papel represivo del Estado como garante de las lógicas extractivistas; profundas lógicas estatales y empresariales rentistas; guerras civiles o inclusive externas (como se registra en el continente africano); pero, sobre todo, violencias múltiples. Para comprender las raíces profundas de los sacudones sociales en marcha en Nuestra América abordemos con algo más detalle estas cuestiones, poniendo la mira en un tema: los extractivismos; una cuestión que tiene 41 Democracia una larga historia en esta región. Y que, al parecer, cobrarán redoblada fuerza en la medida que los diversos gobernantes están dispuestos a encontrar una suerte de “bombonas de oxígeno” para sus alicaídas economías en fronteras extractivistas ampliadas, con el fn de obtener ingresos económicos que les permitan al menos paliar los efectos del coronavirus y la recesión global. Como veremos más adelante, estas expectativas se diluirán en redobladas violencias y frustraciones. En el laberinto de los extractivismos Dentro de toda esa complejidad rápidamente descrita se destaca una modalidad de acumulación y de sus sistemas políticos -sean “progresistas” o neoliberales- sustentados en estructuras sociales y económicas cada vez más injustas, con insuperables rasgos coloniales. Dichas estructuras son forzadas cada día más a niveles explosivos por las demandas insaciables del capitalismo global. Nos referimos a las estructuras propias de las modalidades de acumulación primario exportadoras, que encuentran en los extractivismos una de sus principales manifestaciones. Bien anota Raúl Zibechi: “Las revueltas de octubre en América Latina tienen causas comunes, pero se expresan de formas diferentes. Responden a los problemas sociales y económicos que genera el extractivismo o acumulación por despojo, la suma de monocultivos, minería a cielo abierto, mega-obras de infraestructura y especulación inmobiliaria urbana.” El extractivismo, que comenzó a fraguarse hace más de 500 años, es un concepto que explica el saqueo de recursos, la devastación cultural, la acumulación y la concentración inequitativas, la destrucción colonial y neocolonial, pero sobre todo la evolución del capitalismo hasta nuestros días. Aceptémoslo, a contrapelo de nuestros tradicionales festejos por la independencia, en nuestras repúblicas, todavía hoy, están presentes diversas formas de conquista y colonización. También el “desarrollo” y el “subdesarrollo” son caras de ese mismo proceso, son herramientas de dominación en tanto sirven para consolidar el neocolonialismo. El caso concreto es que con la conquista y la colonización de América, África y Asia, empezó a estructurarse el sistema-mundo capitalista. Como elemento fundacional de dicha civilización se consolidó en estas tierras la modalidad de acumulación primario exportadora, determinada desde entonces por las demandas de los centros metropolitanos del capitalismo naciente. En términos gruesos, unas regiones fueron especializadas en extraer y producir materias primas -bienes primarios- mientras que otras devinieron en productoras de manufacturas, normalmente usando los recursos naturales de los países empobrecidos. El saldo es la vigencia inamovible de modalidades de acumulación primario-exportadoras, en las que los extractivismos están entre sus principales manifestaciones. Antes de continuar, entendemos como extractivismo aquellas actividades que remueven y se apropian de grandes volúmenes de recursos naturales que son colocados en el mercado mundial con ninguno (o muy poco) procesamiento. Los extractivismos no se limitan a minerales o petróleo. Hay también extractivismos de tipo agrario, forestal, pesquero, inclusive turístico, siempre dentro de una defnición rigurosa que impida su dispersión y la confusión. Dicho esto, bien podemos retormar el hilo de nuestras refexiones. En suma, la “acumulación originaria” de Marx, que “desempeña en economía política aproximadamente el mismo papel que el pecado original en la teología”, fue una precondición de la acumulación capitalista. A eso se sumó el “acaparamiento de tierras” (Landnahme) de Rosa Luxemburg en tiempos del colonialismo clásico. Hasta devenir en lo que David Harvey denominó la “acumulación por desposesión” al ampliarse cada vez más los ámbitos de mercantilización en todas las esferas imaginables e incluso inimaginables; concepto ampliado aún más con la “acumulación por extrahección” de Eduardo Gudynas, que abarca todas las actividades de apropiación de recursos naturales que se realizan con violencia, atropellando los Derechos Humanos y de la Naturaleza. Estas formas 42 Revista 100 de acumulación se extienden por doquier mediante la creciente y masiva explotación de recursos naturales, mercantilizando toda expresión vital. Esto explica el saqueo, acumulación, concentración, devastación colonial y neocolonial, así como la evolución del capitalismo moderno. En Colombia, no podemos olvidar que la propiedad concentrada de la tierra y el apropiamiento extractivista de los recursos naturales han estado en el centro de las causas de la guerra interna. ¿No hay ya con estas constataciones sufciente material para explicar las explosiones sociales de Nuestra América? Bien sabemos que el modo de acumulación primario-exportador dominante en los países “subdesarrollados”, es determinante en las estructuras económicas, sociales e inclusive políticas. Más aún, de él se derivan infuencias culturales que terminan en aberraciones como, por ejemplo, una suerte de ADN-extractivista enquistado en nuestras sociedades: amplios segmentos de la población, incluyendo ciertos intelectuales y políticos que reniegan del capitalismo, asoman atrapados en esas (i)lógicas extractivistas y rentistas, desarrollistas en esencia. En este contexto, visto desde la lógica del capital se borran las fronteras de Nuestra América. Tan es así que en el mapa de esas visiones expoliadoras -como seguramente lo hacen los capitales transnacionales-, la cartografía regional bien podría ser reconfgurada sin tomar en cuenta las fronteras nacionales en la medida que se grafcan en su integralidad física sus yacimientos petrolíferos y mineros, sus zonas boscosas y aquellas con potencial agrícola, su gran biodiversidad, y sus fuentes de agua: todo en clave mercantil, lo que conduce inexorablemente a la dominación y a la violencia sobre comunidades, cuerpos, subjetividades y territorios. Un punto medular en este análisis. El capital acumula en cualquier circunstancia. Esa es su esencia y razón de ser. El objetivo de los capitalistas se consigue aumentando el plusvalor extraído con la explotación de la fuerza de trabajo: sea ampliando horarios laborales, reduciendo salarios por debajo de la subsistencia (temporalmente, sobre todo en épocas de crisis), aumentando la productividad laboral a través de cambios de la técnica. Pero cuando el capital no logra acumular produciendo, busca acumular especulando o recurriendo a todo tipo de actividades ilícitas o inclusive a las mismas guerras. Y de ahí viene también la creciente hambre contemporánea por la extracción masiva y casi a cualquier costo de recursos naturales a los que se mercantiliza -en los conocidos como mercados de futuros- incluso antes de extraerlos -es decir especulando-, todo para acumular. Además, las nuevas formas de extracción dado el agotamiento de recursos fáciles de obtener, son cada vez mas intensivas, requieren más agua y también energía, como es el caso de las energías extremas: fracking, crudos ultrapesados, arenas bituminosas, pero también la megaminería a cielo abierto. Miremos lo que sucede en la mina más grande del mundo, justamente en Colombia: El Cerrejón, en donde para producir carbón, que se consume sobre todo en países industrializados, se requieren 86 millones litros de agua diarios para la mina, 17 millones de litros de agua diarios para apaciguar el polvo, mientras que quedan entre 12 y 17 mil litros diarios de agua para las comunidades indígenas, como nos informa Héctor Mondragón. Como vemos, esta aceleración del metabolismo social demanda un ritmo frenético que provoca una mayor destrucción de la Naturaleza con graves afectaciones a las comunidades que están cercanas a los lugares de explotación, con efectos que se difunden en muchos ámbitos de la vida en todo todo el país e, incluso, en otros países. De este modo, el extractivismo es, en esencia, depredador como lo es “el modo capitalista (que) vive de sofocar a la vida y al mundo de la vida, ese proceso se ha llevado a tal extremo, que la reproducción del capital solo puede darse en la medida en que destruya igual a los seres humanos que a la Naturaleza”, como afrmó el flósofo ecuatoriano Bolívar Echeverría. Cual maldita paradoja, la evidencia reciente y muchas experiencias acumuladas permiten afrmar que la pobreza económica estaría atada con la riqueza natural. Los países “ricos” en recursos naturales, cuya economía es 43 Democracia Fuente:https://static.ellitoral.com/um/ fotos/304801_cuarentena.jpg dependiente de su extracción y exportación, encuentran mayores difcultades para dar bienestar a su gente, que los países que no disponen de esas enormes riquezas. Los países que cuentan con una sustancial dotación de uno o unos pocos productos primarios parecen estar maldecidos para siempre al subdesarrollo (como contracara del “desarrollo”, si es que todavía podemos usar este concepto carente de contenido real). Esto es evidente en estas sociedades herederas de un cruel origen colonial, y condenadas por la división internacional del trabajo a seguir alimentando la acumulación capitalista globalizada (incluso de sus otrora colonizadores), consolidada en el actual sistema-mundo capitalista. La gran disponibilidad de recursos naturales, en particular minerales o petróleo, acentúa la distorsión de las estructuras económicas y de la asignación de factores productivos en estos países “malditos”. Así, una de sus características más relevantes es la heterogeniedad estructural de sus aparatos productivos: unos cuantos segmentos considerados modernos -sobre todo exportadores, agroindustriales, importadores, industriales, bancarios-, con bajas tasas de productividad del capital y con muy poca capacidad para generar empleo, concentran la gran mayoría de capital, inversiones, activos y fujos comerciales, mientras que el resto, en donde trabaja el grueso de la fuerza laboral, considerado como atrasado, sobrevive con bajísimas tasas de productividad de su mano de obra, marginados de la economía moderna. En este entorno, lo normal es que se redistribuya regresivamente el ingreso nacional, que se concentre más y más la riqueza en pocas manos, mientras se incentiva la succión de valor económico desde las periferias hacia los centros capitalistas dentro y fuera de nuestros países. Esta situación se agudiza por varios procesos endógenos y “patológicos” que acompañan a esta “maldición de la abundancia” de recursos naturales. En este contexto se genera una dependencia estructural pues la supervivencia de los países depende del mercado mundial, donde se cristalizan las demandas de la acumulación global. Es decir, los vaivenes de dicho mercado repercuten en estas sociedades, en las que sus élites infectadas por el virus de los extractivismos siguen apostando una y otra vez por las exportaciones de productos primarios y por las inversiones extranjeras. A pesar de esas constataciones, los dogmas del libre mercado, transformados en alfa y omega de la economía -neoliberal y en la práctica también “progresista”- y de la realidad social en general, tozudamente siguen 44 Revista 100 recurriendo al viejo argumento de las ventajas comparativas. Sus defensores recetan el aprovechamiento de aquellas ventajas dadas por la Naturaleza, a las que hay que sacar el máximo benefcio, a cualquier precio. Y, así, los dogmas que van de la mano del extractivismo -con matices entre los diversos gobiernosson varios: la indiscutible globalización, el mercado como regulador inigualable, las privatizaciones como camino a la efciencia, la competitividad como virtud por excelencia, llegando incluso a la mercantilización de todo aspecto natural humano y no humano… y todo forzando inversiones y exportaciones para crecer a como dé lugar. Parecería entonces que -como propone el destacado economista peruano Jürgen Schuldt para provocar la discusión- estos países son pobres porque son “ricos” en recursos naturales. Hay investigaciones que lo demuestran; por ejemplo, en muchos países en donde la minería representa más del 5% de las exportaciones, el crecimiento promedio del PIB per cápita en el largo plazo fue incluso negativo; las tasas promedio de crecimiento, en esos casos, están inversamente asociadas con la dependencia de un país en las exportaciones de minerales; basta estudiar el Índice de Desarrollo Humano de países con alta dependencia de la minería como Zambia, Sierra Leona, Papua Nueva Guinea, Ghana República Democrática del Congo, para saber que minería no equivale a desarrollo. Y en este empobrecimiento casi estructural, la violencia es una constante. Desde esa perspectiva, los “extractivismos” también ayudan a entender los alcances del “desarrollo” y del “subdesarrollo” como caras de la misma expansión capitalista mundial; conceptos cobijados por la ilusión del progreso, sostén de la modernidad capitalista, cabe acotar. El desarrollo es un tema que hace agua por los cuatro costados; basta ver que la CEPAL, a través de su secretaria ejecutiva, a inicios del 2020, reconoció que el desarrollo ha fracasado. Las violencias sistémicas ahogan la democracia Esto es medular. La violencia en la apropiación de recursos naturales, extraídos atropellando todos los Derechos (Humanos y de la Naturaleza), “no es una consecuencia de un tipo de extracción sino que es una condición necesaria para poder llevar a cabo la apropiación de recursos naturales”, enfatiza Eduardo Gudynas, renombrado analista de la realidad regional. Y esta violencia afora sin importar los impactos nocivos, sean Fuente: https://images.app.goo.gl/ V8P5QrDLQxd8DWme9 45 Democracia sociales, ambientales, políticos, culturales, sicológicos e incluso económicos. Imposible olvidar que estos extractivismos, levantando la (inalcanzable) promesa de progreso y desarrollo, se imponen violentando la vida misma, como ya lo hemos dicho: atropellando territorios, cuerpos y subjetividades. De hecho, la violencia extractivista hasta podría verse como la forma concreta que toma la violencia estructural del capital en el caso de las sociedades periféricas condenadas a la acumulación primario-exportadora. Tal violencia estructural del capitalismo es una marca de nacimiento pues -como bien señaló Carlos Marx- este sistema vino “al mundo chorreando sangre y lodo por todos los poros, desde los pies hasta la cabeza”. En este contexto, las mujeres son víctimas preferentes de extractivismos signados por el machismo y también por el racismo; es decir la esencia del antropocentrismo reinante se expresa por igual con fuerza desde el androcentrismo y la colonialidad (raíces congénitas de la civilización capitalista). Sin embargo, cabe anotar también que las mujeres son, cada vez más, quienes lideran la resistencia y la construcción de alternativas, pues entienden tempranamente los efectos de tanta violencia. Recordemos a modo de ejemplo un par de nombres, como el de Berta Cáceres que enfrentó a los poderes extractivistas en Honduras, a Francia Márquez y las mujeres negras que defenden sus territorios en Colombia, las mujeres de la nacionalidad Waorani que resisten a la perversa alianza de petroleras-gobierno en la Amazonía de Ecuador o la Red Latinoamericana de Mujeres Defensoras de los Derechos Sociales y Ambientales que luchan contra la minería, en una lista que crece aceleradamente. Los extractivismos y su violencia tienen una larga historia de destrucción y de enajenación. Además, su historia es perversa pues -con demasiada frecuencia- se acepta el despojo extractivista como el precio a asumir para resolver los problemas del subdesarrollo… que muchas veces el extractivismo genera y exacerba. Así, para imponer los extractivismos no importa ni la destrucción ambiental, social y cultural que provocan estas actividades, ni sus consecuencias que explican las raíces de tantos problemas estructurales. El fn de acumular -conseguir el desarrollo en el discurso formal- justifca las violencias y los sacrifcios a asumir… eso vuelve a emerger con perversa fuerza en estos momentos de grave conmoción sanitaria y económica global. En este punto podemos sintetizar que no solo hay un intercambio comercial y fnancieramente desigual, como plantean las teorías de la dependencia, sino que también existe un intercambio social y ecológicamente desequilibrado y desequilibrador, donde las inequidades y desigualdades aforan por doquier. Los ejemplos sobran si se considera las violencias que provoca el extractivismo en tanto proyecto biopolítico de dominación; bastaría recordar lo que sucede en Ecuador, Bolivia, Colombia, Perú, Venezuela, Chile… en donde, indistintamente, gobiernos neoliberales y también “progresistas” (por favor, no confundirlos como de izquierda) atropellaron y atropellan a las poblaciones y a la Madre Tierra. Y en este complejo mundo de corrupción -donde Estado y mercado se funden en una misma lógica- las violencias patriarcales y coloniales encuentran territorio fértil. Bastaría ver los papeles de cada grupo humano en los diversos extractivismos: los hombres están destinados a asumir la mayoría de trabajos “duros”, propios para “los machos”, en una compulsión derivada del imperativo de la masculinidad, sea en las actividades petroleras, mineras, pesqueras o agroindustriales; mientras la mujeres normalmente asumen ocupaciones menos “duras” pero igualmente extenuantes y peor pagadas, a más de otras ocupaciones “complementarias” particularmente en los enclaves extractivistas, como la prostitución; además que sufren el acoso y abuso sexual dentro de los enclaves extractivos. No sorprende tampoco que las mujeres sean duramente afectadas por estas distorsiones en su cotidianidad en sus comunidades, sobre todo por la enorme contaminación -material y social- provocada por los destrozos ambientales, tanto como por la drogadicción y el alcoholismo. ¿No son todos estos elementos los que explican las convulsiones democráticas en diversas partes de la región? 46 Revista 100 Como se ve, las violencias -en sus más diversas formas- son parte de la vida de los países atrapados por la “maldición de la abundancia”, una de las varias pandemias del capitalismo. Son violencias que confguran un elemento consustancial de un “modelo ecocida”. Se trata de violencias fundadas también en estigmatizar, reprimir, criminalizar y perseguir a los defensores y las defensoras de la vida. Los asesinatos son inclusive una forma de respuesta desde el poder. Lo que sucede actualmente en Colombia nos releva de cualquier argumento adicional. Y como ya lo anotamos, tanta violencia no es mera consecuencia del extractivismo, es una condición necesaria para su cristalización. Michael J. Watts lo sintetizó: “toda la historia del petróleo (o de la minería o de las plantaciones exportadoras, NdA) está repleta de criminalidad, corrupción, el crudo ejercicio del poder y lo peor del capitalismo de frontera”. A la postre, la mayor de las maldiciones radica en la incapacidad para enfrentar el reto de construir alternativas a la acumulación primario-exportadora que parece eternizarse a pesar de sus inocultables fracasos. Esta es una violencia subjetiva tan potente que impide tener una visión clara sobre los orígenes y hasta las consecuencias de los problemas, lo que termina por limitar y hasta impedir la construcción de alternativas. Convergencia de gobiernos neoliberales y “progresistas” En estos países primario-exportadores, los gobiernos -neoliberales o “progresistas”- y las élites dominantes, la “nueva clase corporativa” y los viejos grupos oligárquicos, han capturado no sólo el Estado (sin mayores contrapesos) sino también a importantes medios de comunicación, encuestadoras, consultoras empresariales, universidades, fundaciones y estudios de abogados. Este es un punto medular. De esta manera consiguen bloquear los tímidos procesos democratizadores en los ámbitos electorales, los que, además, están cada vez más atrapados por el poder del dinero, incluyendo el del narcotráfco y otras formas abiertamente delincuenciales. Frente a esta lacerante realidad explotan las protestas de diversa manera. Por otro lado, en todas estas economías hay una inhibidora “mono-mentalidad exportadora” que ahoga la creatividad y los incentivos de los empresarios nacionales que potencialmente habrían invertido en ramas económicas con alto valor agregado y de retorno. También en el seno de sus gobiernos, e incluso entre toda la ciudadanía, se difunde esta “mentalidad pro-exportadora” casi patológica. Todo esto lleva a despreciar las capacidades y potencialidades humanas, colectivas y culturales propias. Como ya se dijo, se impone un ADNextractivista en la vida y política social, empezando por gobernantes y políticos. Las lógicas del rentismo y del clientelismo, incluso del consumismo y del productivismo, impiden construir ciudadanías en términos amplios, entendidas como ciudadanías individuales, pero sobre todo ciudadanías colectivas e inclusive meta-ciudadanías ecológicas (es decir responsables de garantizar los derechos de la Naturaleza). Y estas prácticas clientelares, al alentar el individualismo y el consumismo, desactivan las propuestas y acciones colectivas, afectando tanto a las organizaciones sociales como al mismo sentido de comunidad, lo que constituye un asunto aún más preocupante. Todos estos gobiernos tratan de subordinar a los movimientos sociales y, si no lo logran, plantean estructuras paralelas controladas por el propio Estado, como lo hicieron inclusive los gobiernos “progresistas” de Rafael Correa en Ecuador o el de Evo Morales en Bolivia. Además, los gobiernos de estas economías primario-exportadoras no sólo cuentan con importantes ingresos -sobre todo durante el auge de los precios- para asumir la obra pública, sino que pueden desplegar medidas y acciones que coopten a la población para asegurar una “gobernabilidad” que permita introducir reformas y cambios pertinentes desde sus intereses. Pero las buenas intenciones desembocan, con frecuencia, en gobiernos autoritarios y mesiánicos disfrazados, en el mejor caso, de democracias que tienen su alfa y omega en las urnas. 47 Democracia No nos olvidemos, los altos ingresos fscales permiten a estos gobiernos -neoliberales o “progresistas”- crear las condiciones para reprimir a quienes demanden el cumplimiento de derechos. Es normal que asignen cuantiosas sumas de dinero para reforzar sus controles internos para perseguir y reprimir a los contrarios, incluyendo a quienes “no entienden ni aceptan” las “indiscutibles bondades” extractivistas. En este escenario, sin una efectiva participación ciudadana se vacía la democracia, por más que se consulte repetidamente al pueblo en las urnas. Y es peor todavía la situación, como sucede en Colombia y también en Ecuador, cuando se bloquean las instancias constitucionales al inviabilizar o desactivar las consultas populares sobre los extractivismos, algo que analizaremos más adelante. Otro mito “extractivista” bastante repetido en todos los países tiene que ver con la urgencia de los ingresos provenientes de estas actividades extractivistas -petroleras o mineras- para fnanciar políticas sociales. Lo pobre del argumento se nota al ver que ni los ingresos obtenidos por tributación de dichas operaciones -muy limitada, cabría anotar- han podido sostener adecuadamente dichas políticas que, por lo demás, muchas veces se mueven al son de los rasgos clientelares propios de los extractivismos; como es, por ejemplo, el uso de la regalías anticipadas para “aceitar” la aceptación de las actividades mineras en las comunidades afectadas, entre otras acciones. Este esquema -aunque parezca insólito- fue recomendado por el presidente “progresista” Rafael Correa al entonces presidente neoliberal colombiano Juan Manuel Santos, quien le agradeció públicamente al mandatario ecuatoriano por esta sugerencia que la empleó para romper la resistencia de la comunidades, tal como resaltó en su discurso que sostuvo en la instalación del II Congreso Internacional de la Asociación Colombiana del Petróleo, el 29 de septiembre del 2016. Además, la mayor erogación pública en actividades clientelares reduce las presiones latentes por una mayor democratización. Se disciplina la sociedad con múltiples mecanismos objetivos y subjetivos. Se da una “pacifcación fscal”, dirigida a reducir la protesta social; ejemplo son los diversos bonos empleados para paliar la extrema pobreza, sobre todo aquellos enmarcados en un clientelismo puro y duro que premia a los más sumisos. Pero cuando la bonanza termina y se empiezan a pagar las cuentas del desperdicio la protesta está a la vuelta de la esquina, pues quienes cargan con el peso de la factura son quienes realmente no disfrutaron del festejo… El auge consumista, que dura en especial mientras se mantiene la bonanza extractivista, es una cuestión psicológica nada menor en términos políticos. Este incremento del consumo material se confunde con una mejoría de la calidad de vida, en clara consonancia con el carácter fetichista de las mercancías. Así los gobiernos pueden ganar legitimidad incrementando el consumismo, algo que no necesariamente es ambiental ni socialmente sustentable, y que por lo demás ahonda la dependencia de importaciones. Así, cuando esa tendencia consumista se interrumpe aforan nuevos y viejos malestares sociales, frustraciones y desencantos. Sin minimizar la importancia de cubrir niveles de consumo adecuado para la población tradicionalmente marginada, no faltará quien -ingenuamente- vea en el consumismo hasta elementos democratizadores, sin considerar ni los patrones de consumo importados que se consolidan ni que la creciente demanda se satisface, con frecuencia, con la oferta proveniente de grandes grupos económicos y con crecientes importaciones. La democratización ambiental, un paso imprescindible Un par de refexiones adicionales pensando sobre todo en Colombia. No es de extrañar que en este país aumenten permanentemente los confictos socio-ambientales sobre todo en regiones con ecosistemas vulnerables, en los que se registra una ocupación humana intensiva del territorio y altos niveles de organización social. En ese entorno se hizo paulatinamente evidente el surgimiento de un movimiento social por la democratización ambiental, en forma paralela a la expansión exponencial de las actividades extractivas, impulsada por las políticas 48 Revista 100 nacionales destinadas a transformar cada vez más a Colombia en un país primario exportador, incluyendo otras formas de extractivismo con tecnologías avanzadas, como el fracking, o la ampliación permanente de la frontera extractivista, como se da, por ejemplo, con las concesiones que se adentran cada vez más en el mar Caribe colombiano. Proceso que alienta cada vez más los confictos y las resistencias. En sintonía con esto último, recordemos que varios mecanismos de participación democrática incorporados en la Constitución colombiana de 1991 fueron activados por las comunidades afectadas con la llegada de las actividades extractivas en sus territorios. Estos mecanismos incluyen el referendo, la iniciativa popular normativa, la consulta popular y el cabildo abierto, y fueron llevados llevados a la práctica en varios casos con el fn de proteger las fuentes de agua, las economías locales, y debatir visiones alternativas al extractivismo. Es importante anotar lo que signifcó la existencia de un marco constitucional y jurídico relativamente vigoroso y que, a diferencia de los que sucedía en toda la región, era bastante respetado; pero que, no nos ilusionemos, esto ha comenzado a cambiar para favorecer la ampliación de las fronteras extractivistas, sobre todo luego de la resolución de la Corte Constitucional en el 2018, que -contradiciendo sus propios dictámentes- desmontó el potencial de la consultas populares. Los casos en que alguno de estos mecanismos fue efectivamente usado, así como incluso en los que fueron bloqueados por diferentes actores estatales, refejan las potencialidades y las barreras en la democratización ambiental. Y por cierto, el hecho de que no se haya permitido el desarrollo de este tipo de acciones previstas en la Constitución, particularmente luego de la serie de consultas derivadas de la histórica consulta popular en Piedras para frenar el proyecto minero de La Colosa, en el Tolima, en julio del 2013, explica también las frustraciones que se van acumulando en contra de la institucionalidad política. El poder -es evidente- no quiere poner en riesgo sus privilegios; es decir no está interesado en superar los extractivismos y la misma modalidad primario exportadora. Como corolario no hay ni siquiera la capacidad para impulsar un debate serio sobre posibles transiciones post-extractivistas, que cuestionen las irracionalidades de la economía convencional. Esto nos remite a complejidades cada vez mayores en la medida que el ritmo y la escala de acumulación del capital borra las fronteras de lo legal con lo ilegal a una velocidad vertiginosa. La mayor apertura de las fronteras extractivas para continuar con la intensifcación del metabolismo social a expensas de los medios de vida locales, los paisajes, las fuentes de agua y las identidades rurales va a ampliar el conficto, no va a reducirlo. Prohibido olvidar: las actividades de extracción de carbón, ferroníquel, oro y petróleo, así como varios productos agrícolas como el banano y el aceite de palma, esconden en muchos casos actos de violencia perpetrados por actores legales e ilegales con la intención de hacer control social y político de los territorios. En Colombia, casos con juicios internacionales como Chiquita Brands (banano) y Drummond (carbón) confrman lo anterior. La presencia de actividades extractivas en zonas rurales de economías campesinas o territorios étnicos añade otra dimensión a los confictos territoriales existentes; algo por lo demás presente en otros países de Nuestra América. La apropiación de la tierra, el agua, los bosques y los recursos del subsuelo por los grandes inversionistas, y la posterior transformación de los medios de vida, han generado violencia y resistencia signifcativa en los territorios. A esto se suman las fumigaciones para erradicar las plantaciones de coca que alientan los desplazamientos y los batallones minero-energéticos, encargados de proteger las infraestructuras. Sabemos también que la presencia de mineras “legales” no es sufciente para desaparecer la minería ilegal; en Colombia llegan a 2 mil millones de dólares las ventas externas ilegales de oro. En Perú en donde, pese a existir 49 Democracia desde hace ya muchos años una amplia actividad minera legal, la minería ilegal tiene exportaciones igualmente ilegales de oro por 2.600 millones de dólares anuales (la minería ilegal de este mineral representa el 28% del oro extraído en ese país), mientras que en otros países, también con actividades mineras legales, se repite una situación similar: Brasil con 400 millones de dólares, de conformidad con el informe El Crimen Organizado y la Minería Ilegal de Oro en América Latina (2016). Un punto a destacar: muchas veces las mineras “legales” trabajan de la mano con las actividades mineras ilegales… En Colombia, mucha de esta minería ilegal está asociada a los grupos ilegales, sean los antiguos paramilitares y las nuevas bandas criminales (BACRIM), los disidentes de las FARC, las bandas de narcos; grupos que actualmente serían también responsables de los asesinatos a lideres sociales. Colombia, en consecuencia, ocupa un puesto de liderazgo en América Latina y en el mundo con el mayor número de asesinatos de activistas que defenden el medio ambiente, el agua y la tierra. Pero debe ser uno de los países en donde, a pesar de toda la violencia e intolerancia existente, aforan cada vez más grupos ciudadanos que resisten. Todo esto no puede marginarse si realmente se quiere hacer realidad la paz, que no se logra simplemente acallando las armas. Por eso, retomando lo que escribí con María Cecilia Roa García y Tatiana Roa Avendaño, el fn del conficto armado en Colombia no necesariamente conduce a una verdadera pacifcación. Es más, la fnalización al menos parcial de la guerra interna parece exacerbar los confictos socio-ambientales que han caracterizado la larga historia de actividades extractivas y los métodos violentos que han primado en este país para lidiar con dichos confictos. Por un lado, porque su economía depende del sector extractivo como generador de ingresos, y porque el gobierno ha asignado grandes áreas a inversionistas privados para el desarrollo de actividades asociadas a la extracción petrolera, minera, y los monocultivos para exportación; y por otro lado, porque propone a los extractivismos como fundamento para fnanciar el proceso de transición a la paz. Y ahora los forzará para superar este doble y sicronizado reto de pandemia sanitaria y recesión económica global… El problema es en extremo complejo y hasta perverso. Con más extractivismo se quiere fnanciar los procesos derivados de la paz -y también superar los embates de la doble crisis global- cuando el extractivismo es uno de los factores que ha alimentado y alimenta los enfrentamientos armados y las violencias de todo tipo. Por eso, ahora, luego de los acuerdos para acallar las armas, los extractivismos no dan tregua. Y los confictos tampoco. Fuente: shorturl.at/govxy 50 Revista 100 La transición a una era de post-conficto en Colombia –no solo en los territorios todavía libres de los extractivismosplantea retos importantes para un Estado dependiente de las rentas y las inversiones en el sector extractivo. Esta es una cuestión de fondo, pues insistir en una economía basada en las actividades extractivas es mantener la marcha por un callejón sin salida en lo social, ambiental, político y también en lo económico. Vistas así las cosas, concluyendo con Roa García y Roa Avendaño, señalábamos que los movimientos ambientalistas y territoriales -cada vez más sintonizados con movimientos urbanos, cabe agregar- que buscan la democratización ambiental expresan un mensaje claro para el presente y para el futuro: no habrá paz en los territorios, sin justicia ambiental y social… étnica y de género, cabría agregar. Ojalá se entienda que la cuestión ambiental ha sido núcleo fundamental en los confictos históricos de Colombia, porque en el centro de los enfrentamientos han estado presentes las disputas por el dominio de las fuentes vitales para su economía primario-exportadora (territorios, tierra, agua, minerales, petróleo, carbón y otros bienes naturales). La permanente ampliación de las fronteras extractivas exacerba el siempre confictivo control territorial, sin que se resuelvan los graves problemas que acosan a la mayoría de la población. En el conficto armado colombiano, la Naturaleza ha sido causa, escenario y a la vez la víctima del conficto; en palabras de Tatiana Roa Avendaño, sea “como escenario y como botín de la guerra, y en esta noción se incluyen los territorios y los cuerpos de los seres humanos, que también son Naturaleza”1 . Declinando la democracia en clave de justicia social y ecológica Tantos retos no se resuelven de la noche a la mañana. Conjugar el verbo democracia es el camino para alcanzar simultáneamente la justicia social y la justicia ambiental, pues la una no existe sin la otra. Es más, como se entiende cada vez más en Colombia, no podrá haber paz entre los humanos si simultáneamente no transitamos hacia la paz con la Naturaleza. Tenemos que enfrentar y prevenir todo tipo de pandemias y destrucciones, provocadas sobre todo por los desbocados extractivismos, que van a continuar porque la temperatura en la Tierra continúa subiendo, tanto porque hemos carbonizado la atmósfera como porque hemos destrozado suelos y mares. Revertir esas brutalidades constituye ahora la gran tarea que tiene la Humanidad si no quiere que el ritmo y la intensidad de estos desastres propios del “capitaloceno” se aceleren cada vez más, poniendo en riesgo la vida de los humanos en el planeta. Eso demanda generar transiciones desde miles y miles de prácticas alternativas existentes en todo el planeta, orientadas por horizontes utópicos que propugnan una vida en armonía entre los miembros de la Humanidad y de estos con la Naturaleza. Para lograrlo tenemos mucho para aprender de formas de vida indigenas, plasmadas en los buenos convivires. Sin menospreciar el papel de un Estado social -democratizado desde lo comunitario- y también de cambios globales cada vez más urgentes, se requieren especialmente acciones concretas desde barrios y comunidades, reencontrándonos con la Madre Tierra. Una tarea que no puede ser en ningún caso romantizada en tanto emerge desde la misma barbarie del mundo capitalista. Se trata de una construcción y reconstrucción paciente y decidida de formas de vida digna para todos los seres humanos y no humanos, que empieza por desmontar varios fetiches, particularmente económicos, empezando por escapar del imposible crecmiento permasnente en un mundo fnito. No es el momento de simples parches. Requerimos propiciar cambios profundos, aprovechando cuantas experiencias existen, sin dejar de construir nuevos e innovadores caminos. Y todo eso nos conmina a desbaratar las bases patriarcales y coloniales del capitalismo, con lo cual inexorablemente se desmoronará esta civilización de la desigualdad y la violencia. Lo interesante en este punto es que si hacemos fgurativamente hablando un poco de silencio y escuchamos lo que sucede en el mundo, podemos oir como ese tránsito hacia una nueva civilización ya está en marcha. 1 Revista Soberanía Alimentaria Nº 27, enero 2017 51 Democracia

En suma, nos toca construir un mundo donde quepan otros mundos, sin que ninguno de ellos sea marginado ni explotado, y en donde todas y todos vivamos con dignidad y en armonía con la Naturaleza y con nosotros mismos. Es decir, tenemos que caminar hacia el pluriverso, como recomienda ese gran pensador colombiano, Arturo Escobar. Esa tarea demanda conjugar la democracia en todas sus formas. Bloqueos y levantamientos son indispensables cuantas veces el poder actúe de forma vándala contra los pueblos y la Naturaleza. Consultas populares deben nutrir cada vez más las decisiones que afecten la vida de comunidades y su entorno. Asambleas constituyentes para construir proyectos de vida en común son también poderosas herramientas democratizadoras.

Pero sobre todo, procesos sociales -económicos y políticos- con profunda pedagogía democratizadora, deben ir construyendo los poderes contrahegemónicos necesarios para transformar la civilización del capital.

Frenar el retorno a la normalidad luego de la pandemia es también un reclamo urgente, pues la normalidad -en tanto a-normalidad- es la causante de maldiciones y pandemias, como la del coronavirus y otras propias de esta civilización capitalista que se nutre de desigualdades y violencias.

Estas acciones tendrán éxito en la medida que subvirtamos la institucionalidad dominante y que construyamos redes de resistencia y re-existencia con las que -sin pedir permiso- potenciemos y radicalicemos la democracia en nuestras vidas.-


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