Esta situación es nueva para mí, pero estoy cada vez más convencida de que si no me había pasado antes, es únicamente porque aprendemos a reprimir y a dejar de explorar ciertas sensaciones cuando, en realidad, es normal sentirse atraída por más de una persona a la vez. Al menos eso creo yo. Quizás no al mismo nivel, pero en cierto sentido es lo que pasa cada vez que damos paso a una amistad o dinámica relacional. ¿O acaso no nos atraen un poco nuestras amistades? Por algo las elegimos y queremos estar con esas personas.
Distinto es que se tome la decisión de comprometerse con una única persona y compartir un proyecto de vida o, por ejemplo, darse cuenta de que funcionamos mejor con alguien en específico y dedicarle nuestro tiempo, amor y energía. Esos procesos de crecimiento en conjunto son maravillosos. Porque en definitiva el amor se trata de tiempo y dedicación. Pero también es bueno saber que existen otras posibilidades y esa misma dedicación puede ser dirigida y recibida por más de una persona. Eso es bueno visibilizarlo y normalizarlo, al menos como opción.
Lo mío en particular surgió de manera espontánea. Vengo de una familia muy tradicional en la que todo siempre ha estado decretado, categorizado y estructurado. Y no hay mucho margen de salida ni de error. Las parejas se juntan y dentro de lo posible se casan y comparten una vida. Así se lo transmitieron a mi mamá y ella a su vez me lo transmitió a mí. Tanto así, que incluso estando en una relación evidentemente nociva, tuvo que pasar mucho tiempo antes de que se atreviera a divorciarse de mi papá. Suena raro hablar de esto ahora, uno pensaría que ciertas cosas ya están normalizadas, pero sigue existiendo mucho estigma e imposición. Yo, a su vez, salí de la universidad y me puse a pololear con el que pensé que sería –siguiendo los pasos de mi familia– la persona de mi vida. Estaba convencida de que nos casaríamos y tendríamos hijos. Pero a los cuatro años sufrí una gran desilusión, como es de esperarse cuando todo está muy planificado de acuerdo a una pauta y no a las necesidades individuales de cada cual.
Cuando terminé esa relación fui drástica, pesimista y exagerada y pensé que no me volvería a gustar nadie más. Ni hablar de amar. Hasta que hace unos meses conocí a alguien y antes de poner un freno, decidí ver qué pasaba si me dejaba llevar por la situación. No fue un flechazo a primeras, pero había mucha química, atracción y ganas de conocernos mutuamente. No puse murallas, no armé discursos estrictos y absolutos y simplemente me entregué. Y la vida tiene una manera muy curiosa de hacernos aprender. Justo cuando accedí a dejarme llevar, apareció, unas semanas después, otra persona.
En vez de bloquearme, complicarme e incluso adelantarme, me permití conocer esa persona a la par. No estaba comprometida con la persona anterior y todo lo que debió conversarse ya estaba conversado.
Por mi lado, no me siento preparada en este minuto para tener una relación con todas sus letras, porque venía de una muy consolidada y sufrí mucho por esa idea del deber ser. Y eso se lo he comunicado a ambos. Lo que no significa que si encuentro la persona con la que siento que puedo volver a entrar en esa dinámica, no lo haría. Creo que en su minuto, si amo a la persona, me veo compartiendo un proyecto de vida. Al menos mientras dure. Eso también lo he comunicado.
Pero por lo mismo no me estoy obligando a tomar una decisión, porque no creo que sea necesario. Y por mientras, estoy conociendo a los dos, encantada con los dos y totalmente dividida. Y me lo quiero permitir. Porque se trata de una situación que se sale de mi control, de mis esquemas y de lo que conocía. Me gustan ambos, de distintas maneras.
Son dinámicas muy diferentes, pese a que igual hay algunos factores que los une. Me desenvuelvo de maneras diversas con ambos, y me despiertan distintas sensaciones. Con uno de ellos damos paso a una relación de mucha conversación y humor. Sin filtro. Y nos potenciamos en eso. Y con el otro comparto una visión de mundo, ciertos intereses y una pasión por cosas similares. Con ambos aprendo y me gusta pensar que ellos aprenden de mí. Y estoy con ganas de explorar las dos posibilidades, de manera transparente y sin muchas expectativas de nada en particular.
A veces pienso que en algún minuto tendré que tomar una decisión, porque así es la vida. O al menos eso nos han dicho. Pero también, mientras no nos estemos haciendo daño, pienso que simplemente se irá dando. Confieso que a ratos eso me produce más ansiedad de la cuenta, porque no estoy acostumbrada. Soy ansiosa y salto a conclusiones. Pero la verdad es que cuando estoy uno o con el otro, y en el entendimiento de que nos estamos conociendo, saliendo, está todo conversado y al abierto, no siento la presión de tener que definir algo de manera tajante, como sí lo hago con otros aspectos de la vida. Quizás es tiempo de que el destino se despliegue y de confiar en que no me toca controlar esta situación como todas las anteriores. Simplemente vivirlas”.
Casandra Levrini (30) es filósofa y dibujante amateur.