Me preocupa cuando escucho como argumento para descalificar a la Coalición Nacional que el problema es que está controlada por la “izquierda”. Otros atribuyen el intento de separación de la Alianza de la Coalición a presiones y a influencias de la “derecha”. Esta tendencia a poner etiquetas ideológicas basadas únicamente en nuestros prejuicios amenaza con dividir y polarizar un movimiento que, si algo debe conservar del espíritu de Abril, es el vernos como hermanos y compañeros de camino en esta lucha, sin importar si somos de izquierda o de derecha. Ante el enorme reto que tenemos por delante, esas cuestiones deben ser secundarias.
Nicaragua
Ernesto Medina Sandino
Revista Envío https://www.envio.org.ni/articulo/5824?fbclid=IwAR0KAa45su6se5Y1-ZHwlm3jnioVtDerEIOBMvwMY_Zq_Q8CzlsxUA8XMzM
Ernesto Medina Sandino, Rector de la Universidad Nacional Autónoma de Nicaragua-León (1994-2006), Rector de la Universidad Americana (UAM) desde 2007 hasta su renuncia en diciembre de 2018, y desde la Rebelión de Abril de ese año, representante del sector académico en la Alianza Cívica por la Justicia y la Democracia, compartió con Envío sus reflexiones sobre las dificultades que hoy atraviesa la oposición organizada azul y blanco, en una charla con Envío que transcribimos.
Agradezco la oportunidad de platicar con ustedes sobre cosas que tengo atravesadas en mi corazón y en mi mente desde hace algún tiempo y para las que no siempre he encontrado oídos receptivos. Mis reflexiones son las de un ciudadano preocupado por lo que pasa actualmente en Nicaragua, que quiere a la Alianza Cívica por la Justicia y la Democracia, que ha hecho todo lo posible para que la Alianza juegue un papel positivo en la historia de este país, y al que hoy le preocupa mucho la situación interna de la Alianza y, todavía más, la unidad de la oposición, indispensable para enfrentar a la dictadura que nos oprime.
Después de mi participación en el acto de la Coalición Nacional, realizado en conmemoración de las Fiestas Patrias, el 14 de septiembre, al que asistí en representación de la Alianza, me sorprendió la cantidad de gente que se solidarizó con lo que yo dije. ¿Y qué fue lo que dije? Simplemente hablé de lo que estaba ocurriendo entre nosotros, en el seno de quienes nos decimos liderar la oposición. ¿Y por qué lo dije? Porque veo que muchos de nosotros no nos atrevemos a hablar y, porque creo que estamos en un momento en el que no podemos callar y debemos hablar claro, con franqueza.
Creo que el gran error que estamos cometiendo algunos de los que formamos parte de la Coalición Nacional, y particularmente algunos de los miembros de la Alianza, es creer que tenemos un mandato casi divino para decidir y hacer cualquier cosa en nombre de la oposición al régimen. Hasta ahora la Coalición Nacional no ha respondido a las expectativas de la población. Una buena parte de la gente piensa que no vamos bien por el camino que llevamos. Y en ese sentido, el error más grave es no asumir la responsabilidad que cada uno de nosotros tiene por haber llegado a esa situación y por no haber hecho los esfuerzos necesarios para evitarlo, sabiendo perfectamente los riesgos, sabiendo que lo que está en juego es la esperanza y la libertad de todo un pueblo.
Algunos me reclaman porque estoy hablando de cosas internas de la Alianza, y que, por eso, no deben ser conocidas por nadie más fuera de sus miembros. Yo creo que en estos momentos, en los que se juega el futuro de Nicaragua, nada debe ser interno. La población que ha depositado su confianza en nosotros debe saber lo que estamos haciendo y porqué lo estamos haciendo. Si a mí en 2018 me dieron un mandato para ir al Diálogo Nacional y los obispos de la Conferencia Episcopal depositaron en mí su confianza para ayudar a buscar una salida a la grave crisis nacional, eso es lo que busco desde entonces. Más allá de este compromiso, no tuve ni tengo ningún otro compromiso con nadie, sólo con mi conciencia. Y asumo conscientemente la responsabilidad por todo lo que digo.
Estamos en un momento especialmente dramático para Nicaragua. El 22 de septiembre, hemos conocido el proyecto de ley de “regulación de agentes extranjeros”, con que el régimen pretende convertir a todo nicaragüense que reciba recursos del exterior en un “agente extranjero” que debe ser investigado, puede ser confiscado y no puede aspirar a ningún cargo público. Con esta ley Ortega da continuidad a la que había anunciado una semana antes, el 15 de septiembre, la que pretende imponer la pena de cadena perpetua a quienes cometan “crímenes de odio”, entendiendo que, según el régimen, esos crímenes ya los han cometido y los siguen cometiendo los opositores a la dictadura, por el sólo hecho de ejercer el derecho constitucional a expresar su opinión en contra de un gobierno con el que no están de acuerdo.
Estas dos leyes, que seguramente van a ser aprobadas, representan un salto cualitativo en la represión. Si no las tomamos en serio, una de dos, o somos tontos o somos irresponsables. Son leyes que no deben dejar ya ninguna duda acerca de hacia dónde va este régimen. Ya nadie puede llamarse a engaño. Muchos dicen que son “patadas de ahogado” de Ortega porque está muy débil. No coincido con esa apreciación. Es real que Ortega está aislado internacionalmente y que, a pesar de la represión brutal y de haber convertido al país en un estado policíaco, no ha logrado acallar las voces de protesta y los sentimientos de indignación y de rechazo de la mayoría del pueblo. Ahora, estas leyes son el castigo de Ortega a la rebeldía que no ha podido apagar. Pero no significa que ellos estén ya de salida o que estén débiles. Más bien, ellos están aprovechando la debilidad de la oposición organizada. Ortega maneja muy bien la información de lo que está ocurriendo entre nosotros y sabe bien que hasta el momento hemos mostrado una total incapacidad para presentar una propuesta creíble, coherente y sólida a la población azul y blanco, que está esperándola para encontrar salida a la pesadilla que estamos viviendo.
Los problemas internos de la oposición le están permitiendo a Ortega hacer lo que está haciendo y avanzar en su proyecto, que no es otro que salir de las elecciones de 2021 legitimado para mantenerse en el poder y consolidar por fin una dictadura absoluta, sin cuestionamientos, con una oposición anulada, que es lo que caracteriza a los regímenes totalitarios de uno o de otro signo: Hitler en Alemania, Kim en Corea, Castro en Cuba, Stalin en la URSS, Somoza aquí en Nicaragua. Ortega todavía no se siente ni seguro ni consolidado porque sabe que todavía hay muchos que lo adversan. Por eso, ha decidido entrar en otra fase de mayor represión con leyes que pretenden eliminar toda posibilidad de reclamo, de protesta, de rebeldía, toda expresión de libertad. Los que conocemos la historia de los regímenes totalitarios sabemos muy bien que con leyes como éstas no dan por terminado su proyecto. El verdadero final es la aniquilación total de cualquier forma de rebeldía o de oposición y con ello de absolutamente todas las libertades. La única manera de detener esto es con una oposición fuerte, coherente, responsable y unida.
Para eso nació la Coalición Nacional. La Coalición es el proyecto unitario que hoy estamos construyendo los nicaragüenses, en el que hemos empeñado muchos esfuerzos, el que ha despertado grandes esperanzas. Es el proyecto en el que aún creo. Hoy, la Coalición Nacional está pasando por un momento difícil. La Alianza Cívica por la Justicia y la Democracia, una fuerza importante dentro de la Coalición Nacional, una de las dos fuerzas que junto con la Unidad Nacional Azul y Blanco (UNAB) promovió su creación, está hoy cuestionando este proyecto. Y aún más, discutiendo si se retira de la Coalición.
Hace pocos días, el Grupo Promotor de las Reformas Electorales presentó a la nación su propuesta de reformas a la ley electoral, un documento que tuvo el consenso de todos los integrantes de la Coalición Nacional. Hasta el último momento la Alianza discutió si debía también firmar la propuesta, a pesar de haber sido parte del equipo que trabajó las reformas y que desde hacía más de un año venía trabajando en ellas junto con el Grupo Promotor. Esta discusión fue la primera clara señal de que un grupo dentro de la Alianza no se sentía parte de la Coalición Nacional. Hasta llegó al punto este grupo de pretender hacer público un documento propio sobre las reformas electorales. Las consecuencias políticas de que la Alianza no firmara hubieran sido muy negativas para el proceso de unidad. Por fin, después de intensas discusiones, el plenario de la Alianza aprobó que la propuesta llevara la firma nuestra. Sin embargo, estas discusiones provocaron que la presentación de la propuesta de reformas electorales, que debió haber sido un momento clave del proceso de unidad en la lucha contra la dictadura, pasara sin pena ni gloria y casi desapercibida por la población.
Para que se entienda mejor dónde estamos, hago un brevísimo relato de la génesis de la Coalición Nacional. Su creación fue una iniciativa de la Alianza y de la Unidad Nacional Azul y Blanco cuando ambas organizaciones ya habíamos decidido continuar trabajando en una alianza estratégica, aunque conservando cada una su identidad organizacional, sus principios y valores fundacionales. Cuando decidimos darle forma a un movimiento de unidad nacional que convocara a todas las fuerzas opositoras del país, el primer debate que tuvimos fue a quiénes debíamos convocar para integrarse a ese movimiento. Hubo dos posiciones. Sin decirlo claramente, unos decían que debía ser un proceso selectivo, aunque nunca se discutieron los criterios para la selección. Otros pensamos que, dados los enormes retos y la enorme tarea que teníamos por delante, debía ser un proceso lo más inclusivo posible. Finalmente, fue este punto de vista, promovido principalmente por la Alianza, el que prevaleció. Y la Alianza comenzó a dar unos primeros pasos en este sentido, reuniéndose con algunos partidos políticos, a pesar de las críticas, en algunos casos virulentas, de algunos aliados y de sectores de la población. En realidad, y en honor a la verdad, se trató de reuniones exploratorias para sondear el interés y la disposición de los partidos en participar en un movimiento unitario, como el que estábamos planeando.
Esos primeros pasos que dio la Alianza crearon fricciones con la UNAB. Y tuvimos que recurrir a mediadores, que nos ayudaron a sentarnos y a debatir sobre el problema en búsqueda de soluciones. Esto sucedía a mediados de 2019, cuando sentíamos el apremio del tiempo porque todavía entonces pensábamos que era posible el adelanto de las elecciones a 2020.
De esas reuniones bilaterales salió el acuerdo de hacer una convocatoria sin exclusiones, lo más abierta posible. Acordamos también proponer la fecha del 25 de febrero de 2020 para anunciarla a la población. Se escogió esa fecha por su simbolismo: en ese día de 1990 el pueblo decidió con sus votos poner fin al primer gobierno del FSLN. El 25 de febrero se presentaron ya unidos a la Coalición cuatro partidos, el liberal PLC, el evangélico PRD, el de la Resistencia FDN y el caribeño YÁTAMA, además de las dos organizaciones que habíamos promovido este esfuerzo, la Alianza Cívica por la Justicia y la Democracia y la Unidad Nacional Azul y Blanco.
¿Cómo se gestó la crisis actual? Creo que uno de los primeros errores que cometimos fue que la UNAB y la Alianza promovimos la Coalición y dimos el paso de convocar a otros a integrarse sin haber discutido a fondo las ideas que teníamos sobre la estructura, organización y métodos para la toma de decisiones. Y sobre todo, sin discutir los objetivos estratégicos de este nuevo movimiento. Si bien es cierto que para eliminar suspicacias y facilitar la incorporación de nuevas organizaciones siempre se dijo que estos temas serían objeto de discusión una vez puesto en marcha el proceso, la lógica sugiere que las dos organizaciones promotoras debimos haber discutido y llegado a posiciones comunes sobre temas tan trascendentales, los que luego se convirtieron en la fuente de los principales obstáculos para poder avanzar.
Ya con el movimiento unitario en marcha, y como aún no existía nada escrito, los partidos políticos aprovecharon el vacío y es un hecho que controlaron la primera etapa del desarrollo de la Coalición. Esto se agravó por el hecho de que se aprobó un método de votación para decidir sobre asuntos en los que no había consenso, por el que las dos organizaciones promotoras quedábamos en minoría: cuatro contra dos. Los representantes de la Alianza en los órganos de decisión de la Coalición hicieron ver su malestar por esta situación, pero no se hicieron esfuerzos reales para encontrar una solución al problema. Esta situación llegó a un punto crítico cuando se anunció la firma de los Estatutos de la Coalición, que tal cómo iban las cosas, llevaban la impronta de los partidos políticos. La Alianza anunció que no firmaría los Estatutos y que se retiraría temporalmente para discutir la situación. La crisis se superó, en parte, al presentar la Alianza una propuesta de artículos transitorios a ser incluidos en el borrador de los Estatutos con el objetivo de subsanar algunos de los puntos más controvertidos con los que la Alianza se mostraba en desacuerdo. Estos artículos transitorios fueron incorporados, quedando así superada la crisis. Y todos los miembros de la Coalición Nacional firmaron los Estatutos. Lamentablemente, la crisis sobre los Estatutos no fue aprovechada para discutir los otros problemas que estaban generando malestar a lo interno de la Coalición.
Estábamos en eso cuando surgió otro problema, el de la representación de los jóvenes en la Coalición Nacional y en sus órganos de gobierno. Considero que esto fue mal manejado por todos y que todos tenemos una cuota de responsabilidad por haber dejado que se convirtiera en otro obstáculo formidable para avanzar en la consolidación del proceso de unidad.
Cuando las organizaciones juveniles integrantes de la Alianza reclamaron una representación específica e independiente en la Coalición, los cuatro partidos reclamaron también la misma representación para cada una de sus organizaciones juveniles. Bajo la lógica de las decisiones por votación, para los partidos la situación se reducía a un problema de doble voto para las dos organizaciones promotoras de la Coalición. Aunque se señalaron las diferencias entre la naturaleza de las organizaciones juveniles surgidas al fragor de las luchas de abril 2018 y la de las organizaciones sometidas a la disciplina partidaria, pienso que no se debatió lo suficiente para demostrar estas diferencias. Y sobre todo, no se trabajó lo suficiente para convertir estas diferencias en una propuesta que hiciese justicia a la autoridad moral y al valor como fuerza de cambio de las nuevas organizaciones juveniles, logrando también una racionalidad numérica que no distorsionara el ya de por sí precario balance de fuerzas dentro de la Colación Nacional.
Hasta ahora, la ausencia de una propuesta que aglutine la diversidad de grupos juveniles que existen dentro y fuera de las organizaciones que integran la Coalición Nacional ha dificultado también el poder llegar a una solución de este problema que sea justa y satisfactoria para todos.
Fue así como en poco tiempo se nos fueron juntando tres grandes conflictos: la estructura y gobernanza de la Coalición, los mecanismos para la toma de decisiones y la representación juvenil. La “cereza en el pastel” la puso la carta que el PLC envió a la OEA proponiendo posponer hasta después de las elecciones el poner fin a las posiciones que tiene ese partido en todas las estructuras electorales como “segunda fuerza”, un privilegio que conserva desde el pacto de Alemán con Ortega del año 2000, que puede resumirse en la consagración legal del bipartidismo. Sin duda, esa carta fue un torpedo a la línea de flotación de la Coalición.
Como era de esperarse, esa carta provocó un rechazo unánime dentro y fuera de la Coalición, llegándose al punto de reclamar la separación o exclusión inmediata del PLC del movimiento unitario. Pero las autoridades del PLC reconocieron el gravísimo error que habían cometido y decidieron apoyar la propuesta de reformas a la ley electoral, en la que se elimina ese “privilegio” que tuvo el PLC y en la que también se permite la participación en el proceso electoral de alianzas amplias, que incluirían a organizaciones no partidarias con el derecho de tener su propia casilla y sus propios símbolos, algo que tampoco apoyaba el PLC.
Bajo el supuesto de que procesos tan complejos como el que estamos viviendo demandan un mínimo de tolerancia y de confianza, el gesto del PLC debería haber sido suficiente para superar la crisis generada por la carta. Sin embargo, la historia reciente del PLC y la crisis interna que experimenta desde hace varios meses y que no han podido resolver internamente, estando la solución en manos del Consejo Supremo Electoral, siguen siendo factores que minan su credibilidad a lo interno de la Coalición Nacional
De toda esta breve historia, creo que es bastante claro que en la Coalición Nacional, tanto los partidos políticos como el Movimiento Campesino, han dado muestras de flexibilidad y de apertura para buscar solución a los problemas que se han presentado. Es también bastante claro que esa apertura, en buena medida, ha sido producto de las presiones y de la actitud asumida por la Alianza Cívica. Obviamente, ése no es el mejor método para resolver conflictos en una organización tan diversa y compleja como es la Coalición Nacional, mucho menos en un contexto de escalada represiva por parte del régimen y con el tiempo jugando en contra de las fuerzas de oposición.
A pesar de todas las muestras de flexibilización y de avances tan importantes, como lo es la aprobación conjunta de la propuesta de reformas electorales, la Alianza sigue sosteniendo que se encuentra en una situación de desventaja imposible de superar en las condiciones actuales, que sus delegados no son tratados con el respeto que merecen y que eso está teniendo como efecto el desgaste del prestigio y de la imagen que la Alianza se ha ganado por su papel en la lucha contra la dictadura desde 2018.
Hay sectores dentro de la Alianza que consideran que eso ya no se puede corregir y sólo queda como opción retirarse de la Coalición Nacional. Esto ha sido tema de discusión a lo interno de la Alianza en las últimas semanas sin que hasta la fecha se haya tomado una decisión. Sin embargo, la decisión de no participar en las instancias de dirección de la Coalición, la de no participar tampoco en la conformación de las comisiones de trabajo, y el distanciamiento de los eventos públicos organizados por la Coalición Nacional, han significado un retiro de hecho, aun cuando el plenario de la Alianza no haya tomado la decisión, contraviniendo así lo que mandan los estatutos de la Alianza, lo que es considerado por algunos miembros como un irrespeto a los miembros de la Coalición Nacional y a los miembros de la Alianza que demandamos explicaciones y una discusión de fondo sobre las razones verdaderas para plantear el retiro.
¿Es inevitable la ruptura de la Alianza Cívica con la Coalición Nacional? Creo que a estas alturas, las discusiones en el plenario de la Alianza de retirarse o no de la Coalición ya han causado un daño que será difícil de reparar. La única manera de evitar que ese daño sea irreversible es deponiendo de una vez por todas los prejuicios y estableciendo un nuevo marco de relaciones basadas en el respeto y en la transparencia, moderando los egos personales y pasando a segundo plano los intereses personales y de grupos.
Recomponer nuestra presencia en la Coalición creo que será difícil, aunque no imposible. De hecho, pienso que hasta ahora no se han presentado argumentos de fondo para justificar una decisión de tanta trascendencia. Se ha dicho que el problema es la preponderancia o el control que ejercen los partidos políticos. Se ha dicho que la litis interna que afecta al PLC afecta también la imagen y credibilidad de la Coalición, y aunque eso es verdad, eso es problema del PLC que tendrán que resolverlo ellos, y una vez resuelto la Coalición deberá analizar la situación resultante en base a sus Estatutos. Alegar este conflicto como razón para retirarse de la Coalición me parece un pretexto. Sin argumentos de fondo, sin una disposición a un debate abierto, franco y respetuoso, pero sobre todo sin poner sobre la mesa, con claridad y honestidad, la alternativa que tiene la Alianza a su retiro de la Coalición, la discusión se ha enredado en un callejón sin salida, que no es digno de la seriedad y el prestigio que hasta ahora ha demostrado en sus actuaciones la Alianza Cívica. Para comenzar a resolver esto, ambas partes la Alianza deben mostrar disposición a entablar un diálogo franco en base a propuestas concretas.
¿Cuál es la alternativa que tienen quienes quieren que la Alianza abandone la Coalición Nacional? Quienes creemos que es un error retirarse de la Coalición hemos dicho varias veces: “Bien, si no queremos estar en la Coalición, ¿cuál es la alternativa? Si no nos gustan los partidos que están en la Coalición, entonces, ¿cuáles quedan fuera? ¿Y por qué están fuera de la Coalición los que no están? ¿Esos que están todavía afuera son la alternativa?” Estas preguntas esperan todavía una respuesta clara.
Se ha rumorado insistentemente que los sectores que abanderan la causa del retiro de la Alianza de la Coalición Nacional tienen ya un acuerdo con el partido Ciudadanos por la Libertad (CxL). He dicho en reiteradas ocasiones que este tema nunca se ha abordado formalmente dentro de la Alianza Cívica y que, por lo tanto, no sigue siendo más que un rumor. CxL no ha querido entrar a la Coalición Nacional y han dado sus razones, que yo respeto. No es un secreto que sectores de la Alianza tienen simpatías por este partido. Tampoco es un secreto que miembros de la Alianza han participado recientemente en actividades organizadas por CxL. Creo que están en todo su derecho de hacerlo, siempre y cuando no se participe comprometiendo a la Alianza Cívica, ya que eso no ha sido objeto de discusión ni existe ninguna decisión al respecto.
La falta de una propuesta clara y explícita sobre el camino que seguirá la Alianza Cívica si se retira de la Coalición Nacional es el problema principal para que se pueda tomar una decisión responsable sobre un tema de tanta trascendencia para Nicaragua. Los problemas y debilidades que se atribuyen a la Coalición Nacional son reales y deben resolverse. Pero retirarse no es la forma de contribuir a buscar las soluciones que se necesitan para seguir avanzando.
En estos momentos de escalada represiva por parte del régimen, el retiro de cualquier miembro de la Coalición Nacional, sobre todo el de uno con el peso que tiene la Alianza Cívica, sería un duro golpe para el proyecto de unidad nacional. Sería también otra razón más para el desencanto y la desesperanza que viéndonos desunidos experimenta la mayoría de la población, que sabe perfectamente que solamente con una unidad sólida y monolítica será posible terminar con esta dictadura. No menos importante: el retiro de la Coalición, un paso que sólo se podría interpretar como un fraccionamiento de la oposición, sembraría desconfianza y dudas en el seno de la comunidad internacional sobre la capacidad de los nicaragüenses para poder construir una auténtica alternativa que ponga fin a la dictadura.
En estas últimas semanas muchas veces se me ha preguntado sobre la posición de los jóvenes en esta crisis. Ellas y ellos han expresado públicamente su inconformidad y rechazo por la forma en que se manejó su solicitud de participación dentro de la Coalición Nacional. Pienso que tienen toda la razón para estar molestos e inconformes. Lamentablemente, hemos llegado a esta situación porque en su momento la propuesta de los jóvenes no se atendió con la seriedad y profundidad que ameritaba. Se ignoró la importancia de la representación juvenil para darle al movimiento de unidad no sólo un rostro nuevo y fresco, sino lo más importante, el espíritu de la insurrección de abril.
Este error debe enmendarse. De lo contrario, la unidad que se está construyendo tendrá un vacío que le restará legitimidad y puede comprometer seriamente su futuro. He insistido en que este problema sólo podrá resolverse presentando propuestas que sirvan para dialogar y acercar posiciones, lo que presupone que existe una disposición de dialogar. No se resolverá nunca recurriendo a posiciones de fuerza. Los miembros de la Coalición Nacional tienen la mayor responsabilidad para encontrar una solución al problema. También la tienen las organizaciones juveniles. Con su pluralidad y diversidad, deben encontrar la forma de superar la percepción de dispersión que muestran ahora y contribuir con su autoridad moral a buscar una solución en aras del interés supremo, que es el futuro de Nicaragua. Las organizaciones juveniles de la Alianza Cívica tienen en sus manos una enorme responsabilidad. Yo espero que la asumirán con seriedad y conscientes de las consecuencias de sus decisiones.
Hay también muchas preguntas sobre el rol del Cosep en esta crisis y sobre las relaciones de quienes quieren salirse de la Alianza Cívica con el Cosep. He expresado muchas veces mi opinión sobre el papel que ha jugado el Cosep antes de Abril y después de Abril. Y siempre he dicho que después de Abril han jugado un papel congruente y coherente con la búsqueda de una salida a la crisis nacional. De todas formas, reconociendo al sector privado en general, y al Cosep en particular, como un actor clave para encontrar una salida pacífica a la crisis, es importante tener una discusión a fondo para conocer bien cuál es la visión que hoy tiene el COSEP sobre la situación actual del país y las posibles salidas a la crisis. Después de las elecciones del 8 de septiembre, los representantes del sector empresarial en la Alianza Cívica aclararon que su representación no era institucional, sino personal. Esta aclaración, aunque importante y necesaria, dejó abierta la pregunta sobre cuál es la posición del Cosep, tanto con relación a la Alianza Cívica como con la relación a la Coalición Nacional y con el movimiento de unidad nacional.
Negar que el sector privado es una fuerza importante en el país sería tonto. Hoy hay muchos prejuicios contra los empresarios, que pueden influir negativamente en el necesario esfuerzo de unidad que debemos lograr. Creo que los ataques que se le hacen al Cosep, con más o menos razones, pueden dar lugar a que quienes dentro del Cosep ven críticamente cómo está hoy la oposición, se vayan a otro lado. Creo que perder la perspectiva estratégica del peso que tiene el sector privado en este país sería un grave error. Erica Chenoweth, la profesora de Harvard que habló estos días en el programa de Carlos Fernando sobre la importancia de las insurrecciones cívicas para derrocar dictaduras, dijo que en situaciones de represión extrema que provocan desmovilización y desgaste de las fuerzas opositoras, el sector privado se convierte en un factor decisivo en la búsqueda de salidas a la crisis. Naturalmente, el tipo de salida que eligiera el sector privado dependerá en gran medida de sus relaciones estratégicas con las demás fuerzas opositoras y de los acuerdos básicos que sirvan de plataforma para la unidad nacional opositora.
Qué es lo que va a decir el Cosep a Nicaragua con el nuevo liderazgo surgido de las recientes elecciones que hubo en la organización gremial es la gran pregunta. Para aclararnos sobre la respuesta es que ya deberíamos estar conversando con la nueva junta directiva del Cosep. No tengo ninguna duda de que ellos quieren un cambio, pero de qué color, de qué tamaño, de qué profundidad es ese cambio no lo sabemos. Son éstas las discusiones que debería estar propiciando un organismo político como lo es la Coalición Nacional.
Tenemos que hablar también con el gran capital. Exponiéndoles nuestra posición. Hasta ahora nadie en la Coalición Nacional lo ha hecho. En este momento, creo que hay muchas cosas que conspiran a favor de nosotros y en contra de Ortega, que se enfrenta a la posibilidad real de dejar un país con una economía destruida y desarticulada, no ya por efectos de la represión cruel y sangrienta, sino por su obcecación e incapacidad.
La crisis sociopolítica y la pandemia han dejado a Ortega con muy poco margen de maniobra en lo económico. La contradicción entre su discurso socialista y solidario y sus políticas económicas, que siguen al pie de la letra el manual neoliberal que tanto critica, ya no da para más. Por eso, no es casual que haya pisoteado y destruido la institucionalidad democrática del país y que haya convertido a la Policía y al Ejército en la base de sustento real de su poder. Llegado a este punto, no debería extrañarnos que la crisis económica le importe muy poco. Siempre será un buen pretexto para echarle la culpa a otros por su nuevo fracaso.
Si bien a Ortega la debacle de la economía no puede importarle, al gran capital sí le importa. Y creo que tiene que estar sopesando sus alternativas. Una es el famoso “aterrizaje suave”. Pueden estar pensando nuevamente en esa salida. Esa alternativa está hoy en el aire. En abril de 2018 vimos que el gran capital se daba cuenta de que la fuerza que tenía el movimiento popular en las calles no les permitía buscar la salida del aterrizaje suave, que fue la que quisieron en un inicio. La intentaron de nuevo en febrero de 2019, en el segundo diálogo, que fue orquestado por ellos. Pero tampoco hubo éxito. El sector empresarial de la Alianza, el que participó en ese diálogo, sabía muy bien que la gente no aceptaría un aterrizaje suave si no se resolvían los temas de la democratización y de la justicia y tampoco esa vez Ortega quiso negociar en serio.
La mayor fortaleza del movimiento de Abril fue la masiva movilización de la gente reclamando justicia, paz, libertad y la salida de Daniel Ortega y Rosario Murillo del poder. La fuerza de ese movimiento la dio la unidad de todas y todos bajo la bandera azul y blanco. Nadie preguntaba a nadie a qué partido pertenecía, a nadie le interesaba el partido o la ideología que tenían las personas que marchaban a su lado. Lo importante era marchar juntos, sentirnos arropados y protegidos al estar juntos. Uno de los mayores riesgos que corremos por la forma en que se está abordando el problema de la Coalición Nacional es el de darle una carga ideológica al problema y comenzar a revisar y a preocuparnos por las credenciales ideológicas de cada quién, especialmente por las de aquellos que son el objeto principal de nuestros prejuicios.
Me preocupa cuando escucho como argumento para descalificar a la Coalición Nacional que el problema es que está controlada por la “izquierda”. Otros atribuyen el intento de separación de la Alianza de la Coalición a presiones y a influencias de la “derecha”. Esta tendencia a poner etiquetas ideológicas basadas únicamente en nuestros prejuicios amenaza con dividir y polarizar un movimiento que, si algo debe conservar del espíritu de Abril, es el vernos como hermanos y compañeros de camino en esta lucha, sin importar si somos de izquierda o de derecha. Ante el enorme reto que tenemos por delante, esas cuestiones deben ser secundarias. Ya llegará el momento para discutirlas, en caso de que todavía pensemos que eso tiene alguna relevancia para el futuro de Nicaragua.
Esto de enmarcar la crisis en un conflicto ideológico va a hacer todavía más difícil el debate sobre el país que queremos. Si lo que vamos a tener es un bloque de derecha defendiendo posiciones de derecha para un país tan empobrecido como Nicaragua, enfrentado a otro bloque con fuerzas emergentes que todavía sueñan con una Nicaragua diferente con verdadera justicia social, vamos a provocar un choque muy grande que dificultará aún más cualquier posibilidad de unidad nacional. Si reducimos nuestra crisis a un conflicto ideológico, mi pronóstico no es muy esperanzador. Y le estaríamos sirviendo a Ortega el aparecer nuevamente como el único gran componedor, investido con el discurso de que este país no tiene remedio, que requiere de un gobierno fuerte que elimine los conflictos y así regresar al período dorado del crecimiento económico anual del 4% o 5%, pero sin Estado de Derecho y con las cárceles llenas.
El país que Ortega está configurando es un país donde nadie podrá ejercer su derecho a pensar diferente, a recibir apoyo financiero de nadie, a expresar ninguna opinión contraria al pensamiento oficial. Creo que nadie en su sano juicio quiere vivir en un país así. El sector privado debe estar consciente de su importancia y de su peso en la búsqueda de una pronta y verdadera salida a esta profunda crisis. Ellos saben muy bien que apostar a una salida con Ortega y sin cambios reales sería una apuesta que, a corto plazo y como ya pasó, les puede funcionar, pero que a la vuelta de la esquina, provocará otra crisis, esta vez de proporciones impredecibles. Eso refuerza aún más la idea de que no hay más alternativa que el diálogo honesto y sincero de todas las fuerzas que quieren una Nicaragua diferente. Es el momento de dialogar y todas y todos debemos estar preparados para ello.
La situación de Nicaragua es muy grave y las leyes anunciadas en este mes de septiembre la han agravado aún más. Si la Alianza se sale de la Coalición Nacional no será el fin del mundo, pero tampoco es justo creer que se sale y no pasa nada. Yo no voy a aceptar salirnos de la Coalición porque haya una mayoría que diga que hay que salir. Eso es antiético. La Alianza tuvo problemas con la Coalición porque los partidos imponían su mayoría. ¿Y ahora quieren que aceptemos una decisión que tiene que ver con el futuro de Nicaragua porque hay una mayoría que se impone? A mí no me lo van a imponer. ¿Que me digan que nos vamos, y que por disciplina también me tengo que ir porque si no me aplican el código de ética? No lo voy a aceptar, sería como negar mi derecho a seguir existiendo. Pero si me quedo con la Coalición y si trabajo con la Coalición es reconociendo que hay mucho que hacer para lograr convertirla en un movimiento unitario.
Para perpetuarse, los dictadores tienen que acabar con la oposición. Y aunque hasta ahora Ortega tiene delante a una oposición débil por sus pleitos, todavía no se siente cómodo, porque esa oposición le mete ruido y la comunidad internacional habla de Nicaragua y la gente sigue indignada. Él sabe que si logramos resolver nuestros problemas y la inconformidad de la gente se junta con un liderazgo más capaz lo meteremos en problemas. Obviamente, él quiere acabar con la oposición para que eso no ocurra. Si la oposición no entiende de qué se trata este régimen, con las señales clarísimas que nos está dando, es porque somos irresponsables.
¿Cómo salir de esta encrucijada? Muchos tenemos grandes sueños sobre el futuro de Nicaragua, que seguramente no coinciden plenamente con los sueños de otros, especialmente con los que tienen quienes representan intereses económicos importantes. Todos estos sueños son legítimos y seguramente cada uno pensará que el suyo es el mejor, el más realista y viable. Sin embargo, debemos entender que si queremos que haya un cambio en Nicaragua tenemos que llegar a un terreno en el que puedan encontrarse todos esos sueños y los intereses que los sustentan. Y digo esto, convencido de que la diversidad de sueños que hay en Nicaragua debe ser enorme y que con actitudes como las que actualmente caracterizan a la oposición será muy difícil encontrar ese espacio común para ponernos de acuerdo y luchar juntos para comenzar a hacer realidad los sueños de toda nuestra patria.
Yo creo en el poder del diálogo y en el de la negociación. Y creo que hay que dialogar con todas las fuerzas que de una manera u otra han permanecido en resistencia frente a la dictadura, incluyendo, en mi opinión, también al gran capital. Pensar que el gran capital de Nicaragua no es importante para el desenlace de esta crisis es un grave error, nos guste o no y tengamos los prejuicios que tengamos. Ellos querrán una Nicaragua que funcione medianamente bien y en paz. ¿Habrá entre ellos gente tan obcecada que esté soñando con volver a tener un entendimiento con Ortega similar al que tenían antes de abril 2018? Yo creo que en la nueva directiva del COSEP, en sus cámaras, y en el sector privado en general, hay una mayoría de gente honesta que se avergonzaría si se estuviese optando por esta salida. Estoy seguro que lo sentirían como una traición al sacrificio y a las esperanzas de tanta gente.
En todo caso, si hay gente que está valorando optar por esta salida, no hay que facilitarles el camino. Creo que la Coalición Nacional debe hacer el esfuerzo de hablar con esos sectores, en caso existan, para llegar a acuerdos sobre el país que queremos construir juntos. Nicaragua quiere vivir en paz, Nicaragua demanda justicia para que los crímenes cometidos en contra del pueblo no vuelvan a repetirse jamás. Nicaragua quiere trabajo digno para todas y para todos. Nicaragua quiere una buena educación para sus niños y niñas. Nicaragua quiere darles a los jóvenes seguridad y esperanza de un futuro mejor. No debería ser difícil ponernos de acuerdo sobre estos puntos.
Yo creo que si la Coalición Nacional logra acuerdos firmes y serios sobre una estrategia clara para enfrentar a la dictadura hay maneras políticas de manejar esto. Pero esto necesita organización, necesita planificación, necesita gente que esté midiendo la temperatura cada minuto, cada segundo, porque aquí las cosas cambian a cada instante. Lo que no podemos continuar haciendo es responder a los abusos del gobierno solamente sacando comunicados. Si vivimos a punta de comunicados y de declaraciones, y no nos tomamos el tiempo de trabajar en una clara línea estratégica, no lograremos avanzar y la población seguirá aumentando su frustración y señalándonos por incapaces.
Los compañeros y compañeras que demandan que entremos en razón y que no nos salgamos de la Coalición Nacional tienen mucho peso y mucha autoridad. No son gente que llegó ayer a la lucha por una Nicaragua mejor. Debemos escucharlos. Yo siento que la Coalición tiene todavía elementos para reinventarse, para reconocer los errores cometidos y convertirse en una mejor alternativa. Sigo creyendo que la Coalición, aun con los problemas que tiene, es la alternativa.
Han sido un gran obstáculo en el avance de la unidad los grandes egos que se han juntado. Porque desde el comienzo cada quien comenzó a querer posicionarse como el “elegido” y que todos los demás lo siguieran. Los nicaragüenses que estamos metidos en política creemos que somos poseedores de la verdad absoluta. Es hora de acabar con este lastre. Para ponerle fin hay que reconocer que el problema existe y que somos parte de él. Y luego, hay que disponernos a construir una nueva forma de liderazgo y de hacer política por el bien de los demás, no para satisfacer el ego de nadie.
Con los problemas que tiene que enfrentar ahora la mayoría de la gente, no superar nuestros egos y nuestros prejuicios, estar nosotros campantemente envueltos en discusiones, no tontas porque no lo son, pero que no nos están llevando a ningún lado, mientras la gente está sufriendo las consecuencias de la pandemia, de la crisis económica y de las arbitrariedades de la dictadura es una gran irresponsabilidad.
Otro problema serio que no hemos discutido y que debemos discutir a fondo es el de la organización de la unidad en los territorios. Por todo el país hay gente que se llama de la Alianza Cívica, de la Unidad Azul y Blanco, hay quienes ya se llaman de la Coalición Nacional, los partidos también están organizando a sus bases… La gente quiere hacer cosas y sabe hacer cosas. Pero en los territorios lo que vemos es una réplica de lo que lo que estamos haciendo a nivel central, aumentando así la confusión de la gente y a veces también la desesperanza. Deberíamos acordar ya la formación de un movimiento unitario en los departamentos y en los municipios. ¿Qué sentido tiene que la Alianza, y todas las demás organizaciones que conforman la Coalición Nacional, sigan organizando, al margen del esfuerzo de unidad, sus propios grupos territoriales? En la práctica, se está reproduciendo el problema que tenemos en el nivel central y el resultado es más fragmentación y más desunión.
El ideal es que a los territorios vaya un grupo representativo de las fuerzas de oposición, presentándose como expresión de un movimiento unitario. Hay que abandonar esta suma de pedacitos con distintos membretes, lo que le facilita a Ortega desaparecer o encarcelar a la gente. En los territorios debe haber un único movimiento unitario. La gente en los municipios quiere trabajar unida. Quiere la unidad y no comprenden los conflictos que tenemos en la cúpula, que solamente confunden y atrasan el proceso de consolidación de la unidad. Creo que en el fondo tenemos miedo a probar formas nuevas, a aceptar que cada quien se organice de la manera que quiera, y que nos consulte sólo si consideran que es necesario. Debemos dejar que surjan forma nuevas de organización, más cercanas a la gente y sus problemas. Es allí donde debe nacer la democracia que decimos querer construir.
¿Son las próximas elecciones la salida que buscamos? Sé que éste es un tema que nos inquieta y me temo que abordarlo muy superficialmente pueda causar más confusión y provocar malos entendidos que no nos permitan después conversar con tranquilidad sobre un evento tan crucial para el futuro de Nicaragua. Hay que hablar con la verdad: creo que la comunidad internacional no va a resolvernos el problema de la dictadura. Si llegamos divididos a las elecciones de 2021 a como Ortega las está preparando, por muy malas que sean esas elecciones, la comunidad internacional las va a reconocer. Aunque nosotros no participemos, siempre habrá partidos que le servirán a Ortega de comparsa en una pantomima de elección. En estas condiciones, si Ortega gana las elecciones, como sería de esperar, habrá algunas declaraciones más o menos fuertes, se impondrán quizá algunas sanciones, pero nada más. La comunidad internacional no puede darse el lujo de tener un país paria en el centro del continente americano, que se puede convertir en un foco de narcoterrorismo y desestabilización. Si nosotros no hacemos lo que nos corresponde no podemos esperar de la comunidad internacional que desconozca a Ortega.
Creo que las elecciones serán un momento muy importante. Y yo me apunto a que participemos, aun en las condiciones más difíciles. Si logramos mantener viva la organización en los territorios, mantener viva la indignación de la gente, y convencer a la gente para que vaya a votar, un fraude masivo será difícil de encubrir. Y si la gente sabe que otra vez le robaron su voto va a sentirse indignada y dispuesta a luchar. En varios países con luchas cívicas han pasado por momentos así. En Bielorrusia están en ese momento. En Serbia pasaron por algo así. Por eso, creo que es un error comenzar a decir que no vamos a participar, que si Ortega no nos da condiciones no iremos. ¿Quién piensa que Ortega nos va a dar condiciones ideales? Pero, sabiendo que la mayoría de la gente está indignada y quiere un cambio las elecciones serán un momento de demostrarlo. Lo que nos corresponderá hacer es evidenciar que Ortega volvió a cometer un fraude descarado.
El régimen está trabajando para que no participemos. La presencia policial en todas partes, la represión a cualquier intento de organización, por mínimo que sea, las recientes propuestas de leyes, todo apunta a causar desánimo y temor en la población. Tenemos posibilidades, pero no las vamos a aprovechar si hacemos campaña para que la gente no vaya a votar. Desde que aparezca un grupo llamando al boicot, a la abstención, Ortega ganará las elecciones. Y las elecciones ganadas así se las va a reconocer la comunidad internacional. A regañadientes, con críticas, pero se las reconocerán.
El plan de Ortega no es suspender las elecciones. Él las necesita. Su plan es que nadie esté pensando después de las elecciones de 2021 en más elecciones, porque es pérdida de tiempo estar jugándose el poder cada cinco años. Eso es lo que nos espera, ése es su escenario para el futuro. Pero, si Ortega sigue aumentando la represión y creando un escenario imposible, y a pesar de eso nos mantenemos en querer una salida electoral, la comunidad internacional tendrá que prestar más atención a Nicaragua y algo tendrá que decir. Si decimos: “Se las va a robar y no hay condiciones y por eso no vamos a participar”, la comunidad internacional va a decirnos: ¡Allá ustedes!
En silencio tendrá que ser la resistencia de hacer una campaña electoral en las peores condiciones. Eso fue lo que hicieron en Serbia y lograron sacar del poder a Slovodan Milosevic, gracias a las masivas protestas contra el descarado fraude electoral. Con un fraude masivo y descarado no terminará la lucha, sino que comenzará una nueva etapa, si es que desde ahora ya nos estemos preparando.
¿Qué ocurrirá? Todo hace indicar que una mayoría de los miembros del plenario de la Alianza Cívica votará para exigir el retiro de la Coalición Nacional. Los argumentos de uno y otro lado del debate no han cambiado. La voz de representantes de las estructuras territoriales de la Alianza, que en su gran mayoría solicitaron que la Alianza no se retire, no han sido escuchadas y todo indica que no serán tomadas en cuenta para la decisión final.
En este escenario, si la decisión se toma sin poner sobre la mesa la alternativa que se va a seguir, sin explicar las nuevas alianzas que se asumirán y su contenido, y sin haber respondido a las inquietudes que presentamos en su momento los que no estamos de acuerdo con la decisión, lo más probable es que se dé una escisión de algunos de los miembros y se produzca un fraccionamiento de la Alianza. Es muy probable que, al no tomarse en cuenta la opinión de las estructuras territoriales, algunas de ellas también anuncien su salida de la Alianza. Estos grupos seguramente iniciarán un proceso de acercamiento con la Coalición Nacional con el objetivo de discutir y buscar una salida lo más pronto posible a los problemas que actualmente se enfrentan. Y la Coalición deberá mostrar flexibilidad y disposición a encontrar solución a esos problemas, convencidos de que sin unidad no lograremos derrotar a Ortega.