Los ojos del mundo están puestos en el proceso electoral de Estados Unidos, y con mucha razón. La reelección de Donald Trump a la presidencia pondría en riesgo no solo la democracia del país, sino los derechos humanos de millones de personas en todo el mundo y la sobrevivencia del planeta con su capacidad de sostenernos.
En Estados Unidos, los movimientos de mujeres de izquierda y las feministas se han volcado a la participación electoral, no necesariamente desde el partido demócrata —que ofrece una opción tibia frente a los cambios profundos que hacen falta— sino desde la organización de base. Este esfuerzo se suma a la participación de los movimientos sociales que han surgido este 2020, año de nuevas visiones, en particular, el Movimiento para las Vidas Negras (MBL, por sus siglas en inglés) que ha logrado movilizar el mayor número de personas en la historia del país, calculado en 26 millones solo en los últimos meses. El feminismo es un eje fundamental de su filosofía política, igual que al interior de otros movimientos emergentes estadunidenses, entre ellos de Dreamers y migrantes, de trabajadores esenciales, de los pueblos indígenas y de jóvenes contra el cambio climático. Posiblemente no hemos visto en otra etapa de la historia social de EEUU este nivel de integración del pensamiento feminista en las luchas, sobre todo entre la nueva generación, aunque las organizaciones feministas como tales no se encuentran muy fuertes ni articuladas.
Luchar en el ámbito de las elecciones en contra de la reelección de Donald Trump es un acto de autodefensa para las mujeres estadunidenses. Como dice Jessica Byrd, del Proyecto para la Justicia Electoral y MBL: “Tenemos una oposición clara en EEUU que está trabajando para crear poder autoritario desde el nacionalismo blanco, que quiere obligar un retroceso de los movimientos sociales, como el Movimiento para las Vidas Negras, el movimiento de mujeres, el movimiento queer en EEUU, y tenemos el papel y la responsabilidad de proteger a nuestra gente de esta amenaza.”
Jessica habló en un foro que organizamos desde JASS (Asociadas por lo Justo) sobre elecciones en el marco de la necesidad de enfrentar la amenaza de Trump. EEUU, que se presenta a sí mismo como el paradigma global de la democracia, podría salirse del cauce en estas elecciones. Las milicias de ultraderecha se preparan para defender a Trump aunque pierda (lo más probable), el presidente insinúa que no aceptaría su derrota en las urnas y los abogados se disponen a canalizar el proceso democrático a las cortes que cuentan con cientos de jueces nombrados por Trump. El contexto requiere de la mobilización desde abajo para evitar el colapso.
Los derechos de la mujer serían un primer punto de ataque de un nuevo gobierno de Trump. La agenda consiste en eliminar o restringir el derecho al aborto, la restricción de fondos públicos para el ejercicio de los derechos sexuales y reproductivos, sobre todo para mujeres migrantes y de bajos ingresos, represión y criminalización de la comunidad LBGTQ, y el regreso a roles tradicionales, con la expulsión masiva de mujeres de la fuerza de trabajo y la pérdida de la independencia económica, algo que ya está pasando en la pandemia por la precariedad delos sectores donde se concentra el empleo feminino y la falta de apoyos para el cuidado de la niñez, la vejez y las personas con discapacidades.
Los testimonios recientes de que han practicado esterilizaciones forzadas contra mujeres migrantes en centros de detención es otro ejemplo de cómo el cuerpo de la mujer se vuelve el campo de batalla para la ultraderecha y su agenda de supremacía blanca y patriarcal.
Así está la situación en los Estados Unidos. ¿En otros países, cómo ven las feministas la participación electoral? A pesar de los diversos contextos, en el foro salieron ciertos consensos. Uno es que, para el cambio radical capaz de desterrar el patriarcado, la vía electoral es limitada. Es una lección que estamos aprendiendo en México, donde el nuevo gobierno, en lugar de abanderar la lucha por los derechos de las mujeres, ha sido en muchas ocasiones insensible, lento o de plano obstruccionista. Sin la presión constante de los grupos feministas, parece que las mujeres quedarían dentro del gobierno, pero fuera de la transformación —lo cual, por supuesto, lo hace muy poco transformador.
Everjoice Win, de Zimbabue, opinó que “las elecciones son una parte importante pero pequeña —y enfatizó eso— del proceso democrático. Son solo un momento, un momento en que nosotras como mujeres y feministas, podemos elegir los liderazgos que queremos, los sistemas de gobernanza que queremos, y poner sobre la mesa nuestros temas.” En Zimbabue, mujeres organizadas en grupos locales con articulación nacional lograron sacar un manifiesto con sus demandas para fijar agenda en el periodo de campañas y exigir cuentas después.
La clave, dijo, es la organización de base. En esto hizo eco Zukiswa White, organizadora feminista panafricana de Sudáfrica. “Tenemos que construir la resiliencia de las comunidades, para depender menos de los mecanismos del mismo estado que forma parte del sistema globalizado, imperialista que nos atrapa en una condición permanente de ‘negociación-frustración’ y limita nuestra visión de un futuro compartido, colectivo y libre,” opinó.
Por otro lado, en estados donde la democracia es sumamente débil, difícilmente tiene sentido invertir recursos y energías en elecciones. Es el caso que describió Gilda Rivera, del Centro de Derechos de Mujeres de Honduras. Una década después del golpe de estado y con un narco-gobierno acusado en las cortes y llegado al poder por medio de violaciones de la ley y la constitución, no ve el espacio real para avanzar. Declaró: “Hablando del contexto de Honduras, veo muy difícil que podamos como movimiento de mujeres incidir con una agenda feminista… mientras vivamos en estas democracias debilitadísimas, pero fuertes para garantizar los intereses de grupos económicos, para garantizar el modelo de saqueo, de explotación de todos nuestros bienes comunes, sería difícil colocar compañeras y compañeros sensibles.”
Sandra Morán, feminista, lesbiana y ex diputada de Guatemala apuntaló, “Nuestro objetivo final no es estar allí; nuestro objetivo final es transformar la vida de las mujeres y de los pueblos y de las diversidades.” Por eso hubo acuerdo en la importancia de leer el contexto. Mi Kun Chan Non, de la Red de Mujeres Mon en Myanmar, reivindicó la importancia de participar en su país, donde realizarán elecciones en noviembre en el contexto de un complejo proceso de paz y reconstrucción. “Hacen falta más voces de mujeres en el parlamento para dar forma a las políticas.”
Comentó que las cuotas de mujeres candidatas son necesarias, pero no suficientes. En Myanmar, los partidos ni alcanzan a llenarlas y los obstáculos culturales siguen siendo muy grandes. Luego, el desafío es hacer que las personas elegidas realmente representen los intereses de los movimientos. “Esperamos que todas las candidatas mujeres puedan representar a las mujeres y trabajar para la equidad de género, y no solo ellas, sino también que los hombres diputados puedan trabajar con nosotras,” dijo. Sin embargo, existen muchas presiones y tentaciones para abandonar un programa feminista. Ganar la elección y lograr la curul no es ninguna garantía.
La discusión aportó al debate sobre el uso de las elecciones para la lucha de las mujeres, un debate que a veces ha sido reducido a un sí o no, o alejado de la elaboración de estrategias. La conclusión es que la participación electoral nunca puede estar desvinculado de la acumulación de fuerzas en el movimiento social.
Ahora que los movimientos de mujeres se mueven en un mar de corrientes encontradas —donde la derecha patriarcal incrementa su poder por la vía electoral en muchos países, el movimiento de mujeres aumenta su fuerza en las calles y la represión viene fuerte— es necesario examinar y evaluar en detalle las tácticas y estrategias a nuestro alcance.