Sus propósitos son claros. Alguna vez dijeron que los gobiernos no necesitaban servicios de inteligencia para conocer sus pasos, pues en sus comunicados los hacen públicos. El problema es que no les creen. Es decir, prefieren averiguar qué hay detrás
de las intenciones declaradas, qué esconden, qué no dicen. Cuando en realidad explican con detalle lo que habrán de hacer.
En estas casi tres décadas no siempre han acertado, es cierto, pero nadie, ni siquiera sus enemigos, pueden escatimar al Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) su esfuerzo incansable por continuar su lucha con todo en contra.
Lejos están de conformarse con los logros de la autonomía en sus más de mil comunidades, donde han construido con éxito probado un sistema propio de gobierno, justicia, educación, salud, comercio y comunicaciones, inédito en el mundo, que en su conjunto representaría para cualquier organización su aporte histórico a la lucha por un mundo menos desigual, más justo y democrático. Pero no. Tercos como son, insisten en aliarse con los desposeídos de México y del mundo, y en luchar juntos contra el sistema capitalista, contra la represión y la muerte. Insisten en la defensa de los recursos naturales, en denunciar el asesinato de quienes los defienden, en aliarse con las luchas de las mujeres contra el feminicidio y por la libertad de decidir sobre sus cuerpos.
Los zapatistas vuelven a navegar. No será la primera vez que crucen el Atlántico, pero sí la primera gira por el mundo que se iniciará justo en Europa. No viajarán solos.
Sus iguales del Congreso Nacional Indígena zarparán con ellos. El camino es aún más incierto y peligroso que el 1º de enero de 1994, pero, como siempre, vuelven a desafiarlo todo, poniendo el cuerpo por delante en un mundo más violento y fascista que el de hace dos décadas.
¿A quién le importa que un pequeño, pequeñísimo, grupo de originarios, de indígenas, viva, es decir, luche?
, se preguntan.