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Como niños perdidos (la pregunta por la revolución hoy)

Amador Fernández-Savater :: 17.10.20

La toma de poder como objetivo, el Estado como palanca fundamental, el saber como ciencia, la teoría como saber que se inyecta desde fuera a las masas, la militancia como heroísmo, el compromiso como incorporación disciplinada de la idea, el conflicto como lucha a muerte, la organización como vanguardia consciente estructurada en Partido, la revolución como acontecimiento mayor que rompe en dos la historia del mundo o punto cero…
Este modelo se arraiga en lo que podríamos llamar el “paradigma de gobierno” propio del pensamiento o la metafísica occidental, según la cual un sujeto -armado de ciencia, organización y fuerza de voluntad- somete un mundo-objeto y lo modela, lo civiliza, elevando el ser al deber ser.

Como niños perdidos (la pregunta por la revolución hoy)       Amador Fernández Savater

Lobo Suelto

Qué hacer es la pregunta por excelencia del imaginario revolucionario clásico, planteada por Lenin en el libro del mismo título. Es la pregunta por un modelo: el modelo de revolución dominante en el siglo XX, a la vez triunfante (como toma del poder) y fracasada completamente (como experiencia de emancipación).

Hubo desde luego otras revoluciones en el siglo XX (como la mexicana o la española), pero quedaron de alguna manera opacadas por “la sombra de octubre”. Octubre se convirtió en el modelo de toda revolución, en la fisionomía de la revolución, exportado por todo el mundo. Las imágenes de cambio de Octubre devinieron las imágenes de cambio por excelencia: de lo que tocaba hacer, de lo que cabía esperar, etc.

La toma de poder como objetivo, el Estado como palanca fundamental, el saber como ciencia, la teoría como saber que se inyecta desde fuera a las masas, la militancia como heroísmo, el compromiso como incorporación disciplinada de la idea, el conflicto como lucha a muerte, la organización como vanguardia consciente estructurada en Partido, la revolución como acontecimiento mayor que rompe en dos la historia del mundo o punto cero…

Este modelo se arraiga en lo que podríamos llamar el “paradigma de gobierno” propio del pensamiento o la metafísica occidental, según la cual un sujeto -armado de ciencia, organización y fuerza de voluntad- somete un mundo-objeto y lo modela, lo civiliza, elevando el ser al deber ser. En este libro no haremos balance de este modelo y su “desastre oscuro”, como lo llama Alain Badiou en su reflexión histórica sobre el comunismo autoritario, sino que nos preguntaremos más bien por la posibilidad de un desplazamiento: de la pregunta de qué hacer a la pregunta por cómo hacer.

Qué hacer, decimos, es la pregunta por un modelo. Cómo hacer es por el contrario la pregunta de los niños perdidos. “La revuelta que viene es la revuelta de los niños perdidos”, nos dice el colectivo Tiqqun.

Niños perdidos porque tienen más preguntas que nada, una condición difícil de sostener, de mucho desamparo, en medio de la urgencias que parecen exigir medidas inmediatas (aplicaciones de un saber ya disponible). Pero tales medidas pueden resultar tan sólo trampantojos, porque el verdadero desafío es la transformación de los modos de sentir, pensar y actuar, una mutación civilizatoria que ya está en marcha, por fragmentos, en el mundo presente.

Niños perdidos porque ya no encuentran guía segura en el poder del Texto o de la Ciencia, “omnipotente por verdadera”.

Niños perdidos porque no tienen lengua sabia, sólo lengua común.

Niños perdidos porque no contestan el orden y el saber establecidos con otro orden y otro saber en la cabeza, sino que interrumpen, preguntan, desertan, ensayan y tientan, a través de la experiencia y el tacto.

Niños perdidos porque no miran el mundo desde un Estado, a derribar o conquistar, presente o futuro, desobedeciendo así la ley de la oscilación.

Niños perdidos porque no buscan adueñarse de un centro (centro de poder, centro de saber), pero tampoco instalarse en los márgenes o la periferia, sino emborronar la diferencia entre ambos.

Niños perdidos porque ya no buscan gobernar, ni ser gobernados, sino devenir y permanecer ingobernables.

Niños perdidos porque comen su propio trigo, sin esperar a mañana.

Niños perdidos cuyo no-saber no es ignorancia, sino potencia de pensamiento.

 

Niños perdidos que no esperan encontrarse finalmente, sino que asumen que la pregunta por cómo hacer es una pregunta interminable, inagotable.

Así, como niños perdidos, tanteamos las revoluciones del siglo XXI. Sin disociar ya nunca jamás lo que se quiere y cómo se quiere, como ocurría en la vieja pregunta por qué hacer donde la finalidad justificaba los medios más aberrantes, sino aceptando que los medios prefiguran ya los fines o que no hay más que medios, medios sin fines, “medios puros”.

 

* Fragmento del prólogo a Habitar y gobernar; inspiraciones para una nueva concepción política (Ned ediciones, 2020).

 


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