En Cuba, según los datos del Censo (2012) sobre pigmentación de la piel —recogidos según “autoidentificación”— los blancos representan 64,3% de la población total, los negros 9,3% y los mulatos 26,6%.
En 2017, Yanay Aguirre Calderín, estudiante universitaria, sostuvo una discusión con un taxista en La Habana. Tras recibir ofensas racistas, se vio forzada a bajar del vehículo.
En Cuba, según los datos del Censo (2012) sobre pigmentación de la piel —recogidos según “autoidentificación”— los blancos representan 64,3% de la población total, los negros 9,3% y los mulatos 26,6%. Según esos números, la joven discriminada por ser negra pertenece a una minoría. Sin embargo, la historia que pone de manifiesto no es problema menor.
El racismo se expresa como un catálogo de prejuicios, pero es un patrón de poder que acumula diferencias para organizar, distribuir y justificar sistemáticamente ventajas y desventajas. Se despliega en acciones individuales e institucionales, y define la estructura de oportunidades al ser parte de la estructura social.
El debate mediático en torno a Cuba ofrece muchas consignas acerca del racismo. Por un lado, se asegura que solo perviven “reminiscencias” del flagelo. Por otro, se afirma que el poder cubano practica racismo de Estado. En contraste, una mirada analítica encuentra avances y problemas en este campo.
En enero de 1959, el periódico Revolución publicó el texto “¡Negros no… ciudadanos!” en el que personas negras explicaban el sentido de lo que consideraban su nueva vida. Dos discursos de Fidel Castro de marzo de 1959 rompieron la segregación existente contra los negros para acceder a lugares públicos, como las playas.
Las grandes medidas iniciales de la Revolución —reforma agraria, rebaja de alquileres, plan de becas y creación de empleos— beneficiaron por igual a blancos y negros.
Como ha dicho Ana Cairo, “se convirtió en un postulado moral y político que ningún cubano autodefinido como revolucionario podía decir o hacer algo que pudiera percibirse como racista”[1]; una barrera importante frente a la expansión de prejuicios raciales.
Walterio Carbonell identificó un perfil cultural de la contribución de negros y mestizos al triunfo del 59: los cultos “afrocubanos” socavaron la legitimidad cultural del catolicismo y del orden social que este organizaba, y diversificaron la escala de valores sociales.[2]
Tras 1959, la fotografía, el cine, el teatro, la investigación histórica, la pintura, las publicaciones, el trabajo institucional, las investigaciones socioculturales, la música y la literatura muestran un repertorio de gran calidad y amplia circulación que reelaboró la imagen del negro como parte de un empeño de dignificación de sujetos históricamente marginados.
Suite yoruba (1964), de Ramiro Guerra; Palenque y mambisa (1976), del Conjunto Folklórico Nacional; o La última cena (1977), de Tomás Gutiérrez Alea (con colaboración de Manuel Moreno Fraginals y Rogelio Martínez Furé) son vanguardias en ello.[3]
Por otra parte, en la actualidad datos oficiales muestran un panorama distinto a ideas al parecer “definitorias” sobre la desigualdad racial en el país.
El Censo recoge indicadores que muestran diferente distribución entre negros y blancos: en unos los primeros tienen ventajas, en otros tienen proporciones similares y en otros poseen diferencias a favor de los blancos, pero en un buen número de casos estas diferencias son discretas.
Los negros tienen mayor proporción (12,1%) que los blancos (11,5%) entre los graduados universitarios. Hay mayor proporción de negros que de blancos con maestrías —no ocurre así con doctorados—. La mayor proporción de propietarios de viviendas construidas después de 1982 la tiene el grupo de los mulatos. Entre los blancos que son dirigentes, 88,8% lo son en el sector estatal, entre los negros que dirigen el 90,7% lo hace en en el sector estatal.
La proporción de blancos y negros profesionales, científicos e intelectuales es idéntica (15,6 %). A nivel de percepción social, se critica que los negros son mayoría como “músicos y deportistas”, aunque la música y el deporte son fuentes de orgullo nacional.
Existen diferencias, pero no significativas, respecto al color de la piel en la disponibilidad de servicios dentro de las viviendas, como cocinar o acceder a un baño o ducha, o en la posesión de refrigeradores, lavadoras u ollas arroceras.
El estudio oficial sobre el Censo concluye —sobre la base de sus indicadores, que dejan fuera, por ejemplo, la comparación con ingresos en moneda convertible— que los diferenciales existentes entre blancos, negros y mulatos no pueden “ratificar de forma concreta que efectivamente esta problemática [racismo y discriminación racial] está presente cuantitativamente de forma crítica en la sociedad cubana actual.”[4]
En otros planos, los sistemas de educación, salud y protección social han mantenido su carácter universal por más de seis décadas. El Código de Trabajo (2013) prohibió expresamente la discriminación por el color de la piel. La nueva Constitución (2019) igual la prohíbe y ha sido aprobado un Programa Nacional contra la Discriminación Racial.
Lo antes dicho aporta evidencias a la tesis según la cual el periodo revolucionario contiene la mejor performance contra la discriminación racial de la historia nacional. Asimismo, otras confirmaciones apuntan a problemas muy relevantes en torno a la problemática racial en el país.
Esteban Morales ha hecho un inventario de problemas sobre la problemática racialen la Cuba actual, entre ellas “la no aceptación de su existencia,insuficiencia de debate público, ausencia del tema en currículos escolares y medios masivos, limitada presencia en la investigación académica y uso del tema como instrumento de subversión política interna.
El investigador también señala errores conceptuales al abordar el tema. En mi opinión, tres de ellos son: presentar el racismo como un “vestigio”, el tipo de argumento que rechaza términos como “afrocubano” y la promoción de una visión acrítica del mestizaje.
La presentación del racismo como un vestigio afirma que el presente contribuye a erradicarlo, no a reproducirlo. Esa idea comprende el racismo como una cuestión cultural, un agregado de ideas y prejuicios. Lo es, pero no es esa su única dimensión. Limitarlo a ella impide apreciar cómo su base material actualiza la competencia por poder, oportunidades y recursos.
Ese enfoque niega resultados de las ciencias sociales que demuestran la existencia de una herencia estructural, social y cultural que a la vez se “reconstruye en momentos de crisis, en la que aparecen espacios competitivos”.[5]
El mestizaje, por su parte, es presentado como la negación de toda desigualdad con origen en la “raza”. Irónicamente, esa noción celebra una nación sin diferencias raciales, pero el Censo de 2012 arroja desventajas mayoritarias precisamente para los mestizos (mulatos).
Alberto Abreu cuestiona la visión acrítica del mestizaje porque no ofrece respuestas para disputar el “secuestro” de “la autonomía y diferencias culturales de sujetos negros y sus gestos de contramemoria, interpelación y resistencia a la cultura hegemónica blanca”. Se trata, según Abreu, del repertorio que le habría permitido “sobrevivir durante siglos.”
El lenguaje oficial cubano asegura que el término afrodescendiente “es ajeno a nuestra realidad”. Es una afirmación que contiene varios conflictos.
Fernando Ortiz, un referente medular del mestizaje cubano, usó la expresión afrocubano para dignificar fuentes de la cultura cubana históricamente discriminadas. Colectivos que usan hoy el término lo hacen para examinar sus experiencias “utilizando un enfoque que analiza la raza, el género, la clase, la orientación sexual, la capacidad, la religión y la ubicación geográfica”, todas como parte de un conjunto interrelacionado.
El criterio del Censo desconoce ambas posiciones. Al ser reproducido por instancias oficiales —así lo hace el informe de 2016 al Comité para la Eliminación de la Discriminación Racial (CERD, por sus siglas en inglés) de la ONU—, supone restricciones a la expresión de la identidad e imposición del formato de la participación política posible basada en la discriminación.
El racismo tiene a la vez naturaleza cultural y estructural. Explota la desigualdad del color, que se refuerza con otras como de clase y género. Genera pobreza material y devaluación cultural, hostilidad social y menosprecio en el trato. Tales problemas no son consecuencia única del color de la piel, o de la estructura de clase, pero ambas se refuerzan.
Afirmar que existe racismo, pero que este es solo “cultural” —sin componente estructural— revela una pobre comprensión teórica, anclada en un uso políticamente interesado que desconoce los mecanismos de reproducción del racismo. En la Cuba contemporánea, el racismo sigue produciendo usos clasistas diferenciadores.
Sobre 2010, diversas investigaciones encontraron que la población negra y mestiza tenía las peores casas, recibía menos remesas, dependía más de su esfuerzo personal y de recursos escasos para ganar ingresos complementarios, tenía menos acceso a sectores emergentes; y en el turismo era ubicada mayormente en puestos de trabajo “de puertas adentro”, no vinculados directamente al cliente.[6]
Esas investigaciones coinciden en que, teniendo en cuenta la proporción de negros y mestizos en la población total, esos grupos tenían menor presencia (lo que se conoce como “subrepresentación”) en el sector turístico y las corporaciones; constituían una exigua minoría del sector agrícola privado (2%), y del cooperativo (5%); estaban en desventaja para recibir remesas[7]y estaban subrepresentados como dirigentes de empresas estatales.[8]
Una década después, otras investigaciones arrojan conclusiones similares. Actualmente, grupos de negros y mestizos sobre los que se ha trabajado en específico experimentan desigualdad en ingresos en moneda convertible, poseen menos cuentas y montos de ahorro en bancos, viajan menos, tienen menor acceso a internet, a remesas y a alguna otra ciudadanía —con sus ventajas para viajar—, y son muy escasos los que poseen negocios privados entre los más lucrativos.
Otras investigaciones constatan cómo la dimensión estructural convive con discriminaciones de perfil cultural, como estereotipos sobre negros y mestizos, con consecuencias negativas para su inserción laboral y económica [9] y observan que mujeres negras y mestizas son mayoría en zonas de empleo informal como la venta ambulante, cuidado de ancianos, cuidado de baños, limpieza de casas y negocios no formales.
No existe información sobre el perfil de la población carcelaria, pero parece ser mayoría entre negros y mestizos, y existen evidencias de criterios policiales de identificación de posibles infractores de la ley que suponen criterios raciales.
El CERD ha mostrado preocupación por las cuestiones estructurales vinculadas al color de la piel en Cuba. Además, ha lamentado la falta de información sobre casos de aplicación directa en tribunales cubanos de la Convención Internacional sobre la Eliminación de todas las Formas de Discriminación Racial y ha señalado carencias con respecto a la investigación de denuncias sobre discriminación racial, así como casos de mal trato policial hacia personas negras y mestizas, y frente a activistas antirracistas.
Fidel Castro, en su último periodo al frente del país, insistió en los problemas del racismo en el ámbito nacional y celebró prácticas de promoción de sectores en desventaja dentro del proceso conocido como “Batalla de Ideas”.[10] También se encuentran críticas sobre las consecuencias del racismo en declaraciones de Raúl Castro y Miguel Díaz-Canel Bermúdez, los máximos dirigentes cubanos hoy.
A pesar de la evidencia, existen tendencias a relativizar, a nivel social y oficial, la dimensión estructural del racismo en Cuba, la desigualdad que genera y la sistematicidad de su pauta de injusta distribución de oportunidades y recursos.
Las soluciones a las desigualdades raciales deben abarcar dimensiones como la justicia cultural, el Derecho, las políticas distributivas y las vías de participación sobre su problemática.
La escuela puede contribuir a revalorizar identidades discriminadas, promover el cambio cultural, socavar estereotipos raciales e impulsar la aceptación de las diferencias. Es una necesidad incluir en los currículos materias de Historia General de África y de sus procesos actuales, y la historia del negro cubano.
La discriminación racial es punible en Cuba, pero sus canales procesales no han sido efectivos: un informe oficial citó en 2017 un solo acto de Delito contra el Derecho de Igualdad. La aprobación de una ley específica sobre el tema y la habilitación de más recursos para la protección de derechos es un camino decisivo a recorrer.
Es necesario —como ha argumentado Mayra Espina— que el diseño de la política social preste atención específica a los grupos en desventaja por el cruce de la clase y la “raza” y abarque servicios de cuidado para niños, ancianos y enfermos; servicios de acompañamiento educativo gratuito para mejorar desempeños escolares, subsidios o préstamos preferenciales y ventajosos para apoyar la continuidad de estudios y la construcción de vivienda popular.[11]
Promover es también cuidar. Se necesita establecer políticas de acción afirmativa que redistribuyan oportunidades y ofrezcan soporte material y de capacitación para sostener actividades económicas.
Es crucial reconocer la legitimidad del activismo antirracista en la sociedad civil. Las organizaciones no reconocidas por el Estado —incluso las no calificadas de disidentes— confrontan serios problemas para su inscripción legal y desempeño social. Son pertinentes mayor participación, diálogo horizontal y coordinación entre sociedad civil y Estado sobre el tema.
Cuba es una nación de origen multiétnico que devino en un único etnos nacional racializado. La investigación genética actual demuestra el mestizaje del etnos cubano. Sin embargo, la palabra “negro” posee especificidades y arroja consecuencias distintas a las de “blanco” a lo largo de la existencia social de las personas.
Las palabras y sus usos tienen historia. El racismo antinegro es un componente central de la formación nacional cubana.
Cerca de un millón de africanos llegaron a Cuba en el siglo XIX. Bajo el monstruoso régimen de la esclavitud, la Isla devino la primera productora mundial de azúcar y el segundo país latinoamericano con mayor población de esclavizados, luego de Brasil. Cada pueblo/etnia concurrente en el proceso esclavista fue fijado en lugares sociales determinados, hecho que marca hasta hoy la nación uniétnica surgida de tales cimientos.
Las palabras tienen también presente. El color de la piel es “el primero de los elementos con que los cubanos y las cubanas formamos las imágenes del otro”.[12] No es raro: la cantidad de melanina es el indicador más evidente de las diferencias biológicas entre las personas.[13]
El lenguaje popular ha elaborado un vasto conjunto de representaciones sobre el color de la piel. Para referirse a los negros existe “negro-azul”, “negro color teléfono”, “negro coco timba”, “negro cabeza de puntilla” o “negro”. Para los blancos existe “blanco”, “rubio”, “blanco orillero” o “blanco lechoso”.[14] Pasa parecido con otros grupos, como los mulatos.
Todos esos términos pueden tener, según Jesús Guanche Pérez, “de acuerdo con el contexto, una connotación afectiva o despectiva”, pero es consensuado afirmar que la intensidad de la presencia de melanina es factor de diferenciación social. Es otra forma de decir que las razas no existen, pero existe el racismo.
En la historia fundada sobre la esclavitud, la raza se comportó como “una categoría de la diferencia, como un motor de estratificación y desigualdad y como una variable clave en los procesos de formación nacional.”[15] La evidencia disponible sobre la desigualdad y el color de la piel muestra modos de reproducción del racismo antinegro hoy en Cuba.
En ese contexto, limitarse a la idea de igualdad de oportunidades es problemático. Es más razonable defender la igualdad de resultados. Con ella, no se trata de igualar hacia abajo, sino de cerrar brechas de desigualdad y de superar ideas y prácticas discriminatorias que reproducen injusticias.
Solo así se podría cambiar definitivamente la situación que retrata un viejo refrán cubano: “En pesquería de blancos, el negro carga las redes”.
Notas:
[1] Cairo Ballester, Ana (2015): “La problemática racial en la cultura de la Revolución”. En Denia García Ronda (Ed.): Presencia negra en la cultura cubana. La Habana: Ediciones Sensemayá, p.449
[2] Hacia fines de la década de los 1960, las religiones cubanas de ancestro africano fueron asociadas con la criminalidad y ciertas conductas contrarrevolucionarias. Guerra, Lilian (2014) “Raza, negrismo, y prostitutas rehabilitadas: revolucionarios inconformes y disidencia involuntaria en la Revolución”, América sin nombre, No. 19, 126–139
[3] Cairo, Ana (2015): Ob. Cit.
[4] Centro de Estudios de Población y Desarrollo. El Color de la Piel según el Censo de Población y Viviendas (de 2012), 2016, p. 62
[5] Rodríguez Ruiz, Pablo; Carrazana Fuentes, Lázara; García Dally, Ana J. (2011): Las relaciones raciales en Cuba. Estudios contemporáneos. La Habana: Fundación Fernando Ortiz, p. 48
[6] Rodríguez Ruiz, Pablo, obra citada (es una compilación de diferentes investigaciones y diversos autores). Ver también Rodríguez Ruiz, Pablo (2011): Los marginales de las alturas del mirador. Un estudio de caso. La Habana: Fundación Fernando Ortiz.
[7] Se refiere a que en la fecha 83,5% de los inmigrantes era blancos y las remesas por ellos enviadas eran superiores, proporcionalmente, tanto en cantidad de destinatarios (mayoritariamente sus familiares), como en monto.
[8] Morales, Esteban (2010). La problemática racial en Cuba. Algunos de sus desafíos, La Habana: Editorial José Martí, p. 129
[9] Pérez Álvarez, María Magdalena (1996): “Los prejuicios raciales: sus mecanismos de reproducción”. En Temas (no. 7, julio-septiembre), pp.44–50 y Pañellas Álvarez, Daybel; Cabrera Ruiz, Isaac Irán (Eds.) (2020): Dinámicas subjetivas en la Cuba de hoy: ALFEPSI Editorial
[10] (2006): Cien horas con Fidel, conversaciones con Ignacio Ramonet, 3ra edición. La Habana: Oficina de publicaciones del Consejo de Estado, pp.258 y ss
[11] Espina, Mayra (2015): “Desigualdades en la Cuba actual. Causas y remedios”. En Denia García Ronda (Ed.): Presencia negra en la cultura cubana. La Habana: Ediciones Sensemayá, p.486
[12] Idem, p. 480
[13] Guanche Pérez, Jesús (1996): Etnicidad y racialidad en la Cuba actual. En Temas (no. 7, julio-septiembre), pp.51–57.
[14] Idem
[15] Alejandro de la Fuente y George Reid Andrews (2018): Estudios afrolatinoamericanos: una introducción. Buenos Aires, Massachusetts: CLACSO/:Afro Latin American Researcher Institute, Harvard University, p.11
Fuente: