“Para nosotras, lo popular es igual de importante que el feminismo”. La frase sintetiza en pocas palabras lo que aparece en varias horas de conversación con cuatro mujeres que son parte de Casa Comunidad (CC). Lxs invitamos a leer sobre esta poderosa organización feminista que desafía los límites geográficos de la ciudad de Córdoba y apuesta a la construcción de comunidades sin violencias desde una mirada integral, haciendo pie en los territorios.
Por Natalia Ferreyra*
El grito de Ni Una Menos, que sacudió Argentina en junio de 2015, incidió en múltiples ámbitos. En Córdoba, y en el Encuentro de Organizaciones, más conocido como el EO, las mujeres organizadas venían advirtiendo desde hace años la necesidad de abordar y prevenir las violencias de género.
La urgencia que tomó las calles en ese momento habilitó a que muchas se preguntaran qué hacer en los barrios con las violencias que atraviesan las mujeres y disidencias. “Un tema que parecía marginal o de interés para algunas organizaciones se puso en primer plano”, recuerda Anabella, integrante de CC.
“En el EO, el feminismo era una herramienta de participación muy importante para nosotras. Asistíamos al Encuentro Nacional de Mujeres, impulsábamos espacios de debate y teníamos organizaciones feministas; pero el interés era desigual, no nos atravesaba a todxs de la misma manera”, afirma.
La potencia de las mujeres de diferentes organizaciones se consolidó en una propuesta concreta en el marco de un plenario de fin de año en 2015. “Las compañeras de zona sur, de los barrios Costa Cañada, La Lonja y Suárez tenían una gran preocupación: cómo actuar ante los casos de violencia de género. En ese entonces, no había protocolos y los Estados no daban herramientas concretas. Construimos un protocolo propio con la participación de activistas feministas. Ese fue el puntapié inicial de Casa Comunidad”, cuenta Anabella.
A esa propuesta, le siguió la piedra angular del proyecto: inaugurar una línea de trabajo para la prevención, abordaje y acompañamiento en situaciones de violencia de género con una perspectiva comunitaria. Casa Comunidad se convirtió en una herramienta estratégica para el EO, hasta constituirse en lo que es hoy: una organización autónoma, con sus propias dinámicas y procesos de construcción colectiva.
La salida es comunitaria
Desde 2016, “la casa”, como le dicen las compañeras feministas, se transformó en un hogar para mujeres que, con sus hijxs, necesitan salir de situaciones de violencia que tienen como encuadre estar en una vivienda con acceso del agresor. El apoyo de la casa trasciende lo habitacional: cuenta con asistencia psicológica, asesoría legal, y promueve los vínculos entre mujeres en el desarrollo de talleres productivos, los que a la vez se convierten en una iniciativa de economía feminista, atenta a las necesidades e intereses de cada compañera que llega.
“Estamos convencidas de que la salida no es individual. Para salir de las situaciones de violencia, el tejido de redes y la comunidad tienen una importancia central”, enfatiza Anabella. Desde esta mirada, surgió el sello distintivo de CC: la formación y construcción en territorio de lo que hoy nombran como Autodefensas Comunitarias.
Redes feministas
Rocío recuerda los inicios. Destaca que las redes entre mujeres surgieron de una manera muy natural y colaboraron para que el proyecto se consolide. “Conocimos al Fondo de Mujeres del Sur (FMS) por un grupo de compañeras de barrio Maldonado. Cuando empezamos a armar la casa nos invitaron a presentarnos a la convocatoria de Redes y Alianzas Libres de Violencias – REDAL”, cuenta. REDAL es el programa más antiguo del FMS, que apoya a las defensoras de primera línea y a organizaciones de mujeres que enfrentan múltiples opresiones. “Desde entonces, nos acompañan de muchas maneras”, resume Rocío.
El aporte del FMS no lo mide solo en términos financieros. Rocío destaca la importancia que tuvo para la casa ser parte de REDAL: “Fuimos tejiendo redes con otras organizaciones, que también son copartes del FMS. Nos encontramos en espacios de formación, nos ayudamos en difundir lo que hacemos, circulamos información sobre convocatorias o nos asistimos en recaudación de fondos. Ser coparte nos puso también en contacto con otras mujeres que colaboran con nosotras, como las chicas de Editorial Inguz, que donan un porcentaje de la venta de libros para la casa”.
Estos cruces son de una importancia central para consolidar proyectos y maneras de trabajar. Suceden en un espacio, muchas veces con un objetivo, pero disparan y potencian procesos de aprendizaje que para las compañeras de la casa es difícil medir. “Nos hacen sentir que lo que hacemos es valorado por otras compañeras y que tenemos un importante respaldo. La sororidad misma”, define Rocío.
Casa Comunidad se sostiene, principalmente, con la autogestión y el trabajo voluntario. Reciben donaciones a través de campañas de recaudación de fondos, y el EO contribuye a sostener el alquiler del inmueble que aloja a la casa. También, reciben aportes de diversos organismos, que financian proyectos específicos.
El Fondo de Mujeres del Sur fue acompañando el devenir de la casa desde 2018. Un respaldo atento a las dinámicas de trabajo de las mujeres, basadas en una constante apertura, revisión y escucha de los territorios para encontrar nuevas maneras de combatir las violencias de género.
En 2018, a través del programa REDAL, el FMS financió el proyecto de Promotoras Territoriales contra la Violencia de Género; en 2019, la Escuela de Formación para Acompañantes Territoriales de No Violencia, y, en 2020, acompaña a Casa Comunidad en el proyecto de creación de espacios de Autodefensas Comunitarias en los barrios.
Casa Comunidad promueve la descentralización de las herramientas que van diseñando para combatir las violencias. Un proceso de acompañamiento en los barrios para que las vecinas y vecinos le den una continuidad real a la prevención y erradicación de violencias de género con el objetivo de que se transforme en un hacer comunitario cotidiano.
“Estos proyectos nos permitieron dar a conocer la herramienta de Casa Comunidad en los territorios. Cada promotora elaboró una propuesta de trabajo para su espacio y puso en la agenda del barrio la cuestión de género. Este año, apuntamos a armar equipos de acompañamiento y autodefensas comunitarias por zonas y en vínculo con los espacios de trabajo de las organizaciones barriales”, cuenta Rocío.
Anabella está convencida de que, ante una situación de violencia, se da un movimiento individual y colectivo. “Es indispensable que en los territorios las comunidades se hagan cargo colectivamente de defender a las mujeres porque nadie lo hará si no lo hacemos nosotras, y entre todas. Necesitamos generar herramientas que nos cuiden”, resume.
Autogestión y economía feminista
Norma tiene 40 años. Todas la nombran como un bastión en lo que respecta a proyectos productivos. “Luego de estar un tiempo en la casa, quise compartir lo que sabía: la elaboración de conservas. Con otras compañeras, empezamos a producir y se generó lo que hoy se conoce como el Taller de producción de conservas”, relata. A ese taller le siguieron dos más: Taller de aprendizaje y producción textil y Taller de cocina con servicio de viandas. Cada emprendimiento surgió de las mujeres que llegaban a la casa quienes, atentas a su situación, propusieron salidas basadas en proyectos colectivos de autogestión económica.
Casa Comunidad tomó la inquietud e inauguraron una nueva línea de trabajo para combatir una de las violencias estructurales de la sociedad patriarcal: la violencia económica.
“La autonomía económica es un eje central para enfrentar y salir de la violencia. Muchas personas siguen junto al agresor porque dependen económicamente y las identidades disidentes no son contempladas en la empleabilidad formal. Esta situación desemboca en violencias como la exclusión social”, explica Rocío.
¡Actívate, Hermana! es una iniciativa complementaria del FMS que propicia la filantropía feminista, apuntando a fortalecer la sostenibilidad de las organizaciones de mujeres a lo largo del tiempo. Desde 2020, apoya al proyecto de Casa Comunidad.
“Las compañeras del FMS nos ayudaron a adquirir equipamiento para consolidar los talleres productivos y pensar en una Escuela de Oficios Feminista. Este apoyo permite impulsar la dimensión productiva y generar ingresos para las compañeras que atravesaron o atraviesan situaciones concretas de violencia económica”, relata Rocío.
Norma y Andrea están convencidas de que los talleres productivos impactan en aspectos transversales. Lo registran en el cuerpo. Conocen la transformación que sintieron ellas y muchas compañeras al habitar ese espacio. La inquietud, que nace primero como una necesidad económica, termina modificando aspectos de la vida cotidiana de las mujeres: la autoestima, la autopercepción del género, la construcción de confianza y la posibilidad de trazar un horizonte con mayor libertad y autonomía.
“El espacio se fue transformando. Mientras hacemos conservas, surgen temas que nos preocupan y tratamos de encontrar soluciones juntas. En el taller, por ejemplo, surgió la necesidad de tener una línea de trabajo orientada a las disidencias. Hoy articulamos con la Casa de Varones Trans, que es una fuente de apoyo muy grande para nosotras y para educar a nuestras hijas e hijos con mayor libertad”, cuenta Norma.
La empatía, la posibilidad de nombrar a lo que se carga en la memoria y el cuerpo, el aprendizaje continuo de no juzgar, el movimiento y la apertura para desmontar las violencias cotidianas de las que se es parte; la necesidad de escuchar a las generaciones más jóvenes, a las compañeras, como pares; la posibilidad de soñar un futuro más libre y amable, más justo. Sería imposible nombrar los aprendizajes y vivencias que asocian las mujeres a la casa. A veces, como dice Anabella, o como refieren Norma o Andrea, se trata de movimientos invisibles que, de un día para el otro, se potencian en la práctica. Y cuando eso sucede, soñar con un mundo mejor deja de ser una utopía y se transforma en un deseo posible.
* Madre feminista. Periodista, escritora y realizadora audiovisual.
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