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El hombre, ese animal metafísico

Raúl Prada Alcoreza :: 08.11.20

No hablamos del ser humano, que es una complejidad en el devenir de la vida, tampoco nombramos a la mujer, que ha sido subordinada a la imagen universal del hombre, en las condiciones históricas de los patriarcados. Hablamos de esa figura dominante, que se ha convertido en la representación del ser humano; por lo tanto, también de la mujer. Usurpando al ser humano y a la mujer sus propias formas de expresión, abundantes, proliferantes y desmesuradas, respecto a la representación restringida, circunscrita y abstracta del dominio del hombre. Hablamos entonces del hombre.

El hombre, ese animal metafísico

Raúl Prada Alcoreza

 El hombre

 

No hablamos del ser humano, que es una complejidad en el devenir de la vida, tampoco nombramos a la mujer, que ha sido subordinada a la imagen universal del hombre, en las condiciones históricas de los patriarcados. Hablamos de esa figura dominante, que se ha convertido en la representación del ser humano; por lo tanto, también de la mujer. Usurpando al ser humano y a la mujer sus propias formas de expresión, abundantes, proliferantes y desmesuradas, respecto a la representación restringida, circunscrita y abstracta del dominio del hombre. Hablamos entonces del hombre.

 

Cuando hablamos del hombre no hablamos, ciertamente, en singular; si fuese así, hablaríamos en plural, de los hombres. Hablamos entonces en universal, del hombre como representación humana de la modernidad y de la humanidad en la modernidad.  El perfil hombre se ha tragado todos los otros perfiles. Somos todos y todas las singularidades del hombre, como si este universal se realizara y manifestara de diversas maneras y formas en cada uno, en cada una. Ser hombre, es decir, humano asumido por el paradigma hombre de la modernidad, es ser deducido en su particularidad desde el universal del paradigma. Es como si existiésemos por manifestación del paradigma, por realización del universal. Esta racionalidad deductiva sólo reconoce en nosotros lo que hay en nosotros de universal.

 

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Esta fuera lo que no es universal, queda en la sombra, en la oscuridad; no es reconocida como existencia legitima. Lo mismo pasa con las culturas, usando un concepto, el de cultura, discutible, para mantener las comparaciones; sólo es reconocido de ellas lo reconocible desde el universal cultura, visto desde la perspectiva de la modernidad. Lo demás es desechado como incongruencias inexplicables. Hablando de la mujer, esa categoría de género, opuesta y complementaria al hombre, sólo se reconoce de ella lo que se deduce del universal hombre; lo demás es desterrado al mundo de las pasiones, al ámbito del irracionalismo, incluso a lo parecido a la animalidad. Esto es importante en cuanto tiene que ver con los derechos. Se reconocen derechos, la extensión de los derechos humanos, civiles y políticos, a las diferencias de género, en la medida que tienen que ver con el universal derecho humano, que no es otra cosa que derechos del hombre. Lo demás es descalificado fuera del ámbito de los derechos, inclusive catalogado como violencia y perversión.

¿Qué es entonces este universal hombre? Un concepto universal no solamente es el resultado de la generalización de casos, es también la invención de la esencia, la invención de la sustancia; por cierto, esencia y sustancia metafísicas. Ocurre como si el concepto en su universalización, no sólo en su racionalización, es decir, en su estructuración categorial, sino como dominio y campo de dominio, como absorción de todo lo existente, de la materialidad vital de lo existente, convirtiendo lo existente, como en un agujero negro abstracto, en el abismo de su desaparición. Lo existente termina siendo sólo válido en cuanto se presenta conceptualmente. Existe solo en la medida que es concepto. El concepto hombre es uno de estos conceptos, resultado de este agujero negro de la abstracción, de la universalización, de la dominación, perpetradas desde un centro imaginario, que efectúa una gravitación de sentido, haciendo orbitar, rigiendo las órbitas, de todo lo que gira a su alrededor.

El concepto hombre es este centro imaginario, centro que constituye su sistema de órbitas. Como centro imaginario es un ideal a alcanzar; empero, paradójicamente, también se presenta como el origen de todo lo social. Origen y telos, fin, de lo social, racionalizado instrumentalmente. El sentido hombre, como universal, atribuye su sentido, en su sistema social, a todo su entorno, a todas sus orbitas, que rige. Entonces el sistema adquiere coherencia, pues se trata, primero, de la irradiación de sentido desde el centro, segundo, de la ratificación, la afirmación del sentido, cuando las recepciones devuelven el sentido, en retribución. Este es el orden de sentido en la modernidad, dominada por la figura universal del hombre.

 

Que en las distintas formaciones económico-sociales del sistema-mundo capitalista este orden, este ordenamiento, haya adquirido tonalidades y connotaciones distintas, se debe a todo un proceso de adecuaciones, que marchan hacia la homogeneización y homologación absolutas, aunque estos absolutos sean ideales y no se los alcance. El dominio del concepto hombre es imperial, por lo tanto, globalizante. En el camino se puede mimetizar, sincretizar, combinar, con otros residuos imaginarios y simbólicos, provenientes de las culturas; empero, se efectúa este mimetismo, este sincretismo, como parte del proceso de absorción, también, en contraste, de irradiación iluminista. Todo esto forma parte del impacto de la irradiación, de la expansión, que no es otra cosa, en las analogías históricas, de la historia de las sociedades y de la historia de las ideas, de la conquista y la colonización de los cuerpos.

El concepto hombre, forma parte de lo que hemos llamado la economía política generalizada, en tanto economía política abstracta, de formación de las representaciones. El concepto hombre se logra por vaciamiento de las corporeidades vitales, existentes efectivamente, por vaciamiento de lo que llama el racionalismo instrumental naturaleza, es decir, animalidad, donde entra catalogada la mujer, en el umbral de los bordes y las fronteras conceptuales. Una vez limpiada, vaciada de contenidos anómalos, la mujer ingresa y se inicia como parte de la composición del concepto hombre.

Los demás hombres, ahora hablando en singular, por lo tanto desde la pluralidad, cuando todavía no son el hombre universal, deben pasar por lo mismo, por su vaciamiento de las impurezas, de las anomalías salvajes, de las corporeidades exóticas, de todo lo que se emparenta con lo bárbaro y se aproxima a la animalidad. Una vez limpios, vaciados, ingresan a formar parte del concepto universal hombre.

La naturaleza, concepto universal moderno, que separa naturaleza de cultural, naturaleza de civilización, naturaleza de sociedad humana, no ingresa a formar parte del concepto hombre, aunque también es vaciada de contenidos, de corporeidades vitales; este es el límite del concepto hombre. Lo que viene a ser naturaleza queda en el umbral, forma parte de un ámbito anexo y conexo, ámbito, por cierto abstracto, de conceptos relativos al conocimiento, a la ciencia, a la filosofía. La naturaleza es el espacio de dominio del hombre; por lo tanto, de todas y todos los que han llegado a ser hombre o, si se quiere, humanos, en el sentido irradiado y estructurado por el concepto hombre.

 

Es cierto que el humanismo, en el renacimiento, es una rebelión contra los dispositivos represivos e inhibidores de la iglesia, rebelión estética que emancipa los sentidos, las sensaciones; emancipación que abre el camino  suelto y ligero, inventivo de la razón, que forma parte componente de la percepción. Con esto reconocemos que el humanismo del renacimiento, lejos de ser vaciador, despojo y desposesión, es vital, un acontecimiento de revolución cultural, que libera fuerzas. El problema es que después, no solo la contrarreforma, sino el colonialismo, la edificación mundial del sistema-mundo capitalista, limitan los logros del humanismo del renacimiento, sino los tira por la borda o, en su caso perverso, los adultera, los sustituye por imitaciones grotescas. De la explosión cultural, que es el renacimiento, que se vuelve a expresar en el renacimiento indígena, en el primer transcurso de la modernidad barroca, como lo describe y expone Serge Gruzinski[1], explosión cultural emancipadora, integral y moderna, en el sentido de modernidad liberalizadora, se deriva en una contención del humanismo, deriva en limitación, desarticulación, sustitución por las imitaciones de la modernidad restrictiva, dominante y colonial.

La crítica del concepto hombre, del concepto de humanidad estructurado sobre la base de este centro imaginario, el concepto hombre, la crítica del humanismo contemporáneo, hipóstasis vulgar, restrictiva y reprimida,  respecto de la explosión humanista del renacimiento, no va en contra del humanismo estético renacentista, todo lo contrario.  Reconocer este humanismo renacentista, europeo e indígena, convertirlo en parte de nuestras herencias, en las luchas emancipadoras y libertarias, es precisamente abordar la crítica de la dominación patriarcal del concepto hombre.

[1] Ver de Serge Gruzinski Las cuatro partes del mundo. Historia de una mundialización. Fondo de Cultura Económica 2010; México.  Del mismo autor también revisar El pensamiento mestizo.

 


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