La ofensiva que el presidente etíope lanzó el miércoles pasado contra Tigray, región meridional que había convocado elecciones desafiando al gobierno federal, implica una escalada de tensión en la zona que amenaza con tener efectos en el resto del país, y despierta las alertas en un inestable Cuerno de África.
Federal, esa es la estructura del estado etíope. La antigua Abisinia se rige por un sistema de kililoch, compuesto de diez regiones o estados y dos ciudades con gran autonomía. Divisiones geográficas que coinciden, en gran medida, con delimitaciones étnicas. Se trata de una organización político administrativa incluida en la nueva Constitución aprobada tras la descomposición de la República Democrática Popular de Etiopía, un proyecto socialista de país, liderado por Mengistu Haile Mariam. Un sistema al que le resulta difícil sobrevivir, tensionado desde sus inicios por reivindicaciones nacionalistas históricas.
Tigray, la región más meridional de Etiopía, que limita con Eritrea, fue fundada en 1995. Hoy está bajo ataque del gobierno de Addis Abeba. Ayer domingo el presidente Abiy Ahmed acusaba en la televisión a esta región poderosa del Norte de estar preparándose para enfrentar militarmente al gobierno federal desde 2018. Para ello, afirmó, la región habría desviado fondos para el desarrollo con el fin de adquirir armamento pesado. Mientras el conflicto escala, el mandatario cambió ayer mismo la cúpula militar situando al frente del ejército a cargos favorables a la intervención armada, ante una guerra que no cuenta con el respaldo de gran parte de la población y genera gran inquietud. El sábado, el Parlamento federal dio por disuelto el gobierno rebelde e involucró a Amhara, otra de las regiones del país, en la contienda.
Así ha llegado el gobierno de Abiy Ahmed, al segundo año de su mandato, un año despues de ganar el nobel de la paz en 2019, tras introducir reformas democráticas en un régimen marcadamente autoritario y haber logrado normalizar las relaciones con Eritrea, país que se independizó en 1993 tras un referéndum, pero con el que Etiopía mantuvo tensiones por las fronteras que se convirtiera en guerra entre 1998 y 2000.
Sin embargo, 20 años después de que finalizara la guerra con Eritrea, el nobel de la paz, ha entrado en guerra con Tigray, que sin ser el estado más grande y poblado —la etnia Tigriña supone solo un 5% de una población de 109 millones de personas, es una de las más influyentes, ocupando los espacios de poder y liderando el gobierno federal desde la caída de Mengistu hasta la llegada del propio Ahmed, de etnia Oromo, al gobierno.
20 años después de que finalizara la guerra con Eritrea, Abiy Ahmed, nobel de la paz en 2019, ha entrado en guerra con Tigray, región del Norte que ha desafíado la decisión de posponer todas las elecciones por la pandemia
“Nuestro país ha entrado en una guerra que no había previsto”, declaraba el pasado 5 de noviembre el número dos del Estado Mayor del Ejército etíope. Desde Tigray se reportaba un primer bombardeo contra un implejo militar de Mekele, capital de la región. El conflicto escalaba después de que el gobierno acusara a Tigray de atacar una base militar federal.
Las tensiones, sin embargo, remontan al mes de septiembre, después de que Trigay desoyese la decisión que el gobierno tomara en marzo de aplazar todas las elecciones debido al covid19, elecciones que debían haber tenido lugar en agosto. Tras las elecciones en Tigray, el Parlamento federal votó no financiar al partido vencedor sino hacer llegar los recursos correspondientes a los partidos locales.
Tigray resiente además una sensación de aislamiento como consecuencia de las limitaciones de movimiento impuestas a raíz de la pandemia, en el marco de un estado de alarma que ya dura seis meses. El corte de internet y luz dificulta además saber cuál es la verdadera situación en la zona aunque ayer diversas organizaciones hablaban de numerosas víctimas en ambos bandos.
Tras la escalada, gobierno federal y regional se consideran mutuamente ilegítimos. Como región más cercana a Eritrea —estado con el que no guarda buenas relaciones— Tigray cuenta con infraestructura militar y parte del ejército federal es de etnia tigriña. Etiopía en general, dispone de un ejército bien armado, producto de la cooperación con EEUU.
El presidente de la región Tigray Debretsion Gebremichael, lidera también el Frente de Liberación Popular de Tigray, formación que monopolizó el poder federal en los últimos 30 años de la mano de partidos nacionalistas hermanos, interrumpiendo, por su parte, la hegemonóa Amhara. Este partido, que formaba parte de la coalición que llevó a Ahmed al poder en 2018, fue el único que se separó del presidente cuando este decidió formar el Prosperity Party —con el que se presentará en las elecciones de 2021— abandonando el gobierno de coalición el pasado año, por considerarse cada vez más apartado del poder.
Ahmed alcanzó la presidencia con un discurso de unidad, presentando un perfil pacificador, y asumió este rol no solo con Eritrea, si no también ejerciendo de mediador en la transición política sudanesa, país vecino que clausuraba, en 2019, 30 años de régimen tras una prolongada revuelta social. Además, a su llegada al gobierno, liberó cientos de presos políticos e intentó sacar adelante algunas iniciativas simbólicas: desde una reforma en la universidad con el objetivo de propiciar la convivencia interétnica, a un Parque de la Unidad que rescatase los símbolos de las distintas identidades que componen el país. Las cosas no le salieron bien.
A finales de 2019 se daba la alerta de que muchos universitarios estaban dejando los campus como consecuencia de la violencia. El proyecto de movilizar a estudiantes fuera de sus estados para promover el encuentro entre etnias, generó fuertes tensiones entre jóvenes que por primera vez compartían espacio con personas de otros pueblos, la desproporción entre los jóvenes nativos que estudiaban en las universidades y los pocos que venían de otras regiones, motivaron enfrentamientos que en algunas ocasiones acabaron con víctimas mortales.
En una escala más simbólica, el Parque de la Unidad, generó una gran polémica al reivindicar al emperador Menelik II, heredero de la dinastía Salomónica que entre 1889 y 1913 gobernó el país anexionando las regiones que componen la Etiopía actual, un proceso que implicó la muerte de millones de personas, entre ellas gran parte del pueblo Oromo, etnia a la que pertenece el presidente actual, y que identifica al emperador, de origen Amhara, como un colonizador apoyado por las potencias europeas.
La difícil convivencia entre etnias con una gran memoria de agravios y conflictos, que han encontrado en figuras mediáticas y redes sociales, un campo fértil a la exacerbación y polarización
Lejos de tratarse de tensiones pretéritas, los incidentes interétnicos han dejado numerosas víctimas en los últimos meses. El pasado 1 de noviembre más de 50 Amhara murieron en un ataque, se sospecha que a manos de un grupo armado Oromo. Las organizaciones denuncian que el gobierno no habría intervenido a tiempo para proteger a las víctimas. Por otro lado aún están recientes los disturbios de principio de verano, cuando el asesinato del cantante popular Oromo Hachalu Hundessa, derivó en masivas protestas cuya represión dejó más de un centenar de muertos.
Más allá de la difícil convivencia entre etnias con una gran memoria de agravios y conflictos, que han encontrado en figuras mediáticas y redes sociales, un campo fértil a la exacerbación y polarización, Ahmed ha sido acusado de caer en su propia deriva autoritaria llenando de nuevo las cárceles de presos políticos.
Por último, la escalada bélica con Tigray amenaza la unidad de todo el estado, temiéndose que otras regiones reclamen su propia independencia conduciendo el país hacia la fragmentación. El lugar estratégico que ocupa Etiopía en la región no ayuda a que sus problemas se puedan dirimir sin injerencias externas. Addis Abeba es una de las principales aliadas de EEUU en el cuerno de África, y cumple un rol esencial en la persecución del Yihadismo en Somalia, por otro lado limita con Yibuti, un estado-enclave repleno de bases militares occidentales y aunque no tiene salida al mar desde la secesión de Eritrea, está a pocos kilómetros del Mar Rojo y el Golfo de Adén, zonas estratégicas —y tensas— de tráfico comercial.