Me clasificaron entre quienes circulan teorías de la conspiración. Es extraño. Me referí a agentes que actúan a la vista de todos: la industria farmacéutica, el sistema de salud, la Organización Mundial de la Salud, los gobiernos, las corporaciones… sus intereses no son los de la gente, aunque pretendan lo contrario. ¿Por qué negar la evidencia abrumadora sobre su comportamiento inmoral? No son conspiradores. Su inmoralidad irresponsable es enteramente pública y se ha vuelto cínica.
Se agravan mundialmente ciertas condiciones crónicas: obesidad, diabetes, desnutrición, enfermedades cardiovasculares y otros males. Según The Lancet, la más prestigiada revista médico-científica, todo eso forma una sindemia, por su aparición simultánea y general.
Desde 2019 la revista exige que atendamos su causa común: el modo de vida que se nos ha impuesto, asociado al colapso climático, la contaminación industrial, los alimentos chatarra, empleos bajo condiciones atroces, transporte interminable, todo lo demás.
El virus del Covid-19 llegó sólo como golpe de gracia, en esa condición desastrosa creada por el sistema dominante. Al separarlo de las cuestiones de fondo y presentarlo como una amenaza externa, se le ha empleado como cortina de humo para garantizar que continúe la depredación interminable de ese sistema. Se aprovechó la sumisión pasiva y obediente a instrucciones insensatas, causada por la campaña de miedo, para proseguir y hasta acelerar los megaproyectos destructivos y nuevas formas de opresión.
Quizá logremos, un día, demostrar que el confinamiento causó más daños a la vida personal y colectiva que todos los atribuidos al virus. Que las políticas en curso no salvan vidas
ni cuidan la salud
. Que la obscena contabilidad cotidiana de cuerpos contribuye a nuestra metamorfosis grotesca en piezas homogéneas de algoritmos, para acelerar el establecimiento de la sociedad de control que facilite mayor destrucción y explotación.
Es hora de juntarnos y detener esta locura. Con quienes tengamos cerca. Vecinas y vecinos del edificio que habitamos o de la calle en que vivimos; amigas y amigos cercanos. Alrededor de una mesa, en un jardín o en una calle. Podemos usar cubrebocas y mantener distancia, para cuidarnos de ese virus tan contagioso. Pero de ésta sólo saldremos si nos organizamos.
Revisemos, ante todo, cómo se forma nuestra comida, qué llevamos a nuestro cuerpo. Veamos juntas y juntos qué podemos cultivar en el lugar donde estamos. Nos sorprenderá, acaso, descubrir la gran cantidad y variedad de hortalizas y otras plantas, algunas medicinales, que podemos producir en casa. Algún contacto o el amigo de un amigo nos permitirá arreglarnos con grupos campesinos que nos abastezcan de todo lo que no podemos producir en nuestros hogares, en nuestro lugar. Y podremos tener al fin comida sana suficiente. Oiremos, acaso, la historia de las ollas populares en ciudades chilenas, donde no sólo hacen intercambios de lo que producen, sino que lo comparten con quienes nada tienen para llevarse algo a la boca.
Veríamos en seguida lo que nos enferma. Y exploraríamos, juntas y juntos, cómo sanar con empeños autónomos, con prácticas más sanas de vida, con remedios tradicionales, con lo que recomiendan tías y abuelas que todas y todos tenemos, con las sanadoras que alguien conoce. No habría fundamentalismos. Podríamos recurrir a medicamentos contemporáneos. Y hasta localizaríamos a algún médico honesto que nos dijera en voz baja cuáles no hacen daño… Nos ocuparíamos bien de las enfermedades transmisibles, sin disimular tras de ellas lo más importante.
Nuestra mirada estará en lo esencial: desmantelar el patrón de vida que destruye a la madre Tierra, genera las llamadas pandemias
y desgarra el tejido social. Desafiaremos con buenos fundamentos a la ciencia
tras de la cual se refugian los políticos, mostrando sus limitaciones e incapacidades. Recuperaremos saberes subyugados y descalificados, que hoy demuestran su inmensa utilidad. Aprenderemos de los pueblos originarios, que han sabido conservar y proteger sabiduría de miles de años que hoy necesitamos como nunca.
Se irá formando entre nosotras y nosotros el espíritu comunal, en la convivialidad vernácula. En vez de consumismo buscaremos suficiencia: que todas y todos tengamos cuanto haga falta para tener una vida digna y satisfactoria… pero nada más. Suprimiremos toda jerarquía: no dejaremos que reine de nuevo el espíritu patriarcal y su evangelio de la muerte. Cuidaremos la vida, no sólo la nuestra, para construir otra manera de vivir.
¡Basta ya! En vez de predicar lo que ha de hacerse, podemos documentar y compartir lo que muchos pueblos y millones de personas están haciendo, para evitar el abismo al que nos han estado conduciendo.