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Desde Venezuela: Hasta siempre, Eligio

Santiago Arconada Rodríguez :: 20.11.20

Su histórico perolito sigue sonando en los corazones de quienes seguimos luchando para recuperar el proceso bolivariano de las garras de la corrupción.

Hasta siempre, Eligio

El pasado jueves cinco de noviembre falleció Eligio Méndez, a quien muchos conocíamos por el apodo que se ganó en su vida de militante: Perolito.

La razón de su apodo no era un chiste. Era muy frecuente ver a Eligio con un perolito pidiendo solidaridad para sostener la lucha en los innumerables conflictos en los que se involucró directa o indirectamente a lo largo de su vida de luchador social, de constructor de la fuerza liberadora del pueblo contra la dominación.

La vida nos encontró en la década de los años setenta, en esa entrañable escuela de formación política que fue la Unión de Trabajadores de la Industria Textil y de la Confección del Dtto. Federal y Edo. Miranda (UTIT), el sindicato en el que militamos ardorosamente y en el que echamos los cimientos de nuestra amistad nunca exenta de contradicciones y conflictos, pues pertenecíamos a organizaciones políticas diferentes que, siguiendo la tradición de la izquierda, siempre andaban peleándose. A nosotros nos unía el hecho de vivir en nuestro querido barrio Santa Ana.

Años más tarde, Eligio trabajó en la UCV durante el histórico rectorado del Dr. Luis Fuenmayor Toro, lo que constituyó una experiencia política de primer orden, en la que profundizó su proceso de formación como revolucionario.

 

En el primer lustro de la década de los noventa, la vida nos volvió a juntar en el impulso de las tareas del gobierno municipal de Aristóbulo Istúriz en la parroquia Antímano, ocasión ésta que puso a prueba sus cualidades de organizador popular en las que siempre se destacó.

Tras el triunfo electoral de Hugo Chávez en diciembre de 1998, el proceso bolivariano ocupó totalmente su existencia. Fue durante esos años siguientes cuando demostró en todos los ámbitos, en todas las circunstancias la madera de la que estaba hecho y la persona que había labrado a lo largo de décadas de incesante lucha. Jovial, animoso, sonriente siempre, daba gusto encontrarse con Eligio a la puerta de su sempiterna base de operaciones, la Escuela Básica Nacional “Miguel Otero Silva”.

La anécdota con la que cierro mi homenaje a su vida, y que tras su fallecimiento me siento con el derecho a hacer pública, ocurrió a mediados del año 2015. Bajaba de mi casa hacia la Av. Intercomunal de Antímano por la calle principal de Santa Ana cuando vi a Eligio a la puerta de la “Miguel Otero Silva”. Me paré a saludarlo y él, tras contestar mi saludo, me pidió que le diera la cola hasta la avenida pues iba a comprar la prensa que luego comentaría a su audiencia ya que él tenía un programa en la Radio Comunitaria “Senderos de Antímano”. Se montó en el jeep y comenzamos a conversar.

Eligio me dijo que quería aprovechar la ocasión para contarme algo que lo tenía mal y que no podía compartir con cualquiera, que necesitaba desahogarse. Rápidamente me refirió que a un hijo suyo lo habían postulado para un trabajo de vigilancia y fiscalización en el Ministerio del Poder Popular para la Alimentación, pues eran demasiadas las denuncias de desvío de gandolas cargadas de alimentos. Era el año en que apareció el “bachaqueo”. Me dijo que su hijo había aceptado el reto y que, con sus amigos motorizados del barrio, había organizado una férrea escolta de las gandolas que salían de los centros de acopío a los distintos lugares de distribución y venta al público. Según Eligio todo iba bien y la fiscalización motorizada que había organizado su hijo estaba dando resultados positivos hasta que “los generales”, y Eligio bajó un poco la voz al decirlo y al repetírmelo, sí, “los generales”, me reafirmó, le hicieron llegar a su hijo el mensaje que lo tenía indignado, decepcionado y humillado: “O renuncias o te mueres” le hicieron saber “los generales” a su hijo. El muchacho prefirió vivir y renunció.

No sé cuál fue la enfermedad que le quitó la vida, pero no me cabe duda que la inmensa tristeza que le produjo que a su hijo, esos “generales” lo hubieran amenazado de esa forma, en el seno de la revolución por la que había luchado toda su vida, contribuyó decisivamente a minar su salud.

Su histórico perolito sigue sonando en los corazones de quienes seguimos luchando para recuperar el proceso bolivariano de las garras de la corrupción.


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