Hasta hace pocos años atrás era predominante en el pueblo la idea de que la clase obrera podía dirigir el estado pues podían administrar el capitalismo debido a que la clase ponía la mano de obra que sustentaba el modo de producción. Sin embargo, en los estados socialistas la administración del estado y del capitalismo que lo sustenta nunca fue asumida por los obreros, sino por las directivas de los partidos que decían representarlos –seguidos por su tropa de fieles prosélitos bien adoctrinados-, que se constituyeron en nueva burguesía como demostró Cornelius Castoriadis el gran intelectual que abandonó el Partido Comunista griego para desarrollar las ideas de la autonomía.
El desarrollo tecnológico llevó a que las fábricas, minas y puertos que funcionaban con 50 mil obreros, ahora funcionaran como con 10 mil, cinco mil y hasta con 50 funcionarios llamados también operadores. Llega el nuevo liberalismo –llamado neoliberalismo- que necesita vender más aumentando las capas de consumo y las facilidades de asumir deudas, o sea más mercado, más facilidades y menos trabas de los estados para asegurar el proceso de acumulación de ganancias, lo que lleva al uso mayor de las tecnologías físicas, químicas, biológicas y cibernéticas hacia la intervención y destrucción de la naturaleza con nuevas y extensas invasiones, despojos territoriales, incendios, plagas y más hasta llegar a la situación actual de pandemia, lo que va actualizando el papel de colonización y re-colonización permanente de los estados y sus ejércitos haciendo crecer las ciudades en forma extraordinaria y calamitosa.
La destrucción y graves alteraciones de la naturaleza, la madre tierra, las aguas, el clima, los animales, vegetales y alimentos, han generado una situación tan precaria que los virus llegan hasta paralizar y generar cambios drásticos en la humanidad completa. El sentido del aislamiento, la exclusión y la marginalidad llegan a la mayor parte de la sociedad generando nuevas subjetividades, nuevos modos de pensar, de entenderse a sí mismos y actuar en tanto procesos iniciales como monos enjaulados que tardan en usar la puerta abierta una vez liberados para escapar de vuelta a la selva. Hay una total falta de libertad que ha empujado a la población a aprender a sobrevivir transgrediendo el marco legal y ético cautelado por las jaurías vigilantes del estado. Hay una enorme dificultad en los sectores medios integrados o acogidos por el sistema debido a que manejan instrumentos necesarios para el poder y el control, como las profesiones, la propiedad de las pequeñas cosas y objetos que producen la sensación de ser y estar presentes bien parados en este mundo y abrazados por la diosa fortuna, y la distancia artificial (que se transforma en valórica y comportamental) con “el lumpen”, los flaites, que entremezclados con mapuche, peruanos y haitianos, son feos, hediondos y espantosos para los delicados olfatos acostumbrados a los buenos perfumes que sacan gemidos de placer entre las cuicas.
Esos rotos mal educados son los que salieron por millones en el estallido rompiendo semáforos, vitrinas y demás espacios del consumismo de la gente linda que se lamentó del vandalismo y del terrorismo de esos delincuentes que amenazaron gravemente su tranquila forma de vida aferrados a esos títulos universitarios, sus pequeñas propiedades y sus escrúpulos del pobre sucio, mal vestido y para colmo con mal olor.
Los partidos políticos que saben que ahí están los votos, en los sectores medios, pues el roterío ya no traga ruedas de carreta, quieren hacernos creer que aumentando de 20 a 120 los derechos del pueblo en la constitución todo quedará bien, ante los movimientos de cabeza y gestos afirmativos de los empresarios y los militares que se soban las manos con el astuto pacto de la partidocracia.
Algo nuevo está sucediendo en el pueblo: Ese estallido sorprendente que marcó el fin de una época y el comienzo de otra, el resultado del plebiscito con la mitad de la población en edad de votar dando la espalda al plan de la partidocracia, y los cientos y miles de personas en los barrios populares que levantan las ollas comunes, las huertas comunitarias, juegos de niños y más dinámicas barriales que no parecen ser influidas por el cerco disciplinario de la cuarentena establecida por la pandemia.
Tres aspectos de una nueva subjetividad, nuevas ideas y nuevas esperanzas asentadas en el protagonismo social y el distanciamiento práctico de las redes mercantiles capitalistas y las redes estatales, lugar donde puede instalarse una nueva sociedad si se persiste y se multiplican las actividades de aprendizaje de la administración propia del barrio, y si los sectores éticos, ecologistas, feministas y honestos de los barrios medios logran distanciarse de los cantos de sirena de los partidos que aspiran a la toma del poder allá arriba despreciando la democracia directa de las actividades barriales. Eso no es fácil pues allí se instalan con fuerza los sentimientos de la propiedad, del progreso personal, del status adquirido con la formación universitaria, etc y hacen nata los partidos progresistas que ofrecen “cambios” desde las posiciones de confort alcanzadas, por lo que están en el medio de la subjetividad popular transformadora y autoconstituyente y la maraña de los partidos que ofrecen un abigarrado menú de posibilidades por si alguna le toca el punto débil a esa población, que siendo menor, es usada por el sistema como colchón protector de la furia e iniciativas del pueblo, de allí que son un sector a ganar mediante nuestra práctica transformadora sistemática y no mediante discursos o conceptos, pues para cada discurso nuestro, ellos tienen sus diccionarios y enciplopedias de donde sacan 20 discursos diferentes y terminan emborrachando la perdiz.
A los discursos, promesas y mentiras oponemos la práctica transformadora, que es lo mismo que hace el poder ofreciendo títulos, propiedades y viajes a los que se entreguen a su voracidad, sin discurso ninguno, no hace falta.
Nuestra tarea no es discutir o proponer, y menos sumar gente para votaciones o una marcha tras la otra, sino cambiar las formas individualistas y egoístas de vivir por el compartir la producción de alimentos, prepararlos y distribuirlos entre todos. La transformación, el cambio y la revolución comienzan por casa, por el barrio y entre los vecinos, pues nunca han sido ni serán tarea de “representantes” que se convierten en burócratas y en agentes del capitalismo.
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