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Aproximaciones conceptuales y metodológicas al estudio de las luchas por la tierra y el territorio en la globalización neoliberal

Rolando Iván Magaña Canul :: 03.12.20

Planteamientos teóricos y metodológicos que permiten acercarnos a la comprensión del ori-gen y las características de las luchas por la defensa de la tierra en Mé-xico y Yucatán en el marco de la globalización neoliberal. Las propues-tas que yo retomo privilegian las transformaciones económicas que acompañan a la globalización en su fase actual, es decir, el neoliberalis-mo y sus formas de acumulación, como claves para explicar el despojo de los recursos naturales colectivos y, por consiguiente, la emergencia de diversos conflictos socioambientales y territoriales. Como veremos, los actores involucrados en estas luchas, lejos de permanecer aislados y rechazar cualquier posibilidad de cambio en sus localidades, se apro-pian de valores globales y de su identidad étnica como una estrategia de resistencia por la supervivencia física y cultural.

Aproximaciones conceptuales y metodológicas al estudio de las luchas por la tierra y el territorio en la globalización neoliberal

Tomado del libro “La defensa de las tierras comunes” de Rolando Iván Magaña Canul

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Introducción

El objetivo de este capítulo es examinar los planteamientos teóricos y metodológicos que permiten acercarnos a la comprensión del ori-gen y las características de las luchas por la defensa de la tierra en Mé-xico y Yucatán en el marco de la globalización neoliberal. Las propues-tas que yo retomo privilegian las transformaciones económicas que acompañan a la globalización en su fase actual, es decir, el neoliberalis-mo y sus formas de acumulación, como claves para explicar el despojo de los recursos naturales colectivos y, por consiguiente, la emergencia de diversos conflictos socioambientales y territoriales. Como veremos, los actores involucrados en estas luchas, lejos de permanecer aislados y rechazar cualquier posibilidad de cambio en sus localidades, se apro-pian de valores globales y de su identidad étnica como una estrategia de resistencia por la supervivencia física y cultural. Con este fin, el ca-pítulo se encuentra dividido en dos partes: una sección teórica y otra metodológica. La primera parte, la teórica, se encuentra divida en tres apartados. Los apartados representan niveles de análisis retomados en la segunda parte, es decir, en la construcción de la metodología.En el primer apartado la globalización se define como un proceso que implica la desterritorialización del capital y la cultura a escala pla-netaria. La globalización, que en este trabajo caracterizamos como neo-liberal, ocurre de manera asimétrica entre regiones y reproduce des-igualdad entre seres humanos. Como veremos, las transformaciones en el modo de producción de la riqueza y el debilitamiento de las estruc-turas de clase en la globalización neoliberal se encuentran vinculadas al surgimiento de diversos conflictos locales por la defensa de los te-rritorios y de la identidad cultural. Yo retomo la propuesta del teórico

42marxista David Harvey (2004) porque ayuda a comprender las luchas indígenas por la tierra más allá de interpretaciones meramente cultu-ralistas o por el reconocimiento de derechos específicos, sino como disputas en contra del capitalismo. Como se explica más adelante, las formas de acumulación en el neoliberalismo, además de la explotación del trabajo asalariado, incluyen la desposesión, la creación de nuevos enclaves de capital y la enajenación de los medios de subsistencia.El segundo apartado se centra en las transformaciones ocasiona-das por la globalización neoliberal en la estructura agraria, así como en el perfil de los actores y en los referentes de las luchas rurales con-temporáneas. Como veremos, a diferencia de las interpretaciones clá-sicas de los conflictos agrarios como expresión de la lucha de clases, el territorio y la identidad étnica ocupan actualmente un papel central. En este sentido, las luchas por el territorio pueden ser vistas como la expresión de formas, muy “Otras”, emergentes de interactuar y sen-tipensar con la tierra que disputan la hegemonía del capitalismo. En el tercer apartado se destaca la manera en que los actores rurales, en alianza con otros sectores organizados de la sociedad, ponen en prác-tica estrategias muy variadas para alcanzar sus objetivos. Entre ellas se remarca el uso estratégico de la identidad étnica. La segunda parte de este capítulo se enfoca en la metodología, en la importancia de la an-tropología colaborativa para el estudio de los movimientos indígenas y en la descripción de las técnicas de investigación utilizadas en las etapas de recolección y análisis de datos.1. Desterritorialización, relocalización, desigualdades y resistencias en la globalización neoliberalLas luchas territoriales se encuentran interrelacionadas con los cam-bios descritos en el concepto de la globalización. La globalización, en sentido amplio, se refiere a una serie de transformaciones económi-cas y culturales. Los fenómenos que generan estas transformaciones no son recientes, pero se han intensificado en las últimas décadas. El aumento de las interconexiones y de los flujos diarios de dinero, mer-cancías, imágenes, información e individuos de un lado del mundo a otro es facilitado por los avances tecnológicos y científicos (Appadu-

43rai, 2001; Beck, 2008 [1998]; Harvey, 1990; Giddens, 1990; Hannerz, 1996; Lash y Urry, 1998; Tsing, 2000; Urry, 2000; Warnier, 2002). Por ejemplo, Appadurai (2001) identifica cinco tipos de flujos globales que se asocian al proceso de desterritorialización y transforman nues-tra percepción de la realidad (el paisaje): los etnopaisajes, atribuidos a la movilidad masiva de personas; los tecnopaisajes, el intercambio tecnológico; los financiapaisajes, constituidos por las transacciones en los circuitos financieros; los mediapaisajes, la circulación de infor-mación por medios convencionales o el internet y; los ideopaisajes, el flujo de ideas a nivel global. Considerando estas transformacio-nes en las distintas esferas de la sociedad contemporánea, el interés antropológico por el vínculo entre las mutaciones más recientes del capitalismo y los cambios observados en las culturas locales sigue vigente. Así, algunas investigaciones recientes en este campo cons-tatan que el modelo de acumulación actual, basado en la integración de los mercados, la deslocalización de la producción y la expansión de grandes inversiones se encuentra en la base de las movilizaciones en defensa del territorio, de la identidad étnica y de los recursos na-turales en diferentes regiones del mundo (Albro, 2005; Beaucage et al, 2017; Doane, 2005; Nash, 2005a, 2005b; Kirsch, 2005, Simonian, 2005; Sylvain, 2005).Las transformaciones en la economía global impactan directa-mente a los Estados-nación y a las relaciones entre países. El inter-cambio mercantil y las inversiones de capital privado ganan relevan-cia como claves del desarrollo a partir de las dos últimas décadas del siglo XX. La producción de riqueza dirigida desde el Estado por la vía de la industrialización pierde vigencia (Adler-Lomnitz y Gil-Mendieta, 2002: 3; Bell, 1976). De acuerdo con Castro-Gómez y Mendieta (1998: 8), integrantes del colectivo interdisciplinario sobre Modernidad/Co-lonialidad en América Latina,2 los Estados dejan de lado las políticas 2 El pensamiento de antropólogos como Escobar (1995, 2000) y Coronil (1996, 2000), al igual que de sociólogos como Santos (2014) y Quijano (2010), coincide y se nutre con las actividades y discusiones de este grupo de investigadores conformado a principios del siglo XXI (Véase Escobar, 2007). Las críticas a la modernidad y al capitalismo si bien parten de la realidad e historia en Latinoamérica, también son válidas para otros grupos y territorios “excluidos” en los países desarrollados. Mi trabajo retoma la perspectiva crítica de estos autores sobre la modernidad y el desarrollo del capitalismo.

44de crecimiento económico basadas en la industrialización y la forma-ción de una clase obrera fuerte establecida en centros urbanos. Al iniciar el siglo XXI, “el modo capitalista de producción adquiere una configuración global que sobrepasa lo puramente nacional, interna-cional o multinacional” (Castro-Gómez y Mendieta, 1998: 8). En pala-bras de los sociólogos Lash y Urry (1998), las economías nacionales y los procesos de producción se “flexibilizan”. El “moderno sistema-mundial” (Wallerstein, 2011) se reconfigura y, por consiguiente, las fronteras entre los centros hegemónicos y las regiones periféricas (Frank, 2014 [1967]) son traspasadas por el capital que ahora se tras-lada con rapidez de un extremo del mundo a otro por medios elec-trónicos (Lash y Urry, 1998). Debido a la capacidad de movilidad que el capital adquiere, los Estados modifican sus legislaciones, compi-ten entre sí y otorgan facilidades de inversión a las empresas y a las corporaciones trasnacionales. Por ejemplo, los sociólogos Bonanno (2014) y Otero (2013) corroboran estas prácticas estatales de des-regulación en beneficio de unas cuantas corporaciones en el sector agroalimentario, mientras que Sankey (2018) destaca el mismo rol de algunos Estados latinoamericanos en el ámbito de la extracción de recursos minerales.Frente al poder de las empresas y corporaciones transnaciona-les, los Estados pierden su capacidad de asignación de identidades sociales como ocurre en el periodo del capitalismo organizado y de los nacionalismos (Anderson, 1991; Lash y Urry, 1998). Los regímenes de ciudadanías se vuelven de baja intensidad, se minimizan o niegan (Ceja, 2018: 6; Gere y Macneill, 2008: 100-101). Harvey (2007 [2005]: 16-17), Petras y Veltmeyer (2011: 1-8), coinciden en señalar que la transformación principal del capitalismo radica en que el compromiso de clase entre el capital y la fuerza de trabajo, construido como garante de paz y tranquilidad durante el siglo XX, se resquebraja por el impulso de políticas de libre mercado. Las funciones administrativas y financie-ras de los Estados, al igual que las de orden jurídico y coercitivo, son reorganizadas bajo las condiciones de organismos financieros suprana-cionales como el Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco Mun-dial (BM) (Petras y Veltmeyer, 2011; Castro-Gómez y Mendieta, 1998: 9). En este orden de ideas, Sassen (2010) apunta que en la globalización

45los estados nacionales crean espacios “desnacionalizados” en los que las empresas actúan como si fueran realmente globales.En cuanto a las transformaciones culturales en la globalización neoliberal, algunos autores (Appadurai, 2001; Castro-Gómez y Mendie-ta, 1998; Giddens, 2007 [2000]; Warnier, 2002) reconocen que, al igual que el capital en la economía global alcanza mayor movilidad plane-taria, las culturas locales también se universalizan y obtienen acceso rápido a nuevas ideas, valores, signos, imágenes y discursos gracias a la evolución científico-tecnológica de los medios de comunicación. Según Appadurai (2001: 6-7), la circulación veloz, libre y masiva de imágenes en los medios electrónicos de comunicación se convierten en “nuevos recursos y nuevas disciplinas para la construcción de la imagen de uno mismo y de una imagen del mundo [que pueden llegar] a cuestionar, subvertir o transformar las formas expresivas vigentes o dominantes en cada contexto particular”.De forma similar, Giddens (2007 [2000]: 5) sugiere que las mejo-ras comunicacionales permiten la expansión global de los valores “de-mocráticos” y, por ende, contribuyen a poner en cuestión diferentes instituciones “tradicionales”, sistemas de pensamiento “fundamenta-listas” y estructuras de desigualdad, como entre hombres y mujeres, a lo largo y ancho del planeta. Por ejemplo, un signo global ligado a la democracia es el discurso de los Derechos Humanos. Así, Merry (2006) destaca que, a pesar de que han sido criticados por su origen occi-dental, estas ideas han llegado a ser cruciales para distintos grupos marginados y movimientos locales en sus reclamos de justicia. Asi-mismo, Leyva (2005), antropóloga y activista, destaca el papel de los programas de formación en derecho internacional y en derecho indíge-na como soportes ideológicos del movimiento zapatista en el sureste mexicano. Estos conocimientos contribuyeron a la elaboración de un discurso basado en demandas de reconocimiento desde la diferencia étnica, aunque con cabida para distintos grupos subalternos a nivel nacional e internacional. Los alcances del zapatismo se deben en tal caso a los procesos de “glocalización” (Friedman, 2001 [1994]; Robers-ton, 2003) y a las redes trasnacionales construidas en la época actual (Leyva, 2005). No obstante, Speed y Collier (2000: 878) advierten que las adaptaciones locales de los discursos globales no siempre ocurren

46en beneficio de los grupos marginados. Ambas antropólogas han de-mostrado que el mismo discurso universal de los Derechos Humanos puede ser utilizado para atacar los procesos autonómicos de las co-munidades indígenas por parte del gobierno mexicano, es decir, como “otra forma de colonialismo”.La desterritorialización de la producción y el consumo trans-te-rritorializado de valores, discursos, lenguajes, imágenes o símbolos se asocian comúnmente con el incremento de una mayor “libertad”, parti-cipación e igualdad global entre los seres humanos de diferentes cultu-ras. Por el contrario, Borja y Castells (2000) señalan que, a la par que en la globalización incrementa el flujo de migrantes y la interacción entre culturas distintas, se generan procesos de exclusión, racismo y discri-minación en las ciudades y países de todo el mundo. Asimismo, Castro-Gómez y Mendieta (1998: 10) advierten que el flujo de “los lengua-jes postradicionales no son valorativamente neutros, sino que están atravesados por violentas inclusiones y exclusiones de todo tipo”. La información y las imágenes promovidas como universales responden siempre a intereses de carácter particular y, al interactuar con ellas, nos convierten igualmente en agentes de la globalización (Castro-Gómez y Mendieta, 1998). Los autores reconocen que el flujo de información y el intercambio de bienes en el mundo globalizado desdibujan las fron-teras identitarias y culturales, pero enfatizan que en el terreno de los hechos los distintos agentes o actores siempre “se hallan localizados, es decir, forman parte de un espacio sociocultural específico desde el cual se integran (desigualmente) a los procesos de globalización y lu-chan por re-definir su identidad personal o colectiva (Castro-Gómez y Mendieta, 1998: 12).La globalización es asimétrica en su faceta cultural como en el plano económico. “El sueño neoliberal de que la libertad económica conduciría necesariamente a la libertad social y política se ha revela-do, para millones de personas en todo el mundo, como una pesadi-lla. Lo que para unos es libertad de elección, movilización y consumo, para otros es la sentencia a vivir en las condiciones más elementales de sobrevivencia física” (Castro-Gómez y Mendieta, 1998: 14). Borja y Castells (2000) muestran como miles de seres humanos se ven obliga-dos a emigrar por la miseria y la violencia hacia ciudades donde tam-

47bién deben enfrentar diversas formas de discriminación y exclusión. Los procesos de “des-localización” y “re-localización” implican nuevos flujos, pero también la generación de nuevas jerarquías y estructuras globales de poder y desigualdad (Castro-Gómez y Mendieta, 1998: 14). La visión aguda del sociólogo polaco Bauman (2001, 2005) es similar en este sentido cuando observa que la libertad de movimiento es un valor muy codiciado en la época posmoderna, aunque su distribución desigual produce también estratificación y mecanismos de exclusión. En virtud de ello, “lo que para algunos aparece como globalización, es localización para otros; lo que para algunos es la señal de una nue-va libertad cae sobre muchos más como un hado cruel e inesperado” (Bauman, 2001: 8).Desde una visión antropológica a la que me adscribo, Nash (2001a, 2005a) propone abordar la globalización de manera crítica ob-servando sus efectos locales. La autora afirma que “el énfasis de los discursos de la globalización en los flujos de bienes, capital y servi-cios deja poco espacio a la observación de resistencias y protestas en lugares que están siendo marginalizados por estos mismos procesos” (Nash, 2001a: 15). Para ella, el acento y la novedad académica de cen-trarse insistentemente en fenómenos ligados a la desterritorialización del capital y la cultura pueden tener el efecto de trivializar los proce-sos de lucha y resistencia en las áreas y las poblaciones en las que la antropología se ha centrado tradicionalmente. En particular, Nash se refiere a las comunidades y a los pueblos denominados indígenas o “no occidentales”. Al indagar la manera en que diferentes grupos mayas del estado de Chiapas se refieren a sus luchas y se organizan en torno a la defensa de sus territorios, la autora constata el hecho de que algunos teóricos de la globalización tienden a normalizar “las dislocaciones que pertur-ban a las familias y comunidades” (Nash, 2001a: 22), ya que “[ellos] a menudo dan por sentadas las mismas condiciones que son las premi-sas para la resistencia y rebelión de los más marginados por los nuevos flujos de capital” (Nash, 2007: 1). Dichas condiciones se refieren en el discurso de la globalización a “la creciente “desterritorialización” de los pueblos, productos y del propio proceso de producción, la fragmen-tación o atomización de las relaciones personales y de las unidades políticas, la homogeneización o hibridación de la cultura y la alienación de las personas de la comunidad, los grupos de parientes e incluso de sí mismas” (Nash, 2007: 1). La idea de que estos procesos globales son irreversibles trivializa las creencias o prácticas locales y contribuye a desestimar los vínculos ancestrales, culturales e identitarios entre los pueblos y sus territorios.Los campesinos, trabajadores e indígenas que sufren el “shock del sistema global” se ven en la necesidad de reorganizarse, replantear las estrategias, los escenarios, los objetivos y los alcances de sus luchas (Nash 2007). Las movilizaciones contra los efectos locales de la globa-lización neoliberal “asumen una gran diversidad de manifestaciones culturales a medida que los nuevos actores sociales inventan nuevas expresiones para sus causas” (Nash 2007: 138). Nash (2007) designa las luchas contra los nuevos intentos de asimilación capitalista como actos de resistencia, mientras que Ortner (1995) y Scott (2000) agre-gan que la resistencia puede adoptar formas muy variadas y creativas. Nuevas oportunidades y restricciones se generan para los movimientos sociales (Agrikoliansky, 2013; Almeida y Cordero, 2015). Los múltiples sitios en los que las personas consideran el impacto de la globalización como una amenaza a la supervivencia local permi-ten la comprensión de dicho fenómeno (Nash, 2001a: 15). Las resisten-cias y visiones de los sujetos en sus localidades adquieren significación dentro de los mismos procesos globales, pues ningún rincón del plane-ta se encuentra desconectado. Sin embargo, la mayoría de esos luga-res se encuentran hoy en día marginados y representan “las fronteras de los últimos avances capitalistas, en los que encontramos pueblos indígenas comprometidos en la lucha por sus territorios y sus formas de vida” (Nash, 2001a: 15). Desde estos ámbitos, los actores locales pugnan por un tipo de integración global de la humanidad basada en la coexistencia y el respeto a formas alternativas de sobrevivencia (Nash, 2001b: 3). Nash (2001b; 2005b) sugiere que el impulso de estos proce-sos en medio de las crisis recurrentes del capitalismo global contribuye a la revaloración de los sistemas económicos de subsistencia tradicio-nalmente estudiados por la antropología en comunidades campesinas e indígenas. De este modo, las necesidades humanas se colocan en el centro de las soluciones planteadas, incluso en aquellas sociedades

49donde la economía de mercado es de carácter predominante. La recu-peración del concepto de economías de subsistencia también permite comprender mejor, sin caer en una visión determinista, la participación significativa de las mujeres en las luchas por la tierra en contextos en los que se encuentran más próximas a los procesos de reproducción social de las familias. La propuesta de Nash (2001a) sobre las luchas de resistencia contra la globalización se anticipa al interés reciente de la antropología por el estudio de los impactos locales del neoliberalismo global (Hale, 2011; Hilgers, 2011; Ortner, 2018), el cual se concibe en este trabajo como “el resultado de un proceso histórico que ha llevado al surgimiento de una forma específica de capitalismo” (Hilgers, 2011: 352). El ascenso global del neoliberalismo y algunas de sus caracterís-ticas en el caso mexicano se abordan a continuación.1.1. El giro neoliberal: del liberalismo embridado al neoliberalismo mundialEl geógrafo marxista y profesor actual de antropología en la Universi-dad de la Ciudad de Nueva York, David Harvey (2007 [2005]), explica que a partir de 1980 el capitalismo mundial da un giro hacia el neolibe-ralismo. Su propuesta expone la transición del liberalismo embridado, construido a escala internacional en la posguerra, hacia la hegemonía neoliberal en el sistema capitalista global.3 Los epicentros de esta re-configuración económica planetaria, “a menudo subsumida en el térmi-no globalización”, fueron China, Gran Bretaña y Estados Unidos entre los años de 1978 y 1980 (Harvey, 2007 [2005]: 6). En opinión de Harvey (2007 [2005]: 16), los cimientos del libe-ralismo embridado eran “la combinación precisa de Estado, mercado e instituciones democráticas para garantizar la paz, la integración, el bienestar y la estabilidad”. Un rasgo clave de las formas estatales bajo el liberalismo embridado es “la aceptación de que el Estado debía con-3 Harvey (2007 [2005]: 17) define el “capitalismo embridado” como una forma de organización político-económica en la que las actividades mercantiles, empresariales y corporativas se encuentran “cercadas por una red de constreñimientos sociales y políticos y por un entorno regulador que en ocasiones restringían, pero en otras instancias señalaban la estrategia económica e industrial”.

50centrar su atención en el pleno empleo, en el crecimiento económi-co y en el bienestar de los ciudadanos, y que el poder estatal debía desplegarse libremente junto a los procesos del mercado -o, si fuera necesario, interviniendo en él o incluso sustituyéndole, para alcanzar esos objetivos” (Harvey, 2007 [2005]: 17). Los compromisos de clase alcanzados “a partir de [las luchas de] los sindicatos obreros y de la intervención del Estado” se respetaban (Otero, 2013: 58-59). Por regla general, los Estados intervenían activamente “en la política industrial y se implicaron en la fijación de fórmulas establecidas de salario social diseñando una variedad de sistemas de protección (asistencia sanitaria y educación, entre otros)” (Harvey, 2007 [2005]: 17). Específicamente, […] en los países de capitalismo avanzado […] Las actividades de este Estado intervencionista sirvieron para promocionar una economía social y moral (en ocasiones apoyada por un fuerte sentido de iden-tidad nacional). En efecto, el Estado se convirtió en un campo de fuerzas que internalizó las relaciones de clase. Instituciones obreras como los sindicatos de trabajadores y los partidos políticos de iz-quierda tuvieron una influencia muy real dentro del aparato estatal (Harvey, 2007 [2005]: 18).Debido a la “crisis de acumulación de capital” en la década de los se-tenta (Véase Harvey, 2004; 2007 [2005]: 18), este modelo pierde poco a poco vigencia en las escalas internacional y “doméstica”. Los signos de su decadencia son desempleo, inflación y estancamiento económico global. Algunos Estados con buenos niveles de crecimiento económico y bienestar social tuvieron que ser rescatados por el FMI ante “la caída de [los] ingresos fiscales y el aumento de los gastos sociales” (Harvey, 2007 [2005]: 18). Los controles sobre los flujos de capital entre países y el sistema internacional de tipos de cambios fijos se abandonaron (Harvey, 2007 [2005]).En Europa y Estados Unidos principalmente se reforzó el control estatal sobre la economía mediante la implementación de medidas corporativistas (Harvey, 2007 [2005]). Los avances legislativos en la protección a los trabajadores, a los consumidores, al medio ambiente y a los derechos civiles crearon cierta estabilidad social. De este modo, las exigencias de los movimientos de izquierda se mantuvieron a raya

51con las “tradicionales soluciones socialdemócratas y corporativistas” que, desde estas épocas, ya se iban perfilando como contrarias a la acumulación de capital (Harvey, 2007 [2005]: 19). Ante la disyuntiva de reorganizar su poder o generar nuevos compromisos con los movimien-tos obreros y sociales, las clases altas emprendieron acciones para evi-tar su aniquilación política y económica (Harvey, 2007 [2005]: 19-21).El giro al neoliberalismo y la liberación del mercado se tornó en-tonces “en un proyecto político para restablecer las condiciones para la acumulación del capital y restaurar el poder [de clase] de las élites eco-nómicas” en los países de capitalismo avanzado y en aquellos en vías de desarrollo (Harvey, 2007 [2005]: 24 y 26). Los rasgos estructurales del neoliberalismo a nivel global se definen en términos de la concen-tración de la renta en las clases altas y el aumento de la desigualdad social debido a la ausencia de políticas de redistribución de la riqueza. Al mismo tiempo, como en Estados Unidos al arranque de su aplicación, se eliminan de manera gradual “la fiscalización sobre los ingresos pro-venientes de las inversiones y de las ganancias de capital […] mientras se mantienen los impuestos sobre los sueldos y salarios [de la clase trabajadora]” (Harvey, 2007 [2005]: 23). El ascenso global del neolibe-ralismo, disfrazado con el discurso de la revitalización económica, con-tribuye en realidad a “socavar el poder de los trabajadores, desregular la industria, la agricultura y la extracción de recursos, y suprimir las trabas que pesaban sobre los poderes financieros tanto internamen-te como a escala mundial” (Harvey, 2007 [2005]: 5). Otero (2013: 59) denomina a este proceso “el segundo gran movimiento liberalizador”.Desde su ascenso a nivel global, el neoliberalismo se incrusta en cada esfera y nivel de las sociedades estatales. En el plano político-económico, esta doctrina afirma que el bienestar humano se logra permitiendo el libre desarrollo de las capacidades empresariales in-dividuales en “un marco institucional caracterizado por derechos de propiedad privada, fuertes mercados libres y libertad de comercio” (Harvey, 2007 [2005]: 6). Según esta visión, el Estado “tiene que garan-tizar la calidad y la integridad del dinero. Igualmente, debe disponer las funciones y estructuras militares, defensivas, policiales y legales que son necesarias para asegurar los derechos de propiedad privada y garantizar, en caso necesario mediante el uso de la fuerza, el correcto

52funcionamiento de los mercados” (Harvey, 2007 [2005]: 6). Adicional-mente, la acción estatal debe apoyar la creación de mercados cuan-do sean inexistentes en rubros como la vivienda, “la tierra, el agua, la educación, la atención sanitaria, la seguridad social o la contaminación medioambiental” (Harvey, 2007 [2005]: 7). De acuerdo con esta teoría, el Estado tiene que reducir su intervención una vez creados estos mer-cados (Harvey, 2007 [2005]: 7-8).En el ámbito de los servicios públicos, el neoliberalismo propo-ne la desregulación y el abandono en manos de empresas privadas de “muchas áreas de la provisión social” (Harvey, 2007 [2005]: 9). Las prestaciones ligadas al trabajo (pensiones, reparto de utilidades y sis-temas de ahorro), así como los derechos más elementales en cualquier sociedad que se precie de ser democrática (alimentación, salud, edu-cación y seguridad), se ven seriamente reducidos o puestos en riesgo dejando a mayores segmentos poblacionales cada vez más expuestos al empobrecimiento (Harvey, 2007 [2005]: 83). Los integrantes de las clases medias se reducen paulatinamente o se enfrentan al endeuda-miento crónico con los bancos, mientras que las familias menos favo-recidas descienden a niveles de pobreza extrema. Así pues, en el neo-liberalismo global “la restauración o la formación del poder de clase se producen, como siempre, a expensas de la fuerza del trabajo” (Harvey, 2007 [2005]: 85).El neoliberalismo también reconfigura, a favor de la reproducción del capital, el ámbito de “las divisiones del trabajo, de las relaciones sociales [y culturales], de las áreas de protección social, de las com-binaciones tecnológicas, de las formas de vida y de pensamiento, de las actividades de reproducción, de los vínculos con la tierra y de los hábitos del corazón” (Harvey, 2007 [2005]: 7). La valoración del inter-cambio mercantil en el neoliberalismo, en tanto “una ética en sí misma, capaz de actuar como una guía para toda la acción humana y sustituir todas las creencias éticas anteriormente mantenidas” (Treanor, 2005 citado en Harvey, 2007 [2005]), “enfatiza el significado de las relacio-nes contractuales [más allá de las] que se establecen [propiamente] en el mercado” (Harvey, 2007 [2005]: 8). En otras palabras, los logros en el mercado tienden a ser equiparados como sinónimos del mejoramiento de las condiciones sociales y del fin último de todos los seres huma-

53nos. De este modo, la preferencia por la expansión de contratos mer-cantiles a escalas geográficas más amplias, pero a plazos temporales más reducidos, contribuye a socavar “instituciones permanentes en la esfera profesional, emocional, sexual, cultural, internacional y familiar, así como también en los asuntos políticos” (Harvey, 1990, 2007 [2005]: 8). El neoliberalismo sin duda puede ser definido y abordado desde en-foques distintos (Hilgers, 2011; Ong, 2006; Ortner, 2018, Tsing, 2006). No obstante, Hilgers (2011: 352) sugiere que algunos antropólogos y economistas compartimos una visión empírica más o menos similar del neoliberalismo al referirnos a un régimen caracterizado por:[…] una forma radicalizada de capitalismo basada en la desregula-ción y la restricción de la intervención estatal, y caracterizada por la oposición a lo colectivo, un nuevo papel para el Estado, un énfasis extremo en la responsabilidad individual, la flexibilidad, la creencia de que el crecimiento conduce al desarrollo y la promoción de la libertad como un medio para la realización personal que ignora cual-quier cuestionamiento a las condiciones sociales y económicas que hace posible esa libertad.Si bien comparto esta posición sobre el capitalismo neoliberal, recha-zo las ideas del determinismo económico y de la homogeneización cultural. Las poblaciones en cada país, región y localidad generan sus propias dinámicas de participación y adaptación en este tipo de trans-formaciones. De hecho, Ortner (2018: 90) señala que los antropólogos han comenzado a documentar las adaptaciones creativas al neolibe-ralismo, así como los movimientos de resistencia suscitados por la ex-pansión de este modelo de capitalismo. Aunque es cuestionable ligar el neoliberalismo a todos los problemas en el mundo (Ortner, 2018: 90-91), al menos se debe reconocer que la mayoría de los países de la región latinoamericana adoptaron de manera un tanto forzada y con enormes desigualdades internas (basadas en factores como el género, la clase y el origen étnico) la política neoliberal entre las décadas de 1970 y 1990. México es un buen ejemplo de la adopción del neolibera-lismo y, en particular, la región ex-henequenera de Yucatán refleja bien algunos efectos de esta política.

54El neoliberalismo en México y en la región ex-henequenera de YucatánAl igual que en el resto de los países latinoamericanos, en México los promotores del neoliberalismo fueron el Banco Mundial (BM) y Fondo Monetario Internacional (FMI) (Petras y Veltmeyer, 2011). El país en-frentaba en 1980 una fuerte crisis económica marcada por déficits en las empresas públicas, aumento excesivo de la deuda externa, fuga de capitales y devaluación. El plan del Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco Mundial (BM) para el rescate del país y la condonación parcial de la deuda externa fue la aplicación de medidas de austeridad presupuestaria y “de amplias reformas neoliberales como la privatiza-ción, la reorganización del sistema financiero de manera más acorde a los intereses extranjeros, la apertura de los mercados internos al capi-tal extranjero, la disminución de las barreras arancelarias y la creación de mercados laborales más flexibles” (Harvey, 2007 [2005]: 110).Después de la anexión de México al Acuerdo General sobre Aran-celes y Comercio (GATT) en 1986, la firma del TLCAN en la década de 1990 aceleró la inversión extranjera, la desregulación del comercio y la privatización de los recursos naturales en el país. Encabezado por Carlos Salinas de Gortari, un economista egresado de la Universidad de Harvard, el gobierno vislumbró este acuerdo como la entrada de Méxi-co al escenario de la globalización. Los mexicanos, o más bien algunos privilegiados, debían sentirse más cerca del “primer mundo”. El trabajo de la antropóloga Adler y de Gil-Mendieta (2002) permite suponer que estas ideas sobre la globalización formaban parte de las expectativas de la nueva élite de tecnócratas instalada en el gobierno mexicano, cu-yos rasgos compartidos son niveles socioeconómicos altos, educación privada, formación en universidades norteamericanas y valores cosmo-politas.4 Este sería un buen ejemplo de la expansión del neoliberalismo como cultura (Véase Hilgers, 2011: 352-355), ya que los valores, expe-riencias y expectativas particulares de un grupo con cierta influencia 4 Los autores señalan que los individuos de estas élites consideran que el éxito profesional no depende de las redes sociales, pero “continúan usando [al estilo tradicional] otro tipo de redes para obtener sus posiciones y el éxito” (Adler-Lomnitz y Gil-Mendieta, 2002: 4). A pesar de que la mayoría adquiere en el extranjero formación para trabajar en el sector privado regresa a México y trabaja para instituciones estatales.

55se propagan y legitiman el nuevo orden en la sociedad. Precisamente uno de los compromisos del acuerdo comercial fue la reforma a la Ley Agraria de 1915. Al parecer, la propiedad social de la tierra hacía in-compatible el proyecto del TLCAN. Según un activista entrevistado, “el TLCAN, ya con todas las asimetrías [entre los países firmantes], requería la flexibilización del artículo 27 [de la Constitución Mexicana] que era la inalienabilidad del ejido” (Entrevista a Felipe, 2016-11-28).5 El ajuste fue llevado a cabo a pesar de que la base política del régimen priísta descansaba en los sectores rurales. Con la aplicación de esta medida gran parte de la población campesina e indígena quedó desprotegida, ya que significó la “flexibilización” del régimen de propiedad social de la tierra basada en los sistemas de tenencia ejidal y comunal.De acuerdo con la catedrática de antropología social y cultural en la Universitat Rovira i Virgilli, Comas (1998), el impulso neoliberal al proyecto de privatización de la tierra se basa en el principio casi dictatorial de que las formas de tenencia colectiva de los recursos con-ducen a la degradación medioambiental. La antropología es sin duda una de las disciplinas más aludidas en este sentido por su interés en la diversidad cultural. La autora menciona varios trabajos a partir de los cuales se puede sostener que “los espacios colectivos no suelen ser nunca de acceso abierto, sino que existen minuciosas regulaciones res-pecto a su acceso y utilización […] Más aún, se puede demostrar que en muchos lugares la propiedad comunal es especialmente conservadora del medio ambiente, porque regula el uso de los recursos y porque en muchos casos existen prácticas asociadas a su regeneración” (Comas, 1998: 149-150). El rompimiento de los mecanismos “tradicionales” de aprovechamiento de los recursos puede causar enormes daños am-bientales, pero también desvaloriza los conocimientos locales (Geertz, 1983) valiosos sobre el entorno relacionados con la cosmogonía y las creencias culturales de los grupos en cuestión (Véase Barrera-Bassols y Toledo, 2005; Faust, 2004; Nigh y Diemont, 2013).A pesar de la enorme biodiversidad y la riqueza cultural existente en México, las recetas neoliberales fueron aplicadas y siguen su cur-5 Los nombres de las personas entrevistadas son seudónimos.

56so. En Yucatán, las políticas ligadas al neoliberalismo tuvieron efectos concretos sobre los trabajadores urbanos y rurales de la agroindustria henequenera (Pacheco y Magaña, 2006). La reducción paulatina de la nómina de trabajadores y la cancelación de sus derechos en el segu-ro social antecedieron a la privatización y al cierre definitivo en 1991 de la fuente principal de ocupación en la región (Villanueva, 2009). Los planes gubernamentales de diversificación agrícola tuvieron pocos efectos en la retención de la mano de obra en el campo. La migración rural a las ciudades como Mérida y Cancún se incre-mentó como consecuencia de la debacle del henequén y el abandono gubernamental a los pequeños agricultores. Ante esta situación, los eji-datarios combinaron cada vez más el empleo asalariado con la siembra de la milpa y de hortalizas (Lugo y Tzuc, 2006); las mujeres rurales si-guieron proveyendo a sus familias de cuidados y alimentos sin goce de sueldo, aunque pronto se vieron en la necesidad de integrarse al mer-cado laboral (Lugo y Tzuc, 2003). El uso variado de los montes siguió siendo un elemento clave en muchos ejidos yucatecos envueltos en la crisis económica (Lugo y Tzuc, 2010; 2011; Wejebe, 2011), pero pronto se verían asediados por la especulación y el acaparamiento facilitados por el cambio en el artículo 27 constitucional, tal y como veremos en este trabajo. La idea de que el Estado debía deshacerse de su respon-sabilidad con los ejidatarios mayas y permitir la libertad de decisión sobre el futuro de sus tierras para romper con el paternalismo era parte de la puesta en práctica de la ética del proyecto neoliberal. Y así fue.


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