La recuperación justa pasa por una ruptura total con este modelo heteropatriarcal, capitalista, racista, colonialista y destructor de la naturaleza. Por lo tanto, nuestra respuesta también tiene que ser integral, al plantear una ruptura de la lógica del capital y la construcción de otro modelo.
La sostenibilidad de la vida como eje central ante la crisis de la covid-19
Nalu Faria
Comité Internacional de la Marcha Mundial de las Mujeres y de la Red de Mujeres
Transformando la Economía (REMTE).
El debate sobre la llamada crisis de la covid-19 y las salidas a esta
crisis pone a las economías transformadoras como muy relevantes
para que podamos pensar una recuperación justa.
Los movimientos han reiterado que la actual crisis fue desatada por
el modelo capitalista, desde el propio origen del virus, pero también
por el modo como ha llegado a nuestros países que ya enfrentaban
una crisis como resultado de las políticas de austeridad y recortes
en las políticas públicas. O sea, la pandemia llegó al Sur en una
situación de enorme precarización de la vida.
A la vez, el modo en que la mayoría de los gobiernos respondió a la
pandemia evidencia y profundiza la drástica situación en que nos
encontramos.
En nuestra experiencia en América Latina, la política de la gran
mayoría de los gobiernos no presentó respuestas adecuadas a
la crisis de la covid-19. Una vez más los gobiernos privilegiaron
el mercado en detrimento de las políticas de emergencia y del
fortalecimiento de los sistemas públicos de salud.
Como es de conocimiento de todos, el gobierno brasileño es
deliberadamente genocida y ni siquiera acepta las normas
y recomendaciones de la Organización Mundial de la Salud
(OMS) para contener la propagación del virus, y se contrapone al
aislamiento social. La posibilidad del aislamiento se volvió muy
limitada, ya que la gran mayoría de la población tuvo que seguir
trabajando, arriesgando sus vidas en búsqueda de su supervivencia
diaria.
En Brasil, se generó mucha expectativa con el paro de los
repartidores4
que trabajan en bicicletas o motocicletas repartiendo
encomiendas a través de empresas de plataforma de envíos (Ifood,
Rappi, entre otras). La movilización es una señal de que —y desde
dónde— se empiezan a fortalecer las resistencias.
Los impactos de la covid-19 no son iguales para toda la población.
En nuestros países se evidencia cómo las mujeres, los trabajadores
ECONOMÍA FEMINISTA: 01
y en particular la población negra son los más afectados por la
pandemia. Aquí vivimos un fenómeno que ocurre globalmente
con las mujeres en el aislamiento: un incremento de la violencia
doméstica y sexual y de sobrecarga en el ámbito del trabajo
doméstico y de cuidados. Además, las mujeres son la gran mayoría
en los puestos de trabajo precario y entre los desempleados. Son
también la mayoría en el sector de la salud, cuyas profesionales
están en la línea de frente contra la pandemia, viviendo todo lo
que esto significa.
En este sentido, hay que destacar que la pandemia y la crisis
evidencian las desigualdades en nuestros países, y subrayan aún
más los intereses de los sectores que detentan el poder en nuestras
sociedades. La opción política hegemónica es privilegiar el mercado
en detrimento de la vida humana, mientras que simultáneamente
la crisis demuestra lo que es realmente necesario e importante
para sostener la vida humana.
Todo eso tiene que ver con los debates que los movimientos
plantean desde hace mucho tiempo, desde la experiencia con la
economía feminista y sus aportes para una recuperación justa.
Desde la perspectiva de la economía feminista, creemos que
la economía no es sólo un campo de análisis, de estudio, sino
una herramienta de lucha. El sentido de una economía crítica
es comprender el mundo para transformarlo. A la vez, es
fundamental el diálogo entre la economía feminista y las otras
economías y movimientos contrahegemónicos, como la ecología,
los movimientos campesinos, la economía solidaria, la soberanía
alimentaria y otras formas de economías transformadoras que
buscan efectivamente romper con el actual modelo.
Una segunda cuestión, que se plantea desde nuestra experiencia
en la Marcha Mundial de las Mujeres, es la búsqueda por construir
procesos en alianza con otros movimientos sociales, por creer
que la transformación del actual modelo exige la construcción de
convergencias y síntesis programáticas entre las varias cuestiones
que trabajamos: desde la ecología y la soberanía alimentaria,
como mencioné anteriormente, hasta las organizaciones de
trabajadores, movimientos antirracistas y LGBTQ.
En nuestra comprensión, la recuperación justa pasa por una
ruptura total con este modelo heteropatriarcal, capitalista, racista,
colonialista y destructor de la naturaleza. Por lo tanto, nuestra
respuesta también tiene que ser integral, al plantear una ruptura
de la lógica del capital y la construcción de otro modelo.
En la economía feminista planteamos la necesidad de poner en
el centro la sostenibilidad de la vida desde el bienestar. Eso se
vincula a la confrontación del conflicto capital-vida e implica una
profunda reorganización del modelo de producción, consumo y
reproducción. ¿Qué implica esto? Que tenemos que pensar lo que
vamos a producir, cómo y para quién, para responder a nuestras
necesidades, pero pensando también en la reproducción, que es
tan importante a partir del trabajo doméstico y de cuidados.
A nosotras no nos interesa sólo el reconocimiento del trabajo de
reproducción, de su importancia, sino también el reconocimiento
de que hoy se realiza de un modo injusto y desigual, pues son las
mujeres las que asumen la mayor parte de este trabajo. Hay que
pensar urgentemente un modo de reorganización y redistribución
del trabajo doméstico y de cuidados.
Además, hay dos dimensiones vinculadas al reconocimiento
de que somos ecodependientes, de que somos naturaleza. La
primera tiene que ver con el hecho de que sólo se puede plantear
la sostenibilidad de la vida humana a través de la armonía con la
naturaleza, de que se respeten los procesos de la naturaleza. La
segunda tiene que ver con el reconocimiento de que nosotros, las
personas humanas, somos seres vulnerables, relacionales, y eso
implica reconocer que somos interdependientes. Todos y todas
necesitamos ser cuidados, cuidadas, por lo que tenemos que
pensar la dimensión de los cuidados desde la reciprocidad.
Esas dos dimensiones nos producen algunos cuestionamientos
en lo que se refiere a la organización del tiempo y del trabajo.
El actual modelo impone una presión sobre nuestros tiempos,
irrespeta los tiempos necesarios para el sostenimiento de la vida y
su regeneración, sea de la naturaleza o de la vida humana. Hay que
repensar la dimensión del tiempo como una cuestión transversal a
todo lo que estamos construyendo y proponiendo.
Creo que es muy importante rescatar elementos de las
experiencias de los movimientos sociales en América Latina, tanto
los urbanos como los de campesinos o de pueblos originarios,
porque son experiencias que señalan una construcción cotidiana
de respuestas para sostener y mantener la vida. En muchos
de esos movimientos, las mujeres son la mayoría en términos
de participación y organización de los procesos. Por ejemplo,
en las ciudades, participan de los movimientos de lucha por la
vivienda, por guarderías y escuelas, por saneamiento básico y
agua potable. Durante muchos años esos movimientos fueron
tratados como movimientos de lucha por la supervivencia,
alrededor de reivindicaciones puntuales. Pero a lo largo de los
años y desde una perspectiva feminista, incluso la de la economía
feminista, ampliamos el reconocimiento de que fueron esas
movilizaciones las que garantizaron la construcción permanente
de un enfrentamiento al mercado, que han articulado elementos
de resistencia mientras que señalaban la construcción de
alternativas.
Eso se relaciona con las reivindicaciones de los servicios públicos,
del Estado, desde una dimensión pública que se acerca al tema
de los comunes, pero desde experiencias construidas desde lo
cotidiano, con acciones autogestionadas y respuestas basadas en
la reciprocidad.
Es muy interesante pensar cómo en este momento de la pandemia
se multiplican y se potencian las acciones de solidaridad, no sólo
debido al contexto de la emergencia, sino a que la dimensión de
la solidaridad forma parte de la construcción y experiencia de
diversos movimientos populares.
Ante la actual crisis, hemos visto cómo crece en nuestros países la
solidaridad de clase, que plantea la solidaridad como un elemento
de auto-organización. Eso nos señala un camino y una dimensión:
la de que nos interesa recuperar la economía con justicia social,
desde nuestra organización como sujetos colectivos, y una
construcción con participación democrática y autogestión, lo que
nos va a permitir incluso interpelar al Estado para que cumpla su
sentido público.
Este es un momento extremadamente importante para que
podamos dialogar, que apunta a la necesidad de profundizar los
vínculos entre nuestros movimientos, incluso internacionales.
Las respuestas que vamos a construir tienen que comprender
el conjunto de las realidades globales. La dimensión de la
sostenibilidad de la vida tendrá lugar si somos capaces de
confrontar el actual modelo desde una perspectiva que responda a
la necesidad de todos los pueblos.