Para Mariátegui, el camino para superar el atraso y la dominación social en el Perú pasaba por desarmar esas estructuras coloniales vigentes, o lo que en el lenguaje de hoy llamaríamos el colonialismo interno.
El problema del territorio: Mariátegui visto desde la historia indígena
Sinclair Thomson
Universidad de Nueva York
Visto desde hoy, distintos elementos valiosos se destacan en la obra
de José Carlos Mariátegui, el gran pensador latinoamericano
que fue un socialista heterodoxo y un analista incisivo de la cuestión
agraria en el Perú a principios del s. XX. Entre otros, su posición
respecto al “problema del indio” –un punto de debate candente en
América Latina un siglo atrás– iba más allá que la de muchos de sus
contemporáneos, quienes consideraban que el tema se podría resolver
con reformas morales, religiosos o educativas. Al contrario, para
Mariátegui el problema requería una transformación en la matriz
misma de las relaciones estructurales y materiales del poder. En su
aproximación al tema, planteó un argumento central que coincide
plenamente con la visión de intelectuales y movimientos indígenas en
las últimas décadas: el problema de fondo se debía a la vigencia, en
épocas posteriores a la independencia, de formas de poder coloniales.
Para Mariátegui, el camino para superar el atraso y la dominación
social en el Perú pasaba por desarmar esas estructuras coloniales
vigentes, o lo que en el lenguaje de hoy llamaríamos el colonialismo
interno.
Pero en otros aspectos, el análisis de Mariátegui adolece de ciertas
limitaciones si se considera desde la óptica política de intelectuales
y movimientos indígenas en nuestro tiempo. Para explorar una de
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estas dimensiones acá, quisiera centrarme en su famoso ensayo: “El
problema de la tierra”, publicado en 1928. Mariátegui empezó su
texto refiriéndose a “este problema de la tierra –cuya solidaridad con
el problema del indio es demasiado evidente–…” Luego continua:
“El problema agrario del Perú… aparece en toda su magnitud de
problema económico-social –y por tanto político–… Y resulta vano
todo empeño de convertirlo, por ejemplo, en un problema técnicoagrícola del dominio de los agrónomos”. Y entonces planteó: “El
régimen de propiedad de la tierra determina el régimen político y
administrativo de toda nación. El problema agrario –que la República
no ha podido hasta ahora resolver– domina todos los problemas de la
nuestra” (Mariátegui, 1968 [1928]: 42-43).
¿Cómo debemos entender esta palabra clave –“la tierra”? Mariátegui
nos advirtió que no debemos reducirla a un concepto técnico, propio
a los expertos en agronomía. Y sin embargo, cuando habló del
“régimen de propiedad”, él mismo tendió a restringir el concepto de
la tierra a sus connotaciones legales y productivistas.
Para reconocer otro de sus méritos, Mariátegui no reducía
la identidad de los actores comunitarios a la figura genérica de
“campesinos”, como lo harían otros analistas y políticos después de
él, sino que reconocía su especificidad histórica y cultural, que él
resumió en la idea de “raza indígena”. Pero el énfasis de su trabajo se
enfocó en reformular el problema del indio como “fundamentalmente
económico”. Esta contribución fue central y radical en su momento,
y sin embargo encubrió otros aspectos territoriales y políticos de las
luchas indígenas. Aparentemente estas luchas estuvieron centradas en
la tierra, pero en realidad abarcaban un campo de poder más amplio y
más complejo, una serie de relaciones que los movimientos indígenas
siempre han tenido presentes en la larga historia de sus luchas y que
ellos hicieron visibles nuevamente desde fines del s. XX en distintas
partes de América Latina.
Las formulaciones analíticas y programáticas de Mariátegui
tuvieron enorme influencia sobre los procesos de reforma agraria en
América Latina. Estos procesos, llevados a cabo ya sea por gobiernos
nacionalistas o de izquierda, por lo general siguieron una misma
concepción legal y productivista del problema de la tierra como
problema de la propiedad. Sin embargo, sostengo que la concepción de
Mariátegui resulta demasiado estrecha para abarcar las dimensiones
del tema en toda su amplitud.
Uno de los grandes valores de Mariátegui era su disposición de
asumir con seriedad la cuestión indígena y el sentido de la historia.
Si miramos a la historia larga desde la experiencia indígena, y si
aprendemos de las luchas indígenas de las últimas décadas, pienso
que salen a la luz otros aspectos fundamentales. Para esto, debemos
ampliar nuestro enfoque desde el problema de la tierra a lo que
llamaría el problema del territorio.
Los movimientos indígenas en distintos países han señalado los
límites de los procesos de reforma agraria en el s. XX, y han insistido
cada vez más en la cuestión del territorio y conjuntamente con ella
la cuestión de autonomía o soberanía. Estas mismas cuestiones del
territorio y de la soberanía han cobrado mayor relieve en las luchas
recientes por los recursos naturales y en contra del neoliberalismo
en distintas partes de América Latina. En varios casos –incluyendo a
Bolivia entre 2000 y 2005, y Perú en 2008-2009– los movimientos
indígenas han asumido un papel avanzado en tales luchas populares
y nacionales. A primera vista, muchas de las batallas contemporáneas
–pienso, por ejemplo, en las diferentes resistencias a la explotación
minera en el Perú– parecen distinguirse de aquellas de principios o
mediados del s. XX. Las luchas por la tierra ya no giran en torno a
la expansión de las haciendas. Muchas de las luchas contemporáneas
enfrentan problemas de la contaminación ambiental, el control
sobre los recursos naturales como el agua o las reservas de subsuelo,
etc. Y sin embargo, en muchos sentidos los conflictos del s. XX no
han sido superados, aun en aquellos países que experimentaron
reformas agrarias. Los problemas del latifundio siguen vigentes en
distintas regiones de la Amazonía, por ejemplo. Al mismo tiempo,
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es importante recordar que las luchas indígenas y campesinas en el s.
XX giraron muchas veces en torno a problemas de contaminación,
penetración de empresas multinacionales y manejo de los recursos
naturales que podríamos asociar con el presente. Es suficiente
recordar la narrativa impresionante de Manuel Scorza acerca de la
usurpación y la expoliación de las comunidades campesinas por parte
de la empresa Cerro de Pasco a inicios de los años 60 en el Perú.
El Cerco montado por la empresa iba extendiéndose por todo el
distrito de Rancas –“Cerros, pastos, puquios, cuevas, lagunas: todo lo
engullía” (Scorza, 1970 [1996]: 50).
Lo que quiero subrayar es que los problemas de territorio y
soberanía en realidad no son nuevos. Pero son los movimientos e
intelectuales indígenas que en las últimas décadas han llamado la
atención a los límites de una concepción estrecha, encontrada en
muchas visiones marxistas y nacionalistas (sin hablar de otras visiones
liberales y técnicas), de lo que es “la tierra” o de lo que implica “el
problema de la tierra”.
Cuando se reduce el sentido de la tierra a un factor de producción,
a una relación de propiedad o a una mercancía, se pierde una
perspectiva en la cual estos elementos forman parte de un conjunto
de relaciones sociales y naturales mucho más amplio. La historia larga
de las luchas indígenas nos ayuda a complejizar el problema de la
tierra, a poner de relieve los problemas del territorio y la soberanía, y
a mostrar la profunda interdependencia entre las tres temáticas.
Si echamos un vistazo a la historia andina, empezando con el
período de la conquista española, encontramos que la acumulación
primitiva, la formación de un mercado de tierras y el control por
parte del Estado colonial de los recursos naturales en América
fracturaba la compleja unidad de relaciones entre tierra, territorio
y soberanía que existía previamente en las comunidades originarias.
Ya en el s. XVI y con nueva fuerza en el s. XVIII, las comunidades
armaron campañas para revertir este proceso, pero el despojo de sus
tierras y recursos fue creciendo durante la colonia y más aún bajo el
liberalismo decimonónico.
En el s. XX, la crítica al gamonalismo y al latifundio encontró
una expresión particularmente persuasiva e incisiva en la voz de
Mariátegui. Sin embargo, es importante tomar en cuenta que las
posiciones radicales de Mariátegui acerca del problema del indio y
el problema de la tierra fueron nutridas por movilizaciones indígenas
“en el terreno”, por así decirlo, empezando con los levantamientos en
Puno asociados con Rumi Maqui a mediados de la década de 1910.
Mariátegui proveía los elementos intelectuales para que nuevas
fuerzas izquierdistas y nacionalistas pudieran lanzar proyectos
de reforma agraria coherentes. Pero estos proyectos mayormente
adolecían de las limitaciones productivistas mencionadas. En muchos
países, los proyectos fueron derrotados o debilitados, y cuando se
llevaron a cabo, se presentaron frecuentemente como concesiones
benevolentes de líderes nacionalistas. Muchas veces, sin embargo,
como en Bolivia y el Perú, estos proyectos en primer lugar fueron
impulsados por las demandas indígenas y campesinas y por la acción
directa, más que por las autoridades estatales. Las reformas agrarias se
asociaban normalmente con visiones clasistas que buscaban convertir
a “indios” en “campesinos”. Pero en algunos casos, las comunidades
indígenas movilizadas fueron capaces de generar alianzas con
gobiernos nacionales-populares para consolidar el control de sus
tierras y su identidad colectiva. Es lo que pasó con las comunidades
altiplánicas de Bolivia a raíz de la reforma agraria boliviana de 1953.
En el Perú, en 1969, las comunidades Amueshas (Yanesha) de la
Amazonía aprovecharon la coyuntura de la reforma agraria para
levantar su voz en la Primera Conferencia de Líderes Amueshas. Al
tiempo de criticar que la ley de Reforma Agraria no contemplaba su
situación, y de quejarse de la inseguridad de la tenencia de la tierra,
resultado de la invasión por parte de colonizadores y terratenientes,
solicitaron la dotación de tierras en forma de reservas comunales y
no como parcelas individuales. Su manifiesto terminó sosteniendo:
“Somos los legítimos poseedores de estas tierras que ocupamos desde
tiempos inmemoriales” (Montoya, 2009: 48-50).
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Después de consolidarse, los programas desarrollistas y de
capitalismo de Estado se fueron disolviendo y en los años 70 los
movimientos indígenas en varios países cobraron cada vez más
autonomía respecto a las estructuras sindicalistas urbanas y rurales.
Empezaron a articular sus propias demandas y agendas de manera
más efectiva en esferas nacionales e internacionales. En los años 80,
los movimientos criticaron con más fuerza los límites de los anteriores
procesos de reforma agraria, como ya he anotado. Al mismo tiempo,
las reivindicaciones de los derechos indígenas y la búsqueda de mayor
autonomía generaron nuevos aliados y nuevas expresiones en la
política nacional y las instituciones internacionales como el Convenio
169 de la OIT.
En los años 90, en algunos casos los Estados neoliberales llegaron
a reconocer, incluso constitucionalmente, la identidad cultural
y territorial de los pueblos indígenas, en procesos que sirvieron
para legitimar socialmente las transformaciones económicas como
la privatización y extranjerización de los recursos nacionales y la
liberalización de los mercados. Pero en la vuelta del siglo y en el
nuevo milenio, en muchas partes de América Latina los movimientos
indígenas asumieron un liderazgo en las luchas locales en contra de
las políticas neoliberales y en contra de la penetración por parte de
las corporaciones multinacionales y la depredación de los recursos
naturales. Al respecto se podrían citar muchos ejemplos, empezando
con el movimiento zapatista que estalló en 1994 contra el Tratado
de Libre Comercio de América del Norte, y luego otros casos en
Brasil, Ecuador, Colombia y Perú. En Bolivia destaca el papel de
la Confederación Sindical Única de Trabajadores Campesinos de
Bolivia (CSTUCB) bajo la dirección indianista de Felipe Quispe,
durante la Guerra del Gas en septiembre y octubre de 2003. En el
Perú, es ejemplar la lucha indígena en la Amazonía en 2008-2009,
que terminó con el Baguazo en junio de 2009. En los distintos casos,
vemos como las luchas locales por la tierra, territorio y soberanía
también conllevaron nuevas agendas respecto a los recursos, el
territorio y la soberanía a nivel nacional y transnacional. En casos
como los de Bolivia y Ecuador, estas luchas contribuyeron a cambios
sustantivos a nivel nacional y subcontinental, con la consolidación de
gobiernos de centro-izquierda que han logrado minar la legitimidad
del Consenso de Washington y el modelo neoliberal ortodoxo.
Vemos que en el escenario contemporáneo los problemas de
tierra, territorio y soberanía siguen estando muy entrelazados, como
ha sucedido históricamente. Esto es evidente tanto en países donde
sigue prevaleciendo el modelo neoliberal como Perú o Colombia
y en países donde se ha renovado, por lo menos parcialmente, el
nacionalismo económico o el capitalismo de Estado como Venezuela,
Ecuador o Bolivia. Y en toda la región andina, como en otras regiones
latinoamericanas, es evidente que lo que prevalece, por debajo de
otras diferencias de régimen político, son formas de acumulación
extractivista, incentivadas por la alta demanda mundial por los recursos
primarios. Independientemente del régimen político, encontramos
que la contaminación de la tierra, el agua y los alimentos va junto
con la apropiación y la explotación de los recursos de hidrocarburos,
minerales, bosques y tierras fértiles y, a su vez, una centralización
del poder estatal que implica que las decisiones sobre el desarrollo,
tomadas a nombre de la “nación”, muchas veces dejan de lado las
prioridades y la voluntad de las poblaciones locales. En muchos casos,
la contradicción entre la soberanía del Estado-nación y la soberanía
de esos pueblos supuestamente representados por el Estado resulta
ser profunda.
A manera de conclusión: en 1928, le llegó a Nikolai Bukharin y
a la directiva comunista internacional en Moscú cierta información
respecto a las luchas indígenas en Bolivia, Perú, Ecuador y Colombia.
Siguiendo su política respecto a las nacionalidades oprimidas, propuso
que se estableciera una nueva república indígena en los Andes. En
cambio, en la Primera Conferencia Comunista Latinoamericana que
se llevó a cabo en Buenos Aires en el año 1929, el Dr. Hugo Pesce
presentó las tesis de Mariátegui respecto al problema de raza, y de
esta manera fue que la representación peruana rechazó la propuesta
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de un nuevo Estado indígena. Es irónico que el Comintern, que
tuvo poco conocimiento de la temática y poco involucramiento en
la materia, abogara por la autodeterminación indígena, mientras que
Mariátegui, con un interés serio y sensible en el problema indígena,
rechazara la propuesta. Sus razones fueron razonables. Él consideraba
poco realista crear un nuevo país indígena un siglo después de la
fundación de los Estados-nacionales en América Latina. Además, en
lugar de crear una nueva república de indios que podría recordar al
régimen colonial español, el desafío para Mariátegui era transformar
la nación peruana a través de una revolución en la cual la población
indígena debía ser un protagonista central.
En realidad, Mariátegui tuvo poca cercanía personal a las luchas
indígenas de su tiempo, y este fenómeno del distanciamiento entre
partidos de izquierda y nacionalistas por un lado y movimientos
indígenas por otro seguía siendo una traba para los proyectos de
reforma social o de revolución en países con gran presencia indígena.
Se lograron avances democráticos en el período de los gobiernos
nacionales-populares en el s. XX y se dieron nuevos momentos
de encuentro entre movimientos indígenas y fuerzas nacionalespopulares en la lucha contra el neoliberalismo. Sin embargo, incluso
ahí donde las luchas contra el neoliberalismo han dado lugar a nuevos
gobiernos nacionales-populares y regímenes de capitalismo de Estado,
hoy siguen existiendo desencuentros preocupantes que surgen debido
a las formas vigentes de acumulación capitalista y por el conflicto
entre la soberanía del Estado-nación y la voluntad de los pueblos.
La novedad en nuestro tiempo, a diferencia de la época de Mariátegui
y el Comintern, sería la propuesta de Estados plurinacionales en los
Andes. Pero la institucionalización de esta propuesta no ha estado a
la altura de las expectativas de las fuerzas sociales que generaron este
horizonte nuevo. Por tanto, parafraseando a Mariátegui cuando se
refería al problema agrario hace casi un siglo atrás, se podría decir
hoy; “El problema de la tierra, el territorio y la soberanía –que la
República no ha podido hasta ahora resolver– domina todos los
problemas de nuestras naciones.”
Bibliografía
Hylton, Forrest y Thomson, Sinclair 2006 Revolutionary Horizons:
Past and Present in Bolivian History (New York: Verso).
Mariátegui, José Carlos [1928] 1968 “El problema de la tierra”, en
Siete ensayos de interpretación de la realidad peruana [1928] (Lima:
Biblioteca Amauta, 1968).
Montoya, Rodrigo [1996] 2009 Con los rostros pintados. Tercera
rebelión amazónica en el Perú (agosto 2008 – junio 2009) (Lima:
Ediciones Luchas Indígenas).
Scorza, Manuel [1970] 2008 Redoble por Rancas (Lima: Peisa).
Carmen Soliz Urrutia 2014 “Fields of Revolution: The Politics of
Agrarian Reform in Bolivia, 1935-1971”. Tesis doctoral en Historia
Latinoamericana (New York University).