Si algo tiene de sugerente la noción de subalternidad propuesta por Gramsci, es su capacidad “elástica” y omni-abarcadora. Ser subalterno/a implica, literalmente, estar por debajo de. No obstante, es sabido que esta relación de sumisión o sometimiento puede asumir diversas modalidades e involucrar múltiples causalidades. Se es subalterno/a desde ya como obrero u obrera, en el marco de un clásico vínculo de explotación, pero también cabe pensar en situaciones disímiles donde quien padezca (o sostenga) esa dinámica de subalternización sea campesino, trabajadora doméstica, estudiante, migrante, indígena, loco, paciente, precaria, niña, preso o trans, por mencionar sólo algunos ejemplos.
Dichas relaciones operan, además, tanto en un plano molecular como en uno macrosocial, y por lo general tienden a entrelazarse en términos de mutuo condicionamiento, interseccionalidad y determinación, a través de lo que Raymond Williams define como “todo un cuerpo de prácticas y expectativas en relación a la totalidad de la vida: nuestros sentidos y dosis de energía, las percepciones definidas que tenemos de nosotros mismos y de nuestro mundo. Es un vívido sistema de significados y valores que en la medida en que son experimentados como prácticas parecen confirmarse recíprocamente”.
Un pensador precursor y sumamente interesante para analizar el concepto de subalternidad es Camillo Berneri. Nacido en una pequeña ciudad italiana en 1897, luego de una efímera militancia en el Partido Socialista de ese país, se vuelca de lleno a participar del movimiento anarquista, lo que no le impide valorar procesos revolucionarios como el vivido en Rusia en los primeros años posteriores a la insurrección de octubre. Egresado de la Universidad de Florencia en 1922 (bajo la dirección del historiador “meridionalista” Gaetano Salvemini), colabora entre 1923 y 1925 en el periódico Rivoluzione Liberale, impulsado por Piero Gobetti, así como en diferentes revistas de resonancia continental. Entre 1926 y 1936 pulula por varios países de Europa, hasta recalar finalmente en España, donde se suma a la lucha libertaria y antifascista. Perderá la vida el 5 de mayo de 1937, cuando un grupo stalinista lo asesine acusándolo de “contra-revolucionario”. Dos días antes de su muerte, alcanza a brindar un emotivo discurso en la Radio de la CNT-FAI a raíz del reciente fallecimiento de Antonio Gramsci en Italia, tras padecer más de diez años de encierro.
Existen dos textos en los que, a nuestro modo de ver, Berneri brinda elementos para analizar las formas que asume la subalternidad en el seno mismo de los sectores populares, en particular en la clase trabajadora. Uno de ellos se titula El culto al obrero y está fechado en el año 1934; el otro se llama Humanismo y anarquismo y fue escrito dos años más tarde. En ambos, se intenta desmitificar la errónea idealización que cierta izquierda romántica realiza de los trabajadores. Podríamos decir que esta corriente “populista” que ensalza sin más a los de abajo, desestima la condición subalterna -y, por lo tanto, constitutivamente contradictoria- en la que se encuentran sumisas las clases populares.
En el primero de estos artículos, Berneri se mofa de aquellos intelectuales y socialistas que consideran que existe un “alma proletaria” (la cual sería, más allá de las evidentes diferencias y aunque en un sentido inverso, similar a la expresión “negro de alma”). Habría pues, una especie de “alma” o esencia propia de las y los obreros, cristalina e impoluta como el agua dulce, libre de ambivalencias y totalmente ajena a los vicios burgueses.
Para confrontar con esta visión ingenua y poco realista del proletariado, Berneri apela a una cita de Maximo Gorki, quien confesaba sarcásticamente lo siguiente: “Cuando los propagandistas hablaban del pueblo, sentía de inmediato que lo juzgaban de forma diferente a como yo lo hacía. Esto me sorprendió y me hizo desconfiar de mi mismo. Para ellos, el pueblo era la encarnación de la sabiduría, de la belleza espiritual, de la bondad y del corazón, un ser único y casi divino, depositario de todo aquello que es bello, grande y justo. No era, en efecto, el pueblo que yo conocía”.
Y es que si lo que pretendemos es desmontar verdaderamente las complejas redes y mecanismos de sometimiento que nos inducen a la perpetuar el orden dominante (e incluso, a votar voluntariamente y hasta envidiar a nuestros verdugos), es preciso escamotear la tentación de confundir deseos u horizonte anhelado, con realidad o arduo camino por transitar, asumiendo nuestra condición subalterna, precisamente para poder trascenderla. Ello implica que para des-subalternizarnos y quebrantar esta situación opresiva, debemos antes re-subalternizarnos, esto es, reconocer que estamos inmersos/as en, y formamos parte de, una hegemonía y un conjunto de relaciones simbólico-materiales de dominio y reproducción del sistema, que lejos de ubicarse “por fuera” nuestro, co-constituimos y habitamos, nos penetra y moldea a diario, por lo que como trama compleja y contradictoria, si bien es asimétrica, resulta al mismo tiempo dinámica, multidimensional, ambigua y reciproca.
La negación de este carácter contradictorio -y hasta por momentos de devenir “cómplice” voluntaria- de la clase trabajadora respecto del sistema capitalista, patriarcal, colonial y adulto-céntrico, lejos de garantizar el triunfo revolucionario, bloquea la posibilidad de entender y problematizar críticamente los porqué de las sucesivas derrotas de las luchas libradas por sus núcleos de avanzada, que por lo general no fueron acompañados por el grueso del pueblo, el cual -a pesar del innegable carácter “noble” de los ideales defendidos por aquellos- se mantuvo apático y hasta reticente a los cambios propuestos por las sucesivas e infructuosas vanguardias.
Ello se ha debido, en buena medida, a que como expresa Camillo Berneri, “el obrero ideal del marxismo y del socialismo es un personaje mítico. Pertenece a la metafísica del romanticismo socialista, no a la historia”. Por eso no teme postular muy provocativamente y con fina ironía que “es más fácil que del proletariado salga un Titta Rulfo, o un Mussolini, que un científico o un filósofo”, lo cual por supuesto no equivale a desestimar el potencial revolucionario que anida en la clase obrera (que es eso: potencialidad, y no inevitable ni natural rebelión o conciencia anticapitalista, anti-patriarcal y anti-racista), sino más bien sopesarla en función de las profundas limitaciones que cobija la condición subalterna en la que se encuentra inmersa, como proceso activo marcado por la conflictividad y la negociación, la lucha enconada y la integración sistémica, la férrea solidaridad y la desconfiada competencia, el desborde plebeyo y la domesticación, la tenaz resistencia y las preferencias adaptativas.
Berneri es consciente de las críticas que su planteo puede generar y nos advierte: “Fácil previsión: habrá algún mandarín que escribirá que no tengo ‘alma proletaria’, y habrá algunos lectores que entenderán que he pretendido despreciar al proletariado”. Nada más alejado de su propósito. Por el contrario, en el otro de los textos mencionados, rematará afirmando que “el proletariado ha sido, es y será más que nunca el autor histórico de esta emancipación universal. Pero la será aún más si no se deja extraviar por la demagogia que le adora, pero desconfía de él, que le llama Dios para tratarlo como una oveja, que le coloca en la cabeza coronas de cartón-piedra y le halaga pérfidamente para conservar o conquistar un dominio sobre él”.
Bellas y pedagógicas palabras éstas, para convocar a la reflexión a quienes se calzan el vestido impoluto y la corbata académica cual “alquimistas de la revolución”, sin reparar que a esa fiesta popular se requiere asistir desnudos, o a lo sumo en harapos, con el hedor a flor de piel y titubeantes, despojados/as de toda reminiscencia a una supuesta “alma proletaria”, cabalgando con la contradicción siempre a cuestas.