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1953: La insurrección obrera en la Alemania Socialista

Gareth Dale/Jacobin :: 11.12.20

El 17 de junio de 1953 tuvo lugar la primera de una serie de rebeliones contra los regímenes pro-soviéticos en Europa Oriental. Comenzó en Berlín Oriental y se extendió por la República Democrática Alemana. Cerca de medio millón de obreros hicieron huelga y cerca de un millón de alemanes del Este —cerca del 10 % de la población— se unieron a las protestas.
Estas cifras podrían haber sido mayores si el Ejército Rojo y las fuerzas de seguridad alemanas no hubieran intervenido con una fuerza letal tan rápidamente. La escala de la respuesta le sugirió a Bertolt Brecht su famoso comentario: el Politburó había tenido que «disolver al pueblo y elegir otro».

1953: La insurrección obrera en la Alemania Socialista.

por Gareth Dale (*)/Jacobin.

http://www.vientosur.info/spip.php?article12755

El 17 de junio de 1953 tuvo lugar la primera de una serie de rebeliones contra los regímenes pro-soviéticos en Europa Oriental. Comenzó en Berlín Oriental y se extendió por la República Democrática Alemana. Cerca de medio millón de obreros hicieron huelga y cerca de un millón de alemanes del Este —cerca del 10 % de la población— se unieron a las protestas.

Estas cifras podrían haber sido mayores si el Ejército Rojo y las fuerzas de seguridad alemanas no hubieran intervenido con una fuerza letal tan rápidamente. La escala de la respuesta le sugirió a Bertolt Brecht su famoso comentario: el Politburó había tenido que «disolver al pueblo y elegir otro».

Pero lo más sorprendente fue lo rápido que se radicalizaron los trabajadores y trabajadoras. Una huelga común en Berlín Oriental creció hasta convertirse en una rebelión en todo el país. En algunas ciudades, se formaron comités de huelga en las fábricas y embriones de soviets.

Todo esto ocurrió en un solo día, en el espacio de tiempo entre el momento en el que los trabajadores ficharon para su jornada diaria y la imposición de la ley marcial, esa misma tarde.

Los aliados soviéticos de la Alemania Oriental estaban atónitos. «¿Cómo puede pasar esto?» bufaba uno. «No lo entiendo. ¡Estas cosas no pasan de un día para otro!».

La chispa

La chispa fue una huelga co–nvocada por trabajadores de la construcción de la obra de la Stalinalle, donde de los escombros de posguerra se erigía un monumental y pomposo bulevar.

Aunque espontánea, en cierto sentido, la huelga surgió de las sucesivas discusiones entre los descontentos activistas obreros sobre los recientes aumentos de la cuota de trabajo.

Los trabajadores dejaron sus herramientas y debatieron cómo avanzar. ¿Debía la resolución rechazar las nuevas cuotas de trabajo y criticar el régimen? ¿Debía una delegación de trabajadores llevar la resolución directamente al gobierno?

Al final, decidieron marchar en masa con un mensaje simple sobre la cuota de trabajo.

El 16 de junio la marcha comenzó como un hilo y sin un gran diseño. La pancarta roja de los huelguistas decía «¡Exigimos una reducción de la cuota!». El objetivo era simple: entregar la resolución.

Pero, según iban pasando por otros lugares, se unían nuevos trabajadores. Miles se unieron a sus filas y los cánticos iban cambiando a su vez.

La cuestión de la cuota perdió su papel central y en las calles sonaron otras consignas como: «¡Obreros, uníos!», «¡La unión es la fuerza!», «¡Queremos elecciones libres!», «¡Queremos ser libres, no esclavos!».

Una multitud de unas diez mil personas llegó a la «Casa de los Ministerios». Un trabajador entrado en años lanzó un grito: «¡Queremos hablar con el gobierno!».

Exigían que se presentara Walter Ulbricht, líder del partido gobernante, el Partido Socialista Unificado (SED), formado tras la fusión del Partido Comunista de Alemania (KPD) y el Partido Socialdemócrata de Alemania (SPD) en el Este.

En vez de eso, llegaron funcionarios de segunda fila para dirigirse a la multitud. Anunciaron que la principal exigencia de los trabajadores —la revocación del aumento de la cuota— sería satisfecha. Parecía haberse logrado una victoria fácil.

Sin Ulbricht a la vista, algunos se dispersaron, contentos por la gran concesión que se había aceptado y sin mucho esfuerzo, además. Pero muchos prefirieron esperar. Desconfiaban de los funcionarios que anunciaban concesiones y exigían «oírlo del propio Ulbricht».

Los funcionarios del gobierno cedieron ante los oradores. Uno presentó un conjunto de exigencias: «cancelación de los aumentos de la cuota; reducción de precios en las tiendas de propiedad del Estado; aumento general de los niveles de vida de los obreros; abandonar el intento de crear un ejército; elecciones libres en Alemania».

Después, entre vivos aplausos, un joven ingeniero propuso marchar por Berlín llamando a la huelga general.

Esa misma tarde, los huelguistas se desplegaron —en autobuses, tranvías y bicicletas— por los centros de trabajo de toda la ciudad.

La insurrección

Durante la noche, las noticias volaron por todo el país y la mañana siguiente se respiraba una pregunta: ¿debemos «solidarizarnos con Berlín»? Asambleas de masas decidían si ir o no a la huelga y elegían comités de huelga.

En los comités destacaban cuadros sindicales, militantes obreros y aquellos que rechazaban las explicaciones oficiales de las asambleas.

Habitualmente, se conocían unos a otros por las organizaciones del movimiento obrero como el SPD, los sindicatos, la Asociación de Perseguidos por el Régimen Nazi (VVN) o el ejército. En algunos centros de trabajo, el ritmo de los acontecimientos sobrepasaba los intentos de crear un proceso de toma de decisiones colectivo.

Pero donde se establecieron comités operativos, sus miembros debatían propuestas de acción y los sometían a votación en una potente fusión de democracia y coordinación.

La primera tarea era tomar el centro de trabajo. Algunos comités incluso los socializaron desde abajo, convirtiendo sus centros de trabajo en cooperativas.

Más comúnmente, los comités se centraron o en negociar con la dirección de la empresa para que se readmitiera a los trabajadores despedidos y destituir a los funcionarios, o en propagar la huelga.

Los trabajadores tomaron el control de la central telefónica, organizaron piquetes y marcharon por el área cercana.

Además, los comités elaboraron listas de exigencias más amplias. Expresaban las necesidades vitales de la huelga (que se pagaran los días de huelga y que no hubiera represalias contra los miembros de los comités), así como reclamaciones relacionadas con el centro de trabajo.

Muchas exigencias «materiales» se solapaban con las políticas, como la cancelación del aumento de la cuota o un salario igual para las mujeres, mientras que otras eran directamente políticas: reducción de las remuneraciones policiales, establecimiento de elecciones libres (habitualmente para toda Alemania), legalización de la acción industrial, libertad para los presos políticos y dimisión del gobierno.

Ciudad tras ciudad, se formaban marchas, que normalmente comenzaban en las fábricas en huelga. Otros sectores de la población —trabajadores de empresas pequeñas, amas de casa, estudiantes, trabajadores por cuenta propia— se unieron. Al llegar al centro de la ciudad, los manifestantes celebraban una concentración o trataban de ocupar la sede del poder municipal.

En Leipzig, por ejemplo, los manifestantes ocuparon las instalaciones radiotelevisivas, el local del periódico y las sedes de las organizaciones sindical y juvenil del gobierno. A la hora de comer celebraron su victoria; los manifestantes bailaron con la música que tocaban con un piano que pusieron en la plaza del mercado.

La huelga se extendió y su culminación en una concentración parecía ir acompañada por un sentimiento de determinación. Muchas capas de la población sentían que «algo había que hacer» y llegaron a un consenso, a veces con una fuerza sorprendente, sobre el curso de acción.

Pero tras este punto, el sentido de propósito común languideció. Las preguntas tácticas y estrategias se hicieron más complejas: ¿qué edificio ocupar? ¿dónde reside el poder?

La protesta inicial comenzó con grupos de obreros que se conocían unos a otros y podían alcanzar decisiones vinculantes con relativa facilidad.

Pero a medida que se lanzaban a las calles y otros se unían a sus filas, la relativa fuerza de estas redes se redujo. Y, aunque la mayor parte de las marchas y concentraciones habían transcurrido pacíficamente, el Estado desplegó fuerzas de seguridad para dispersar a las muchedumbres.

No era raro que los manifestantes armados solo con puños o herramientas desarmaran a las fuerzas del Estado. La Stasi no era eficaz y su centro perdió el contacto con muchas oficinas locales; la policía era débil y una minoría se amotinó.

Sin embargo, la intervención de las fuerzas de seguridad elevó el precio de la protesta, multiplicó las incertidumbres de los manifestantes y contribuyó a fragmentar el sentido de unidad que había marcado las fases previas.

Había algo de carnavalesco en estos eventos: el ritual teatral y el sentido de que los manifestantes estaban poniendo el mundo patas arriba.

Tomaban las centrales de radio de la ciudad y los sistemas de megafonía para difundir convocatorias de protestas. Desvalijaban los locales de las instituciones del Estado y asaltaban las comisarías de policía y las cárceles.

Arrancaban la propaganda de los muros; los niños del colegio tiraban por la ventana sus libros de texto en ruso y en una ciudad, los manifestantes sacaron a los agentes de la Stasi de un edificio, los encerraron en una caseta de perros con un plato de comida para perros puesto enfrente.

En Brandenburgo, detuvieron a un juez detestado y a un fiscal y los llevaron a la plaza del mercado para que los ciudadanos reunidos los interrogaran.

La ocupación

La mayor parte de la fase insurreccional no se desarrolló sistemáticamente, sino con fuerzas fragmentarias que perseguían objetivos inmediatos, limitados. Sin embargo, donde los comités de huelga si vincularon entre sí para formar comités de varias fábricas o incluso regionales, los hechos tomaron una forma más aguda y más conscientemente revolucionaria.

Los comités de huelga conjuntos se establecieron en Hennigsdorf, Görlitz, Cottbus, Gera, en la obre de Rügen y, sobre todo, en el triángulo profundamente industrial entre los ríos Saale, Mulde y Pleisse, en las ciudades de Leipzig, Halle, Merseburg, Bitterfeld-Wolden y Schkeuditz.

Algunos comités coordinaban no sólo acciones de huelga y manifestaciones sino también actividades insurreccionales.

Los organismos que se formaron antes podían ejercer mayor influencia. En Merseburg, los dos mayores comités de huelga de fábricas formaron un comité conjunto que determinó que la mejor táctica para asegurar que la insurrección continuara era volver a la base y ocupar. Entre tanto, enviaron una delegación a Halle, la ciudad cercana más grande.

Allí formaron otro comité que incluía representantes de fábrica, un estudiante y un comerciante. El comité de Halle desarrolló su propio programa de acción y supervisó la ocupación de la emisora de radio y la imprenta del periódico locales.

En Bitterfeld-Wolfen, cerca de treinta mil obreros y obreras marcharon hacia la plaza de la ciudad. Eligieron un comité central, compuesto de representantes de todas las principales fábricas, un ama de casa y un estudiante. El comité delegó en unidades de obreros tomar la ciudad, cada una respaldada por cientos de manifestantes.

Se hicieron con el control de la cárcel, donde ordenaron a un agente redactar una lista de presos políticos para su liberación. Tomaron la sede de correos, el ayuntamiento, los locales del SED y de la Stasi y la central telefónica.

Detuvieron al alcalde, pusieron a funcionarios bajo custodia, desarmaron a agentes de policía y encerraron al jefe de policía, todo ello en nombre del comité.

Se abrieron los archivos policiales y los nombres de los informantes de la policía fueron leídos en alto en una asamblea de masas. Mientras, mandaron a los bomberos quitar la propaganda del régimen de los muros de la ciudad y asegurarse de que las reservas de alimentos y energía quedaran en manos rebeldes.

En resumidas cuentas, el comité usurpó suave y tranquilamente la autoridad económica y civil.

Después extendió su influencia a las áreas colindantes, enviando delegaciones de obreros por tren y en camiones para difundir y coordinar la acción. Finalmente, puso sus miras en el escenario nacional.

Hizo un llamamiento a generalizar aún más la huelga y envió sus exigencias al «llamado gobierno democrático alemán»: el gobierno debe dimitir y ser sustituido, tras unas elecciones libres, por un gobierno provisional de obreros progresistas», debía disolver el ejército y abolir las fronteras occidentales.

En Görlitz, las dimensiones de las movilizaciones truncaron los planes del alcalde para disolverla. La multitud formó un comité de gobierno popular y una milicia obrera desarmada.

Procedieron a ocupar los juzgados locales, comisarías de policía, el ayuntamiento, los locales del SED y de la Stasi, el periódico regional y la estación de tren.

Despidieron al jefe de policía y nombraron a su sustituto. El alcalde firmó la liberación de todos los prisioneros políticos. El comité se reunió y se comunicó con una asamblea de masa que permitió a las multitudes dar su opinión sobre las propuestas del comité.

El éxito de la insurrección en estas ciudades puede explicarse por la presencia de grandes fábricas que facilitaron la organización efectiva de los comités.

El tiempo importaba, en términos de velocidad de la organización de la protesta y de la hora de contraataque de los soviéticos. En Görlitz la asamblea se reunión antes que en ningún otro lugar.

Los huelguistas y manifestantes se reunieron rápidamente, debatieron sobre sus objetivos y ocuparon los principales centros del poder. Les ayudó otra ventaja local: la ley marcial no se declaró hasta las 5:30 h de esa noche, varias horas más tarde que en Berlín.

Reguero de pólvora

Pero, ¿por qué el levantamiento se extendió tan rápido y brilló tanto? Había varios factores en juego. Uno era que el régimen parecía débil: la hemorragia de apoyo obrero del SED, solo mantenido por una presencia mínima en las fábricas, y el hecho de que a principios de junio hizo concesiones en un cambio político brusco (un signo de debilidad).

Sin embargo, lo que es crucial, las concesiones no se dirigieron a la preocupación más urgente de los trabajadores, el aumento de la cuota.

Otra razón del éxito del levantamiento fue la estructura centralizada de las sociedades de tipo soviético.

Como las riendas políticas y económicas están sujetas en un único centro (habitualmente alejado), las protestas periféricas pueden politizarse rápidamente. Al mismo tiempo, las instituciones intermedias entre los ciudadanos y el Estado carecían de recursos.

Pero había también un factor subjetivo. En muchos momentos críticos, ciertos individuos y grupos iniciaron la acción consciente y deliberadamente. Sus intervenciones eran en cierto sentido reacciones espontáneas al desarrollo de la situación. Pero también estaban formadas por la experiencia previa.

La naturaleza «estructurada» de la espontaneidad puede verse, primero, en las acciones de aquellos que organizaron la protesta. Del mismo modo que los fieles al SED evitaron que surgieran muchas huelgas, los militantes obreros en otras asambleas convencieron a sus compañeros de que abandonaran las herramientas.

Habitualmente repetían un llamamiento a la solidaridad: con los obreros de la construcción, con Berlín o simplemente, con la fábrica cercana.

Si el «efecto pólvora» no se debió a ninguna misteriosa cualidad contagiosa del comportamiento de la multitud sino a la presencia de los militantes y a la receptividad de los obreros a los argumentos en favor de la acción colectiva, ¿qué explica esta militancia, esta receptividad?

Las formas bien definidas de acción colectiva del 17 de junio sugieren que aquellos que participaron en las huelgas y en las marchas, ya lo habían hecho antes o habían aprendido esas prácticas por una inmersión en las tradiciones del movimiento obrero, ya sea en las olas de huelgas, en los consejos obreros o las insurrecciones del periodo de Weimar o en los comités antifascistas y los consejos obreros de la década de 1940.

Aunque la memoria colectiva de las tradiciones del movimiento obrero se habían debilitado durante el régimen nazi, no habían desaparecido.

Una minoría con coraje se mantuvo activa en la resistencia clandestina y amplias capas mantuvieron los valores y la memoria socialista entre amigos, en centros de trabajo y en los espacios residenciales.

Las pruebas del legado del movimiento obrero alemán el 17 de junio es inconfundible.

Está en las canciones (la «Internationale» y el himno del SPD «Brüder zur Sonne zur Freiheit»), en las consignas (por ejemplo en la consigna de la era de Weimar «Akkord ist Mord», «el trabajo a destajo es asesinato») y en la participación, especialmente en los comités de huelga, de personas que habían aprendido los repertorios de lucha fabril y de protesta política en movimientos pasados.

Los obreros con experiencia en esos periodos tuvieron influencia en la mayoría de comités de huelga, especialmente en la formulación de demandas. Conocemos a muchas de esas personas.

Por ejemplo, el obrero de la construcción berlinés que dio con la formulación decisiva de exigencias frente a la Casa de Ministerios, presuntamente abrió su intervención diciendo: «Me pasé cinco años en un campo de concentración bajo los nazis, pero no tengo miedo de pasar otros diez con estos».

Otro informe sugiere que esta misma persona dirigió los argumentos en favor de la huelga en los debates de la Stalinallee que desencadenaron el levantamiento.

O Otto Reckstatt, un líder de la huelga en Nordhausen. Había sido concejal de la ciudad por el SPD durante la República de Weimar.

O Wilhelm Frothaus, que inspiró la conferencia de delegados de Dresde en junio de 1953. Participó en su primera acción huelguística a los doce años en 1905, se unió al SPD en 1919, luego al KPD en 1933, fue detenido por los nazis en 1944, torturado y sólo escapó a la sentencia de muerte porque la guerra terminó. Tras ser expulsado del SED en 1950, mantuvo contacto con otros camaradas desilusionados de su fábrica.

O Walter Kellner, un sindical y antiguo miembro del SPD. Recordaba cómo muchos compañeros «no sabían cómo articular su descontento y su protesta», pero por su experiencia en la lucha fabril, estaban bien capacitados para ayudar a redactar una resolución y presentarla a los trabajadores.

O Max Latt. Sus palabras en la asamblea de Görlitz comenzaron así: «Amigos, soy el viejo Latt. Desde 1904 he sido miembro del Partido Socialdemócrata. He participado en tres revoluciones: en 1918, en 1945 y, ahora, en la revolución del 17 de junio de 1953».

En la misma ciudad, se formó un «comité de la revolución del SPD» y los «comités de iniciativa» del SPD se formaron en una fábrica óptica y en el hospital.

Por todas partes se formaron «comités obreros del SPD». Aprobaron resoluciones, hicieron pintadas y desplegaron pancartas llamando a la legalización del partido que había sido absorbido en el SED.

Aunque una minoría de huelguistas tenía experiencia práctica en el movimiento obrero anterior a 1933, muchos más absorbieron su legado. Las memorias de la lucha se transmitían entre familiares, amigos o compañeros de trabajo.

Cojamos, por ejemplo, al líder de 29 años de la huelga de Bitterfeld Horst Sowada y al líder de la huelga de Schmölln Heinz Neumann. Ambos procedentes de familias del SPD.

A los catorce años, Sowda fue interrogado por la Gestapo. Neumann se había unido al SPD en 1945, con 24 años y fue expulsado del SED en 1951. El 17 de junio, expresó su solidaridad con los obreros de la construcción de Berlín y se dirigió a la multitud con el himno «Brüder zur Sonne zur Freiheit» («Compañeros al sol de la libertad», nota del editor CT).

Lo que revelan estas y otras biografías es que la espontaneidad del levantamiento reposaba sobre la experiencia acumulada de luchas que sus participantes habían adquirido o que había sido cultivada por organizaciones centralizadas como sindicatos o partidos políticos.

Decir que la espontaneidad requiere centralización sería ir demasiado lejos, pero la ironía está ahí.

Punto de inflexión

A pesar de la heroica resistencia —quizá la más memorable fuera la de las mujeres en Jena que se sentaron interrumpiendo el paso de los tanques— el levantamiento fue aplastado. Pero dejó una marca traumática en el SED.

Su líderes tuvieron que admitir que las masas de la clase obrera se sentían ajenas al partido. «Estamos aquí sentados como los derrotados», se lamentaba un miembro del Comité Central. «¿Qué le pasa al máximo órgano de nuestro partido? ¡Es como si nos lo hubiéramos hecho en los pantalones!»

La rebelión dejó también una impresión imborrable en los manifestantes. En los años sucesivos, obreros y campesinos hablarían de la llegada de un «nuevo 17 de junio».

Pero no duró para siempre. La supresión del levantamiento y la siguiente intensificación de la seguridad del Estado socavó las esperanzas de resistencia colectiva.

Con la excepción parcial de la pequeña ola de huelgas de 1956, 1960-1 y 1970-2, entre 1953 y 1989 apenas se desarrollaron luchas significativas más allá de centros de trabajo concretos.

Los veteranos del movimiento obrero ajenos al SED que transmitían las tradiciones de lucha fueron muriendo poco a poco.

La memoria colectiva de las luchas de 1945-53, con pocos o ningún órgano para cuidarla, se apagó. Incluso en los tradicionales bastiones del SPD, el legado socialdemócrata se desvaneció.

Es resultado fue una marginación de largo alcance de la tradición socialista al margen de la ideología oficial del Estado. La socialdemocracia había sido debilitada drásticamente por el nazismo, pero había sobrevivido y resurgido en 1945.

A diferencia del asalto frontal del nazismo, el SED estalinista incorporó al SPD sutil y pérfidamente.

La similitud de las políticas del KPD y el SPD en 1945-6, unida al soborno y la intimidación, persuadieron a muchos funcionarios del SPD a unirse a la nueva organización.

Miembros de base del SPD vieron a líderes reconocidos de «su propio» campo defender la política del SED.

Y cuando el SED comenzó a atacar directamente a las organizaciones e intereses obreros, parecía provenir en parte —y así era— de las propias filas socialdemócratas. El sistema inmunológico de la socialdemocracia era demasiado débil como para afrontar una ataque originado desde dentro.

El 17 de junio de 1953 fue un punto de inflexión para el socialismo alemán. Tras 1914 y especialmente tras 1953, las redes de los socialistas ajenos al SED se fragmentaron y disolvieron.

Algunos se unieron al SED o se convirtieron en funcionarios del «sindicato» del régimen. Otros se retiraron a sus casas o dachas. Otros murieron.

En 1989 los movimientos de masas volvieron a surgir. Pero a diferencia de 1953, apenas había sentido de poder obrero o conciencia de clase.

Algunos activistas de 1953 fueron influyentes en sus comunidades o centros de trabajo en 1989. Pero sus fuerzas estaban fracturadas, sus redes marchitas.

La derrota de 1953 y las décadas de gobierno represivo que siguieron aseguraron que las cotas alcanzadas en Bitterfeld-Wolfen, Merseburg y Görlitz en un solo día en 1953 no se repitieran en las protestas de 1989.

17.06.2016

(*) Gareth Dale teaches politics at Brunel University.

https://www.jacobinmag.com/2016/06/june-17-east-germany-gdr-berlin-uprising-strike

 

Nota del editor CT: La traducción al español ha sido tomada de la Revista electrónica Viento Sur. 03/07/2017

 

 


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