Diciembre es siempre un mes muy intenso, no sólo por las festividades y fiestas, sino también porque el 10 es el Día Mundial de los Derechos Humanos, el día en que se entregan el premio nóbel oficial y el alternativo de la paz, es asimismo el tiempo final de un año que siempre es largo, y se abre el preámbulo a otro año que se ve aún más largo antes de empezar. Ahora, además, atravesados por esta pandemia que no tiene fin sino rebrotes cíclicos, que puede representar un peligro mayor para la especie, que nos ha colocado al desnudo frente al orden social en que vivimos con todas sus limitaciones, violencias y falsedades, frente a nosotros mismos y frente a los seres queridos y no que nos rodean. Tantas incertidumbres y encierros -el físico no es el peor- representan fronteras de una lucha diaria por construir y desobedecer cualquier orden de egocentrismo y egoísmo, de destrucción y autodestrucción.
La aparentemente delgada -aunque es abismal en el fondo- frontera entre ilusión y esperanza, es clave para luchar y construirse bien a uno mismo y a los demás con quienes compartimos resistencias y desafíos. La esperanza está asociada a la u-topía (algo que no tiene lugar ahora pero puede tenerlo en el futuro), tiene un principio de realidad, pero la ilusión es una quimera: ni es ni puede ser con el principio de realidad actual. La historia de nuestra especie es una continua lucha por transformar quimeras en utopías, al grado que ahora casi podríamos decir que como quimeras sólo quedan la inmortalidad, el viaje en el tiempo, la ausencia de pobreza y violencia (¿?)… y ¿cuál más? Las utopías han sido siempre un avance central para el crecimiento de la humanidad, por eso el daño es grande en esta época posmoderna del “fin de las utopías”, de las contra-utopías.
De ahí que este sea un tiempo privilegiado para renovar fuerzas y esperanzas, colectiva e individualmente. Pero ¿cuáles esperanzas renovar? No es una pregunta superficial, porque de su centralidad depende la direccionalidad de nuestras luchas, acciones y reflexiones, así como el no abatimiento, fatalismo ni conformismo.
El premio nóbel de la paz es claramente, en gran parte, un reconocimiento sobre todo político del aparato internacional, pero no deja de ser en ocasiones una referencia moral positiva, un apoyo y protección a ciertas luchas libertarias y también de tendencias políticas de los poderosos a considerar. Este año fue otorgado al Programa Mundial de Alimentos de la ONU, por sus esfuerzos en combatir el hambre en el mundo, especialmente en zonas de guerra para evitar “el uso del hambre como arma bélica”. Algo profundamente institucional -por suerte la mayoría de las veces no ha sido así-, y hacia una institución cada vez más devaluada en su poder de acción y decisión política internacional, aunque en el plano asistencial sigue teniendo aún una función ineludible básica.
A su vez, el Premio Goldman -una especie de nóbel ambiental- fue entregado a Leydy Pech Martín, comunera y apicultora indígenas maya de Campeche, de la comunidad de Hopelchén y la organización de mujeres mayas Muuch Kambal. Su lucha colectiva ha sido contra la siembra de transgénicos de Monsanto, al grado de lograr la cancelación de su permiso para la siembra de soya transgénica en la región. Particularmente Leydy, siempre amenazada, se dedica a la cría de abejas nativas, profundamente agredidas por la destrucción de bosques, las fumigaciones y plantaciones de ese tipo.
Vemos así que en tiempos de pandemia global, la paz se va acercando más al sinónimo de “salud” que de “seguridad”, en el sentido armado y militarista como ha sucedido casi siempre. Aunque ambas identidades premiadas, lo son por enfrentarse a la guerra y la violencia social.
Activistas sociales y justicia: el radical, el amoroso, el valiente, la comprometida, el firme y lxs inclaudicables.
El mayor drama de derechos humanos que se vive en la guerra en nuestro país, tiene que ver con la brutal inhumanidad de la última década, con cientos de miles de muertos -ejecutados sin enfrentamiento en su mayoría- y al menos 80 mil desaparecidos, según las últimas cifras oficiales que los familiares rechazan como demasiado cortas. Las políticas oficiales de austeridad han apuntado, en parte, a un terreno en el que no debería haberla, sino al contrario deberían multiplicarse geométricamente los recursos de búsqueda e identificación, porque un país atravesado por ese flagelo de inhumanidad e impunidad no puede considerarse “moralmente sustentable”. Sin tampoco dejar de reconocer, los cambios sustantivos de fondo de este gobierno respecto a los dos anteriores que declararon y prolongaron la guerra, empezando porque el encargado del tema sea alguien con la integridad y el pasado de Alejandro Encinas.
Un personaje público y actor social muy importante en la lucha contra la guerra de estos últimos años acaba de morir por Covid, el Dr. José Manuel Mireles. Más allá de cualquier discusión acerca de acciones y estrategias, es indudable que Mireles tuvo el enorme valor de enfrentarse a las autoridades y al delito organizado, en un territorio totalmente minado desde su natal Tepalcatepec (Michoacán) y en el peor momento de violencia, y gritar -junto a otrxs- en febrero del 2013 un grito radical de “¡No más!”, un ¡Ya basta!, metiendo su cuerpo por delante con gran entereza y dignidad.
Muchos casos similares en valor y determinación moral, aunque con otras características de lucha, tuvimos el privilegio de conocerlos, aprender y compartir en el Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad. Queremos recordar ahora a seis personas particularmente heroicas y ejemplares -en un sentido profundo del término-, cuatro que fueron desaparecidas o asesinadas precisamente en estos días en 2011 -hace 9 años-, otra asesinada en 2019 y una que aún nos acompaña y enseña. ¡Todos estos brutales asesinatos y desapariciones siguen hasta hoy en la impunidad total!
Asimismo, los asesinatos de Don Nepo y Don Trino, junto al del comunero de Ostula Pedro Leyva acaecido el 6 de octubre del mismo año, y la desaparición de Eva y Marcial, no pudieron ser bien procesados ni reflexionados colectivamente con calma y consenso en el Movimiento por la Paz, lo que ocasionó un cambio de estrategia y repliegue con consecuencias decisivas a futuro.
Nepomuceno Moreno, amigo del corazón, representante fiel de miles de familiares en búsqueda en México, fue un padre amoroso único que quería ser recordado así: “murió porque andaba buscando a su hijo”. Lo asesinaron a medio día, en pleno centro de Hermosillo cerca de la Procuraduría. Jorge Mario (17 años) fue secuestrado con otros dos jóvenes amigos en un Oxxo entre Obregón y Guaymas el 1° de julio del 2010; inmediatamente Don Nepo aceptó pagar sin suceso un rescate. Se puso entonces a investigar -bajo todo tipo de estrategias y tácticas, de grandes peligros- el proceso de la desaparición y asesinato de su hijo (la última llamada de los secuestradores salió de la Procuraduría de Justicia de Sonora), logrando identificar a los responsables que eran la policía local junto a una muy peligrosa banda delictiva regional, así como saber de la brutal tortura que les hicieron a esos jóvenes. Lo informó a la Procuraduría pero se negaron a hacer nada. Lo dejaron completamente solo e indefenso, y allí apareció en su camino el Movimiento por la Paz con miles de cientos de víctimas similares, con los que encontró fuerza, refugio y nuevos caminos de lucha, que no fueron suficientes, llegando incluso al grado incluso de interpelar públicamente al propio presidente Calderón en el segundo Diálogo Público en Chapultepec el 14 de octubre del 2011. Murió haciendo honor a su consigna de “Siempre pa’delante, nunca pa’trás”.
Don Trino de la Cruz, fue uno de los líderes morales y materiales más firmes hacia el pueblo nahua de la costa michoacana de Ostula, fundador de sus Guardias Comunitarias y de Xayakalan, tierra recuperada que hoy es una muy importante experiencia de organización y autonomía. Fue un gran ser humano en la sencillez y determinación, además de su gran inteligencia y valor, con quien pudimos compartir una caravana de derechos humanos del Movimiento por la Paz con doce personas más, que buscaba acompañar a don Trino en su regreso a Ostula, el 6 de diciembre del 2011. En la tarde, al dirigirnos a la asamblea de Ostula -desde Xayakalan- fuimos emboscados por cuatro jóvenes paramilitares y don Trino fue arteramente asesinado poco después. ¡Horror se queda corto! desde todo punto de vista. Pero, compartiré algo íntimo: Don Trino nos salvó la vida a los miembros de la caravana que lo acompañábamos.
Eva Alarcón fue otra compañera del Movimiento por la Paz, con quien tuvimos una buena relación por meses en todo sentido, de quien siempre aprendimos su compromiso total con su organización, valor, inteligencia, ánimo y optimismo indeclinable en la lucha. En la noche del 6 de diciembre -el mismo día del asesinato de don Trino-, Eva y Marcial Bautista, de la Organización de Campesinos de la Sierra de Petatlán y Coyuca de Catalán (OCESP) salieron en camión de pasajeros de su comunidad y fueron interceptados por un retén militar; poco más adelante un banda de criminales los hizo bajar del camión y hasta hoy están desaparecidos.
Samir Flores, activista social de una firmeza total en la defensa de los pueblos nahuas y campesinos de Morelos y del zapatismo, miembro del Frente en Defensa de la Tierra y el Agua, fue brutalmente asesinado en la puerta de su casa el 20 de febrero. Su mayor lucha en los últimos años fue por oponerse a la termoeléctrica de Huexca, al gasoducto y al Proyecto Integral Morelos, mismos que el actual gobierno acaba de impulsar en su tramo final, desconociendo los amparos vigentes y usando a la Guardia Nacional para proteger los trabajos de conexión del tramo final del acueducto.
Finalmente, Carlos Moreno es el padre de Jesús Israel, joven estudiante de Geografía en la facultad de Filosofía y Letras de la Unam, quien fue desaparecido en Chacahua, Oaxaca, el 8 de julio del 2011, a los 19 años. Hasta el día de hoy, Carlos ha emprendido una inclaudicable y valiente lucha con muy riesgosas investigaciones y todo tipo de presiones a las autoridades en todos los niveles de gobierno, las cuales han sido una vergüenza total.
Este 9 de diciembre el gobierno mexicano realizó un Acto de Reconocimiento y Responsabilidad del Estado mexicano por el dictamen de desaparición forzada emitido por el Comité de Derechos Humanos de la ONU, y promovido por la valiosa ONG de I(DH)EAS, hacia Christian Téllez Padilla, Jesús Israel Moreno Pérez y Víctor Manuel Guajardo Rivas. Christian fue desaparecido en Poza Rica, por la Policía Intemunicipal de Veracruz el 20 de octubre del 2010; Víctor fue desaparecido el 10 de julio del 2013 en Coahuila por agentes del Grupo de Armas y Tácticas Especiales (GATE) y del GATEM. Sus madres son luchadores también inclaudicables.
Este Acto no cubre en nada la todavía existente impunidad y falta de justicia hasta hoy que atraviesa a estos casos y familias, pero no deja de ser un reconocimiento, un paso que ha costado mucho de esperanza en la lucha y una presión política hacia una lucha ejemplar. Dependerá de todas nuestras organizaciones y personas de que periódicamente -¿cada 15 días?- consultemos a las autoridades estatales y federales cómo van las investigaciones y acciones en estos casos. Como bien dijeron autoridades y familiares, este “Reconocimiento y Disculpa Pública” son sólo el primer paso de la imprescindible necesidad de Reparación, pero el estado mexicano no puede dejar las cosas así. Resultó muy interesante apreciar el contraste entre las participaciones de las autoridades (fiscalías) de los tres estados donde desaparecieron los tres jóvenes, que se limitaron a discursos genéricos de sus actividades en el tema, y las intervenciones muy concretas y precisas de María Eugenia Padilla, María Hortensia Rivas y Carlos Morenos, madres y padres de los desaparecidos, quienes hablaron con enorme claridad, dignidad, dolor y fuerza dando detalles bien concretos de cómo fueron desaparecidos, quiénes lo hicieron, cómo las autoridades no han hecho ni lo mínimo y lo que debe hacerse ¡ya!. Reflejaban el principio de realidad bien contrastantes entre las autoridades y los familiares de víctimas. Al menos el subsecretario Encinas fue enfático y concreto al pedir a la comisionada nacional de búsqueda, Karla Quintana, de “continuar las búsquedas inmediatamente sin cesar hasta encontrarlos”.
Dijo María Eugenia: “La verdadera justicia será cuando me entreguen a mi hijo, castiguen a los culpables y me digan qué pasó”. A su vez, María Hortensia exigió a “las autoridades que expliquen ellas a mis nietos por qué su padre ya no está en casa, porque yo ya no tengo palabras”. Finalmente, Carlos Moreno manifestó que no aceptaba esta Disculpa, por respeto a su hijo, hasta que no se realice el verdadero trabajo de investigación, justicia, reparación y no-repetición por parte de las autoridades; en el caso de su hijo Jesús Israel además son crueles y grotescas las fallas de investigación y justicia, sobre todo de la fiscalía de Oaxaca, al haber 3 personas inocentes presas por torturas desde hace 8 años, de un supuesto crimen donde aún no hay un cuerpo.
Mireles, Don Nepo, Don Trino, Eva, Marcial, Samir, Carlos, María Eugenia y María Hortensia son grandes luces de la dignidad del pueblo y las luchas mexicanas, del valor inquebrantable y amor desinteresado por los seres queridxs, contra la guerra, por la justicia, la verdad y la defensa de los derechos humanos, individuales y colectivos de los pueblos. También son ejemplos transparentes de la impunidad en México, del casi nulo trabajo de la justicia y del contubernio entre el crimen organizado y algunos aparatos de gobierno y empresariales de todos los niveles. Quienes les conocimos, quisimos y aprendemos, cantaremos al final de nuestros caminos con Mercedes Sosa: “Gracias a la vida…por haberlxs conocido”.
¿Y en la CNDH qué pasa? ¿El anarquismo insurreccional es el único feminismo?
Pasando a otro tema sobre los derechos humanos en México: ¿qué está pasando en la CNDH “tomada”? ¿Hay alguien de la sociedad civil, de las autoridades, de los grupos involucrados que nos pueda contestar? Está claro que la CNDH, está lejos de ser una institución modelo, es muy necesaria y le urgen cambios de fondo, y que ahora sesiona en otro espacio, pero el fondo del conflicto no está para nada transformado positivamente.
Reconocemos y aplaudimos con emoción, nos hemos solidarizado en muchas formas de movilización, acción directa e investigación, a toda la gran lucha de las mujeres en México y el mundo contra todas las formas de violencia que sufren impune y normalizadamente, desde la discriminación y el acoso en sus múltiples formas hasta el feminicidio. Conocemos directamente bien, y respetamos profundamente, a las distintas corrientes feministas ejemplares, que han sido un avance fundamental para la humanización de toda nuestra especie, no sólo de las mujeres.
Pero el “anarquismo insurreccional” (Carlos Illades, https://www.nexos.com.mx/?p=45982) -y su “Bloque Negro”- no representan la única corriente feminista, ni por asomo centraliza o agota la lucha feminista, aunque, a nivel público, últimamente parezca hacerlo. Confieso que mi desconfianza hacia este tipo de lucha es grande, y lo digo por experiencia propia directa e indirecta de muchos años: en las luchas globalifóbicas, en la toma del auditorio Che Guevara-Justo Sierra de la facultad de Filosofía y Letras de la Unam desde septiembre del 2000, en la reciente toma de cinco meses de la misma facultad desde noviembre del 2019 y que sólo se levantó por la pandemia, en el actual movimiento de Black Lives Matter en EU, donde sus acciones violentas de penetración en las masivas acciones públicas noviolentas de protesta a quien más feliz hicieron fue a Trump, quien casi ganó la elección con el lema de “ley y orden”, azuzando las falsas acusaciones -creídas por decenas de millones- de terroristas socialistas hacia esos movimientos…
No negamos el valor histórico del anarquismo -sobre todo el colectivista, mientras el actual es profundamente individualista-, al contrario ha sido una fuente permanente de inspiración en nuestra vida, y también, por ejemplo, en las raíces de la noviolencia: Gandhi repetidamente fue acusado de ser anarquista y lo era en mucho, empezando por sus lecturas de cabecera. Tampoco negamos el valor y decisión moral y material del anarquismo insurreccional en sus confrontaciones al sistema capitalista, pero diferimos -y para nada por falsos moralismos si pintar o no estatuas o romper vidrios- profundamente de sus estrategias y tácticas de lucha social, que en la práctica vemos que en la mayoría de los casos sólo benefician a las autoridades que se enfrentan y sólo prolongan las injusticias. Sus formas de lucha tienen objetivos mucho más allá de sus demandas, que rápidamente desaparecen del terreno de la lucha pública, para situar la confrontación en el terreno del no-tiempo, la no-negociación, la no-asamblea pública, la no-incorporación de otros actores o simpatizantes a la lucha…etc, etc. Por eso sus confrontaciones se convierten en enfrentamientos polarizados y polarizantes, excluyentes de las grandes porciones de la sociedad que incluso pudieran simpatizar, donde desaparece cualquier ética de relación entre el fin y los medios, donde se subsumen los medios -muchas veces violentos- a la generalmente legitimidad de las causas, algo inadmisible desde la lógica de construcción de paz noviolenta.
¿Por qué se retiraron las madres de desaparecidxs y asesinadxs de la toma de la CNDH? ¿Por qué la comunidad de la facultad de Filosofía y Letras de la Unam no tuvo prácticamente ninguna participación en la reciente toma ni la ha tenido en los últimos años de la toma del auditorio? … Supongo que no se querrá usar de argumento legitimador que ahora la CNDH es una Casa de Refugio para Víctimas Mujeres, algo claramente muy legítimo y necesario, pero para nada debería ser en ese espacio, porque si de veras un objetivo de la lucha fuera tener ese espacio seguro ya lo habrían logrado presionando -con masivo apoyo ciudadano- a alguna instancia de gobierno por una casa adecuada y presupuesto, que seguro existen en el centro histórico o en otro lugar de la ciudad. Pero la estrategia de que “Arda todo lo que tiene que arder” no apunta prioritariamente a avanzar en la resolución concreta de ciertas demandas, sino a alargar los tiempos de los conflictos, bajo permanentes amenazas y acciones de mayor violencia, y bajo la concepción que el “caos es fin a sí mismo” y de allí “mágicamente” nacerá algo mejor.