Sólo la rebeldía conseguirá los cambios sociales y políticos que el sistema y la casta política se niegan a ceder.
Cavieses se ha quedado pegado en la vieja izquierda revolucionaria y sigue pensando el asalto al poder del estado y un gobierno al estilo de maduro, el dictador de Venezuela. Para él la rebeldía y la vanguardia son los ejes del proceso. Sin partido no hay revolución. Pero en Chile la población no se ha quedado pegada al estallido buscando vanguardias, sino que está poco a poco descubriendo que puede administrar los barrios entre los propios vecinos con autonomía empezando con la producción de alimentos en las huertas comunitarias, su preparación y distribución en común, para todos todo. Su conclusión de que no habrá nada del pueblo ni para el pueblo en la convención constitucional y que habrá una fuerte abstención en la votación para constituyentes es acertada.
El lenguaje político es hoy elusivo y orillero, hipócrita mejor dicho. Las intenciones verdaderas van debajo del poncho. El político profesional desprecia el discurso ideológico. Emplea las técnicas engañosas del marketing y del management. Es lo que impone el sistema que lo amamanta y que es la regla de oro de la política en tiempos del neoliberalismo.
Por eso la “madre del cordero” de la Convención Constitucional permanece en las sombras. Los partidos del sistema -y lo son casi todos- han tejido una espesa red de trampas, reglamentos, quórums y otras zarandajas que subordinan la soberanía popular a la voluntad del neoliberalismo. Eso impedirá que las manos limpias del pueblo escriban la nueva Constitución. Las tramoyas urdidas por la secreta hermandad de partidos, cercenarán las facultades de los convencionales.
El poder originario será apuñalado a traición por los partidos. La puerta de hierro para contener los cambios será el quórum de dos tercios. Una mayoría de 66% pesará menos que un paquete de cabritas si la reacción controla el 34% de los votos. Propósito fácil para una derecha que bordea el 40% electoral en los últimos 30 años. Los partidos del sistema han impuesto la discriminación a los escaños de los pueblos originarios. Han recurrido también a diversas martingalas para obstaculizar las candidaturas independientes. Se han esmerado en ensayar las zancadillas a los derechos fundamentales que el pueblo esperaba ver consagrados en la Constitución. La tutoría y administración de los partidos está prefabricando una Constitución que será la versión remozada de la que impuso la dictadura en 1980.
La “madre del cordero” en esta maniobra es la protección de la economía de mercado. El neoliberalismo es el corazón del sistema y los partidos tributarios lo defenderán con celo de fanáticos y argucias de tahúres del póker político.
El neoliberalismo no solo es una doctrina económica para hacer más ricos a los ricos y empobrecer aún más a los pobres. Es un método que hace coherentes las funciones del Estado e impone un pensamiento único. Es toda una “cultura” de dominación oligárquica que solo será barrida por una revolución cultural surgida desde abajo.
Los 25 partidos existentes son beneficiarios de un sistema que cría a la mayoría a su imagen y semejanza. A cambio de leales servicios reciben recursos, privilegios y honores que permiten a la casta política sobrevivir incluso en medio del desprestigio en que hoy se encuentran. La simbiosis economía y política es hoy absoluta. Cortar su cordón umbilical significaría la muerte de ambos.
Esta es la “madre del cordero” que impide la formación de una lista única de candidatos a la Convención. Las listas únicas por distritos, única manera de superar los 2/3 e imponer la democracia en la Convención, se ha hecho imposible. Los partidos del sistema se han adueñado de la Convención y la manejarán a su antojo para defender el sistema que se prometió cambiar. La lista única –acompañada por una vibrante movilización por la victoria del pueblo- habrían permitido convertir la Convención castrada en una Asamblea Constituyente con todos los poderes que le son propios. Tal aspiración se basaba en la historia de algunos partidos que no hace mucho criticaban el modelo neoliberal y apoyaban la Asamblea Constituyente. Pero esos partidos –autollamados de “centroizquierda” o “socialdemócratas”- cambiaron de sintonía asimilados por el sistema.
Sin embargo –admitamos aunque duela- que el fracaso de la lista única no sólo es fruto de las argucias de los partidos del sistema. También existe grave responsabilidad de partidos y organizaciones sociales que se declaran anti neoliberales. Unos y otros no se han movilizado para imponer con la presión de masas –a las que dicen representar- la única estrategia unitaria y democrática para sepultar la Constitución de la dictadura.
La dispersión política de los sectores democráticas –y la ausencia de una Izquierda capaz de marcar el rumbo de las luchas políticas y sociales-, se hace sentir otra vez con toda crudeza.
A menos de un mes de la inscripción de candidatos a la Convención, el campo popular se encuentra sumido en el sopor de Navidad y Año Nuevo. Temporada de vacaciones y delirium consumista, de los cercos que impone el Covid-19 a la libertad de movimiento y de reunión. Y de la intoxicación de las conciencias con el jarabe ideológico de los matinales y de los papagayos de la política. Lo que ocurrirá en abril –cuando se elijan los convencionales- es previsible. La abstención volverá por sus fueros al comprobar el pueblo que los partidos del sistema se han adueñado de la Convención y que nada cambiará. ¿Y de ahí en adelante? Se armará la de San Quintín porque la paciencia de un pueblo tan maltratado y tantas veces engañado tiene un límite, como advirtió la rebelión del 18 de octubre. Sólo la rebeldía conseguirá los cambios sociales y políticos que el sistema y la casta política se niegan a ceder.
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