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Reencantar el mundo. Tecnología, cuerpo y construcción de lo común

Silvia Federivi :: 25.12.20

Las luchas que tienen como objetivo la ruralización del mundo ―como, por ejemplo, a través de la recuperación de tierras, la liberación de ríos de los embalses, la resistencia contra la deforestación y, de manera fundamental, la revalorización del trabajo reproductivo― son cruciales para nuestra supervivencia. Son la condición de nuestra supervivencia física pero también del «re-encantamiento» de la tierra, en tanto reconectan lo que el capitalismo ha separado: nuestra relación con la naturaleza, con las demás personas y con nuestros cuerpos, a fin de permitirnos no solo escapar de la fuerza gravitatoria del capitalismo, sino recuperar una sensación de integridad en nuestras vidas.

Reencantar el mundo.

Tecnología, cuerpo y construcción de lo común

 

Silvia Federici

Del libro:

Reencantar el mundo

El feminismo y la política de los comunes

https://www.traficantes.net/sites/default/files/pdfs/map60_Reencantar_interior_web.pdf

 

Casi ha pasado un siglo desde que Max Weber afirmara en «La ciencia como vocación» que el sino de nuestro tiempo se caracteriza sobre todo por el desencantamiento del mundo, un fenómeno que él atribuía a la intelectualización y racionalización producidas por las formas modernas de organización social.1 Con el término «desencantamiento» Weber se refería a la desaparición de lo religioso y lo sagrado, pero podemos interpretar su advertencia en un sentido más político, como una referencia al surgimiento de un mundo nuevo en el que nuestra capacidad para reconocer la existencia de otras lógicas distintas a la lógica del desarrollo capitalista se pone cada día más en duda. Este «bloqueo» tiene orígenes diversos y evita que la desdicha en la que vivimos nuestro día a día se convierta en acción transformadora. La reestructuración global de la producción ha desmantelado las comunidades de clase trabajadora, al tiempo que ha profundizado las divisiones impuestas por el capitalismo en el cuerpo del proletariado mundial. Sin embargo, lo que evita también que nuestro sufrimiento se convierta en una fuerza productora de alternativas al capitalismo es el poder de seducción que ejerce la tecnología sobre nosotros, esta parece que nos otorgara unas

 

1 Max Weber, «Science as a Vocation» (1918-1919) en For Max Weber: Essays in Sociology, H. H. Gerth y C. Wright Mills (eds.), Nueva York, Oxford University Press, 1946, p. 155 [ed. cast.: «La ciencia como vocación», en El político y el científico, Madrid, Alianza Editorial, 2015, p. 229

 

facultades sin las cuales vivir parece imposible. El propósito de este artículo es cuestionar ese mito. No se trata de lanzar un ataque estéril contra la tecnología desde la nostalgia del retorno a un paraíso primitivo, sino de dejar constancia del coste de la in-novación tecnológica que nos tiene cautivados y, sobre todo, de recordarnos los conocimientos y facultades que hemos perdido al producirla y adquirirla. Cuando hablo de «reencantar el mundo» me refiero a descubrir lógicas y razonamientos distintos a los del desarrollo capitalista, práctica que considero indispensable para la mayoría de los movimientos antisistémicos y precondición para resistir a la explotación. Si todo lo que conocemos y anhelamos es lo que ha producido el capitalismo, entonces no hay esperanza alguna de un cambio cualitativo. Las sociedades que no se preparen para reducir el uso de la tecnología industrial se tendrán que enfrentar con los desastres medioambientales, la competencia por unos recursos cada vez más escasos y un sentimiento de desesperación cada vez mayor ante el futuro del planeta y el sentido de nuestra presencia en él. En este contexto, las luchas que tienen como objetivo la ruralización del mundo ―como, por ejemplo, a través de la recuperación de tierras, la liberación de ríos de los embalses, la resistencia contra la deforestación y, de manera fundamental, la revalorización del trabajo reproductivo― son cruciales para nuestra supervivencia. Son la condición de nuestra supervivencia física pero también del «re-encantamiento» de la tierra, en tanto reconectan lo que el capitalismo ha separado: nuestra relación con la naturaleza, con las demás personas y con nuestros cuerpos, a fin de permitirnos no solo escapar de la fuerza gravitatoria del capitalismo, sino recuperar una sensación de integridad en nuestras vidas.

 

Tecnología, cuerpo y autonomía

 

Partiendo de estas premisas, afirmo que la seducción que ejerce la tecnología sobre nosotras es efecto del empobrecimiento ―económico, ecológico y cultural― que cinco siglos de desarrollo capitalista han producido en nuestras vidas, incluso ―o sobre todo― en los países en los que ha alcanzado su clímax. Este em-pobrecimiento tiene muchas facetas. Lejos de crear las condicio-nes materiales para realizar la transición al comunismo, según imaginaba Marx, el capitalismo ha producido escasez a escala global. Ha devaluado las actividades que reconstituyen nuestro cuerpo y mente después de consumirlos en el proceso de trabajo, esquilmando la tierra hasta tal punto que cada vez hay menos re-cursos para sustentar nuestra vida. Como dijo Marx refiriéndose al desarrollo de la agricultura:Todo progreso de la agricultura capitalista no es sólo un progreso en el arte de robar al obrero, sino a la vez en el arte de esquilmar el sue-lo; todo avance en el acrecentamiento de la fertilidad de este durante un lapso dado de tiempo supone un avance en el agotamiento de las fuentes duraderas de esa fertilidad. Este proceso de destrucción es tanto más rápido, cuanto más tome un país —es el caso de los Esta-dos Unidos de Norteamérica, por ejemplo— a la gran industria como punto de partida y fundamento de su desarrollo. La producción ca-pitalista, por consiguiente, no desarrolla la técnica y la combinación del proceso social de producción sino socavando, al mismo tiempo, los dos manantiales de toda riqueza: la tierra y el trabajador.2Esta destrucción no resulta más obvia en tanto el alcance glo-bal del desarrollo capitalista ha puesto fuera de la vista la ma-yoría de sus consecuencias sociales y materiales, de modo que para nosotros se hace difícil evaluar el coste total de cualquier forma nueva de producción. Como explicó el sociólogo alemán Otto Ullrich, lo único que hace persistir el mito de que la tecno-logía genera prosperidad es la capacidad de la misma a la hora de transferir sus costes a unos plazos y unas distancias consi-derables, así como nuestra consiguiente incapacidad de ver el sufrimiento que causa nuestro uso cotidiano de los dispositivos tecnológicos.3 En realidad, que el capital aplique la ciencia y la tecnología a la producción ha demostrado tener un coste tan ele-vado en términos de sus efectos sobre la vida humana y los eco-sistemas que si se generalizara destruiría el planeta. Como a me-nudo se ha afirmado, solo se podría generalizar su aplicación si tuviésemos otro planeta que seguir saqueando y contaminando.42Karl Marx, Capital: A Critique of Political Economy, vol. 1, Friedrich Engels (ed.), Ben Fowkes (trad.) Londres, Penguin, 1990, p. 638 [ed. cast.: El capital, tomo i, pp. 612-613].3 Otto Ullrich, «Technology» en Wolfgang Sachs (ed.), The Development Dictionary,Londres, Zed Books, 1992, p. 283 [ed. cast.: Diccionario del desarrollo. Una guía del conocimiento como poder, pratec, Perú, 1996, p. 365].4Mathis Wackernagel y William Rees, Our Ecological Footprint: Reducing Human Impact on the Earth, Gabriola Island (bc), New Society Press, 1996.

Reencantar el mundo270Sin embargo, existe otra forma de empobrecimiento que es me-nos visible pero igual de devastadora y que ha sido práctica-mente ignorada por la tradición marxista. Se trata de la pérdi-da provocada por la larga historia de violencia capitalista sobre nuestras facultades autónomas. Me refiero con esto al conjunto de necesidades, deseos y capacidades que durante millones de años de desarrollo evolutivo en estrecha relación con la naturale-za se han sedimentado en nosotros y que constituyen uno de los orígenes principales de nuestra resistencia a la explotación. Me refiero a nuestra necesidad de sol, viento y cielo, la necesidad que tenemos de tocar, oler, dormir, hacer el amor y estar al aire libre, en lugar de estar enclaustradas (mantener a los niños en-cerrados entre cuatro paredes sigue siendo uno de los retos más importantes para los maestros de muchos lugares del mundo). La insistencia en la construcción discursiva del cuerpo nos ha he-cho perder de vista esta realidad. Pero esta estructura acumulada de necesidades y deseos, que ha constituido la precondición para nuestra reproducción social, ha presentado un poderoso límite a la explotación del trabajo. Por eso, desde sus primeros pasos, el capitalismo ha tenido que librar una guerra contra nuestro cuer-po, convirtiéndolo en un significante de todo aquello que es limi-tado, material y opuesto a la razón.5La intuición de Foucault respecto a la primacía ontológica de la resistencia6 y nuestra capacidad de producir prácticas liberadoras puede explicarse por estos motivos. Es decir, se puede explicar partiendo de una interacción constitutiva entre nuestros cuerpos y un «afuera» ―llámese el cosmos, el mun-do natural―, que ha resultado enormemente productiva en términos de capacidades y de visión e imaginación colectiva, aunque esté mediada obviamente por la interacción social/cul-tural. Todas las culturas del sur de Asia ―como nos recuerda Vandana Shiva― tienen su origen en sociedades que vivían en 5 Véase Federici, Caliban and the Witch: Women, the Body and Primitive Accumulation, Brooklyn (ny), Autonomedia 2004, especialmente el capítulo 3 [ed. cast.: Calibán y la bruja. Mujeres, cuerpo y acumulación primitiva, Madrid y Buenos Aires, Traficantes de Sueños y Tinta Limón, 2010].6De la que se habla en Michael Hardt y Antonio Negri, Commonwealth, Cambridge, Harvard University Press, 2009, p. 31 [ed. cast.: Commonwealth: el proyecto de una revolución del común, Madrid, Akal, 2011].

 

estrecho contacto con los bosques.7 Además, los descubrimien-tos científicos más importantes tuvieron lugar en las sociedades precapitalistas, en las que la vida de las personas estaban pro-fundamente marcadas, en todos los aspectos, por la interacción cotidiana con la naturaleza. Hace 4.000 años los observadores del cielo babilonios y mayas descubrieron y dibujaron mapas celestes que reflejaban las principales constelaciones y los mo-vimientos cíclicos de los cuerpos celestiales.8 Los marineros polinesios podían navegar en alta mar aunque fuese noche ce-rrada y alcanzar la orilla leyendo las olas del océano ―tal era el nivel de sensibilidad de sus cuerpos a los cambios de la ondu-lación y las oleadas del mar―.9 Los pueblos nativos de América de la época previa a la conquista producían los cultivos que ahora alimentan a la población mundial, con una maestría que las innovaciones agrícolas de los últimos 500 años no han po-dido superar; y estos generaron una abundancia y diversidad sin parangón en ninguna otra revolución agrícola.10 Recurro a esta historia, tan poco conocida y rumiada, para subrayar el gran empobrecimiento que hemos experimentado en el curso del desarrollo capitalista, y que ningún ingenio tecnológico ha podido compensar. En efecto, podríamos escribir una historia de la desacumulación de nuestros conocimientos y capacidades precapitalistas en paralelo a la historia de la innovación tecno-lógica capitalista; esta es la premisa sobre la que el capitalismo ha erigido la explotación de nuestro trabajo. La capacidad de interpretar los elementos, de descubrir las propiedades medici-nales de las plantas y las flores, de obtener el sustento de la tie-rra, de vivir en el bosque o la selva, de guiarse por las estrellas y los vientos a través de caminos y mares, era y sigue siendo una 7Vandana Shiva, Staying Alive: Women, Ecology and Development, Londres, Zed Books, 1989 [ed. cast.: Abrazar la vida. Mujer, ecología y supervivencia, Madrid, Horas y horas, 2004].8 Clifford D. Conner, A People’s History of Science: Miners, Midwives, and Low Mecha-nicks, Nueva York, Nation Books, 2005, pp. 63-64 [ed. cast.: Historia popular de la cien-cia: mineros, matronas y mecánicos, La Habana, Editorial Científico-Técnica, 2009].9 Ibídem, pp. 190-192. Aquí Conner también cuenta que los navegantes europeos obtuvieron de los marineros nativos el conocimiento de los vientos y las mareas que les permitió atravesar el Atlántico.10Jack Weatherford, Indian Givers: How the Indians of the Americas Transformed the World, Nueva York, Fawcett Books, 1988.

Reencantar el mundo272fuente de «autonomía» a destruir. El desarrollo de la tecnología industrial capitalista se ha construido sobre esa pérdida y la ha amplificado.El capitalismo no solo se ha apropiado del conocimiento y capacidades de los obreros en el proceso de producción de tal modo que, como decía Marx, «el medio de trabajo [aparece] como medio de dominación, de explotación y empobrecimiento del obrero».11 Como explico en Calibán y la bruja, la mecaniza-ción del mundo estaba fundamentada y precedida por la me-canización del cuerpo humano, que en Europa se llevó a cabo mediante los «cercamientos», la persecución de los vagabundos y la caza de brujas de los siglos xvi y xvii. A este respecto, es importante recordar que una tecnología no es un dispositivo neutral sino que conlleva un sistema de relaciones específico, «una red infraestructural de condiciones técnicas, sociales y psicológicas»12 y un régimen disciplinario y cognitivo que cap-tura e incorpora los aspectos más creativos del trabajo vivo em-pleado en el proceso de producción. Esto sigue ocurriendo en el caso de la tecnología digital. Aún así, es difícil desengañarse de la idea de que la llegada del ordenador ha sido beneficiosa para la humanidad, de que ha reducido la cantidad de traba-jo socialmente necesario y aumentado nuestra riqueza social y nuestra capacidad de cooperación. Y es que, si se tiene en cuenta lo que ha hecho falta para alcanzar la informatización, cualquier visión optimista de la revolución de la información y la sociedad del conocimiento queda ensombrecida. Como nos recuerda Saral Sarkar, para producir un solo ordenador hacen falta entre 15 y 19 toneladas de distintos materiales y 33.000 litros de agua pura, que obviamente se extraen de nuestra ri-queza común, probablemente de las tierras y aguas comunes de África o de América Central y del Sur.13 De hecho, podemos aplicar a la informatización lo que escribió Raphael Samuel so-bre la industrialización: «Si se observa la tecnología [industrial] 11 Marx, Capital…, vol. 1., p. 638 [ed. cast.: El capital…, p. 612]. 12Ullrich, «Technology», op. cit., p. 285.13Saral Sarkar, Eco-Socialism or Eco-Capitalism? A Critical Analysis of Humanity’s Fundamental Choices, Londres, Zed Books, 1999, pp. 126-127; véase también Tricia Shapiro, Mountain Justice: Homegrown Resistance to Mountaintop Removal for the Future of Us All, Oakland (ca), ak Press, 2010.

Reencantar el mundo273desde el punto de vista de la mano de obra en lugar del capital, decir que la maquinaria permite ahorrar esfuerzos es una burla cruel […] aparte de las exigencias impuestas por la propia ma-quinaria, tenía a un enorme ejército de trabajadores afanados en proporcionarle las materias primas».14La informatización también ha expandido la capacidad mi-litar de la clase capitalista y su vigilancia de nuestro trabajo y nuestra vida ― unas consecuencias que hacen palidecer los beneficios que podemos obtener del uso del ordenador perso-nal―.15 Lo que es más importante, la informatización no ha re-ducido la jornada semanal, algo que han prometido todas las utopías tecnológicas desde la década de 1950, ni la carga de trabajo físico. Ahora trabajamos más que nunca. Japón, la tierra natal del ordenador, se ha puesto a la vanguardia mundial con un nuevo fenómeno conocido como «muerte por exceso de tra-bajo» [karōshi]. Por otra parte, en Estados Unidos muere cada año un pequeño ejército de trabajadores por accidente laboral ―los casos se cuentan por miles― y muchos más contraen en-fermedades que abreviarán su vida.16Básicamente, la informatización está llevando a su culmen la abstracción y regimentación del trabajo y con ellas nuestra alie-nación y deslocalización. El nivel de estrés que está produciendo el trabajo digital se puede medir por la epidemia de trastornos mentales ―depresión, pánico, ansiedad, déficit de atención, dis-lexia― típica hoy en día en los países con tecnología más avan-zada como Estados Unidos; epidemias que también se pueden 14Raphael Samuel, «Mechanization and Hand Labour in Industrializing Britain» en Lenard R. Berlanstein (ed.), The Industrial Revolution and Work in Nineteenth-Century Europe, Londres, Routledge, 1992, pp. 26-40.15Jerry Mander, In the Absence of the Sacred: The Failure of Technology and the Survival of the Indian Nations, San Francisco, Sierra Club Books, 1991 [ed. cast.: En ausencia de lo sagrado. El fracaso de la tecnología y la supervivencia de las naciones indias, Palma de Mallorca, José Jota de Olañeta, 1996].16Según Joann Wypijewski, 40.019 trabajadores murieron en el trabajo entre los años 2001 y 2009; en 2007 se produjeron más de 5.000 muertes en el trabajo, una media de quince cadáveres al día, y más de 10.000 sufrieron mutilaciones o heridas. La autora calcula que «como muchos casos no se denuncian, el número de trabajadores lesionados posiblemente se aproxime más a 12 millones de trabajadores que a los 4 millones oficiales»; «Death at Work in America», Counterpunch, 29 de abril de 2009.

Reencantar el mundo274interpretar como formas de resistencia pasiva, como una nega-tiva a obedecer, a convertirse en máquinas y hacer propios los planes del capital.17En pocas palabras, la informatización se ha sumado al estado de sufrimiento generalizado haciendo realidad la idea del «hom-bre-máquina» de Julian de la Mettrie. Ocultándola tras la ilusión de la interconectividad, ha producido un nuevo tipo de soledad y nuevas formas de distanciamiento y separación. Gracias al or-denador ahora millones de personas trabajamos en situaciones en las que cada movimiento que hacemos es monitorizado, regis-trado y, potencialmente, castigado; las relaciones sociales se des-moronan mientras pasamos semanas delante de nuestras panta-llas, renunciando al placer del contacto físico y a la conversación cara a cara; la comunicación se ha vuelto más superficial, ya que la seducción de la respuesta inmediata termina reemplazando las cartas meditadas por intercambios superficiales. También nos vamos dando cuenta de que el ritmo rápido al que nos están acostumbrando los ordenadores genera cada vez más impacien-cia en nuestras interacciones cotidianas con otras personas, que no pueden ser tan rápidas como una máquina. En este contexto, tenemos que rechazar el axioma que sole-mos encontrar en los análisis del movimiento Occupy de que la tecnología digital (Twitter, Facebook) es una correa de transmi-sión de la revolución global, la chispa que prendió la «Primavera Árabe» y el movimiento de las plazas. Sin duda, Twitter puede sacar a millones de personas a la calle, pero solo si ya están mo-vilizadas. Pero no puede dictar cómo nos juntamos, si de manera secuencial o de esa manera comunal y creativa que hemos vivido en las plazas, fruto del deseo por el otro, por la comunicación cuerpo a cuerpo y por un proceso de reproducción compartido. Como ha demostrado la experiencia del movimiento Occupy en Estados Unidos, internet puede ser un facilitador, pero la activi-dad transformadora no se origina en la información que se pasa por la red; se origina acampando en el mismo espacio, resol-viendo los problemas juntas, cocinando juntos, organizando un equipo de limpieza o enfrentándonos a la policía, experiencias reveladoras todas ellas para miles de jóvenes que han crecido 17Franco «Bifo» Berardi, Precarious Rhapsody, Londres, Minor Compositions, 2009.

Reencantar el mundo275delante de la pantalla del ordenador. No por casualidad, una de las experiencias más apreciadas del movimiento Occupy fue el mic check [prueba de micro] ―un dispositivo creado cuando la policía prohibió el uso de megáfonos en Zucotti Park y que pron-to se convirtió en un símbolo de independencia del Estado y de la máquina, significante de un deseo colectivo, de una voz y una práctica colectivas―. Durante meses, la gente decía mic check! en las asambleas, aunque no fuera necesario, regocijándose en esta afirmación de poder colectivo.Todas estas consideraciones son un desatino para quienes atribuyen a las nuevas tecnologías digitales una ampliación de nuestra autonomía y dan por sentado que quienes trabajan en los niveles más altos de desarrollo tecnológico están en la mejor posición para promover el cambio revolucionario. En realidad, las regiones con la tecnología menos avanzada desde el punto de vista capitalista son las que viven una lucha política más intensa, y en las que existe también una mayor convicción ante la posi-bilidad de cambiar el mundo. Ejemplo de ello son los espacios autónomos creados por los campesinos y las comunidades indí-genas en América Latina que, a pesar de siglos de colonización, han mantenido las formas de reproducción comunales.Actualmente las bases materiales de este mundo están su-friendo un ataque nunca visto. Son el objetivo de un proceso in-cesante de cercamiento dirigido por las empresas de la minería, el agronegocio y los biocombustibles. El hecho de que ni siquiera los Estados latinoamericanos con fama de «progresistas» hayan podido superar la lógica del extractivismo es una muestra de la profundidad del problema. El actual ataque sobre la tierra y el agua se ve agravado por el intento igualmente pernicioso que es-tán realizando el Banco Mundial y una plétora de ong de poner todas las actividades de subsistencia bajo el control de las rela-ciones monetarias a través de la política del crédito agrícola y las microfinanzas, y que han convertido en deudores a multitudes de comerciantes, granjeros y proveedores autosuficientes de ali-mentos y cuidados, la mayoría de ellos mujeres. Pero a pesar de esta violencia, este mundo, que algunos llaman «rurbano» para resaltar su dependencia simultánea de la ciudad y el campo, se niega a marchitarse. Muestra de ello son la proliferación de los movimientos de ocupación de tierras, las guerras del agua y la

Reencantar el mundo276persistencia de prácticas solidarias como el tequio,18 incluso entre quienes han emigrado al extranjero. Al contrario de lo que nos diría el Banco Mundial, el «agricultor», rural o urbano, es una categoría social que aún no está condenada al vertedero de la historia. Algunos, como el ya fallecido sociólogo de Zimbabwe Sam Moyo, han hablado de un proceso de «recampesinización» y afirman que el movimiento contra la privatización de la tierra y por la reapropiación que se extiende de Asia a África posible-mente sea la batalla más decisiva, y ciertamente la más fiera, que se está librando en el planeta.19Desde las montañas de Chiapas hasta las llanuras de Bangla-desh, muchas de estas luchas han estado lideradas por mujeres, que han tenido una presencia clave en todos los movimientos de ocupación y reclamación de tierras. Enfrentadas a la nueva ronda de privatización de la tierra y al aumento del precio de los alimentos, las mujeres han intensificado también su actividad agrícola de subsistencia y para ello se han apropiado de cual-quier tierra pública a su alcance, transformando en el proceso el paisaje urbano de muchas localidades. Como ya he explicado en otra parte, recuperar o ampliar la tierra para la agricultura de subsistencia ha sido una de las principales batallas de las muje-res de Bangladesh, lo que ha llevado a la creación de la Landless Women’s Association [Asociación de mujeres sin tierra] que lle-va ocupando tierras desde 1992.20 En India, las mujeres también han encabezado la reclamación de tierras y han participado en el movimiento contra la construcción de presas. Además han formado la National Alliance for Women’s Food Rights [Alian-za nacional por los derechos alimentarios de las mujeres], un movimiento nacional compuesto por 35 grupos de mujeres que han hecho campaña por la defensa de la economía de la semilla de mostaza, que está bajo amenaza desde que una corporación 18Tequio es una modalidad de trabajo colectivo, cuyo origen se remonta a la Centroamérica precolonial, por la que los miembros de una comunidad suman esfuerzos y recursos para llevar a cabo proyectos comunitarios como una escuela, un pozo o una carretera.19Sam Moyo y Paris Yeros (eds.), Reclaiming the Land: The Resurgence of Rural Movements in Africa, Asia and Latin America, Londres, Zed Books, 2005.20Federici, Revolution at Point Zero: Housework, Reproduction, and Feminist Struggle, Oakland (ca), pm Press, 2012 [ed. cast.: Revolución en punto cero. Trabajo doméstico, reproducción y luchas feministas, Madrid, Traficantes de Sueños, 2013].

Reencantar el mundo277estadounidense intentó patentarla. En África y en América Lati-na se libran batallas parecidas y también son cada vez más fre-cuentes en los países industrializados, en los que proliferan las huertas urbanas y la economía solidaria con la prominente parti-cipación de las mujeres.Otras razonesEn definitiva, lo que estamos presenciando es una «transvalora-ción» de los valores políticos y culturales. Del mismo modo que el camino marxista hacia la revolución tenía a sus líderes en los trabajadores industriales, estamos empezando a darnos cuenta de que los nuevos paradigmas podrían ser aquellas personas que luchan por liberar su reproducción del yugo del poder corporati-vo y preservar nuestra riqueza común en los campos, las cocinas y los pueblos pesqueros de todo el planeta. También en los países industrializados, como ilustra Chris Carlsson en Nowtopia, hay cada vez más personas en busca de alternativas a una vida regu-lada por el trabajo y el mercado, porque en el régimen de la pre-cariedad, el trabajo ya no puede ser una de las fuentes de iden-tidad y porque estas requieren ser más creativas. En esta misma línea, las luchas obreras actuales siguen patrones distintos a la huelga tradicional, lo que refleja la búsqueda de nuevos modelos de protesta y nuevas relaciones entre los seres humanos y entre los seres humanos y la naturaleza. Observamos el mismo fenó-meno en el desarrollo de las prácticas de creación de lo común como los bancos de tiempo, las huertas urbanas y las estructuras de responsabilidad comunal. También lo podemos ver en la pre-ferencia por los modelos andróginos de identidad de género, el auge de los movimientos transexual e intersexual y el rechazo queer del género, que implica el rechazo a la división sexual del trabajo. También debemos mencionar la expansión global de la pasión por los tatuajes y el arte de la decoración corporal que está creando comunidades nuevas e imaginadas que traspasan los límites del género, la raza y la clase. Todos estos fenómenos no solo indican que se están averiando los mecanismos discipli-narios, también revelan el profundo deseo de remodelar nuestra

Reencantar el mundo278humanidad de formas distintas, y de hecho opuestas, a las que se nos han intentado imponer durante los siglos de disciplina industrial capitalista.Como bien se documenta en este volumen, las luchas de las mujeres en torno al trabajo reproductivo cumplen un papel cru-cial en la construcción de esta «alternativa». Ya he explicado en otro texto que hay algo especial en este trabajo ―ya se trate de agricultura de subsistencia, educación o crianza― que lo hace especialmente apto para la creación de relaciones sociales más cooperativas. Producir seres humanos o verduras para nuestra mesa es, de hecho, una experiencia cualitativamente diferente a la de producir automóviles, ya que requiere una interacción con procesos naturales cuyas modalidades y tiempos no controla-mos. Por definición, el trabajo reproductivo tiene el potencial de generar una comprensión más profunda de los límites naturales en los que operamos en este planeta, un elemento esencial del reencantamiento del mundo que estoy proponiendo. Por contra, el empeño por forzar el encaje del trabajo reproductivo en los parámetros de la organización industrial del trabajo ha tenido efectos especialmente dañinos. Una muestra de ello son las con-secuencias de la industrialización del parto, que ha convertido un acontecimiento que podría ser mágico en una experiencia alienante y espantosa.21Estos nuevos movimientos sociales nos permiten vislumbrar de distintas formas el surgimiento de otra racionalidad que no solo se opone a la injusticia social y económica sino que también nos reconecta con la naturaleza y nos permite reinventar lo que significa ser un ser humano. Por ahora esta nueva cultura solo es un atisbo en el horizonte, pues la impronta de la lógica capitalis-ta en nuestra subjetividad sigue siendo muy fuerte. La violencia que ejercen los hombres sobre las mujeres en todos los países es una muestra del largo camino que nos queda por recorrer antes de poder hablar de comunes. También me preocupa que algu-nas feministas estén cooperando con la devaluación capitalista de la reproducción, como demuestra su miedo a admitir que las mujeres pueden tener un papel especial en la reorganización del 21Robbie Pfeufer Kahn, «Women and Time in Childbirth and Lactation» en Frieda Johles Forman y Caoran Sowton, Taking Our Time: Feminist Perspectives on Temporality, Nueva York, Pergamon Press, 1989, pp. 20-36.

trabajo reproductivo y la tendencia generalizada a considerar las actividades reproductivas como actividades necesariamente tediosas. Esto, en mi opinión, es un grave error: el trabajo repro-ductivo, en tanto constituye la base material de nuestra vida y es el terreno principal en el que podemos practicar nuestra capaci-dad de autogobernarnos, es la «zona cero de la revolución».

 


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