El dilema entre economía y salud pública sucede por vivir en un sistema capitalista y las soluciones capitalistas no pueden evitar el daño y la tragedia, porque seguirán presas de la acumulación de capital, la creación de valor y la oposición de los muy ricos a ofrecer sus riquezas al resto de la sociedad.
(I): quién crea la riqueza y quién la disfruta
(II): parar la economía y usar el sentido común
No hay que ser científico social para observar la gran desigualdad en que vivimos. Todos podemos pensar en algún jefe empresario que hemos tenido y ver que, claramente, no pertenecemos a tu mismo grupo social. En 2019, un estudio de Credit Suisse estimó que en el Estado español había 979.000 personas con más de 895.000 euros de riqueza (valorando todo su patrimonio, activos financieros y no financieros).
El mismo estudio sitúa una mediana en el Estado de 95.360 euros por adulto. Esto significa que la mitad de la población tiene 95.360 euros o menos de riqueza. Hay unas 900.000 personas que rondan o superan el millón de euros. Podemos imaginar que la salud psicológica y física, la comida, el ocio, la vivienda, las oportunidades y la calidad de vida de esos ricos son mucho mejores que las nuestras. Aquí la mayoría trabaja mucho y cobra poco, y unos cuantos trabajan muy poco y cobran muchísimo. Esto no tiene ningún sentido, además de ser totalmente injusto y cruel. Deberíamos buscar otra forma de organizarnos con la que todos pudiéramos vivir un poco mejor.
Para acabar con las desigualdades, se suele plantear aumentar los impuestos o dar ayudas a las personas empobrecidas. Pero eso nos hace obviar una cuestión más importante: ¿de dónde ha salido toda esa riqueza que hoy está en manos privadas de las grandes rentas y patrimonios? Empecemos pensando en cómo se produce en el sistema capitalista. Las “fuerzas productivas” son 1) los medios de producción (instrumentos y máquinas para producir, así como materiales que se trabajan) y 2) la fuerza de trabajo (energía y tiempo que aportan personas trabajadoras). El empresario es el dueño de los medios de producción y contrata la fuerza de trabajo de los trabajadores, usando ambos para producir bienes o servicios que luego venderá por más de lo que le ha costado producirlos. Así, obtiene beneficios y ve aumentada su riqueza. Los autónomos y algunos pequeños empresarios son dueños de los medios de producción y a la vez son fuerza de trabajo.
Así pues, todo lo que ves a tu alrededor (ordenador, lámpara, mesas, acceso a internet, las carreteras, servicio de transporte, etc.) ha sido producido o su servicio facilitado por horas de trabajo humano, que también ha creado los propios medios de producción (herramientas de taller, de agricultura, material de oficina, etc.). La riqueza de la sociedad o los medios para obtener riqueza vienen de la fuerza colectiva de los trabajadores y trabajadoras. La sociedad, pues, funciona y es construida por el trabajo humano, no por los medios de producción, que por sí mismos no producen. Los empresarios que no trabajan, los rentistas que viven de cobrar alquileres, los especuladores de bienes como viviendas o títulos de propiedad en bolsa no aportan nada a la sociedad, sólo se apropian y acumulan lo que crea el trabajo colectivo.
La mayoría de la población no pasa de los 100.000 euros de patrimonio acumulado, lo que significa que es imposible que los grandes ricos hayan obtenido su riqueza de su propio trabajo
La mayoría de la población no pasa de los 100.000 euros de patrimonio acumulado, lo que significa que es imposible que los grandes ricos hayan obtenido su riqueza de su propio trabajo, necesitarían trabajar durante varias vidas humanas. Por supuesto, los más ricos suelen venir de familias ricas y no partir de cero. Además, los capitalistas invierten dinero para obtener más dinero, ya sea en viviendas, acciones, préstamos o medios de producción/mercancías para que sus empleados los trabajen y ellos puedan quedarse el beneficio resultante. En cualquier caso, las grandes fortunas rara vez han trabajado o aportado algo a las necesidades reales de la sociedad.
Esto afecta directamente a la libertad y vida de los trabajadores, quienes no deciden nada sobre su trabajo. Por eso, si la empresa o la economía “flojean”, el empresario no baja su beneficio sino el salario del resto de trabajadores, con posibilidad de despidos. Si ni con esas vale, el Estado rescatará a las grandes empresas, les abaratará el despido o lo que haga falta. Los accionistas y grandes empresarios tienen todas las reglas a su favor para mantener o aumentar su riqueza y el trabajador no: el empleado está en manos del empresario.
Así, los empleados trabajan para generar ingresos que cubran su salario, pero también el resto de gastos de la empresa y, además, dedican tiempo extra a trabajar para generar los “beneficios” del empresario. El nivel de vida del empresario no se paga solo. Este robo legal se llama plusvalía y es una fuente constante de extracción de valor que pasa de los trabajadores al dueño. Pensemos algo sencillo: si un trabajador se llevara realmente todo lo que produce (descontando los gastos de producción), el empresario no recibiría nada a final de mes y no lo contrataría.
Ese trabajo regalado, aparte de ser un abuso brutal que nos quita tiempo de vida y subordina unos seres humanos a otros, se convierte además en valor apropiado y acumulado por el empresario. Y un poquito de ti, un poquito de tu compañero y otro poquito de algún tipo de especulación, y empezamos a entender mejor son grandes riquezas.
Volviendo al principio, quizás deberíamos dejar de proponer aumentar impuestos con miedo y abrir un debate sobre qué hacer con toda la riqueza. Hay miles de personas millonarias que se han apropiado de los recursos y bienes de todos y los están acaparando y bloqueando, impidiendo su uso en sanidad u otros bienes y necesidades humanas. Son banqueros, grandes empresarios, especuladores inmobiliarios y otro tipo de ladrones. Recordemos que sus coches, casas, trajes, comidas y copas han sido producidas por asalariados y pequeños empresarios. Es el momento de exigirles lo que nos han “requisado” por ser los dueños del capital y recuperar esa riqueza de todos. Y de que empiecen a trabajar y aportar algo. La mayoría de la población tiene menos de 100.000 euros. Hagamos un pacto: os dejamos a los ricos 500.000 euros, y el resto de nuestra riqueza que os habéis quedado, lo devolvéis a su dueño original, el colectivo. De un día para otro, recuperaríamos muchísimo dinero con el que mejoraríamos la sociedad. Es un comienzo.
————————————————–
Sociólogo y máster en Cooperación al desarrollo
En el primer artículo de esta serie vimos que el valor se crea con la actividad humana, con el trabajo. Cuando una persona aplica trabajo a materias, estas se convierten en mercancías que se venden a un mayor precio que el que ha costado el salario de los y las trabajadoras implicadas. Buena parte de ese valor creado por el trabajador es apropiado por parte del empresario (plusvalía) en forma de riqueza/dinero (no se profundizará en este tema). Así, el empresario obtiene beneficios (ingresos menos gastos) que utilizará para consumir, para el ahorro o bien para la inversión en más capital, que usará para generar más valor.
Se crea valor para consumir y generar más valor, y esa es la rueda que no puede parar. Si no se genera valor, los y las trabajadoras no obtienen ingresos en forma de salario, los empresarios no obtienen beneficios, se para la inversión, se para el consumo y ello trae miseria, paro y sufrimiento humano en general. Actualmente, somos esclavos de la creación del valor y reproducción del capital. Por ello, cuando viene una crisis económica, una pandemia, una guerra o cualquier otro motivo que paralice la producción, y así, la creación de valor y reproducción del capital, los niveles de sufrimiento aumentan. Especialmente el sufrimiento de los y las asalariadas, de las personas jubiladas, de las personas paradas o las personas dependientes. Los colectivos menos poderosos sufren primero y más intensamente las consecuencias negativas.
Así pues, llegamos al dilema entre economía y salud pública. Si paramos la actividad económica, la pobreza y el dolor humanos aumentarán por motivos económicos. Si no paramos la actividad económica, el dolor humano aumentará por motivos de salud. Parece irresoluble si lo planteamos así, que es el planteamiento del Gobierno y de cualquier gobierno en el sistema capitalista. En esta tesitura, muchas trabajadoras prefieren ir a trabajar y exponerse al virus, ya que el contagio es posible que no ocurra, o que ocurra sin graves consecuencias. Sin embargo, no trabajar significa paro asegurado. En cualquier caso, lo que quieran las trabajadoras no importa prácticamente nada. Son los empresarios y los políticos los que están decidiendo qué hacer en esta situación. Cuando el gobierno toma decisiones sin los empresarios, estos se quejan a través de sus patronales.
¿Hay salida, entonces? Se necesitan muchos recursos para parar la economía y cubrir los gastos que eviten el inmenso sufrimiento humano que tal paro supone. Los recursos, la riqueza, existe y está en manos privadas aunque la hayamos creado entre todos y todas. Una primera salida al dilema es recuperar esa riqueza, ese dinero y esos recursos, y usarlos para devolvérselo a los y las trabajadoras y paradas en forma de ERTE, subvenciones, prestaciones u otras ayudas directas a las personas necesitadas. Simplemente estarían obteniendo lo que es suyo y de lo que un día se apropió un empresario.
No podemos seguir dependiendo de un mercado capitalista únicamente movido por la obtención de beneficios sin importar qué, cómo y a costa de quién
No obstante, el debate sobre el motor de la economía es más profundo y debe ser puesto encima de la mesa para el presente y el futuro. No podemos seguir dependiendo de un mercado capitalista únicamente movido por la obtención de beneficios sin importar qué, cómo y a costa de quién. Por mero sentido común, hace falta planificar la economía. Igual que planificamos la sanidad pública o la educación pública para que sean universales y eficaces, debemos planificar la producción. No tiene ningún sentido que estemos produciendo constantemente cosas que no necesitamos o que directamente nos dañan a nosotros o al medio ambiente.
La pandemia ha puesto de relieve esta antigua necesidad: el momento en que sólo pudieron salir a trabajar los y las que trabajan en servicios esenciales para el mantenimiento de la vida, la mayoría se quedó en casa. Los que no pudieron acudir a trabajar, sintieron angustia por no poder generar el valor que se les pide y que, dicho sea de paso, se había decidido que no era necesario para la sociedad. La mayoría de titulados universitarios ocupan puestos de menor nivel formativo que para el que se han preparado. Otros se van a otros estados donde sí pueden trabajar. Estamos perdiendo mano de obra cualificada cuya aplicación mejoraría nuestras vidas y nuestra sociedad (sanitarios, docentes, científicos sociales y naturales, ingenieros, etc.), sólo porque no hay empresarios que crean que esa cualificación pueda crearles beneficios económicos.
La paralización de la economía no debería suponer un problema en una sociedad que ha producido y puede producir lo suficiente para que nadie sufra
La paralización de la economía no debería suponer un problema en una sociedad que ha producido y puede producir lo suficiente para que nadie sufra. Y buena parte de ese sufrimiento viene porque necesitamos dinero para comprar una vida digna, no sólo los lujos o elementos complementarios. Quizás el dilema entre economía y salud pública se resuelva parcialmente con medidas como el acceso a un hogar por el mero hecho de ser persona, la planificación agrícola para alimentar a la población sin depender de otras economías lejanas, la creación de rentas universales que no hagan depender la dignidad de la vida de un empleo que nunca llega, el refuerzo de los sistemas educativos y sanitarios para que no se colapsen y no pongan en riesgo la salud del colectivo. En fin, la desmercantilización de las necesidades básicas y la creación de servicios públicos, con una planificación que oriente nuestra economía al sentido común, como “estar lo mejor posible en este mundo”, y así como a la sostenibilidad ambiental. No puede ser que si hay casas, si hay cosechas, si hay abrigos, si hay transportes y telecomunicaciones, gran parte de la sociedad tengamos ansiedad y angustia por no poder trabajar en mitad una pandemia, todo para poder comprarlos. Si hay riqueza de sobra, ¿por qué alguien tiene que sufrir tanto por no poder ir a vender camisetas una semana? ¿o por no poder ir a la oficina a atender el papeleo o la gestión del capital de un empresario? A esta desorganización absurda de la sociedad sólo se le encuentra sentido desde la estrecha perspectiva de la creación de valor y la lógica capitalista.
Por tanto, hay que racionalizar la economía, planificarla, limitar la producción de aquellos productos negativos o nocivos para el medio y para los humanos, garantizar la producción de servicios y bienes que mejoran la vida de las personas aunque no sean rentables para el mercado, permitirnos paralizar la economía por motivos de salud sin que ello implique tantísimo sufrimiento humano. El dilema entre economía y salud pública sucede por vivir en un sistema capitalista y las soluciones capitalistas no pueden evitar el daño y la tragedia, porque seguirán presas de la acumulación de capital, la creación de valor y la oposición de los muy ricos a ofrecer sus riquezas al resto de la sociedad.
En el siguiente y último artículo de la serie, atenderemos a los argumentos para orientar la gestión de esta crisis de una forma u otra.