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Rusia admite que la era del petróleo ha pasado y vira su estrategia energética hacia las renovables

Público :: 29.12.20

El imperio de los combustibles fósiles toca a su fin. Así lo proclama el Kremlin, el mayor exportador de energía del mundo, si se contabilizan sus ventas de gas y de petróleo. «El techo del consumo ha pasado y los riesgos [productivos y del mercado] irán en aumento», dice su ministro de Finanzas, Vladimir Kolychev, quien revela un giro estratégico hacia las renovables.

Rusia admite que la era del petróleo ha pasado y vira su estrategia energética hacia las renovables

 
 

El imperio de los combustibles fósiles toca a su fin. Así lo proclama el Kremlin, el mayor exportador de energía del mundo, si se contabilizan sus ventas de gas y de petróleo. «El techo del consumo ha pasado y los riesgos [productivos y del mercado] irán en aumento», dice su ministro de Finanzas, Vladimir Kolychev, quien revela un giro estratégico hacia las renovables.

Arabia Saudí fue el pionero del cártel de la OPEP en poner en solfa la supremacía del petróleo como fuente de energía global. Asentada al calor de la revolución industrial de finales del siglo XIX y durante toda la centuria pasada. Con creciente peso geoestratégico. La Visión 2030 de su príncipe heredero, Mohamed bin Salman (MbS), esbozó, hace dos años, una hoja de ruta para, a lo largo de la década venidera, cambiar la fisonomía de una nación, fundada en 1932, bajo un tratado de legitimidad entre la Casa Saud y el clero wahabí, y acabar con la crudo-dependencia; es decir, poner el epitafio a la casi total monopolización de ingresos por hidrocarburos en este petro-Estado.

Todo un desafío socio-cultural en el mayor productor de crudo y en el país con las más amplias reservas de oro negro conocidas que ha incluido la llegada de capital privado en los 2 billones de dólares de la venta del 5% de Aramco, primera corporación del planeta, y la puesta en escena de un fondo soberano, de otros 2 billones de dólares, en el que han entrado, no sin contratiempos inversores, firmas como tecnológicas como Apple, Google, Microsoft y fondos de inversión como Berkshire Hathaway. El rival petrolífero saudí en el mercado, y contrapeso en los cónclaves de la ampliada OPEP + pasa ahora a la acción. Porque Rusia está preparando el terreno para un escenario sin los carburantes fósiles como su fuente prioritaria de energía. Empresa de igual calado que la de su contrincante saudí, ya que implica una transformación diametral del patrón de crecimiento y del sistema productivo ruso.

El titular de Finanzas, Vladimir Kolychev, ha admitido el viraje estratégico del Kremlin: «El cénit del consumo [del petróleo y del gas] ya es pasado» y los riesgos asociados a mantener el statu quo actual «son demasiado arriesgados a largo plazo», afirmó antes de avanzar que la apuesta de futuro de Moscú serán las energías renovables.

Las palabras de Kolychev han causado perplejidad. No son el modus operandi del Kremlin. Entre otras razones, por el reconocimiento de que los tiempos dorados de la base de subsistencia más importante de la segunda potencia nuclear y que inculcó a principios del milenio la energía como arma estrategia de su política exterior, han pasado a la historia. Y, con ello, su fuente prioritaria de ingresos. Pero también porque la todopoderosa voz de Vladimir Putin hablaba el pasado mes de octubre de que la catapulta exportadora de la energía rusa se afianzaría en los próximos años en la creciente demanda de las naciones asiáticas y, en apoyo de su discurso, desde el Ministerio de Economía se pronosticaba que el techo del consumo de crudo en el planeta no llegaría hasta 2045.

Kolychev también avanzó que su departamento baraja varios horizontes futuros con unos niveles de demanda fluctuantes. Pero que todos ellos se canalizarán bajo una misma premisa: la búsqueda de un modelo consolidable, garantista y sólido de los beneficios que reporta a las arcas rusas su poderoso sector energético y la creación de un fondo de contingencia para épocas de vacas flacas en la cotización del petróleo como a actual. La explicación del ministro va en la dirección marcada por Putin, que ha prometido en los últimos años rebajar la crudodependencia del país y asentar una estructura energética sostenida con fuentes renovables. Las ventas de gas y petróleo sustentan más de la tercera parte de los ingresos presupuestarios rusos.

El envite de Kolychev ha sido, cuanto menos, oportuno. Los confinamientos sociales derivados de la Covid-19, la hibernación económica que ha llevado a la recesión global más profunda en tiempos de paz y las restricciones a la movilidad han acelerado las cruzadas contra la catástrofe climática. British Petroleum (BP) ha sido la primera supermajor en asumir, el pasado septiembre, la tesis a la que ahora se acoge el titular de Finanzas ruso: el consumo de crudo no volverá nunca a los niveles vistos antes de la pandemia. Mientras desde China se ha acelerado las políticas de transición energética, la Administración Biden prepara su Green New Deal y Europa ha puesto una velocidad más a su crucero para llegar a metas más ambiciosas en su objetivo de conseguir emisiones netas de CO2 cero.

Rusia podría estar sopesando una táctica de sincronización en este ámbito con los tres grandes bloques económicos y comerciales. Porque, al inicio de diciembre, Putin designó a Anatoly Chubais, ex responsable de Rusnano, como su máximo asesor en cambio climático. El Grupo Rusnano es una institución rusa de desarrollo de la innovación creada en el marco de la iniciativa presidencial denominada Estrategia para el desarrollo de la industria de la nanotecnología, creada en 2011, cuya misión es configurar un tejido industrial competitivo con la nanotecnología como propulsora, y que ha focalizado la mayor parte de sus inversiones en las energías sostenibles. Chubais ha sido una de las voces más críticas de la política energética actual de Rusia, así como a su benevolencia para con las medidas de lucha contra el cambio climático. Entre sus embestidas dialécticas figura un peligro, a su juicio, latente: los descensos bruscos y continuados del petróleo son una amenaza contra la seguridad nacional.

La cuota de renovables en el mix energético ruso se sitúa por debajo del 1%. Es decir, tiene un enorme trecho por recorrer en la carrera de la sostenibilidad. Porque, entre otras razones, aún destina la mayor parte de sus recursos en tareas de exploración y prospección petrolíferas; sobre todo, en el Ártico. Desde think-tanks como el Skolkovo Energy Center de Moscú se advierte de que el dinamismo económico del país podría limitarse a un pírrico crecimiento del 0,8% del PIB en las próximas dos décadas si Rusia no logra adaptarse a las demandas de energías alternativas a los combustibles fósiles. «La economía rusa está claramente al margen de la extrema gravedad por la que atraviesan los hidrocarburos», afirma a Bloomberg Natalia Orlova, economista jefe de Alfa-Bank en la capital moscovita. «Ni el Kremlin ni las empresas tienen una comprensión nítida de la dirección que debería tomar Rusia si desea abandonar su dependencia de una energía todavía sin una fecha de caducidad, pero con los días contados».

Los expertos advierten que el dinamismo económico de Rusia podría limitarse a un pírrico crecimiento del 0,8% del PIB en las próximas dos décadas si no logra adaptarse a las demandas de energías alternativas a los combustibles fósiles.

Inversiones billonarias en la industria petrolífera

Uno de los puntos de mayor fricción entre la Administración Trump y el Kremlin deja entrever la enorme trascendencia que Putin ha otorgado a su industria energética. El llamado Nord Stream 2, el gaseoducto que debería haber conectado, a finales de este año, la costa rusa del Mar Báltico con el litoral alemán a través de sus 1.230 kilómetros -y que la Gran Pandemia ha retrasado sine die, pero con visos de poder abastecer el mercado germano a corto plazo. El líder republicano llegó a advertir de que «Berlín comete un tremendo error por su dependencia no forzada hacia Moscú».

No sólo Washington mostró su preocupación. También varios aliados de la OTAN dieron rienda suelta a sus críticas hacia la canciller Angela Merkel por persistir en un proyecto que va a duplicar la capacidad de suministro del gas natural ruso al mercado alemán con el Nord Stream original, que abrió sus espitas en 2011. Incluso persisten todavía las amenazas de sanciones estadounidenses, cuando se han reanudado las obras del último tramo, en suelo germano. Entre peticiones oficiales de la Casa Blanca para detener su finalización.

El gaseoducto en construcción es una joint-venture entre el gigante ruso Gazprom y Royal Dutch Shell, a las que se han unido otros cuatro grandes inversores, que han contribuido con la mitad de los 9.500 millones de euros de su coste total. Iba a entrar en funcionamiento en 2019, pero las presiones del gabinete Trump forzaron al grupo suizo Allseas, uno de sus principales contratistas, a retirar los buques con los que realizaban las conexiones en el trazado del gaseoducto, que incluía la penetración en aguas jurisdiccionales danesas.

La entente germano-rusa busca, según Berlín, asegurar unos costes de abastecimiento barato y una mayor diversificación de las exportaciones energéticas rusas, como reconoce el emporio gasístico Gazprom. Antes de la puesta en marcha del primer gaseoducto, Rusia enviaba a través de Ucrania las dos terceras partes de sus ventas de gas a Europa. Pero la invasión de la Península de Crimea y las disputas diplomáticas con Kiev dejó a Gazprom expuesta a un colapso.

A raíz, en particular, del cierre del grifo energético decretado por el Kemlin durante trece días en invierno de 2009. La búsqueda de nuevos mercados ha presidido la política energética de Moscú que, en la actualidad, sigue siendo demasiado restringida, dado que sólo catorce países reciben más del 50% de la producción de gas rusa. La salida del Nord Stream 2 ha ofrecido a Gazprom un balón de oxígeno, a pesar del acuerdo con Kiev para mantener activo el gaseoducto ucraniano hasta, al menos, 2024.

La Administración Trump interpreta esta alianza energética ruso-alemana como un intento de Putin de tener en cautiverio a la UE. E, incluso, voces republicanas como la de Ted Cruz, su senador por Texas, llegó a advertir que, de culminarse la obra, era una amenaza contra la seguridad nacional de EEUU. Frente a la dialéctica alemana y de otros países del norte que se afanan en asegurar que era una iniciativa que inculcaría más competitividad al negocio del gas licuado y una alternativa para solventar el descenso productivo de este combustible en el Mar del Norte y Holanda.

Gazprom afirma que su cuota de suministro de gas representaba en 2019 el 35,5% de la demanda europea. Sus contratos tradicionales se dirigen a Finlandia, Letonia, los países balcánicos, Bielorrusia, pero su intención es asentar el abastecimiento en los mercados occidentales del centro y del norte europeos, que también reciben gas de Noruega, Qatar, países africanos y Trinidad y Tobago. Incluso, antes de la Gran Pandemia, adquirían gas de EEUU, a unos precios reducidos por la caída, ya entonces, de su demanda energética. La Casa Blanca ha dado especial trascendencia en los últimos años a la pasarela de buques de suministro de gas a través del Atlántico.

El Kremlin, que ha tardado seis semanas en reconocer la victoria de Joe Biden, hasta el efectivo reconocimiento de su triunfo por parte del Colegio Electoral federal, ha activado las alarmas por el cambio de Administración en EEUU. Sus altos cargos y analistas del Consejo de Seguridad han planteado al presidente ruso varios escenarios de hostilidades para cuando el nuevo inquilino se instale en la Casa Blanca, a partir del 20 de enero. Evalúan y tratan de dibujar reacciones a las estrategias que el equipo de Biden deslizará en su relación con China, las armas nucleares y, por supuesto, su política energética, además de la táctica sancionadora sobre conflictos geopolíticos y su tacticismo en torno a Rusia. De hecho, el director del FBI, Christopher Wray, el octavo desde 2017, considera que Putin ha implantado una «muy activa» campaña para desacreditar a Biden, con la hipotética división ideológica con el poder legislativo de un partido, el republicano, poco o nada proclive a buscar puntos de entendimiento en los próximos cuatro años.

Moscú teme el efecto boomerang de EEUU con el dirigente demócrata en asuntos que, con Trump, eludieron el escándalo por su sintonía con Putin, como el final de la era de los acuerdos de no proliferación de armas nucleares. Con Biden, el Kremlin no descarta que Rusia se vuelva a erigir en el rival de mayor carga geoestratégica para Washington, frente al señalamiento de China como gran riesgo para la hegemonía americana de la presidencia republicana. Con Biden, «se consolidaría la red de influencias e intereses con Europa, reverdecería la plataforma anti-rusa», pronostica Andrey Kortunov, responsable del Consejo de Asuntos Internacionales de Rusia, vinculado al Kremlin. En torno a la OTAN, que ha elevado el tono varias ocasiones, a instancias de los socios del Este, especialmente, en los últimos años, por la sucesión de maniobras navales rusas en el Báltico, además de los ejercicios conjuntos desplegados junto a China. A donde Moscú ha redirigido sus exportaciones de gas y petróleo, haciendo uso de la energía como mecanismo de su acción en el exterior para fortalecer lazos geoestratégicos de primer orden con Pekín.

Diversificación para influir en la OPEP+

La necesidad de reconfigurar el modelo energético -y exportador- ruso también pretende forjar el asentamiento del Kremlin durante el incierto periodo de transición hacia la neutralidad y las emisiones netas cero de CO2 que parece haberse impuesto en los últimos meses en el planeta. En el que el crudo y el gas todavía tendrán su protagonismo. De su éxito en el futuro a corto y medio plazo dependerá, en gran medida, la capacidad de influencia de Rusia en el seno del cártel petrolífero; su poder de contrapeso frente a Arabia Saudí.

En medio de la fuerte, fluctuante y volátil cotización del oro negro en una época, dice el consenso del mercado, marcada por caídas de demanda. Y que mantiene el precio del barril en este tramo final de 2020 entre los 47 dólares del West Texas Intermediate (WTI), en el mercado americano, y los 50 del Brent, de referencia en Europa. Tras experimentar descensos dramáticos al inicio de la epidemia, con valores del WTI negativos el pasado mes de marzo. La reactivación, aunque modesta, de la cotización durante la Gran Pandemia, «nunca se hubiera consumado sin la cooperación conjunta de Riad y Moscú», que han actuado bajo la «misma longitud de onda» durante estos meses para rebajar las cuotas productivas de la OPEP+ asegura Harry Tchilinguirian, estrategia en BNP Paribas, que pusieron en liza medidas de compensación a socios de la organización como Nigeria, Angola o Kazajistán para que cumplieran con sus recortes; además de permitir retrasos en esta decisión a naciones como Irak.

Los sacrificios de bloquear los flujos de crudo al mercado son los riesgos futuros de los que habla el titular de Finanzas ruso. Pero han sido determinantes para adecuar la oferta al retroceso de la demanda. Y justifican el giro energético de Arabia Saudí y Rusia que proclaman sus autoridades. Antes, en el caso de Riad, y durante, desde Moscú, la Gran Pandemia. Porque 2020 ha sido el año en el que el crudo ha claudicado en su intento de sostener el precio del barril por encima de los 80 dólares, objetivo declarado de ambos países.

La Covid-19 ha acelerado la tendencia transformadora. A la que Rusia se acaba de subir. Porque los cambios hacia la sostenibilidad apuntan a que serán permanentes. Y, si el avance tecnológico y las metas hacia la neutralidad energética, como parece, se adelantan, los contratos de crudo y gas caerán en algún momento, en los tiempos venideros, a plomo. Es la segunda lectura de los estudios que maneja BP. En el que se decanta por descensos de demanda oscilante a lo largo de la década que da comienzo -y descontando el inicio del ciclo de negocios post-Covid- que se irán intensificando en los siguientes diez ejercicios, una vez se puedan certificar las reducciones de emisiones en las economías que están virando sus sistemas productivos hacia la transición a las energías limpias.

En línea con los designios de autoridades como Jerome Powell, presidente de la Reserva Federal, para quien el retorno a la actividad tras la Gran Pandemia «no será con las mismas directrices económicas, sino en modelos diferentes a los tradicionales». BP, en otra clara señal con varios destinatarios potenciales, entre ellos Moscú, asegura que más de la mitad de la demanda global a largo alcance será en el segmento del transporte, donde el vehículo eléctrico, ha tomado la delantera. Mientras las capitales que han apostado por convertirse en Smart Cities han declarado la guerra a los combustibles fósiles en sus políticas de movilidad y conectividad.

La estrategia de Rusia encierra un interés por seguir influyendo en los precios del crudo esta década, mientras diversifica sus exportaciones de petróleo y gas, y decide si se adentra en un cambio de sistema productivo que dé protagonismo a las renovables.


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