Parar la economía y usar el sentido común
En el primer artículo de esta serie vimos que el valor se crea con la actividad humana, con el trabajo. Cuando una persona aplica trabajo a materias, estas se convierten en mercancías que se venden a un mayor precio que el que ha costado el salario de los y las trabajadoras implicadas. Buena parte de ese valor creado por el trabajador es apropiado por parte del empresario (plusvalía) en forma de riqueza/dinero (no se profundizará en este tema). Así, el empresario obtiene beneficios (ingresos menos gastos) que utilizará para consumir, para el ahorro o bien para la inversión en más capital, que usará para generar más valor.
Se crea valor para consumir y generar más valor, y esa es la rueda que no puede parar. Si no se genera valor, los y las trabajadoras no obtienen ingresos en forma de salario, los empresarios no obtienen beneficios, se para la inversión, se para el consumo y ello trae miseria, paro y sufrimiento humano en general. Actualmente, somos esclavos de la creación del valor y reproducción del capital. Por ello, cuando viene una crisis económica, una pandemia, una guerra o cualquier otro motivo que paralice la producción, y así, la creación de valor y reproducción del capital, los niveles de sufrimiento aumentan. Especialmente el sufrimiento de los y las asalariadas, de las personas jubiladas, de las personas paradas o las personas dependientes. Los colectivos menos poderosos sufren primero y más intensamente las consecuencias negativas.
Así pues, llegamos al dilema entre economía y salud pública. Si paramos la actividad económica, la pobreza y el dolor humanos aumentarán por motivos económicos. Si no paramos la actividad económica, el dolor humano aumentará por motivos de salud. Parece irresoluble si lo planteamos así, que es el planteamiento del Gobierno y de cualquier gobierno en el sistema capitalista. En esta tesitura, muchas trabajadoras prefieren ir a trabajar y exponerse al virus, ya que el contagio es posible que no ocurra, o que ocurra sin graves consecuencias. Sin embargo, no trabajar significa paro asegurado. En cualquier caso, lo que quieran las trabajadoras no importa prácticamente nada. Son los empresarios y los políticos los que están decidiendo qué hacer en esta situación. Cuando el gobierno toma decisiones sin los empresarios, estos se quejan a través de sus patronales.
¿Hay salida, entonces? Se necesitan muchos recursos para parar la economía y cubrir los gastos que eviten el inmenso sufrimiento humano que tal paro supone. Los recursos, la riqueza, existe y está en manos privadas aunque la hayamos creado entre todos y todas. Una primera salida al dilema es recuperar esa riqueza, ese dinero y esos recursos, y usarlos para devolvérselo a los y las trabajadoras y paradas en forma de ERTE, subvenciones, prestaciones u otras ayudas directas a las personas necesitadas. Simplemente estarían obteniendo lo que es suyo y de lo que un día se apropió un empresario.
No podemos seguir dependiendo de un mercado capitalista únicamente movido por la obtención de beneficios sin importar qué, cómo y a costa de quién
No obstante, el debate sobre el motor de la economía es más profundo y debe ser puesto encima de la mesa para el presente y el futuro. No podemos seguir dependiendo de un mercado capitalista únicamente movido por la obtención de beneficios sin importar qué, cómo y a costa de quién. Por mero sentido común, hace falta planificar la economía. Igual que planificamos la sanidad pública o la educación pública para que sean universales y eficaces, debemos planificar la producción. No tiene ningún sentido que estemos produciendo constantemente cosas que no necesitamos o que directamente nos dañan a nosotros o al medio ambiente.
La pandemia ha puesto de relieve esta antigua necesidad: el momento en que sólo pudieron salir a trabajar los y las que trabajan en servicios esenciales para el mantenimiento de la vida, la mayoría se quedó en casa. Los que no pudieron acudir a trabajar, sintieron angustia por no poder generar el valor que se les pide y que, dicho sea de paso, se había decidido que no era necesario para la sociedad. La mayoría de titulados universitarios ocupan puestos de menor nivel formativo que para el que se han preparado. Otros se van a otros estados donde sí pueden trabajar. Estamos perdiendo mano de obra cualificada cuya aplicación mejoraría nuestras vidas y nuestra sociedad (sanitarios, docentes, científicos sociales y naturales, ingenieros, etc.), sólo porque no hay empresarios que crean que esa cualificación pueda crearles beneficios económicos.
La paralización de la economía no debería suponer un problema en una sociedad que ha producido y puede producir lo suficiente para que nadie sufra
La paralización de la economía no debería suponer un problema en una sociedad que ha producido y puede producir lo suficiente para que nadie sufra. Y buena parte de ese sufrimiento viene porque necesitamos dinero para comprar una vida digna, no sólo los lujos o elementos complementarios. Quizás el dilema entre economía y salud pública se resuelva parcialmente con medidas como el acceso a un hogar por el mero hecho de ser persona, la planificación agrícola para alimentar a la población sin depender de otras economías lejanas, la creación de rentas universales que no hagan depender la dignidad de la vida de un empleo que nunca llega, el refuerzo de los sistemas educativos y sanitarios para que no se colapsen y no pongan en riesgo la salud del colectivo. En fin, la desmercantilización de las necesidades básicas y la creación de servicios públicos, con una planificación que oriente nuestra economía al sentido común, como “estar lo mejor posible en este mundo”, y así como a la sostenibilidad ambiental. No puede ser que si hay casas, si hay cosechas, si hay abrigos, si hay transportes y telecomunicaciones, gran parte de la sociedad tengamos ansiedad y angustia por no poder trabajar en mitad una pandemia, todo para poder comprarlos. Si hay riqueza de sobra, ¿por qué alguien tiene que sufrir tanto por no poder ir a vender camisetas una semana? ¿o por no poder ir a la oficina a atender el papeleo o la gestión del capital de un empresario? A esta desorganización absurda de la sociedad sólo se le encuentra sentido desde la estrecha perspectiva de la creación de valor y la lógica capitalista.
Por tanto, hay que racionalizar la economía, planificarla, limitar la producción de aquellos productos negativos o nocivos para el medio y para los humanos, garantizar la producción de servicios y bienes que mejoran la vida de las personas aunque no sean rentables para el mercado, permitirnos paralizar la economía por motivos de salud sin que ello implique tantísimo sufrimiento humano. El dilema entre economía y salud pública sucede por vivir en un sistema capitalista y las soluciones capitalistas no pueden evitar el daño y la tragedia, porque seguirán presas de la acumulación de capital, la creación de valor y la oposición de los muy ricos a ofrecer sus riquezas al resto de la sociedad.
En el siguiente y último artículo de la serie, atenderemos a los argumentos para orientar la gestión de esta crisis de una forma u otra.