Tratamos de entender, asimilar desde el cuerpo, desde las entrañas. Buceamos y buscamos espacios de transformación que nos permitan desaprender y aprender otros modos de decirnos y con eso, también, otros modos de sentir(nos). Sabemos que es difícil porque los mecanismos de dominación y coerción son sutiles y principalmente se presentan como dados, por lo que frente a cada embate volvemos, juntas, a tensionar las cuerdas.
Esta vez tenemos ganas de meternos con el modo que a veces tenemos de resolver situaciones complejas o que generan mucha ambigüedad en las relaciones. Tenemos ganas de pensar en esas nominaciones a las que muchas veces acudimos, modos que si bien tranquilizan, como el agua en un estanque, al tiempito se pudren y nos dejan encerradas en circuitos del horror. Hablamos de los lugares de «víctima», de «pobre mina que se comió un viaje», de «perrito faldero», de «intensa», nominaciones que aunque la mayoría de las veces nos generen malestar y una incomodidad que nos pasa por el cuerpo, arman cierta tranquilidad (en quien las usa y también en quien las recibe) porque responden a dispositivos que vienen a resolver, a poner la palabra “justa” ahí donde hay ambigüedad, ahí donde está pasando otra cosa o en las que simplemente, está pasando algo. No nos gustan, no nos sentimos identificadas y, sin embargo, las tenemos naturalizadas. Sabemos a dónde van, nos peleamos con esa idea pero muchas veces partimos desde ahí. Es que hemos aprendido que tener palabras para nombrar lo que nos pasa nos salva de algunos huecos llenos de ansiedad e incertidumbre.
El asunto es ¿qué resuelven estas denominaciones?, ¿la ambigüedad de una situación? ¿Lo que se siente? ¿Qué es lo que tranquiliza? Creemos que de alguna forma restituyen esa presencia soberana que, aunque ficticia, tanto anhelamos. Si bien nos devuelven saber/poder sobre el mundo, las cosas, las situaciones, el tema es cómo lo hacen y qué restituyen. ¿Habilitan algo o solo devuelven esa ignorante tranquilidad que genera que “algo”diga por nosotrxs?
Es sutil la diferencia de armar algo distinto, animarse a decirle a le otre que eso que nos pasa es lindo y fuerte, a ser “la lanzada” que incomoda con sus afectaciones.
En ese punto, venimos pensando que sería interesante diferenciar el armado de lugares de calma, de aquellos que producen un aplanamiento mortífero sobre las incomodidades y tensiones que nos habitan. La calma en contraste con tranquilidades estancas.
Pensamos que es todo un tema ir conquistando la posibilidad de hacer parte a le otre de lo que nos va pasando sin que eso implique un cerramiento de sentido en esa enunciación. Hacer parte a le otre de lo que vamos sintiendo sin estar a la defensiva, intentando cuidarnos pero que eso no implique el cálculo y la estrategia. Ese trabajo, sobre una, es una primera cosa a mirar. Pero en las relaciones no estamos solas. Hay une otre. Y le otre, más allá de nuestra posición, puede resolver de muchas maneras eso que se le convida.
¿Qué y cómo hacer cuando la cuestión está librada y nuestros cuerpos son campo de batalla? ¿Cómo corrernos del lugar establecido de víctimas paralizadas o víctimas que devuelven el ataque? ¿Cómo salirse de estas categorías que nos tienen cautivas y como parte necesaria?
Situaciones ambiguas, aguas turbias y movidas. Cuerpos intranquilos, agrietados, perturbados, confundidos. ¿Qué hacemos con eso? ¿Hay otras opciones más que caer en esos lugares que tranquilizan tristemente?
Se nos ocurre pensar por lo menos en tres modos de hacer con esto. Creemos que es importante detenernos aquí porque, La Tenemos Adentro, y no da lo mismo qué hacemos frente a situaciones complejas en donde los cuerpos se nos movilizan. Los efectos y lo que puede devenir de cada situación, varían en relación a lo que podemos componer allí.
Explotar y volverse contra le otre
Cuando el cuerpo se pone duro y queda medio quebrado frente alguna situación, corremos el riesgo que ante cualquier movimiento, ese cuerpo casi cristalizado estalle en mil pedazos. La desestabilización se siente como una amenaza y la vulnerabilidad causa un terror que encuentra refugio en un modo reaccionario que explota y disemina odios, crueldades y tristezas para todos lados. Se tiene la ilusión que en esos desquites, que no reconoce al otrx, se encuentre potencia y unidad que no es tal, ya que al estar impulsada por pasiones tristes – diría Spinoza – ese movimiento no hace otra cosa que disminuir, siempre, nuestra potencia de obrar.
Esos revanchismos se expresan en esos modos históricos y hostiles de hablar de aquello que se lee como excesivo y no sujetable: ser “la loca”, “la calienta pija”, “la mambeada o limada”. Entendemos que estos son llamados a la regulación, a intentar parar algo que es inestable, indómito, incontrolable a partir de una supuesta “estabilidad” embanderada en la tristeza y la intolerancia. Entendemos que a veces eso que se presenta como “no sujetable” enoja y esos desquites aparecen como una de las opciones más tristes de vérselas con eso. Igualmente, ¿Por qué esta sería una salida? Hay que hacer un gran trabajo para recibir un embate de esa magnitud y que eso no lleve al replegamiento teñido de vergüenza y tristeza. No se trata de no tomar qué podría aturdir o inquietar al otrx, pero hay modos de la expresión de eso que inquieta que son esquirlas difíciles de tomar y pensar.
Deleuze dice que ser de izquierda es levantar problemas allí donde la derecha tiene el interés de decir que no hay ningún problema. Incomodar y preguntarnos, hacernos problemas por aquellos recorridos que parecen obvios, es parte de un hacer político allí, en nuestras acciones y modos de vida.
Salir a la búsqueda de chivos expiatorios
A veces se recupera esa supuesta “tranquilidad” matando al más débil. Se arma valor sobre eso/ese que por alguna razón está despotenciado. “Está siendo difícil el encuentro”, “algo se desarmó”, “algo ya no compone como antes” y ahí, justo ahí, cae sobre le más débil (que por lo general es quien presenta sus afectaciones, quien está buscando otro modo posible) el peso de toda una tradición heteronormada que nos da un guion de cómo salir del paso, exento, dejando a le otre con toda la responsabilidad (¿culpa?) de lo acontecido.
Ahí entonces, a quien sostiene la incomodidad, le caben esos lugares que tranquilizan cerrando: “Te pusiste muy pesada, pareces un perrito faldero”, “no puedo con tus mambos”, “siempre en ese lugar de víctima que pide más”. Le caben como operación de captura a esas afectaciones que andan dando vueltas y es allí donde vemos su principal dificultad para mantener un proceso abierto, como dice la Stengers, que haga existir la fuerza de experimentar, sus posibilidades de devenir en el aquí y ahora.
Contar con la incomodidad como un elemento de transformación
Si entendemos que tranquilizar es restaurar un “consenso” seguramente no estamos haciendo otra cosa que aplanar una situación. Nuestra intención no es hacer grandes teorías sobre cómo deberían ser las relaciones, pero sí encontrar algunas palabras que no aplasten las afectaciones, que no atenten contra lo que nos pasa y que acompañen la experimentación que siempre nos lleva a otras orillas.
¿Cuáles son esas otras orillas? Cualquier otra que nos permita extraer fuerzas de la experiencia de fragilidad, que nos permita un devenir otrx. Afirmarnos en esa fragilidad, llevarnos al límite y desde allí, buscar por los intersticios. Abrir boquetes y aprender a pensar por el medio.
Deleuze dice que “nadie, ni siquiera dios, puede decir de antemano si dos bordes se hilarán o constituirán una fibra, si tal multiplicidad pasará o no a tal otra, o si tales elementos heterogéneos entrarán ya en simbiosis, constituirán una multiplicidad consistente o de co-funcionamiento, apta para la transformación”. Nadie puede aseverar por dónde pasarán las líneas de fuga pero la propuesta es estar sensibles a eso, a los afectos, a “lo que puede un cuerpo” y también a las relaciones, a la experiencia situada en ese tiempo y espacio, no como algo extra, sino como dimensiones de multiplicidades.
Nuestra apuesta viene siendo el sostener esa ambigüedad, eso no resuelto, esa herida abierta. Mantener el movimiento que nos mantenga próximas a lo que esté deviniendo, y gracias a lo cual devenimos. Allí vemos como posible salida, la transformación, el cambio, la elaboración y no la neutralización. Creemos que es posible no estar en guerra en cada relación, midiendo quien da el primer ataque. Desjerarquizar las relaciones tiene que ver con romper el guión, ubicarnos a la par, cuidarnxs y devenir juntes.
Armar espacios de tranquilidad que no aplanen las existencias
Creemos que estos movimientos, estas salidas, estos modos, pueden coexistir, mutar, transformarse, mixturarse. Lo importante es ir abriendo y desarmando una a una las situaciones ya que por lo general lo que tenemos más a la mano frente a eso que no cuaja, son mecanismos sin paciencia con lo vulnerable.
Poder hacer otra cosa, no es progresar en el sentido evolutivo, no es “mejorar”, es poder devenir múltiple, mutar y eso no es sin cambio de naturaleza, sin salir otrx de la experiencia. Hacer otra cosa no es sin otrxs, sin alianzas. Deleuze se pregunta ¿Qué sería un lobo completamente solo? ¿Podría llamarse lobo? ¿En relación a quién, a qué? Por eso es tan importante pensarse con otrxs y tener presente que una no está sola en las situaciones. Una deviene con las personas que encuentra. Deleuze dice “haced rizoma, pero no sabéis con qué podéis hacerlo, qué tallo subterráneo hará efectivamente rizoma, o hará devenir, hará población en vuestro desierto. Experimentad”.
Estar tranquila no necesariamente implica que ocurra lo que una quisiera. A veces se parece más bien a una calma que acepta que para armar con otre éste debe dejarse tocar o afectar y hacer sus propios movimientos. No es esperar, ni calcular, ni soportar, ni resignar. No es estar a merced de le otre. No es aceptar la definición de “intensa”, o “perrito faldero” o “víctima” y esperar a que pase el garrón. Es reconocer que para armar modos de vida compartidos le otre tiene que tener disponibilidad para eso. A veces no hay coincidencia. Otras veces sí.
Si eso no ocurre, se puede armar una tranquilidad que reconoce que algunas cosas por el momento no son posibles. Esa tranquilidad no aplana la existencia. No vuelve un fallido o un error lo que una siente o desea. Es el cabal registro de reconocer al otre como otre y que eso implica saber de la posible no coincidencia. Se puede buscar, invitar, compartir pero los forzamientos son fallidos. ¿Quiero que le otre venga a mi encuentro por mi tristeza o por su deseo? ¿Qué implica si viene sólo para calmarme? A veces cuidar el deseo es ir eligiendo cómo componer con le otre y la calma radica en el cuidado de elegir un modo de estar con otres.
En este sentido, insistimos en diferenciar el armado de lugares de calma, de los que producen un aplanamiento mortífero sobre las incomodidades y tensiones que nos habitan. Estar atentas a qué se está componiendo y contar con que si algunos devenires no son posibles allí, lo serán en otros campos, con otrxs. Sofocar lo que incomoda con los guiones establecidos liquida la posibilidad de que germinen otros modos y mundos posibles.