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Estados alterados. Reconfiguraciones estatales, luchas políticas y crisis orgánica en tienpos de pandemia

Varios autores :: 12.01.21

PRÓLOGO de Mabel Thwaites Rey. Profesora titular de las materias Sociología Política y Administración y Políticas Públicas y Directora del Instituto de Estudios de América Latina y el Caribe de la Universidad de Buenos Aires.
PRESENTACIÓN de Sandra Carolina Bautista, Anahí Durand y Hernán Ouviña.

PRÓLOGO

PRESENTACIÓN

Sandra Carolina Bautista,Anahí Durand y Hernán Ouviña

Mabel Thwaites Rey

Profesora titular de las materias Sociología Política y Administración y Políticas Públicas y Directora del Instituto de Estudios de América Latina y el Caribe de la Universidad de Buenos Aires.

https://muchosmundosediciones.files.wordpress.com/2021/01/estadosalteradosdigital.pdf

El annus horribilis 2020 deja un mundo arrasado por la pandemia del Covid-19 y, expuestas de modo descarnado, todas las fragilidades, mi-serias y profundas desigualdades acumuladas por un sistema socioe-conómico que deteriora la naturaleza, corroe la salud y desprotege a los sectores más vulnerables de la población de todo el planeta, cuya pobreza se profundiza sin cesar. Aunque desde hace muchos años era previsible un cataclismo semejante como consecuencia del cambio climático y el calentamiento global, la catástrofe irrumpió a través de un virus que se expandió por el mundo a la velocidad de los aviones. Este peligro, sin embargo, ya había sido advertido por los científicos, porque durante los últimos cuarenta años se produjeron diversas en-fermedades ocasionadas por la transmisión vírica de especies anima-les salvajes al ser humano, tales como el Sida, el Ebola, el SARS, el MERS y la gripe aviar. Todos estos males no son producto del azar, sino que deben su expansión a las condiciones de producción impuestas por el capita-lismo. La industrialización de las actividades agropecuarias a gran escala de las últimas décadas viene implicando la deforestación ma-siva –sobre todo en el sur global-, con su impacto negativo sobre el hábitat de las especies salvajes. Desplazadas de su medio natural, son empujadas a aproximarse a los asentamientos humanos para sobrevi-vir, irradiando bacterias a animales domésticos y personas, lo que pro-voca la expansión de las nuevas enfermedades derivadas del quiebre de la biodiversidad. A su vez, la densificación de las urbanizaciones y el aumento de las aglomeraciones insalubres, sumadas a la conec-tividad crecientemente veloz de la población mundial –posible por el desarrollo de la aviación comercial-, favorecen el debilitamiento de la respuesta inmunitaria de las poblaciones y la multiplicación de los contagios de enfermedades desconocidas.La globalización acelerada de los últimos 40 años implicó una interconexión exponencial de la producción y el consumo, que se realizan según patrones mundiales y en función de nuevas estrategias de división internacional del trabajo. Insumos y mercancías viajan de un lado al otro del planeta en complejas cadenas productivas, que desco-nectan a los productores directos de los consumidores de cada terri-torio estatal nacional. Porque la globalización neoliberal, que domina el mundo desde los años ochenta, asentó las bases de acumulación del capital en localizar segmentos productivos en territorios con mayo-res ventajas en términos laborales, impositivos y medioambientales. China creció en este período como proveedor de numerosos bienes a costos imbatibles para las industrias del resto del mundo, por lo que al aparecer el Covid-19 en la ciudad industrial de Wuhan, el impacto internacional fue inmediato. El cierre de regiones enteras para evitar la propagación del virus trastocó las cadenas de suministros globa-lizadas y paralizó el comercio mundial, que se derrumbó en pocas semanas. Los esquemas pensados para la máxima rentabilidad se to-paron con la imposibilidad de la conexión veloz en base a la cual se diseñaron y entraron en colapso.Pero más aún. La pandemia dejó expuesta la fragilidad extrema de los sistemas sociales que deben garantizar alimento y salud a sus poblaciones. Precisamente, la falta de planificación y la subinversión en la sanidad pública se manifestó como un rasgo distintivo en la in-mensa mayoría de los estados nacionales, incluidos los más desarro-llados. El desborde de los hospitales en ciudades prósperas –como se vio en Europa y EEUU-, las feroces disputas al pie de aviones entre países -e incluso regiones de una misma nación- por el acceso a res-piradores y material de protección sanitaria, la insuficiencia de medi-cinas e insumos básicos pusieron de manifiesto la total desconexión entre el mercado y las necesidades vitales de los pueblos. El desconcierto ante el avance del virus y la necesidad de conte-nerlo para preservar vidas humanas chocaron de lleno con el impera-tivo sistémico de continuar con la generación de capital, que impone la disposición de los cuerpos en los lugares de trabajo. De inmediato se hizo evidente la contradicción entre disponer confinamientos para proteger la salud y permitir la circulación plena de bienes y servicios para sostener la acumulación. En cada país del mundo se debatieron y aplicaron estrategias diversas, sopesando tanto los recursos dispo-nibles para enfrentar la pandemia, como los costos de detener total o parcialmente la maquinaria productiva. Las clases dominantes pre-sionaron desde un inicio para no cerrar o reabrir la economía, des-considerando las amenazas a la vida humana y al bienestar que esto representa. Y si bien todos los Estados tuvieron que adoptar medidas de contención del virus que afectaron la actividad económica, algunos gobiernos minimizaron los riesgos sanitarios para preservar la economía, lo que, a la postre, les supuso mayores tasas de enfermedad y mortalidad sin por ello frenar la caída de su producto bruto interno. Solo algunos países se propusieron eliminar el virus, cerrando drásti-camente fronteras y actividades con cuarentenas estrictas, mientras la mayoría optó por “aplanar la curva” de contagios para intentar que no se saturaran sus frágiles sistemas de salud. Hubo quienes hicieron la apuesta temeraria de permitir los contagios para lograr la inalcanza-ble inmunidad de rebaño, provocando millares de muertes evitables. Las derechas sociales y políticas, en todos los casos, fogonearon con-tra la restricción a las libertades individuales que suponen las cuaren-tenas, el distanciamiento social y el uso de elementos de protección en lugares públicos. Y en el magma de respuestas caóticas y argumentos exóticos, los grupos terraplanistas, anti-vacunas y conspiranoicos ga-naron un espacio mediático inusitado, llamando a marchas y concen-traciones de protesta y a desafiar las medidas sanitarias.Lo cierto es que los Estados capitalistas se vieron enfrentados a su dilema constitutivo: preservar el funcionamiento del sistema al mismo tiempo que preservar a las personas para que la rueda del capi-tal siga girando. Como lo explica la Teoría de la Reproducción Social, la producción de fuerza de trabajo es inseparable de la reproducción social de los seres humanos, que no solo implica costos para el capi-tal, sino que en gran parte se realiza por fuera de su órbita directa. Es decir, se realiza en las casas, en las comunidades y en instituciones públicas, que se han visto especialmente demandadas y recargadas en las tareas de cuidado durante la pandemia. Alimentar, asistir y atender a niños y niñas, personas enfermas o ancianas se volvió particular-mente exigente en tiempos de confinamiento total y parcial y fueron las mujeres las que, por regla, afrontaron la tarea. La pandemia, de este modo, reforzó los patrones patriarcales y agregó tensiones a las complejas convivencias preexistentes en muchos hogares, incluida la violencia intrafamiliar.A su vez, las restricciones a la circulación marcaron diferencias notables entre trabajadoras y trabajadores que pudieron cumplir sus obligaciones a distancia y quedarse en sus casas –con mayor o menor confort- y los que tuvieron que salir a trabajar porque sus ocupacio-nes son consideradas esenciales. Al frente de este grupo están quie-nes limpian, cocinan y atienden las necesidades físicas y mentales de otras personas –dentro y fuera de las instituciones de salud-, seguidos por quienes trabajan en los sectores de alimentación, higiene urbana, transporte y seguridad pública. La pandemia puso en evidencia que estos trabajos son los que garantizan la vida y no pueden suspender-se, pero, paradójicamente, son los de menor prestigio social, peores pagos y más precarios. La mayoría de ellos son realizados por mujeres, inmigrantes y personas racializadas, que en estos días asumieron grandes riesgos para su salud y la de sus familias para que el resto de la sociedad siguiera funcionando a resguardo. Estas personas esen-ciales no lo son por elección libre ni vocación heroica, sino porque sus condiciones de subsistencia precaria las obliga a salir a ganar el sustento diario en ocupaciones riesgosas, ya que carecen de una pro-tección social que garantice su seguridad y las clases dominantes se encargaron expresamente de que así fuera y siguiera siendo.Un aspecto destacable es la asombrosa velocidad en el desarrollo de las vacunas COVID-19, fruto de la ciencia, la cooperación huma-nista desinteresada de miles de investigadores en todo el mundo y de cierta planificación económica. En apenas nueve meses desde el descubrimiento de la enfermedad, son varias las vacunas candidatas a inocular exitosamente contra el virus. Todas ellas son el resultado de años de financiación del sector público y, en muchos casos, de la investigación realizada por laboratorios estatales o universidades pú-blicas durante décadas, más los refuerzos económicos extraordinarios de los gobiernos para avanzar sin obstáculos en las costosas etapas necesarias para aprobar las vacunas. Pero más allá de lo satisfactorio de este logro -indudablemente colectivo como todo avance científico-, la irracionalidad, ineficiencia e injusticia del capitalismo aparece con toda crudeza en la disputa entre los laboratorios y su afán de lucro desmedido, y en la competencia feroz entre los Estados para hacerse de las dosis necesarias para su población. Los países y regiones inter-nas más ricas ya se lanzaron a la frenética carrera de obtener todas las dosis posibles, a costa de los menos favorecidos, con independencia de la necesidad real y urgente de sus poblaciones. Sin embargo, como sostienen los expertos, para que el virus se controle es preciso que se vacune toda la población vulnerable del planeta lo más rápido posible, lo que supondría un reparto equitativo, racional y concertado de las dosis producidas. Pero el desajuste entre la necesidad y el suministro que se augura, por el hecho de distribuir las vacunas en función de la riqueza para adquirirlas y no de los riesgos efectivos, prolongará innecesaria e irracionalmente la duración de la pandemia que nos amenaza a todos.A nuestra región, la pandemia la tomó en un momento de espe-cial fragilidad estructural y convulsión política. Es un dato que Améri-ca Latina obtuvo, durante la primera década del Siglo XXI, beneficios de la explotación de sus bienes naturales y que, sobre todo los gobier-nos incluidos en el Ciclo de Impugnación al Neoliberalismo (CINAL) aprovecharon la circunstancia para apropiarse de una porción de la renta y destinarla a financiar políticas distributivas. Sin embargo, no quisieron, no supieron o no pudieron usar esa ventaja para desactivar la matriz productiva neoliberal -dominante desde los años noventa-, entre cuyas características centrales están el predominio de la finan-ciarización globalizada y la intensificación de la explotación de bienes naturales. Las políticas económicas aseguraron las ventajas de corto plazo del ciclo, lo que redundó en que se acentuaran las tendencias a la reprimarización y el extractivismo preexistentes. Esta bonanza brindó la posibilidad de eludir, por un tiempo, el conflicto abierto con las clases propietarias mientras se incluía, con políticas sociales, a los sectores más desfavorecidos. A la vez, sirvió para profundizar los rasgos estructurales y desplazó la posibilidad de encarar modelos al-ternativos. La reversión del ciclo de auge económico, como consecuencia del impacto de la crisis de 2008 en la economía mundial, empezó a hacer-se sentir en la región en la segunda década del Siglo XXI, generando desestabilización política y agitación social. A partir de 2015, las dere-chas sociales y políticas que habían resistido, con mayor o menor beli-cosidad, tanto las impugnaciones que les planteaban los movimientos sociales como el despliegue de medidas de carácter popular, lograron reagruparse y retomar la conducción estatal, en un clima de revancha social y regresividad económica y sociocultural muy acentuada. Se abrió así un período de confrontación y de disputa hegemónica en gran parte de los países de la región. Si el CINAL tuvo desde 2015 un reflujo gubernamental en Brasil, Ecuador y Argentina, más el golpe en Bolivia en 2019, ese mismo año la región comenzó a sacudirse con nuevos alzamientos populares que la pandemia no logró desactivar y que muestran una renovada vitali-dad impugnadora del credo neoliberal. En Haití, Colombia, Ecuador, Chile y Perú, las resistencias de los pueblos en lucha alcanzaron nue-vos niveles de radicalidad y conciencia. Mientras en México (2018) y Argentina (2019) se lograba derrotar electoralmente a las derechas cerriles, la resistencia en Bolivia hizo posible el desalojo del gobierno usurpador en 2020 -mediante elecciones tan limpias como contun-dentes- y las protestas populares continuaron en el resto de los países durante este annus horribilis. La marea verde feminista, que empezó a crecer exponencialmente a partir de 2018, ocupó un lugar central en varios países de la región para empujar las luchas anti-patriarca-les de corte anti-capitalista, especialmente en Argentina y Chile. Las campañas por el aborto legal, seguro y gratuito y contra todo tipo de violencia machista se fundieron con los reclamos por políticas de cuidado de los feminismos populares en expansión por toda la región. Los Estados se han visto así interpelados en múltiples frentes y con grados crecientes de organización, conciencia y radicalidad. Como se puede leer en las páginas que siguen, la pandemia se desplegó con toda su crudeza en la región, poniendo al rojo vivo las laceraciones de las sociedades más desiguales del planeta. Las res-puestas de los gobiernos al desafío del Covid-19, variaron desde el negacionismo criminal de Bolsonaro en Brasil, la militarización del control en Perú, la ambigüedad de México, el titubeo zizaguante de Chile, el desmanejo y represión de Ecuador, el confinamiento tempra-no seguido de la claudicación ante la oposición derechista en Argenti-na, entre otras. Las ayudas económicas variaron de acuerdo a la capa-cidad de las arcas públicas de cada Estado para financiarlas y de los actores políticos y sociales para arrancarlas, pero resultaron insufi-cientes para detener la profundización de la pobreza y la desigualdad. La férrea oposición de las grandes fortunas a hacer contribuciones extraordinarias para paliar los estragos de la pandemia, habla no solo de la magnitud de la injusticia social de nuestras sociedades sino de la carencia de rumbo y cortedad de miras de las burguesías que en ellas se enseñorean. También la oposición a las medidas sanitarias por par-te de segmentos belicosos de la población con gran amplificación en los grandes medios, encabezados por distintas variantes derechistas, libertarios, terraplanistas, anti-vacunas y conspiranoicos de distinta laya, completan un cuadro preocupante de confrontación.Con claroscuros y matices diferenciados, América Latina sigue siendo un espacio abigarrado de experiencias y posibilidades en dis-puta, en el que no parece haber lugar para la rendición. Lo que vendrá tras esta crisis sanitaria, económica y social será el resultado, segu-ramente, de las contradicciones que se despliegan cada día, en cada lucha, en cada rebeldía, en cada decisión de resistir, en cada voluntad de avanzar y no dejarse vencer en un mundo en el que el destino an-ti-capitalista parece, cada vez más, el único posible y necesario de construir.

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En lo que va del siglo XXI, nuestro continente ha sido territorio emble-mático de importantes luchas y disputas en torno al Estado. Este esce-nario de enorme experimentación política ha implicado la irrupción y el fortalecimiento de una constelación de organizaciones populares y movimientos sociales que, con matices y contrastes, abarcaron dis-tintos vaivenes y temporalidades, incluyendo apuestas gubernamenta-les que aspiraron -con diferentes niveles de radicalidad y vocación de ruptura- a tomar distancia del ideario clásico neoliberal. No obstante, a partir del 2015 se constata un agotamiento y reversión de estos pro-cesos, en un escenario signado por los efectos de la crisis económica global de 2008, la baja en los precios de los commodities, el reflujo de ciertas luchas emblemáticas gestadas desde abajo y un declive del conjunto de gobiernos “progresistas”, producto de debilidades y limi-taciones endógenas combinadas con los cambios y factores globales mencionados. Junto a ello, asistimos al crecimiento de opciones polí-ticas de derecha con un claro corte autoritario y conservador, dispu-tando el respaldo en los sectores populares de la región. Identificar si todo lo anterior remite al cierre definitivo o más bien una nueva fase de lo que desde el Grupo de Trabajo de CLACSO Estados en disputahemos caracterizado como Ciclo de Impugnación al Neoliberalismo en América Latina (CINAL) es todavía un debate abierto. En los países donde gobernaron los denominados “progresis-mos”, ya sea por su derrota en las urnas, la pérdida de legitimidad o producto de prácticas neogolpistas, gran parte de estos proyectos fueron desplazados del poder estatal los últimos años, al compás de la creciente gravitación de coaliciones y figuras de ultraderecha, que incluso lograron acceder al gobierno en varias latitudes de continente. Pero esta coyuntura tuvo también como uno de sus rasgos distintivos la reactivación de las luchas antineoliberales, con atisbos de resisten-cia anticapitalista, antipatriarcal y anticolonial, que adquirieron un punto álgido de confrontación durante 2019 y 2020, a través de rebe-liones callejeras, huelgas de masas y levantamientos populares, que tienen a la estatalidad como un territorio privilegiado de disputa y tensión, bajo un mismo horizonte emancipatorio y de democratiza-ción integral de las sociedades. En un plano más general, estas experiencias se inscriben y pueden ser consideradas como parte de un ciclo de reanudamiento y disputa hegemónica frente a la contraofensiva de un neoliberalismo “tardío” y de coaliciones de corte conservador en América Latina, a la vez que delinean un posible momento transicional en la estatalidad latinoa-mericana, a raíz de la crisis orgánica, y la pérdida de legitimidad de los partidos tradicionales, que aún no logra ser suturada. En este mar-co, la creación de plataformas sociopolíticas amplias y el surgimiento de sujetos/as que trascienden la dimensión estrictamente sectorial o corporativa, cobran creciente importancia para la construcción de al-ternativas políticas de carácter posneoliberal que enfrentan también la constante precarización de la vida. Antes de la pandemia la región se debatía entre el estancamiento económico, sendas crisis políticas en buena parte de los gobiernos y revueltas populares contra la profundización del neoliberalismo, lo extendido de la corrupción y por la ampliación de derechos desde las luchas feministas, indígenas, estudiantiles, populares y socioambien-tales. Con la llegada del Covid-19 el panorama se ha complejizado, pues la pandemia global ha visibilizado, entre otras cuestiones can-dentes de la realidad latinoamericana, la crudeza de la violencia de género, los altos niveles de pobreza y desigualdad, el avasallamiento de derechos elementales y el grado de vulnerabilidad extremo al que está siendo sometida la población, debido a la superexplotación y fle-xibilización laboral, la intensificación del extractivismo y la profunda endeblez de los sistemas de salud y seguridad social. De ahí que resulte pertinente retomar uno de los lineamientos principales de nuestro Grupo de Trabajo: pensar al Estado latinoa-mericano en medio de una de las crisis capitalistas más profundas desde los años treinta del pasado siglo, colocando a prueba nuestras herramientas conceptuales para plantear inevitables preguntas sobre los límites y posibilidades de las transformaciones radicales en los dis-tintos espacios y realidades de la región. Más aún, teniendo en cuenta que América Latina constituye hoy el epicentro de la pandemia a nivel global, lo que torna sumamente inestable y contradictoria a la coyun-tura por la transita el continente. Si bien las cuarentenas impuestas en gran parte de los países para mitigar los efectos del coronavirus irrumpieron conteniendo las acciones de calle, no lograron detener las protestas ni las demandas levantadas previamente, tal como se ha evidenciado en Chile con la exigencia de cambio constitucional y la desprivatización de bienes públicos, en Ecuador ante el avance de la crisis económica, en Colombia frente a la constante represión parami-litar y el autoritarismo estatal, y más recientemente en Perú contra la corrupción y desatención de la clase política gobernante.Ante tales complejidades, a lo largo del 2020, desde el Grupo de Trabajo realizamos un conjunto de conversatorios y charlas abiertas que buscaron propiciar el debate colectivo y un espacio de diálogo e intercambio transfronterizo, sobre las posibilidades de reconfigu-ración de la estatalidad en este momento histórico tan incierto que vivimos en América Latina, en particular desde la irrupción de la pan-demia a comienzos de año, atendiendo al mismo tiempo a los escena-rios y tendencias que se avizoran como posibles salidas de esta crisis. La presente compilación se propone sistematizar las discusiones generadas en este marco, así como relevar las diferentes lecturas e interpretaciones que son producto de estudios e investigaciones a las que nos abocamos durante 2020 de manera colaborativa quienes in-tegramos el GT de CLACSO. En su primera parte, se analizan doce casos nacionales, desde Haití hasta Chile, poniendo el foco en la co-yuntura reciente cimentada en las especificidades de las crisis locales de la última década y los principales nudos problemáticos que afectan y condicionan al Estado y a las luchas políticas al interior de cada sociedad, aunque sin desatender aquellas determinaciones de índole regional y global. A su vez, la segunda parte está abocada a brindar una mirada más amplia en ocho estudios que abarcan o bien la región como totalidad, desarrollan casos comparados o proponen reflexiones teórico-políticas inspiradas en la compleja realidad latinoamericana enmarcada en la crisis de orden civilizatorio por la que atravesamos en el planeta. Con esta publicación buscamos realizar un aporte al rico debate que se desarrolla en América Latina sobre el devenir actual y las pers-pectivas de corto y mediano plazo, no sólo desde espacios académicos sino en la gran variedad de procesos sociopolíticos que continúan en el empeño de transformar las realidades desde la lucha colectiva en clave emancipatoria. Con sus luces y sus sombras, la crisis multidi-mensional que hemos vivido con fuerza a lo largo del 2020, nos ha mostrado que en Latinoamérica las diversas aristas del complejo pa-norama -sanitaria, social, económica, ambiental, psicoafectiva, de re-laciones de clase, raza y género, entre otras-, continúan teniendo en lo estatal un eje estructurador y explicativo fundamental, evidenciando una vez más que habitamos una región en la que los Estados siguen siendo territorios en disputa.

 


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