El 6 de enero de 2021, el planeta observó el asalto al Capitolio, por grupos de estadounidenses partidarios de Donald Trump que rechazan el triunfo electoral de John Biden. Escenas que en los estados fallidos y las democracias restringidas de los países periféricos son habituales, dibujaron la imagen de la democracia imperial como presagio de los tiempos que vienen.
El discurso oficial, de la derecha y la izquierda liberal, han colocado a Donald Trump como el responsable del “ataque” a la democracia en Estados Unidos. En el nivel más básico del análisis es así. De hecho, Trump como individuo es un tipo necio, desquiciado, irresponsable, mentiroso, narcisista, fascista y muchos etcéteras, es una evidencia indiscutible. Que este individuo aupó odios raciales, clasistas, xenófobos, homófobos, sexista y todas las pulsiones bajas del ser humano, es innegable. Que la mayoría de las personas que asaltaron el Capitolio lo hicieron bajo el llamado de Trump a defender la promesa de hacer a la “América blanca nuevamente grande”, es cierto. Sin embargo, esta certeza por su propia evidencia oculta una realidad muchísimo más compleja, que es necesario analizarla para intentar comprender la fractura que vive, no solo el imperio sino el sistema que representa, y sobre todo las múltiples consecuencias para la sociedad planetaria. La insistencia en quedarse en este primer y elemental análisis se entiende desde el poder global, pues hay que concentrar el mal para que éste no se desparrame por todo su sistema, y que mejor hacer de Donald Trump el chivo expiatorio a ser sacrificado para que vuelva el orden al imperio y al planeta. A fin de cuentas, ya está de salida y eso mismo es una ventaja para convertirlo en el mal que explica todo. Entiendo esta estrategia discursiva desde el poder global occidental, no lo entiendo en los sectores críticos al mismo.
Hay mucho más allá de la culpa de Donald Trump y su desquiciamiento, que debe ser analizado críticamente con paciencia y responsabilidad. Voy a señalar apenas algunas contradicciones del enjambre de ellas que, creo, explica el asalto al Capitolio y los conflictos que se avecinan, tanto en EE UU como en todo el Occidente.
- Una profunda contradicción de clases muy compleja entre los norteamericanos blancos de clase media y alta, habitantes de las grandes ciudades costeras, con alto capital cultural, con acceso a los privilegios del sueño americano globalizado, y los norteamericanos blancos empobrecidos, abandonados en las zonas rurales, con un capital cultural pobre que los hace fanáticos religiosos, machistas, racistas xenófobos, homofóbicos, negacionistas y que reclaman “su sueño americano”. Esta contradicción conlleva profundas diferencias ideológicas, difíciles de leer desde la perspectiva tradicional de clases de la división entre izquierda y derecha. A nivel cultural, las clases económicamente medias y altas globalizadas son progresistas. Al contrario, las clases pobres no globalizadas son muy conservadoras. Hay un desequilibrio entre la lucha económica, política y cultural que no calza en la receta.
- Una múltiple contradicción cultural. La más antigua, entre los conquistadores y colonizadores europeos y los pueblos ancestrales; la más visible, entre los blancos de origen europeo y los pueblos afroamericanos nacidos en la esclavitud, que estalló el año pasado con el movimiento Black Lives Matter; la reciente y latente, entre los blancos de origen europeo y los recién llegados migrantes latinoamericanos que crecen peligrosamente; la que se da entre las llamadas minorías culturales, los afroamericanos nacidos en Estados Unidos y los migrantes latinoamericanos. Estas como las que mejor se pueden observar, sin embargo, hay muchas más fracturas culturales con otros pueblos como el chino, el árabe, etc. El país de las migraciones que se formó con múltiples culturas, nunca logró articularse en una nación culturalmente diversa, sino que se mantuvo unido por la ideología del libre mercado y la promesa del sueño americano. Una ideología que pierde fuerza y un sueño que para muchos dejó de existir. El racismo es estructural en EEUU, no es algo que se inventó Trump, el solo le puso un poco de combustible.
- La dirección de la globalización que asumió EEUU le permitió dominar el mercado mundial, pero le significó la destrucción de su aparato productivo nacional y con él la base económica que sostenía su Estado de Bienestar y el consenso social asentado en una extendida clase media que hoy se debilita. En la búsqueda de elevar la tasa de ganancia de manera absoluta, trasladaron gran parte de su producción a los países asiático y sobre todo a la China. Creyeron tener una gran fábrica en el Asia y desentenderse de los problemas laborales y ambientales por siempre, hasta que el Estado Chino les mostró que puede ser un mejor proyecto capitalista sin el sistema democrático de occidente. En ese momento empezaron los problemas económicos internos para EEUU y con ellos el descontento de millones de norteamericanos que se quedaron sin trabajo, se volvieron dependientes al crédito y a los productos chinos de bajo costo.
- La ideología del libre mercado transformó gran parte de los capitales legales que hicieron poderoso al país del norte, en capitales ilegales y con ellos llegaron las mafias italianas, chinas, gringas, latinas, rusas, etc., que han ido carcomiendo la institucionalidad del gran país hasta penetrar el corazón mismo del sistema económico y financiero mundial con sede en Estados Unidos. El capital ilegal destruye la institucionalidad del capital legal y con él su sistema político. Eso es lo que estamos observado hoy, pues el asalto al Capitolio solo es la cereza en el ya dañado pastel de la democracia norteamericana. A esto se suma que la mafia de narcotráfico tiene como principal mercado a la población norteamericana, población que está adicta a todo tipo de psicotrópicos que la destruye aceleradamente.
- El papel de policía mundial que ha cumplido el estado gringo, propio de su condición de imperio capitalista, necesariamente tiene un costo alto. Cumplir el papel perverso de invasor militar que pone orden en el mundo, hace del estado invasor un estado perverso, cuya condición merma los principios y valores democráticos que lo definen y sostiene. Esta paradoja carcome internamente tanto en su institucionalidad política cuanto su institucionalidad civil. Todos las intervenciones político militares que el estado norteamericano ha perpetrado en varios países para defender “la democracia liberal”, con actos ilegales, violentos y antidemocráticos, hoy le pasa factura con el asalto ilegal y violento a su sistema democrático. El mal está en su propia casa.
- Desde el momento en que el estado gringo tomo el control de la globalización neoliberal, el discurso oficial construyó durante su ciclo de dominación imperial a los siguientes enemigos: en su consolidación durante el periodo de la guerra fría, fueron los comunistas soviéticos; cuando la URSS desapareció y ponía en riesgo el poder norteamericano en un mundo sin enemigo se inventaron los terroristas árabes; cuando esto ya no les funcionó intentaron los narcoterroristas latinos; al final no tiene otra carta que Trump, el terrorista es de su propio país y prototipo de su cultura: hombre, blanco, empresario, heterosexual y católico. El enemigo está en casa y por lo tanto el mal ya se derramó por su sociedad.
No, no es culpa de un individuo desquiciado, es el estallido de múltiples contradicciones de un sistema que se encuentra en su descenso y de un poder que se volvió absoluto y que no tiene como sacar el mal fuera de su sociedad, por lo tanto, se autodestruye. Trump solo es el pus que estalló y mostró que el sistema de recambio democrático (Republicanos y Demócratas) es una farsa que evidencia la enfermedad de un imperio que está en decadencia y que ya no puede ocultar su caída. Trump es el Nerón del imperio gringo, es un autoatentado del poder imperial que difícilmente lo podrán contener.