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Bolsonaro en la pandemia: de la revolución al lulismo al revés

Fabio Luis Barbosa dos Santos :: 14.01.21

Si el PT aprisionó a la izquierda en la lámpara mágica del lulismo, es forzoso señalar que Bolsonaro pervirtió la rebelión. El dilema para el campo popular se agudizó durante la pandemia: movilizarse para el retorno a una normalidad cada vez más rebajada, lo que transforma el progresismo en una ideología restauracionista, o denunciar lo normal como problema y atreverse a nuevos horizontes de cambio “para que mañana no sea solo el ayer, con un nuevo nombre”, como canta el rapero Emicida.

BOLSONARO EN LA PANDEMIA: DE LA REVOLUCIÓN AL LULISMO AL REVÉS

Fabio Luis Barbosa dos Santos

Profesor de la Universidad Federal de São Paulo. Autor de Una historia de la ola progresista sudamericana (1998-2020) (La Paz: Cedla), entre otros libros.

Estadosalteradosdigital

 

INTRODUCCIÓN

En el mundo, muchas personas estaban aburridas durante la cuarentena. Sin embargo, en Brasil esto no sucedió. En este país la política se aceleró en un ritmo febril, liderada por un presidente con potencial suicida a quien jamás se le ocurre frenar. A diferencia de Orbán en Hungría o Erdogan en Turquía, Bolsonaro no aprovechó la pandemia para concentrar poder y restringir las libertades. Su intención original era radicalizar un horizonte de refundación moral y política: una revolución al revés al estilo del fascismo. Repasemos brevemente el contexto. Tras una exitosa década en la cual articuló moderadas mejoras para los de abajo, con los privilegios de siempre para los de arriba, el modo lulista de regulación del conflicto social se hundió. La conjunción entre las jornadas de junio de 2013, los escándalos de corrupción y la recesión económica implicó un cambio de enfoque de las clases dominantes en relación a la reproducción social, que se desplazó de una “contención inclusiva” a una “aceleración excluyente”. En ese contexto, la piedra filosofal de un “neoliberalismo inclusivo” dio paso a la intensificación de la desposesión social, mientras que la conciliación cedió paso a la guerra de clases. Esto es el trasfondo de la destitución de Rousseff en 2016, del arresto de Lula y de la victoria de Bolsonaro en 2018 (Santos, 2019; Feldmann y Santos, 2020). Para la clase dominante, Bolsonaro ofrece el marco de este nuevo neoliberalismo en el cual se agudizan la violencia política y económica: este marco es el Estado policial (Dardot y Laval, 2018). Sin estructurar un programa específico, dejó la gestión de la economía en manos de un genuino Chicago boy, Paulo Guedes. Para añadir, promueve una retrógrada agenda comportamental, cultural y científica que la élite tolera, pero que no le encanta. El apoyo que brinda al excapitán es de un matrimonio de conveniencia, ya que nutren como ideal un bolsonarismo sin Bolsonaro (Santos, 2019). Sin embargo, el militar tiene sus propias ideas: una dinastía, con los militares como partido y los evangélicos como base social. Desde este punto de vista, su mayor desafío es convertir el apoyo virtual que lo eligió en una verdadera movilización. Convertir a los usuarios de Internet en camisas negras. Con este objetivo, sigue un guion invariable: elige a enemigos para atacarlos mientras se pone como víctima. Acusa a personas, instituciones o los medios de obstáculos a su proyecto, según una lógica de profecía autocumplida. Cuando el presidente acusa al Congreso de boicotearlo, transfiere la responsabilidad de sus fracasos a quienes “no le dejan” gobernar. Al mismo tiempo moviliza el apoyo popular para enfrentar la institución que, según la perspectiva de la ciudadanía, sintetiza la política podrida y corrupta. Cuando se levanta el congreso, el presidente ve su narrativa legitimada y sube el tono. Cuando se calla, el presidente avanza otro paso. En este juego de inversiones, Bolsonaro aparece como subversivo, mientras que la izquierda blande la Constitución en defensa del orden. La práctica de respuestas sencillas a problemas complejos en Brasilia corresponde en la Internet a la narrativa de un héroe que se enfrenta a sucesivos villanos tal como en un videojuego. En esta lógica, poco importan los logros del gobierno, porque la regla de la eficacia política es diferente: inflamar a sus partidarios y naturalizar lo que hasta hace poco era intolerable (Lago, 2020). Es un movimiento que no puede retroceder, al contrario, solo acumula masa, velocidad y violencia como una bola de nieve. En este impulso, el presidente convocó a su base para exigir el cierre del Congreso Nacional el 15 de marzo de 2020. Tres días después, se esperaba una manifestación por la educación que, dadas las circunstancias, tomó la forma de una contramanifestación por la democracia. Es en este contexto que el covid-19 llegó a Brasil. El acto del 15 de marzo fue cancelado, pero algunos bolsonaristas intransigentes salieron a las calles y fueron recibidos personalmente por el presidente. Ante los hechos, la manifestación del día 18 se convirtió en un cacerolazo nacional, revelando un desplazamiento del apoyo a Bolsonaro entre los ricos y la clase media, los primeros afectados por un virus traído al país por brasileños que portan pasaporte. Sin embargo, Bolsonaro radicalizó el negacionismo acumulando 143 Bolsonaro en la pandemia: de la revolución al lulismo invertido enemigos en el proceso. En las primeras semanas de la pandemia, durante cada pronunciamiento suyo sonaban cacerolazos en las ventanas. ¿Estaría perdido el presidente en su mundo paralelo? En el cálculo supervivencial del animal político perverso, cualquier pulsión de muerte es una oportunidad política. Es necesario buscar la razón detrás de la locura (Santos, 2020).

 

RAZÓN BOLSONARISTA

Bolsonaro asume que la crisis tiene dos dimensiones: una sanitaria y la otra económica. Apuesta que los efectos de la segunda serán más experimentados por el pueblo. Su discurso contra el aislamiento horizontal dialoga con quienes mueren de hambre, no del covid-19. Bolsonaro supone correctamente que los trabajadores quieren trabajar. Los líderes evangélicos, cuyas iglesias han vaciado, así como muchos comerciantes y empresarios, también se opusieron a cualquier lockdown. La otra cara de esta política es la certeza de que el Estado brasileño, de origen esclavista, nunca asistirá a los trabajadores como en partes de Europa: por el contrario, las medidas provisionales facilitaron los recortes salariales y los despidos. El fundamentalismo neoliberal del ministro de Economía Paulo Guedes es el punto de apoyo del cálculo político de Bolsonaro. El fundamentalismo aquí no es una figura de imagen. En una reunión difundida por video en abril, que comentaré más adelante, el propio director del Banco Central cuestionó la posición de Guedes, quien para sacar al país de la crisis propone desregular la economía para atraer la inversión privada, que como todos saben no vendrá. La orientación del gobierno desafía la propia racionalidad capitalista ante la crisis; al final, los países en Europa han confinado y remunerado a los trabajadores no por caridad, sino para minimizar los efectos de la misma. Como dijo Keynes, se trata de salvar al capitalismo de los capitalistas (Feldmann, 2020). La respuesta brasileña busca facilitar la deforestación, los despidos y la reestructuración: en síntesis, intensificar la acumulación por despojo. De hecho, se trata de una jugada arriesgada, que ha llevado al país a una catástrofe diluviana. En junio, Brasil se convirtió en el epicentro mundial de la epidemia al superar a Estados Unidos en muertes diarias por coronavirus, a pesar del notorio subregistro de casos. En agosto, el país superó 100.000 muertes y aún se reportaba más de mil muertes diarias. Los estudios demuestran una correlación entre la popularidad del presidente, la falta de respeto por el aislamiento y el colapso del sistema de salud pública en varias regiones. En las periferias es imprac- 144 Fabio Luis Barbosa dos Santos ticable el aislamiento, mientras que los trabajadores acuden en masa para recibir R$ 600 (USD 110) en los bancos. En el campo es reducida la posibilidad de asistencia médica, y el virus llegó a los territorios indígenas con un efecto potencialmente devastador. Como señaló Pierre Salama, si se piensa la lucha contra el covid como una guerra, entonces Bolsonaro es un criminal de guerra (Salama, 2020). Es posible argumentar que es un Hitler periférico, en el sentido de que practica una política potencialmente genocida y suicida, pero sin industria ni ejército. Él es el nazismo con otros medios, con medios periféricos. En lugar de intentar construir cualquier tipo de arca frente al diluvio social y económico, su política sumerge al país en la plaga. Y lo hace deliberadamente como resultado de un cálculo político. De hecho, el cálculo bolsonarista es cínico y perverso al poner en riesgo millones de vidas. Pero al percibirlo como un cálculo, no es un delito. En un mundo presidido por la lógica ciega, impersonal y destructiva del capital, el presidente aparece como una variación de las contradicciones entre el capitalismo y la vida, que acecha la cotidianidad global en forma de bombas atómicas, del drama ecológico y de las pandemias. Bolsonaro es solo una caricatura de esta contradicción; los rasgos se vuelven más evidentes en él, pues están más exagerados. El presidente brasileño surge como una versión radical de la necropolítica, un poder de muerte ejercido de forma indirecta (Mbembe, 2013). Si en el feudalismo la coacción económica era indirecta y el castigo con la muerte era visible (la horca), en el capitalismo la coacción económica es directa; y la muerte, invisible. En Bolsonaro, la muerte económica, la indiferencia social, la perversión política y el oscurantismo ideológico conducen al paroxismo: pero él no va a Nuremberg, porque es una versión exagerada de lo normal. Más que matar, deja morir. Como había dicho cuando el país superó a China en muertes por la pandemia: “¿Y qué?” (Folha, 28 abr 2020). Al final, allí no hay crimen. Sin embargo, si entendemos el atentado deliberado contra la vida como un crimen, entonces hay muchos crímenes allí, pero no se perciben como tales. Hitler confinó a los judíos en campos de concentración, un crimen. Bolsonaro instó a su pueblo a no respetar el confinamiento, lo que en la práctica los expondrá a la muerte. Los ricos, en Brasil, se rebelaron y estaban en desobediencia civil, pero tienen los medios para hacerlo. Por lo que si mueren, es por obstinación. Como afirmó Paulo Guedes mientras defendía la liberación de los casinos y el turismo de lujo: “Deja que cada uno se joda como quiera. Sobre todo si es mayor, vacunado y multimillonario” (Metrópolis, 22 mayo 2020). 145 Bolsonaro en la pandemia: de la revolución al lulismo invertido Que este escandaloso foso tenga la complacencia de los de arriba y de los de abajo es un termómetro de la corrosión del tejido social de este país: los de arriba no se importan con los de abajo, y los de abajo no esperan nada más de los de arriba.

 

SENTIDO DEL BOLSONARISMO

Creo que el sentido más profundo de los bolsonarismos a nivel mundial es profundizar esta violencia invisible. El objetivo es normalizar la violencia practicada por otros medios, lo que también puede describirse como naturalizar la barbarie. Esto explica el compromiso de los Bolsonaros de este mundo con una batalla cultural, en el terreno de los valores. El propósito de esta política no es prohibir la actuación de sindicatos, partidos o manifestaciones (aunque esto pueda suceder eventualmente), sino modificar las condiciones en que las personas consideran legítimo manifestarse y rebelarse: es decir, generar una nueva normalidad. Para esto, Bolsonaro tiene un método. Primero prueba, si no se reacciona, avanza; después, si la reacción es fuerte, niega. Como el personaje Bolsonaro es una glosa entre el político y el bufón, no hay compromiso con la verdad. Como político, su base lo tolera cuando él falla con la verdad, y como bufón se le permite decir cualquier tontería. Aun así, establece comunicación con su pueblo, que, con razón, desconfía de la tele y de Brasilia. Dado que no tener compromiso con la verdad es parte de su política como bufón, esto le permite retroceder sin remordimientos y sin prejuicios entre los fieles. Además, esta conducta le confiere un aura de autenticidad, mientras que quienes le afrontan se asocian con la política convencional, percibida como mentirosa. En este sentido, pienso que Bolsonaro es literalmente un bandeirante del siglo XXI: es el explorador que abre a machete los senderos por donde pasará el progreso de los paulistas. Eso explica el apoyo complaciente de los de arriba, análogo a la condescendencia de un Churchill hacia un Hitler que prometió erradicar la Unión Soviética y el comunismo. En ese entonces, dejaron al nazismo seguir su camino hasta que quedó claro que los alemanes querían apoderarse del mundo. Luego, negociaron un reparto más razonable con los soviéticos, como base para la coexistencia pacífica en un mundo donde la violencia se trasladaba a la periferia, y en el cual “Guerra Fría” solo puede ser comprendido como un término eurocéntrico. Lo que hace nuestro explorador nazi del siglo XXI, aunque de manera impredecible porque en gran parte es intuitivo –de ahí que Juca Kfouri lo comparó con Garrincha disculpándose por la ofensa (Kfouri, 146 Fabio Luis Barbosa dos Santos 2020)–, es ampliar el horizonte al que aspira su base. Bolsonaro viene quemando la fina capa de la sociedad civil brasileña mientras se profundiza la dinámica de autofagia de los negocios. Veamos un ejemplo: La designación del juez responsable de la detención de Lula como ministro de Justicia ha sido un escándalo, según cualquier parámetro republicano. Poco tiempo después, se dieron a conocer pruebas irrefutables de la connivencia de este juez Sergio Moro con quienes acusaron al expresidente Lula (Intercept, 2019). Cuando Bolsonaro percibió que su gobierno estaba pasando por ese escándalo ileso, se dio cuenta que nunca caería por razones éticas. El presidente siguió quemando nuestra fina capa de civismo, y en ese entonces avanzó un paso más al exigir el cierre del congreso. Haré un paréntesis para proponer un ejercicio. Imaginemos que el Partido de los Trabajadores (PT) en el poder nombrara como ministro a un juez que había arrestado a su mayor rival, lo mantuviera a ese juez a pesar de las pruebas de que lo hizo, eligiera a un loco como canciller e interfiera en los nombramientos de Itamaraty faltándole el respeto a las jerarquías. Y si Lula intentara nombrar a su propio hijo como embajador en Estados Unidos; tuviera hijos involucrados con milicianos y admitiera públicamente que necesita defenderlos de la Policía Federal. Y si este gobierno provocara a toda la prensa, amenazara con cerrar la Corte Suprema, preparase a la policía federal y dijera que cerrará el congreso. O simplemente, imagínelo decir todas las ignorancias que dice Bolsonaro de una manera vil, violenta y grosera. Los dos pesos y dos medidas que todo brasileño sabe que existe de manera intuitiva significan que Bolsonaro cuenta con el apoyo de la élite, siempre que su estupidez esté en armonía con la agenda económica de la burguesía. Tiene el consentimiento para quemar arbustos y abrir senderos, porque lo está haciendo en la dirección correcta. La pandemia muestra también que la clase dominante brasileña considera a Bolsonaro, como mucho, desagradable, según define la líder de extrema derecha francesa Marine Le Pen2 . Esto se debe a que la violencia del militar es, en realidad, la otra cara de su violencia de clase. 2 En una entrevista al canal France 2 el 11 de octubre de 2018, Marine Le Pen se vio obligada a distanciarse de Bolsonaro. Cuando la preguntaron sobre las declaraciones del candidato brasileño de que prefiere un hijo muerto a un homosexual, o que el embarazo es una carga para los empleadores, Le Pen cuestionó la lectura de que Bolsonaro es alguien de derecha y afirmó que el militar sostiene “propuestas eminentemente desagradables”. 147 Bolsonaro en la pandemia: de la revolución al lulismo invertido El razonamiento de los ricos fue explicado por Paulo Guedes al justificar su asociación con el militar en la campaña electoral de 2018: “Todos allí trabajaron para Aécio, un ladrón, un drogadicto. Trabajaron para Temer, un ladrón. Trabajaron para Sarney, un ladrón y malaleche que tomó el control de todo Brasil. Entonces llega un tipo completamente tosco, rudo y obtiene votos como lo hizo Lula. La élite brasileña, en lugar de entender y hablar así ‘ahora tenemos la oportunidad de cambiar la política brasileña para mejor. […]. Ah, pero él insulta esto, insulta aquello…’ Doma el tipo”. Cuando se le preguntó si era posible domar a Bolsonaro, dijo: “Creo que sí, ya es otro animal” (Gaspar, 2018). Domar la bestia en pro de sus intereses de clase es la jugada de los de arriba. Después de elegido, Bolsonaro consolidó una especie de división del trabajo. Ante el inexorable recrudecimiento de la violencia política y económica propia del neoliberalismo, el militar garantiza el Estado policial, mientras que entrega la economía a las finanzas, el campo a la agroindustria, el medioambiente a las empresas madereras, la salud a los seguros privados, y así sigue.

 

GOBERNAR EN LA CRISIS

En este contexto, ¿cuál sería la diferencia fundamental entre el gobierno de Bolsonaro y las gestiones del PT que lo precedieron? Críticos del progresismo sudamericano afirman que, al renunciar a enfrentar las raíces de la desigualdad y de la dependencia, el gobierno del PT y sus pares se han resignado a una gestión de la crisis. El gobierno de Bolsonaro, en cambio, no se propone hacer ninguna gestión, porque gobierna a través de la crisis. Esto se evidencia en una reunión ministerial en abril de 2020, que tuvo su contenido en video divulgado al público por orden judicial. A pesar de que las autoridades consideraron las declaraciones del presidente insuficientes para incriminarlo, el video expone la naturaleza del gobierno a todos los que comprendan portugués (Brasil de Fato, 2020). El propósito de la reunión fue discutir un programa diseñado por ministros militares para estimular la economía en el contexto pandémico, lo cual presentaron como un “Plan Marshall Brasileño”, una comparación que incluso Paulo Guedes consideró extraña. Sin embargo, en la reunión el programa “Pro Brasil” fue poco discutido y ni siquiera se mencionó el covid-19, aunque en ese momento el país avanzaba en un ritmo acelerado para convertirse en el epicentro global de la epidemia. Para ser preciso, la pandemia sí se mencionó en la reunión, pero no como una crisis sanitaria, sino como una oportunidad 148 Fabio Luis Barbosa dos Santos para desmantelar el marco legal que protege la Amazonía. En palabras del ministro del Medio Ambiente, Ricardo Salles: “mientras estamos en este momento de tranquilidad en cuanto a cobertura de la prensa, que solo se habla del covid, es hora de ir pasando la manada de reglas, cambiando todo el reglamento y simplificando las reglas. Del IPHAN, del Ministerio de Agricultura, del Ministerio del Medio Ambiente, del Ministerio de eso, del Ministerio de aquello. Ha llegado el momento de unir fuerzas para hacer una simplificación regulatoria” (Brasil de Fato, 2020). Mas allá del cinismo y la indiferencia en relación a la hecatombe sanitaria que asolaba al país, se observa que, en una reunión de alto nivel para presentar un plan socioeconómico de emergencia, el presidente de la República solo trató de exigir militancia incondicional y acción política de sus subordinados. Se hizo evidente que Bolsonaro preside el país de la misma forma que se construyó en la política: echando leña al fuego. El diputado que en veintisiete años en el parlamento solo ha presentado dos proyectos de ley no se propone gestionar nada. ¿Y si el PT gobernara así sin gestión, con solo ideología? Lo que hace Bolsonaro es ampliar los límites de lo aceptable. El presidente convierte lo imposible en posible, lo que, paradójicamente, siempre ha sido un lema de la izquierda. Esto resulta el mundo al revés en el que vivimos: la subversión del orden se ha convertido en una política de la derecha, mientras que la izquierda defiende este orden.

 

LA IZQUIERDA DEL ORDEN

De esta paradoja surge una tercera constatación en la pandemia: la izquierda institucional no demuestra ser una alternativa para el cambio en el sentido de que no razona ni actúa bajo una lógica fundamentalmente distinta. Tal como Bolsonaro, el Partido de los Trabajadores (PT) trató la crisis pandémica como una oportunidad al calcular la mejor forma de aprovecharla. De hecho, lo que el PT identifica como oportunidad es muy distinto de Bolsonaro, pero la racionalidad es idéntica: es la lógica del cálculo político. Todos calculan, aunque son cálculos que involucran distintas variables. En una entrevista concedida a principios de marzo de 2020 en Europa, Lula afirmó estar en contra de la destitución de Bolsonaro. “Le he advertido al PT que tenga paciencia, porque debemos esperar cuatro años. A menos que él (Bolsonaro) cometiera un acto de locura, un crimen de responsabilidad, así podríamos pedir su destitución, pero si no lo hace, no podemos pensar en derrocar a un presidente solo 149 Bolsonaro en la pandemia: de la revolución al lulismo invertido porque no nos gusta. No podemos” dijo al periódico suizo Le Temps (Lula, 1 mar 2020). Luego, la pandemia llegó a Brasil. Considerándose la respuesta de Bolsonaro a la crisis sanitaria, cabe plantear a Lula que defina “locura” y “crimen de responsabilidad”. A principios de abril, se contaban más de veinte procesos para derrocar a Bolsonaro registrados en la Cámara de Diputados, ninguno de ellos por iniciativa del PT. El partido decidió sumarse al movimiento bajo presión de su base, y cuando lo hizo, la destitución ya no era más pauta de discusión en Brasilia. Poco tiempo después, el presidente que defendió un acuerdo con Judas si tuviera voto se negó a firmar manifiestos en contra de Bolsonaro, y se justificó que serían respaldados por personas que apoyaron la destitución de Rousseff. La posición de Lula es legítima, sin embargo, su argumento es dudoso: seguramente, había más cálculo político que principios en juego. La racionalidad del partido y su líder es fácil de entender. Tal como el Frente Amplio en Uruguay o el kirchnerismo en Argentina, el PT reclama su lugar como la izquierda del orden. Su expectativa es que el bolsonarismo se disipe como una pesadilla, y tal como en Uruguay y Argentina, las elecciones vuelvan a realizarse dentro de la normalidad burguesa, en la que el partido siempre tiene un candidato en la carrera. En este contexto, el mensaje de Lula es que la oposición debe respetar el resultado de las urnas, aunque en este caso el resultado fue a costa de su propia detención. Es la oposición del presente que envía un mensaje a la oposición del futuro, al futuro deseado por el PT, que todavía sueña con volver al poder. En consecuencia, la política del partido de oposición más grande en el contexto pandémico se caracterizó por una lógica similar a la de sus congéneres, lo que contribuyó al impasse en Brasilia. Las solicitudes de destitución no han prosperado porque todos temen que su concurrente político saque más provecho político de esta acción. En otras palabras, la destitución solo podrá avanzar cuando los parlamentarios calculen que los provechos de una destitución serán mayores que explotar las debilidades del gobierno. Mientras algunos negocian cargos y fondos, otros insisten en una oposición responsable, con la esperanza de que los desastrosos resultados del actual gobierno allanen el camino para el regreso del líder mesiánico. En palabras del respetado líder del Movimiento de Trabajadores Rurales Sin Tierra, João Pedro Stédile: “Lula tiene que ser nuestro Moisés para convencer al pueblo a cruzar el Mar Rojo. No hay otro personaje que pueda cumplir este rol” (Stédile, 2019). En síntesis, es 150 Fabio Luis Barbosa dos Santos tan improbable una salida del bolsonarismo que proceda de Brasilia como la hazaña del barón de Münchhausen, que salió del pantano donde se hundía utilizando su propia trenza.

 

LULISMO AL REVÉS

Mientras tanto, Bolsonaro duplicó su jugada. De su gobierno que tiene más militares en puestos de mando que en la dictadura se apartaron dos figuras que podrían eclipsarlo. La primera, el ambiguo ministro de Salud, que no estaba de acuerdo en que el virus es solo “un pequeño resfriado”, como dijo el presidente. Y la segunda a fines de abril, cuando se apartó el ministro de Justicia Sergio Moro, responsable de la detención de Lula, entonces reemplazado por un evangélico. Identificado como un héroe de la lucha contra la corrupción, el costo de esta deserción aún no está claro. Moro salió disparando: afirmó que el presidente quiso controlar a la Policía Federal, lo que motivó una denuncia por parte de la Corte Suprema (Supremo Tribunal Federal, STF), otro blanco del mandatario. Bolsonaro también acumuló desafectos entre los gobernadores de los estados, y muchos de ellos ignoraron Brasilia e implementaron el aislamiento social. Criticado por la prensa, acosado por el poder judicial, hostigado por la clase dominante y con una popularidad amenazada, Bolsonaro consideró una fuite en avant. Coaccionado por el Congreso, anunció una ayuda de emergencia de R$ 600 para más de 50 millones de personas, es decir, cuatro veces más dinero para cuatro veces más personas que el Bolsa Familia, la estrella social del lulismo. Después, rodeado de militares y sin Paulo Guedes, anunció un plan de inversión pública masivo, contrariando la ortodoxia neoliberal. Era evidente el movimiento: fortalecer un vínculo directo con los de abajo apoyado por los militares en detrimento de la solidaridad de clase con los de arriba. Un tipo de lulismo al revés, como decía el filósofo Paulo Arantes. Sin embargo, el presidente se mueve en un campo minado. Las turbulencias políticas inquietaron al capital y le obligaron a retroceder, reafirmando plenos poderes al ministro de Economía. Mientras el país se convertía en el epicentro mundial de la pandemia, su destino dependía del parlamento - el que el presidente planeaba cerrar. Sin fuerzas lo suficiente para hacerlo, Bolsonaro compraba su estabilidad con el “centrão”, un grupo heterogéneo de pequeños partidos que negocia su lealtad a cambio de cargos y fondos. Contra la indiferencia de los ricos y el cinismo de Brasilia, las redes de solidaridad florecieron en las comunidades pobres. Una imagen icónica muestra a 425 “presidentes de la calle” en una comunidad de 151 Bolsonaro en la pandemia: de la revolución al lulismo invertido São Paulo donde se reunieron en una cancha de fútbol, a dos metros uno del otro, para discutir su campaña de solidaridad. En junio, el MST había donado más de 2.300 toneladas de alimentos que produce. Es posible encontrar miles de iniciativas comunitarias sin asociación con el Estado ni con la izquierda del orden, las cuales se centran en Brasilia (Abers y Bulow, 2020). Sin embargo, en un contexto en que los principales enemigos de Bolsonaro son sus pares, como Sergio Moro o el gobernador de São Paulo João Doria, la izquierda pierde relevancia. En este marco, la tragedia no es mirar al PT, sino al pueblo brasileño, para constatar que la pandemia revela un país dividido. Esta constatación no es novedosa en el ámbito socioeconómico, una vez que Florestan Fernandes ya se refería a su país como un “apartheid social”. Sin embargo, se constata también una división en el ámbito de los referentes culturales, políticos y simbólicos. De un lado, está el país de los relativamente integrados, que participa o no de los cacerolazos, y de otro, la periferia que intenta sobrevivir, donde los cacerolazos tienen poco ruido. Desde esta realidad, destacamos dos aspectos en los que se basa la política de Bolsonaro. En primer lugar, lo que se puede describir como una relación haitiana entre el pueblo y el Estado. Tal como sucedió después del terremoto en la isla, aquí nadie espera el apoyo del gobierno. A las personas no se le ocurre que el Estado brasileño es financieramente responsable de mantener a los trabajadores en casa durante la pandemia. En segundo lugar, el descrédito de la política y las instituciones, que incluye la red Globo. Este es el trasfondo de la autenticidad del presidente: en lugar de las falsas promesas de los políticos habituales que pretenden contener la crisis, Bolsonaro reconoce la crisis. Admite la autofagia social (unos contra otros) y promete armar a sus votantes para que se defiendan atacando, como él mismo. De allí su “autenticidad”. El discurso del presidente está dirigido a esta población que no cree en Lula, Doria o Globo, que ve cierta autenticidad en el presidente, que no espera nada del Estado y, si recibe R$ 600, seguirá trabajando. Bolsonaro dialoga con alternativas que parecen abiertas a la población trabajadora. Siguiendo su lógica, el presidente no pretende contener la pandemia, pero defiende la libertad de las personas a trabajar, es decir, la libertad de cada quién luchar en el mundo de la autofagia por su supervivencia. Este es el abismo que observamos en Brasil. Por un lado, la socie- 152 Fabio Luis Barbosa dos Santos dad que tiene ahorros (mejor dicho, títulos de deuda), escandalizada por el primitivismo del presidente que desafía la ciencia y los modales europeos, que incluyen la cuarentena. Por otro, la masa que se ingenia, que gana la vida día a día. El opuesto que complementa la abismal indiferencia y cinismo de los de arriba es la falta de perspectiva de los de abajo, más allá del heroísmo individual de sobrevivir día a día frente a la autofagia. En este contexto, un golpe de Estado parece poco probable. Un golpe es motivado históricamente por la amenaza de los abajo, que no se plantea hoy en Brasil. Al contrario, parece que la fachada democrática es valiosa para este nuevo neoliberalismo. Dada la impotencia de los de abajo, Bolsonaro puede incluso sufrir a manos de la pequeña política, que derrocó a Dilma, especialmente si la inestabilidad que alimenta compromete los negocios. O si la miseria que manipula se convierte en rebelión. Pero por ahora, esto no va a suceder. Hay que tener cuidado de no mirar la política del siglo XXI a partir de la perspectiva del siglo pasado. Con tres mil militares en el gobierno, quizás el golpe ya esté hecho. Sin embargo, en agosto de 2020 se estaba dibujando un escenario alternativo. En ese momento, a pesar del asombroso número de muertes por covid-19, muchas de ellas evitables, el país se dirigía hacia una estabilidad inédita y aterradora con el militar. Se instaló una nueva normalidad sobre la cifra de 110.000 muertos (and counting), mientras que aumentaba la popularidad del presidente. Se necesitará investigaciones y tiempo para entender el fenómeno, pero dos cuestiones son evidentes: el pueblo no responsabilizó el presidente de las muertes que se acumulaban. Por otra parte, la ayuda de emergencia de R$ 600, cuya duración se extendió, impulsó su popularidad incluso en el Nordeste del país, antes cautivado por la Bolsa Familia lulista. En cinco meses, el programa transfirió a millones de personas 250 mil millones de reales, equivalente al 3,5% del PIB. Esto permitió que los niveles de pobreza extrema hayan alcanzado su más bajo nivel en 40 años, aunque se supone que las tasas aumentarán rápidamente al finalizar la ayuda de emergencia (Correio do Povo, 15 agosto 2020). Mientras tanto, en Brasilia, el presidente ha cultivado buenas relaciones con el “centrão” y lanzaba una versión menos ideológica de sí mismo, al pacificar las relaciones con el Supremo Tribunal Federal (STF) y los medios corporativos. El capital acogió con simpatía el movimiento, apostando por despegar la agenda que le interesa. ¿Sería posible un bolsonarismo sin Bolsonaro? La paradoja era notable: por mucho que el PT se haya esforzado por ser la conciliación bajo el li- 153 Bolsonaro en la pandemia: de la revolución al lulismo invertido derazgo de un “Lulinha Paz y Amor” como se describe a sí mismo el propio expresidente (Lula, 2018), el sueño del consumo burgués puede realizarse en la figura de un “Bolsonaro paz (con los medios y la Corte Suprema) y amor (con el centrão)”. Si el militar deja a un lado la ideología –como lo hizo el PT en otro momento– y se concentra en “ir pasando la manada”, podrá ganar a cambio la relección. Y el lulismo al revés estaría completado. ¿Cuál será el alcance de la momentánea renovación de la popularidad presidencial en un país donde se prevé un descenso económico del 11% para el 2020, donde hasta agosto había contabilizado 110.000 muertes por Covid-19, y gobernado por alguien cuyo hijo mayor, el senador Flávio Bolsonaro, es investigado por tener esquemas de corrupción que involucran directamente al presidente? El futuro es incierto, y el mandatario enfrentará un escenario internacional desfavorable a la reanudación de la economía, lo que indica que la crisis social se profundizará. La ayuda de emergencia tiene un plazo y el aumento del endeudamiento público combinado con la ley de techo de gastos limita las opciones del Ejecutivo. Conciliar el fundamentalismo neoliberal con un ingreso mínimo universal es la cuadratura del círculo que se coloca para un gobierno que hasta el momento no puede prescindir de Paulo Guedes, visto como el fiador de Bolsonaro con las finanzas y el gran capital.

 

REFLEXIONES FINALES

Sin pretender gestionar la crisis, Bolsonaro opera generando crisis –algunas reales, otras falsas– por las cuales navega. De allí el sentido de su política muy evidente en el video de la reunión: es una lucha contra todo lo que se opone a él. También es una política fetichizada, en el sentido de que se realiza como un fin en sí mismo: no hay proyecto, no hay futuro. Para Bolsonaro, la lucha es un fin en sí mismo. Esta es su “mi lucha”. Mientras tanto, la manada pasa, según explicó el ministro de Medio Ambiente. Contra todo esto, queda el humanismo de las personas que quieren la paz, no la guerra. Y la imaginación política, que hay que recuperar. Si el PT aprisionó a la izquierda en la lámpara mágica del lulismo, es forzoso señalar que Bolsonaro pervirtió la rebelión. El dilema para el campo popular se agudizó durante la pandemia: movilizarse para el retorno a una normalidad cada vez más rebajada, lo que transforma el progresismo en una ideología restauracionista, o denunciar lo normal como problema y atreverse a nuevos horizontes de cambio “para que mañana no sea solo el ayer, con un nuevo nombre”, como canta el rapero Emicida.

 

BIBLIOGRAFÍA

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