La divergencia entre Freire e Illich. Una conversación con Gustavo Esteva
Uno de los puntos de encuentro que tuvieron Iván Illich y Paulo Freire, además de la amistad, fue la educación, un tema que en su momento resultó crucial y definió la separación de ideas entre estos grandes pensadores, en torno a lo que debía significar este concepto en una sociedad. Gustavo Esteva nos acerca a las implicaciones que tienen ambas propuestas, así como a los factores que las bifurcan, y abre camino al análisis sobre el elitismo en el actual sistema educativo mexicano.
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No conocí a Paulo Freire, pero fui colaborador y amigo de Iván Illich. En cuanto a Freire, leí con cuidado toda su obra, particularmente porque algunos amigos míos muy cercanos, mexicanos y de otros países, se hicieron freirianos en el mejor sentido del término; no eran seguidores de una escuela o fanáticos de un pensamiento, sino gente que transformó su vida por Freire y dedicó buena parte de ella a trabajar en las líneas trazadas por él. Platiqué con ellos y me hicieron leer la obra de Freire, que conozco bastante bien. A Illich no lo conocí en los momentos de su fama universal, sino hasta 1983. Pero me fascinó entonces lo que escuché de él, y fuimos colaboradores y amigos hasta que murió.
Con lo que aprendí de ellos, de ese modo diverso, me siento en condiciones de sugerir cuáles fueron las divergencias en sus posiciones. Cuando Iván fue a Brasil, tuvo como tutor a Don Helder Cámara, el obispo, quien lo invitaba a leer las obras de un autor brasileño cada día y luego llamaba a ese autor y los ponía a platicar juntos. Uno de esos autores fue Freire. A Iván le gustó mucho lo que escuchó de él, y cuando lo encarceló la dictadura brasileña usó todas sus influencias para sacarlo de la cárcel y traerlo a Cuernavaca, donde cultivaron una muy linda amistad. Debo decir que Iván fue el primer promotor de Freire; estando en Cuernavaca, tradujo sus obras y las divulgó mundialmente. Todavía aparece una frase de Iván en la contraportada de Pedagogía del oprimido: “He aquí una pedagogía verdaderamente revolucionaria”.
A Iván le gustaba lo que había dicho y hecho Freire; compartían una crítica radical del sistema educativo tal como existía. Lo que Freire llamaba “la educación bancaria” era algo que Illich criticaba también. Pero ambos, que trabajaron y pensaron juntos, en los años sesenta y principios de los setenta, tomaron caminos diversos. Freire se dedicó desde entonces a llevar a la práctica sus ideas, a tratar de impulsar una pedagogía distinta en la educación, y particularmente dedicó una parte central de su vida a la alfabetización; ésta era su obsesión principal. Trataba de hacer programas de alfabetización con su pedagogía y de que todo mundo tuviera acceso al alfabeto; asimismo, fue asesor prominente en algunas grandes campañas de alfabetización, como la nicaragüense. Finalmente, en Brasil logró ocupar una posición oficial, impulsando una forma de educación distinta, de acuerdo con sus críticas al sistema establecido, sus innovaciones e ideas centrales de la concientización.
Illich, por su parte, ya no se ocupaba tanto de criticar la escuela o lo que sucede en ella, sino que criticaba lo que la escuela hace a la sociedad. O como él lo formulaba: qué tipo de sociedad es la que se plantea educar a todos sus miembros. Empezó a ver la educación como la economización del aprendizaje, es decir, cómo se convierte el servicio educativo en una mercancía que debe ser consumida por todos y cómo cambian mentalidades y formas de existencia social por la idea propia de que se necesita educación y que todos deben ser educados. Esto es lo que critica Iván. Cuando él habla de desescolarizar, no se refiere a la destrucción de la escuela, sino a seguir el ejemplo de la separación de la Iglesia y el Estado, que se define en la Revolución francesa; lo que plantea Iván es la separación de la Escuela y el Estado. De la misma manera que fusionar el poder espiritual y el político fue una fórmula autoritaria, que se expresaba por ejemplo en el hecho de que los papas acudieran a legitimar la coronación de cada rey, Iván decía que era necesario evitar toda imposición obligatoria de la escuela, de la educación, del alfabeto. Una de las fórmulas que utilizaba para explicar sus ideas es la referencia a scholé, la palabra de donde proviene escuela, que quiere decir “ocio”, y lo que él decía era que estudiar/aprender debe ser la actividad gozosa de personas libres. Ha de haber placer al aprender. Y eso es exactamente lo contrario de la escuela, la cual se ha convertido en un instrumento de tortura. Los niños sufren por tener que ir a la escuela y, por lo regular, hay un momento en el que dicen: “Mamá, papá, no quiero ir a la escuela”. No la soportan, les arruina su infancia. En lugar de esta imposición de un aprendizaje concebido por el Estado, por un cuerpo burocrático, Illich planteó la libertad de aprender: ¿cómo la gente puede aprender gozosamente lo que quiere y necesita? Y aquí es donde se bifurcan los caminos de Freire e Illich.
Quisiera decir algo que me cuesta mucho trabajo, porque quiero mucho a ciertas personas que creen y aplican las ideas de Freire, pero me siento obligado a mencionar mis dos objeciones fundamentales a su posición. La primera se refiere a la cuestión de la alfabetización, y es algo sumamente delicado; se necesita hacer una operación quirúrgica fina para plantearlo. En el último libro de Freire, llamado Pedagogia para la Autonomía, que escribe y publica un año antes de morir y que es en cierta forma la síntesis de su pensamiento y experiencia de vida, se le escapa una frase. En una parte en la que defiende la idea de la alfabetización y cómo llevar el alfabeto a toda la gente, dice tal cual: “Al darles el alfabeto, al darles el texto, al enseñarles a leer y escribir, los estamos haciendo humanos”, (cito de memoria). Esto quiere decir que retrocedemos 500 años. Que así como los españoles, cuando llegaron a estas tierras, planteaban que los indígenas no tenían alma y se preguntaban si eran humanos o bestias, así nuestro querido progresista y revolucionario profesor Freire está diciendo que los analfabetos son subhumanos y que gracias al alfabeto se van a volver humanos.
Es una frase que se le fue, pero la idea está en el fondo de su pensamiento. Está tratando de elevar a una categoría superior a una masa de gente considerada inferior porque no ha tenido acceso al alfabeto. Él nunca logró descubrir lo que se destruye cuando se realiza la alfabetización, cuando se convierte a la gente en personas textuales, cuánta civilización y capacidad de pensamiento están siendo destruidas por ese proceso. Hay algo que me parece mucho más importante: estoy contra todas las campañas de alfabetización, públicas o privadas, realizadas por quien sea; han logrado crear en la sociedad y en las personas la idea de una inferioridad de los analfabetos: son individuos de segunda clase y ellos mismos llegan a sentirse así. Cuando se hace la difusión de lo que significa aprender a leer y escribir, está planteándose cómo se obtiene un bien maravilloso y cómo los que no lo tienen pertenecen a una clase inferior. Podemos oír todos los días a un sabio campesino, a una persona muy notable, con enorme capacidad intelectual, con un discurso magnífico, que dice: “Ustedes saben, yo seguramente estoy diciendo tonterías porque no fui a la escuela y no sé leer ni escribir”. La propia gente se siente inferior por este motivo.
Hay un elemento más. Aunque en la actualidad se lee un poco más que antes por el hecho de que toda la gente está utilizando el celular para mandarse mensajes, en realidad la gente no lee aunque haya sido alfabetizada. La UNESCO indica que una persona es un lector si lee más de cinco libros al año. Hay una estadística muy curiosa: en ninguna sociedad del planeta hay más de 20% de lectores, es decir, de personas que lean más de cinco libros al año. Las cifras están entre 14 y 20%. Existen algunas sociedades, como la estadounidense, en que 99% de la gente ha sido alfabetizada; es decir, sólo hay 1% de analfabetos. Las sociedades más atrasadas en esta materia tienen 40 o 50% de analfabetismo. Pero en Estados Unidos, como en todas las sociedades donde hay un alto porcentaje de alfabetización, la gente no lee en el sentido que dice la UNESCO, de leer más de cinco libros al año. Lee alguna correspondencia, los signos donde se bifurca la carretera, etcétera. Pero cuando uno los escucha leer, presencia lo que llaman analfabetismo funcional: leer con gran dificultad y, a menudo, sin entender. Apenas pueden seguir las palabras, pero no de corrido, y no leen normalmente. Muchos niños dejan de leer apenas salen de la escuela; es decir, leen porque van a la escuela, donde se les obliga a hacerlo, pero al terminarla dejan de hacerlo porque no fue algo placentero, algo que los entusiasmara, sino una obligación escolar. Existen campañas para que la gente lea, pero no lo está haciendo aunque sepa leer y escribir.
La experiencia universal indica que las personas leen cuando aprenden a hacerlo en libertad, por su gusto, por su deseo, no como una imposición. Por ejemplo, en ciertas comunidades de Oaxaca en donde la gente cerró las escuelas, hay niños y niñas que aprenden a leer y escribir porque quieren y cuando quieren. Nadie les impone la obligación de hacerlo. A lo mejor un niño no quiere aprender hasta los siete, ocho o más años; quizá no le dé la gana y no lo pida antes y entonces no lea, y nadie le dirá nada. Pero de pronto un día dirá: “Quiero aprender a leer y escribir”. Entonces aprenderá en libertad. Esos niños y niñas están leyendo porque les gusta, porque quieren, no porque los obliguen, no porque sea una tarea impuesta y no porque les hacen leer con esa nueva habilidad algo que no les interesa. Aprender en libertad puede dar una posibilidad diferente, un acceso a nuevos materiales que se vuelven interesantes para esa persona.
Estoy en contra de toda campaña de alfabetización. Primero, para evitar que se descalifique y se considere inhumano o inferior a quienes no saben escribir, y segundo, para que no haya imposición obligatoria de hacerlo, sino que todos aprendan a leer y escribir cuando quieran, que lo hagan en libertad y por gusto, no por obligación. En ese mismo proceso haría todo lo posible por revalorar seriamente la mentalidad oral, lo que estamos perdiendo al destruir la civilización oral, ser conscientes de lo que perdemos cuando pasamos de la civilización oral a la textual. No se trata de que la gente deje de leer, sino de que tome distancia crítica del alfabeto, que sepa lo que significa leer y lo que propicia a la cabeza y al corazón, para que pueda hacerlo de una manera libre, con autonomía.
Mi segunda crítica de Freire me parece aún más importante. Él no escribe para las masas. Toda su obra está concentrada en una capa especial, privilegiada diría yo, de personas que son sus mediadores. Escribe para un grupo especial de personas que serán los actores, los gestores de la transformación en que piensa Freire. Es una crítica radical a la sociedad actual, a la sociedad capitalista; no sólo asocia la educación con las estructuras actuales, sino que también está pensando, como mucha gente de izquierda, que la educación es mala en esta sociedad capitalista, pero que en una socialista podría haber una educación buena. Y piensa que el Estado debe ocuparse de eso, que un buen Estado no capitalista debería ocuparse de enseñar a toda la gente. Para esta función básica en que piensa Freire, la concientización, escoge a ese grupo especial de personas que son sus mediadores, quienes aplicarán su maravillosa pedagogía a la gente inferior que no tiene las condiciones que quiere darles a los otros. Cuando los estudiantes van a hacer servicio social o los académicos trabajo de campo, le dicen a la gente la verdad científica y superior que ellos tienen, pero no la saben escuchar. Se da por sentado que la gente común debe escucharlo a uno, no al revés.
Muchos de nosotros estamos convencidos de que está cayendo el paradigma en que fuimos educados, que se ha vuelto obsoleto y que la gente común, como ha ocurrido siempre en la historia, es la que está construyendo un mundo nuevo con sus ideas y prácticas, que son las más avanzadas hoy en el planeta.
No creo en los mediadores de Freire. Pienso que hacen daño en lugar de bien, aunque su pedagogía y sus intenciones sean maravillosas. Y considero que así es como podemos pasar a las contribuciones de Illich, quien era sobre todo un hombre de acción: le interesaban los cambios reales en la sociedad, logró anticipar la crisis de las instituciones y los daños que iban a causar, y pensaba claramente en los procesos de transformación. Se negó a trazar una imagen de la transformación, ése era uno de los puntos en que coincidía con Marx. Éste llegó a decir que todo aquél que tenga planes para después de la revolución es un reaccionario. Con esto estaba diciendo lo que hicieron Illich y el propio Marx en sus escritos y acciones. Es decir: no vamos a trazarle a la gente los planes posteriores a la revolución, es la gente la que debe construir el mundo nuevo. Ésa es la revolución que hoy estamos buscando, en la que no es un grupo de revolucionarios el que define el camino a seguir, sino la propia gente es la que toma en sus manos sus destinos para crear un mundo diverso como el que dicen los zapatistas: un mundo en el que quepan muchos mundos, no uno que un grupo decidió para todos. En esa construcción estuvo siempre Illich.
Él no plantea un grupo de revolucionarios ni de líderes intelectuales o políticos, sino lo que llama con claridad “coaliciones de descontentos”, y que es como lo que pasa en estos momentos. Estamos coaligándonos quienes estamos descontentos con la violencia, la educación, la salud, las instituciones que están cayendo a pedazos a nuestro alrededor. Eso que pasa ahora es lo que anticipó Illich. En ellos confiaba, en los descontentos y descontentas, en la gente común que se harta y en un momento dice: ya basta, no puedo seguir aceptando esto, no puedo aceptar que me impongan una minera, que invadan el territorio, que destruyan lo que tengo, que me maltraten en las instituciones de salud, que me enfermen y me maten a mis hijos… ya no quiero esto. En esas coaliciones de descontentos piensa Iván. No piensa sólo en la escuela, en lo que hace al destruir nuestra infancia y a los jóvenes durante veinte años, sino también en todo lo que nos hacen las instituciones simbólicamente. Pensemos en esta realidad atroz: decimos que el sistema educativo es para preparar a la gente para la vida y el trabajo, pero al hacerlo los sacamos justamente de ahí. Los “protegemos” dentro de una burbuja aislada. A los niños se les dice: no, tú no tienes que ocuparte de los trabajos de la casa, porque tienes que estar en la escuela. Estamos sacándolos todo el tiempo de las condiciones reales de la vida, de las obligaciones con la sociedad, para que aprendan, para que se preparen. Y el resultado es que los muchachos se gradúan, pero no están preparados para la vida y el trabajo porque se les ha sustraído del mundo real. Ahora sabemos que, poco a poco, esos graduados tienen menos posibilidades de encontrar empleo en el campo que estudiaron; tenemos a gente con su flamante título manejando un taxi o haciendo tacos porque no hay empleo para ellos. Eso que estamos produciendo está cada vez más alejado de las necesidades reales de la sociedad. En eso estaba Illich, y aquí es donde se ve que los caminos de Freire e Illich se apartan.
Como Illich declaró en su conversación con David Cayley, siguió siendo amigo de Freire hasta el fin de su vida. Esta diferencia de caminos no los llevó a pelearse, como sucede con regularidad con la gente de izquierda. De ninguna manera se convirtió en enemigo de Freire, pero sí estaba consciente de la diferencia y tiene algunas frases muy lapidarias contra la concientización y lo que había pasado con la corriente freiriana en el mundo real, particularmente en América Latina.
Hay gente muy freiriana que dedicó parte de su vida a seguir las enseñanzas de Freire y que después de veinte o treinta años de llevarlas a cabo se empezaron a dar cuenta del daño que causaban y se volvieron sus críticos. Existe un libro que desafortunadamente no se ha publicado en español, editado por Chet Bowers, en el que participa una docena de pedagogos que están repasando su experiencia y viendo lo que estaban haciendo al seguir las enseñanzas de Freire (Rethinking Freire: Globalization and the Environmental Crisis). Son freirianos que critican a su maestro y que desembocan en la misma conclusión que anticipaba Illich. Saben que esa pedagogía era revolucionaria, pero lo importante es por qué seguir usándola.
En la organización en la que colaboro, la Universidad de la Tierra, donde no tenemos ni maestros, ni currículo ni salones de clases, donde seguimos el principio de Iván de tratar de hacer que el estudio sea la actividad gozosa de personas libres, el tipo de actitudes que estamos teniendo con la gente corresponde a estas anticipaciones. Cuando nos fuerzan a decir cuál es la pedagogía que utilizamos, decimos que es la que hemos tenido todos desde bebés. Aprenden cuestiones tan difíciles como hablar, caminar y pensar sin ningún maestro, por sí mismos, aunque en interacción con otros, y lo hacen gozosamente, divirtiéndose; no están sufriendo, sino jugando, viviendo. Esa experiencia gozosa del aprendizaje, que es con la que nacemos, se lleva a cabo en la interacción con otros, no cada quien aislado en un cuarto. Y es el tipo de “pedagogía” que queremos usar. Al ver el fracaso y las limitaciones del sistema escolar, esta estrategia se está extendiendo cada vez más. Por eso seguimos el camino de Iván, no el de Freire.
Una mirada a la educación en México
Diría que todavía predomina, no sólo en el sistema oficial, en la SEP, en los funcionarios y en los partidos, sino también entre la gente, la convicción de que la educación es necesaria, que hay que mandar a los niños a la escuela. En todo el país domina la convicción de que la educación es algo bueno y que los niños la necesitan. Creo también que la crítica a la educación que se está generando es cada vez más fuerte y vigorosa. Cada vez más gente está reconociendo que en la escuela no se da a los niños la enseñanza adecuada. Hay muchísimas personas que están tratando de crear formas alternativas, pero, en general, el paradigma principal persiste en la mentalidad y en la práctica. Existen aún muchos freirianos convencidos de que están haciendo algo bueno dentro y fuera del sistema. Al mismo tiempo, la gente común, en los pueblos y barrios, se ha estado dando cuenta de las inmensas limitaciones de la educación, de su fracaso, de que no es cierto que prepare bien a la gente para la vida y el trabajo, y que tampoco ofrece un buen empleo o mejores condiciones de vida a quienes terminan sus estudios. Se están creando formas alternativas de aprendizaje que siguen el camino de Illich, sin haberlo leído ni conocido. Muchos padres dicen: no puedo sacar al niño de la escuela, aunque ésta sea una mierda; no voy a privarlo del papelito porque se lo piden en todas partes para darle un empleo y para que él se sienta bien con un diploma. Pero yo sé que lo que debe aprender el niño o la niña debe aprenderlo afuera porque en la escuela no se lo están dando. Entonces, se están creando formas alternativas de aprender fuera de la escuela. Creo que en todos los ámbitos educativos de México hay formas muy avanzadas de aprendizaje que siguen el camino de Iván más que el de Freire. Quiero insistir en que admiro su pedagogía, que es innovadora, que piensa en el contexto real de la gente, que hace preguntas interesantes; sigo pensando que es una pedagogía mucho más avanzada que las demás. Pero también considero que él cree en cierta clase de mediadores. Mis amigos, quienes me acercaron a Freire, dedicaron su vida entera a ser esos mediadores, a tratar de ser concientizadores, a tratar de sacar adelante esa conciencia que supuestamente la gente tiene oculta. La palabra misma, concientización, que es la palabra clave de Freire, implica: yo tengo una conciencia que tú no tienes; con una pedagogía muy linda, te voy a dar esa conciencia, te voy a revelar lo que probablemente tienes pero no te has dado cuenta. Sobre todo a partir de los zapatistas (y de Illich), muchos sentimos que éste es el momento de la gente común, no de vanguardias, no de actores prominentes, revolucionarios, dirigentes, intelectuales, mediadores capaces de sacar adelante o movilizar a la gente. Lo que nos toca ahora es escuchar a las personas comunes. ¿Y quién es la gente común? La que está realizando la transformación, la que nos está llevando a un mundo nuevo. Personalmente, estoy contra toda clase de dirigentes, cuadros superiores o mediadores. Pienso que lo que nos toca a quienes hemos tenido cualquier tipo de preparación, formal o informal, es aprender a escuchar. En ámbitos académicos, lo más difícil es aprender a escuchar Muchos de nosotros estamos convencidos de que está cayendo el paradigma en que fuimos educados, que se ha vuelto obsoleto y que la gente común, como ha ocurrido siempre en la historia, es la que está construyendo un mundo nuevo con sus ideas y prácticas, que son las más avanzadas hoy en el planeta. Ejemplo, en Oaxaca hay secundarias comunitarias, dentro del sistema de la SEP, en las que están haciendo uno de los experimentos de formación más avanzados del mundo. Se trata de niños y niñas que no tienen asignaturas ni clases y aprenden en proyectos definidos con la comunidad, proyectos que ellos eligen en su realidad social, en grupos de tres a cinco participantes. Esa experiencia tiene lugar dentro del sistema, pero hay muchas otras fuera de él. Algunas regresan a la forma clásica de aprendizaje, que es la del aprendiz: quiero ser sastre o filósofo, voy con alguien que está haciendo sastrería o filosofía. Quiere decir que esta técnica del aprendiz se está retomando en el mundo entero, está predominando, como sugería Illich.
Siento que Freire va de salida. Esta idea de la concientización está pasando a la historia. Algunas de sus tecnologías son retenidas para fines prácticos. Aunque en la mentalidad dominante predominan aún la educación y la alfabetización, y así se produce aparentemente un triunfo de Freire, en realidad está pasando lo contrario.
Estamos viendo un fracaso espectacular del sistema escolar en todos los sentidos. Primer punto: se plantea el sistema educativo como educación para todos, pero es el sistema más discriminatorio de todos en la sociedad capitalista, es una forma de excluir a la mayoría de la gente. Según un estudio de UNESCO, 60% de los niños que hoy entran a la primaria nunca podrán llegar al nivel que en sus países es considerado educación obligatoria: nueve años en México, diez años en Estados Unidos. Cuando uno no tiene ni siquiera ese mínimo, es discriminado toda su vida: es visto como una persona inferior. La gente se siente inferior porque no tiene diplomas. Y ningún país logra que la mayoría de la población llegue al final de la escalera educativa. Pensemos seriamente: le llamamos educación preparatoria, pero es “preparatoria”… ¿para qué? No es para vivir, sino para ir a la universidad, y cada año el alumno se está preparando para el siguiente año escolar, no para la vida; se les prepara para seguir estudiando, pero la mayoría no puede seguir, no llega al final. Y los que lo logran se encuentran con que tienen un flamante diploma, un posgrado, pero no hay chamba para eso a lo que dedicaron 20 o 25 años de su vida. Hay cifras espantosas que nos dicen que la mayoría de los graduados no van a trabajar nunca en aquello para lo que estudiaron, en México o Estados Unidos.
Voy a dar un ejemplo de la educación alternativa: hace aproximadamente un siglo, Emil Molt, quien era dueño de una serie de fábricas y hoteles (como el Waldorf Astoria de Nueva York), llamó al gran educador Rudolf Steiner para pedirle que le diseñara un sistema para que los hijos de sus trabajadores pudieran tener la misma educación de las personas acomodadas. Con el apoyo de Steiner, creó la metodología para las escuelas Waldorf, diseñadas para que los hijos de los trabajadores pudieran tener acceso a la mejor educación posible. Actualmente, existen en el mundo unas mil quinientas escuelas Waldorf, exclusivas para grupos altamente privilegiados, que tienen posibilidad de financiar ese tipo de educación. Es una pedagogía interesante, un sistema que trata de crear comunidad; las ideas de Steiner son maravillosas, es una forma de educación menos dañina que la habitual, pero es para un pequeño grupo de niños y niñas privilegiados del mundo entero. Hay una institución Waldorf en Cuernavaca. El daño principal de las escuelas sigue siendo la discriminación de las mayorías, que las hacen sentir inferiores sin serlo y que fracasan en sus propósitos evidentes.
Educación y elitismo
La educación no puede ser más que elitista desde que nació. Quiero subrayar un rasgo penoso de nuestra historia y, en general, poco conocido: cuando se realiza la independencia en México y se prepara nuestra primera Constitución, en 1824, los constituyentes, quienes concibieron el país, los padres de la patria, dijeron en su discurso oficial: “En esto, como en todo lo demás, no hemos hecho sino seguir paso a paso el ejemplo de la república feliz de los Estados Unidos de América”, (cito de memoria). Los imitaron hasta en el nombre, llamándonos Estados Unidos Mexicanos. Nuestra Constitución es copia de la estadounidense. Querían ser como ellos. Para nuestra vergüenza histórica estos padres de la patria eran diputados en el Congreso de México, y unos años después plantearon ahí mismo que así como imitaron a Estados Unidos con la Constitución, debían hacerlo también en la liquidación de los pueblos indios; como ellos, debíamos liquidar a los indígenas de México, pues estaban convencidos de que el país sería tan grande como Estados Unidos o Francia sin ellos, que los veían como un lastre. Debemos pensar que cuando se dijo esto, cuatro quintas partes de los mexicanos eran indígenas. En el Congreso había personas ilustres y sensatas que respondieron a estos bárbaros que en México no se podía plantear ese genocidio, que además sería estúpido, porque los indígenas eran muchos y quienes podrían morir serían los mestizos. Pero se decidió que en lugar de matarlos habría que educarlos: sería la extinción cultural, en vez de la física, un culturicidio en vez de un genocidio. El sistema educativo mexicano nace para desindianizar a los indios y convertirlos en algo muy extraño que no sé qué es, que llaman “mexicano regular”. Y debo decir que ese genocidio cultural se cumplió en una inmensa medida: millones de indígenas no pudieron seguirlo siendo después de pasar por la escuela. No conozco a ningún indígena que haya sobrevivido a la universidad. Los que logran salir con un título universitario han perdido ya su alma indígena. Algunos graduados se convierten en profesionales del indigenismo y posan como tales para obtener un ingreso, aunque existe un grupo muy notable que pone todo lo que es y sabe al servicio de los pueblos indígenas. El sistema educativo está diseñado para matar esa alma indígena, incluso hoy, a pesar de eso que llaman educación intercultural o indígena o bilingüe. La educación siempre fue elitista.
Nuestro queridísimo general Cárdenas, en los años treinta, adoraba a los indígenas y quería apoyarlos con las jornadas culturales, pero tenía un principio muy claro: no se trataba desindianizar México, sino de mexicanizar a los indios. ¿Qué significa esto? Que dejaran de ser indios para convertirse en algo diferente. Eso es elitista. En el diseño propio de la escuela se halla el elitismo. En una sociedad de clases como la nuestra, el sistema escolar está concebido para formar dos tipos de personas: los educados y los subeducados (o no educados). Se crea a unos capitalistas del conocimiento, con su título, y a todos los demás que son claramente inferiores respecto de los licenciados, los maestros y los doctores. Es, por definición, una estructura elitista en una sociedad de clases que discrimina a la mayoría.
Riesgos de la postura de Illich
Adoptar la posición de Illich impone el riesgo de acercarnos a la realidad de una manera, basada en la dignidad, que lleva a desafiar todos los sistemas dominantes. Sabemos que van a reaccionar contra nosotros. Ése es el riesgo que tenemos la obligación de tomar: vivir en nuestra realidad, acercarnos a ella y actuar en consecuencia. Estamos viviendo un momento de peligro, de inmenso despojo, violencia creciente; un desastre universal en todos los sentidos. Debemos tomar el riesgo de enfrentarlo y detener ese horror. Es una de las formas que el camino de Illich nos impone y para el que nos da luces y esperanzas sobre cómo podemos hacer esa práctica concreta.
Quisiera aplicar esta reflexión a lo que está intentado hacer actualmente la UAEM. Creo que hay una vocación muy clara que viene desde el Consejo Universitario y las autoridades universitarias actuales, para llevar la universidad a la sociedad, para que se asiente en la realidad de Morelos y para que se acerque a la gente. Este esfuerzo inmenso que hace la UAEM, a través de los claustros que se instalan en las comunidades y de otras mil maneras, enfrenta la contradicción a la que me he estado refriendo. Se trata de crear otra universidad posible, que implique no solamente otro tipo de institución y formación, sino también de profesional, para que quien pase por ella no explote o descalifique a la gente, sino que se ponga a su servicio, que sepa escucharla, aprender de ella y yuxtaponer sus conocimientos y los de las personas para crear nuevas posibilidades. La UAEM enfrenta la tensión y las contradicciones que persisten en los pueblos: la gente quiere que sus hijos sean licenciados, ingenieros, que puedan estudiar lo de costumbre para que salgan con su diploma.
Eso es lo que queremos aquí: gente que sepa hacer comunidad, no individuos competitivos. No queremos que el título universitario los haga más competitivos y les ganen a otros porque tienen un diploma, sino que sean personas que se incorporen a su comunidad con capacidad de servicio.
Lo que creo y siento que la universidad está tratando de hacer no es tanto discutir a Freire e Illich en las comunidades, sino llevar a la gente a otro tipo de experiencias de aprendizaje. Y lo que pienso que va a pasar es que cuando la población vea en la práctica –no en el discurso– que sus jóvenes pueden estar aprendiendo en la universidad asuntos concretos que les dan dignidad e ingreso, van a optar por eso y dejarán de insistir en la formación convencional. Mi esperanza es que los claustros logren cambios sustantivos no sólo en la práctica escolar universitaria, sino también en la mentalidad de la gente de las comunidades en la que se están instalando, para que ella misma lleve esta crítica a la práctica de una manera creativa. Por otra parte, hay un aliento académico que está tratando de impulsar formas tradicionales, de llevar la educación tradicional a “pueblos pobres y desfavorecidos”. Este intento de traer a los pueblos a la universidad, de que tengan adentro un espacio en el que puedan expresar sus puntos de vista y presentar lo que necesitan, tiene resistencia dentro de la UAEM. Tuve oportunidad de oír a un destacado académico que se atrevió a decir en una reunión con sus pares: “Debemos impedir que la chusma invada esta torre del saber”. Siguen pensando así, siguen encerrados en su torre de marfil, siguen queriendo proteger ese patrimonio que han acumulado.
Pero también hay dentro de la universidad un grupo de profesores, académicos y estudiantes que están muy decididos a seguir otro camino. Estoy convencido de que esta parte del sector universitario, que ha visto con claridad lo que ellos mismos están haciendo, que perciben sus propias limitaciones en la estructura universitaria, está encontrando en los claustros una oportunidad diferente. Tengo esperanza de que este grupo logre, junto con la gente, una versión diferente de la universidad. Y que, en este sentido, ésta pueda ponerse a la vanguardia de los cambios en el sistema universitario que tiene lugar en México.
Quisiera plantear un ejemplo más. El Massachusetts Institute of Technology (MIT) está considerada como la universidad de vanguardia en materia pedagógica. Entrar es muy difícil, son muchos filtros y sólo una serie de estudiantes excepcionales son los que lo logran; no sólo por el dinero, puesto que tienen muchas becas, sino también por las trabas: debes tener el registro histórico de ser un estudiante especial para entrar al MIT. Hace seis o siete años este grupo de estudiantes competitivos se encontró con una sorpresa. Les dijeron: aquí no hay grados ni calificaciones al final del semestre; incluso, si repruebas, no quedará registro en tu expediente, no queremos descalificar a nadie; las tareas no serán individuales, sino en grupo. Y los académicos del MIT dicen explícitamente: nos equivocamos, durante muchos años estuvimos tratando de hacer individuos altamente competitivos y eso no es lo que está pidiendo el mundo. Ahora lo que queremos es que nuestros estudiantes aprendan cooperación, no competitividad.
Eso es lo que queremos aquí: gente que sepa hacer comunidad, no individuos competitivos. No queremos que el título universitario los haga más competitivos y les ganen a otros porque tienen un diploma, sino que sean personas que se incorporen a su comunidad con capacidad de servicio. Esto que se está haciendo hoy en la UAEM es enormemente innovador, vanguardia en México, a la altura de las del mundo; son los cambios que el mundo está pidiendo hoy, ante la realidad terrible que tenemos, ante un mundo que agoniza y un mundo nuevo que empieza a nacer.