La marea feminista, inevitablemente estalló también en las pacíficas costas chilenas previas al estallido de octubre. 2018 y el mismo 2019 habían sido de movilizaciones tremendas y ya en el revuelta, cuando la imaginación empezaba a menguar, apareció el grito que acusa y hace mover los cuerpos: “El estado violador es un macho opresor”. El tercer ciclo de un movimiento feminista que hace temblar el mundo se despliega al interior de la revuelta hasta volverse una fuerza determinante. Entre actividad y actividad, a unos meses del febril estallido, conversamos con Alondra Carrillo Vidal [1] y Javiera Manzi Araneda [2], voceras de la Coordinadora Feminista 8M.
Es Alondra quien cuenta que la Coordinadora surgió en el marco de las movilizaciones por el 8 de marzo de 2018. Se movilizaron más de 800 mil personas en todo el país, la marcha más grande de la historia de Chile hasta ese momento. Cada año se venían creando coordinadoras para organizar la acción del 8M y luego se disolvían. Pero en 2018 se decidió que siguiera existiendo. El propósito fue trabajar durante todo el año en la organización de un llamado a huelga general feminista en 2019. Es decir, instalar una idea de “huelga feminista” que no era nada obvia en un país en el que no existe derecho a huelga.[3] Además, agrega, “la Coordinadora es muy heterogénea, son muchas mujeres y disidencias organizadas. Eso no significa que sus organizaciones estén dentro de la Coordinadora: hay organizaciones que sí, com el Movimiento por el Agua y los Territorios (MAT) y otras que no; la Coordinadora no tiene un borde muy claro, es más bien poroso. Lo que nos obliga a ser bien claras, construir un programa y una voz propia para hablar”.
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¿Cómo caracterizan el estallido del 18 de octubre y qué rol pensás que tuvo y tiene el movimiento feminista en este proceso?
Alondra Castillo: Desde antes del estallido, desde el 8 de marzo por lo menos, nosotras vemos un proceso de rebelión que tiene en su núcleo las condiciones de precarización de la vida. Esto es lo que nosotras planteamos cuando hicimos la convocatoria a la Huelga general feminista, como una movilización contra la precarización de la vida en general. Eso quiere decir que es un estallido que contiene un núcleo de sentido sumamente vivencial, que está anclado en las condiciones de precarización efectiva de la vida y su deterioro continuo. Y al mismo tiempo, el estallido implica una impugnación general de todos los marcos que han hecho posibles esa precarización a lo largo de últimos treinta años. Por eso la frase “no son 30 pesos, son 30 años” fue tan importante, porque indica un tiempo que no es abstracto sino el tiempo real en el que se ha extendido la política que es responsable de las condiciones de precarización contra las que hoy en día las personas se están rebelando.
Nosotras entendimos, y así lo planteamos, que era necesario y posible salir a arriesgarlo todo antes de seguir viviendo de la manera en que vivimos. Y esa impugnación fue creciendo y se fue multiplicando. Por eso, nuestra apuesta el 19 de octubre, el día siguiente del estallido, fue convocar a una huelga general como respuesta de los sectores organizados a este estallido de carácter inorgánico, espontáneo, que estaba surgiendo con una fuerza inusitada que nadie podía controlar, ni conducir, ni predecir, ni decir cómo se tenía que desarrollar. Nosotras dijimos: “bueno, lo que tenemos que hacer los sectores organizados es secundar este estallido espontáneo y poner a disposición toda la infraestructura y organización que hemos sido capaces de construir para dar un soporte orgánico para que esto siga creciendo, y siga encontrando su propia magnitud, y siga encontrando, en su despliegue, los recorridos de su propia fuerza”. Eso fue lo que dijimos y creo que condensa bien lo que pensamos del estallido.
Javiera Manzi: La frase “no son 30 pesos, son 30 años” me parece que explica muy bien el carácter de la impugnación en curso, lo que nosotras hemos llamado “juicio histórico popular” que se levanta en este momento. Un juicio que rápidamente dio lugar a una historicidad que es muy potente. Los pueblos levantaron esa voz que no habla solo de un malestar presente, sino ya de mucho tiempo. Encarna una impugnación al periodo de la transición, a cómo fue la administración de la precarización de nuestras vidas a lo largo de todos estos años, con las promesas incumplidas de lo que fue el fin pactado con la dictadura, que, como sabemos, fue mediante un plebiscito y con un llamado a una alegría que nunca llegó. Lo interesante es cómo esa historicidad empezó a complejizarse. Y decíamos 30 años, y luego fueron 47, es decir, el momento de la implantación del neoliberalismo en Chile. Por lo tanto, la impugnación del estallido también es contra la forma en que ha sido construida la economía, ese “oasis económico” que es Chile, la imagen del Jaguar de Latinoamérica y su crecimiento económico. Es muy potente cómo aparece eso que se radicaliza y ya no son 47, sino 500 años: la impugnación del carácter colonial del Estado chileno. Es al entramado de estas políticas económicas y al carácter colonial del Estado chileno, lo que impugna el estallido. Un momento de juicio histórico popular que aparece como un balance crítico en el que poder leer, no solo la precarización de las vidas, sino también las formas de la violencia policial, institucional, colonial. Además de las consignas, nos parecen muy significativos los rayados en las paredes, por ejemplo, el que dice: “El neoliberalismo nace y muere en Chile”. Puede leerse ahí un llamado ético, político, internacionalista; un mandato en torno a cómo podemos hacernos cargo de esto. Algo que también vimos como una potencia radical del movimiento fue su carácter plurinacional, expresado en los lienzos y banderas que forman parte de la movilización, sobre todo las banderas mapuches. La bandera chilena al principio tuvo una presencia marcada, pero luego comenzó a ser reemplazada por la bandera negra chilena, que es de luto, incluso despatriada. Y es una bandera que habla de cómo se está resituando, o reconstruyendo la idea de Nación en este momento. Creo que esas son claves muy significativas de este proceso. Un proceso al que, como feministas, consideramos destituyente. Y desde ahí evaluamos las posibilidades que se abren, los horizontes de transformación en curso.
Lo primero que mostró el estallido es la necesidad de decir que no: no más a esta vida. No más a la deuda, no más a los abusos, no más a esta desigualdad, no más a esta vida precaria a la que hemos estado sometidas y sometidos, no más a la violencia de género. Es decir, un montón de cosas que explosivamente fueron saliendo a las calles el 18 de octubre, con una voracidad, miles de consignas. Pero para nosotras era inevitable volver al 8 de marzo, y ver que todos esos malestares que aparecían como puntos dispersos en el pueblo movilizado daban cuenta de la crisis estructural que estamos viviendo. Era muy notable el contraste entra esta fuerza y esta voracidad, y la imagen de Cecilia Morel, la esposa de Sebastián Piñera, diciendo que las calles de Chile estaban invadidas por aliens; lo que señala el desconocimiento total de la clase dirigente respecto de lo que está sucediendo. ¿Quiénes son esas personas? ¿Dónde está ese otro Chile al que nos habíamos acostumbrado? Lo que aparece ahí es la destitución de la vida en la forma en la que está siendo administrada. Y lo que aparece ahí es la destitución de la forma del gobierno que, hoy vemos, solo se sostiene a partir de la violación sistemática a los derechos humanos.
En ese sentido, para nosotras hoy no es posible hablar de un proceso constituyente si se desconoce la necesidad de destituir las condiciones en las que se ha sostenido un gobierno que es criminal, un gobierno que es responsable de la violación sistemática a los derechos humanos: de cada una de las torturas, mutilaciones, violaciones. La lucha contra la impunidad, para nosotras, como feministas, es central. De ahí nuestro llamado: “Piñera, fascista, te va a derrocar una ola feminista”. ¿Qué feminismo es este? Un feminismo que no se acoge a pensar en términos específicos o de una agenda particular, sino que es un feminismo que apunta a la transformación radical de la vida.
A.: Yo coincido, creo que hubo un silenciamiento del carácter destituyente del estallido, sobre todo después de la marcha del 25 de octubre, donde se movilizaron 1 millón 200 mil personas. Esa fue una marcha claramente contra el gobierno, contra Sebastián Piñera, más allá de lo que él haya salido a decir después. Fue uno de los personeros de la transición, Alejandro Guillier, candidato en las últimas elecciones del progresismo, que sale a decir que el gobierno no puede caer porque si cae el gobierno “caemos todos nosotros”. Y varios referentes sindicales, que al principio pedían la renuncia de Piñera, luego ya no lo dijeron más. Para nosotras esa dimensión destituyente era clave, y por eso hicimos mucho énfasis en la huelga general, porque esta medida nos permitía seguir profundizando este carácter destituyente, seguir dándole curso al estallido. Por fuera de esa situación no nos era posible pensar en instituir algo distinto. Lo dijo un compañero –y quedó filmado y por eso está siendo perseguido hoy por la Ley de seguridad interior del Estado–: tiene que caer el gobierno de Piñera y sobre sus cenizas tenemos que levantar una Asamblea Constituyente. Entonces, ahí vemos una continuidad del silenciamiento del afán destituyente que, sin embargo, está contenido en este movimiento y no va a dejar de estarlo, porque aparece todo el tiempo. Por eso fue tan necesario que todas las fuerzas del orden, más allá de quién encarna ese orden, adoptaran ese silencio.
Entonces, ustedes plantean que el movimiento feminista tiene –ante este silenciamiento, ante el llamado al orden– una suerte de función y una capacidad específica: reponer el carácter destituyente de la revuelta.
J.: A mí me gusta pensar que nuestra insistencia en decir “no” es un rasgo propio de la política feminista. El “no”, para las feministas, es una acción política, vinculada a la autonomía de nuestros cuerpos y, también, a la autodeterminación de nuestros pueblos. Es la forma en la que hemos desplazado y hecha propia una política en relación a cómo enfrentamos la violencia y a con qué radicalidad impugnamos las fuerzas del orden. Porque, al mismo tiempo, nosotras vemos que se ha abierto la posibilidad de un momento de imaginación política radical. Es decir, la posibilidad de imaginar otra vida, de imaginar una vida más allá de esta “normalidad” a la que hemos estado sujetas y a la que Piñera y otros sectores políticos nos llaman a volver. Llamaban al pueblo a que vuelva a creer en las instituciones, a que vuelva a confiar en la delegación del poder, cuando lo que está en curso es la posibilidad de construir otras formas de poder, lo que se abre como posibilidad es la imaginación radical de otra vida. Y creo que eso aún está abierto, es una desobediencia que persiste, incluso en el curso institucional que ha tomado el proceso constituyente: es la posibilidad de seguir sosteniendo que queremos imaginar otra cosa que lo que se nos está ofreciendo.
Durante muchos años, esa imaginación sobre formas de vida alternativas era impulsada por sectores marginales, quedaba por fuera de los espacios de la política. Pero hoy son esos márgenes, es esa potencia alienígena la que está tomando las calles, la que está tomando la vida. Una idea que está muy lejos de cierto “realismo” capitalista, esa idea de que no hay otras vías. Y cierta confianza. Creemos que es muy importante empezar a confiar en nosotras mismas, que podemos hacer esa alternativa. Confiar en que está también en nosotras esa capacidad de imaginar, de pensar. Y no, como es muy propio de la política chilena, que todo quede reducido a ciertos sectores tecnocráticos, a ciertas voces autorizadas. Precisamente, son las que nunca tuvieron autoridad, las que nunca tuvieron ese saber técnico, las que hoy día están tomando la palabra. Eso es lo que sucede en las asambleas, y eso es lo que nosotras llamamos a hacer: a impulsar asambleas donde se discutiera la política y la vida, e imaginar eso que queríamos de manera colectiva. Y que nosotras, como mujeres y disidencias, nunca más volviéramos a ser segunda línea. Lo que implicaba un desafío, porque era cómo volver a la asamblea y que no fuera la asamblea de siempre ni las voces de siempre las que tomaran la palabra. O cómo volver a la huelga y no permitir que nos volvieran a hablar de una huelga que nos excluyera o que no fuera necesariamente productiva y reproductiva. Entonces, era doble el llamado: decíamos “huelga”, pero estábamos diciendo huelga en carácter feminista; decíamos “asamblea”, pero era una asamblea muy distinta a la de la tradición de la izquierda.
Este diagnóstico que ustedes hacen, el carácter destituyente del estallido, la impugnación de una clase política que carece de legitimidad, conecta con este elemento novedoso del movimiento en términos del modo de organización: la pluralidad de voces, la horizontalidad, la idea de ausencia de líderes: ¿qué formas de organización tiene hoy el feminismo para poner en común, como aporte específico a un movimiento amplio?
A.: Una forma de respuesta sería mirar el Encuentro de Mujeres. Esa es una tradición nueva en nuestro país. No es que no hubiera habido encuentros antes, pero no con el carácter de este “Encuentro Plurinacional de las que luchan”. En ese encuentro vamos a intentar abrir otro momento en este proceso constituyente. Un proceso que, tal como lo entendemos nosotras, no está teniendo lugar en la institucionalidad, sino como un proceso de constitución de la clase y que tiene a las mujeres y a las disidencias como uno de los sujetos protagonistas. Nosotras hemos entendido el proceso de emergencia del feminismo como una potencia de acción de masas, como una potencia de acción de la clase trabajadora que se expresa en toda su diversidad y que logra destituir nociones estrechas, como las que la reducen a personas asalariadas en condiciones laborales específicas. Cuando decimos “huelga general feminista”, precisamente, se está poniendo en discusión quién es la clase trabajadora, dónde está, cómo se constituye. Los aportes específicos organizacionales desde el feminismo tienen esa clave. Puede que parezcan poco relevantes, o poco novedosos, pero lo son en un escenario en el que las construcciones democráticas, y de carácter movimental, en nuestro país son sumamente restringidas. Y ha sido una de las cuestiones en las que el feminismo ha insistido. Hemos participado en espacios de articulación y de transformación, de marcos de unidad, y esos marcos de unidad prescinden absolutamente de la construcción democrática. Fue en el Encuentro Plurinacional de Mujeres de 2019 que construimos el programa de la huelga general feminista, un programa que hoy hay que pensar en clave constitucional, en clave de pliego de emergencias que podamos poner sobre la mesa; una respuesta inmediata a las condiciones que nos arrojan a la calle, que nos hacen salir a arriesgarlo todo –por no decir a quemarlo todo– con tal de no seguir viviendo así. Esa es una de esas apuestas orgánicas que, desde el feminismo, tienen un carácter abierto, fundacional.
J.: Como decíamos, algo muy potente de este proceso es el despliegue de la creatividad popular que se ve expresada en los muros, en las consignas, en la gráfica; es decir, en todas las formas que se materializa esta imaginación radical. Pero esto se da en paralelo a una violencia política muy radical. En su primer momento, la fuerza que tuvo el estallido fue de una violencia política total, radical, masiva, algo que no habíamos visto en Chile en todos estos años. Vale decir también que es un momento de acumulación, porque veníamos de una semana de conflicto, de movilización de secundarias y secundarios que llamaban a evadir en las estaciones de los metros y eran reprimidos fuertemente. Y lo que apareció ahí fue la voz de las personas. Incluso por la televisión les preguntaban: “Bueno, señora, ¿usted qué piensa de esta violencia? Y la señora decía: “Violencia es mi pensión, violencia es que a los cabros los estén reprimiendo, violencia es otra cosa”. Entonces ahí la violencia tomó un lugar en el discurso público que es muy interesante, desplazado la hegemonía comunicacional y política que veníamos viviendo y que presentaba todo en clave de criminalización. Los primeros días, quizá toda la primera semana, estuvo marcada por la posibilidad de esta acción directa: las barricadas, los cortes de calle, las protestas sin pedir permiso. En Chile la gente pide permiso para marchar. No podemos usar la calle sin pedir permiso, porque si no pides permiso a la intendencia te reprimen. No hay derecho a la protesta, a la marcha, a la manifestación. Entonces, comenzar a no pedir permiso para ocupar la calle, y hacerlo de manera masiva, entre vecinas, entre vecinos, entre personas que hace un mes no lo hubiesen hecho, no se hubiesen atrevido, también es muy constitutivo de cómo surge este proceso.
Algunos sectores de la izquierda parlamentaria, en su intento de institucionalización y en su llamado permanente a la gobernabilidad, ha abandonado la calle y había desistido de este tipo de prácticas de acción directa, incluso hasta llegó a criminalizarlas. Es algo que veíamos en el Frente Amplio, que en su llamado a parlamentarizarse lo que hacía era también decir: esta es la vía correcta, la vía de la política, la vía de los cambios reales, todo lo demás queda afuera. Queda afuera porque ellos decían que la gente no iba a entender y no iban a querer participar; que las mujeres, las señoras, niñas, niños, no se iban a querer vincular a ese tipo de prácticas. Y el estallido le dio un giro radical a esa discusión. Es muy claro ese giro en la reivindicación de la “primera línea”, es decir, cuando un pueblo asume la necesidad de ese lugar de autodefensa. Ahí se puede ver a personas de todas las edades, pero sobre todo muchas mujeres, llevan alimento y ropa, preparan comida, en un intento de cuidar, de proteger; constituyéndose incluso como las madres de la primera línea, en una evocación a las Madres de Plaza de Mayo. Pero esta acción no se reduce al cuidado. No creemos que la “primera línea” sea un sector masculinizado, de dominio masculino. Es clave esta capacidad de sentir como propio lo que se está haciendo, sentirlo como una acción necesaria, como parte de despliegue mayor. Por supuesto que es importante lo que pasa en Plaza de la Dignidad, pero hemos visto llamados a participar, en muchas claves, en todos los barrios y en todos los territorios. Por poner un caso, en la Florida, que es una comuna residencial, se llaman continuamente a la barricada, es parte de un repertorio de acción permanente. Termina la asamblea, que es todos los sábados en la tarde, y la labor de algunas vecinas mayores es armar la barricada, ahí mismo.
A.: Respecto de estas diferentes lecturas de lo qué está pasando y de cuáles son las posibilidades de acción, el año pasado sacamos una respuesta al discurso de Sebastián Piñera en el Congreso. Se llamó: “Nos precarizan la vida, les desordenamos la casa”. Piñera hizo una Cuenta pública donde habló de que la función de este gobierno era iniciar una segunda transición, y que en ese inicio a la segunda transición ellos querían ser reflejo de los padres de la patria, ocupar ese lugar nuevamente. Y entre un montón de medidas menores, anuncios en el aire, las únicas medidas concretas eran represivas: castigar los rayados callejeros, castigar las barricadas, castigar las capuchas. Es decir, cuestiones que hasta ese momento no eran masivas, como ahora, pero que, de alguna manera, ellos anticipaban que iba a ocurrir.
Nosotras, en ese momento salimos a decir que el discurso de Sebastián Piñera y de este gobierno no era un discurso político, gubernamental, sino policial, que anunciaba un futuro de represión para las amplias mayorías de la población. Porque lo que se venía era un proceso de ajuste, de radicalización de las medidas económicas; es decir, reformas que iban a multiplicar las razones por las que la gente había salido a la calle. Y fue así tal cual que lo dijimos, y por eso nos llamamos a seguir ocupando la calle, a seguir movilizadas, a seguir empleando este tipo de herramientas como una forma de anticipar, también, lo que significa una segunda transición. El pueblo no olvida lo que fue la transición en Chile, un acuerdo por arriba que se sostiene golpeando a los de abajo para poder seguir acumulando. Y si nos anuncian una segunda transición tenemos que tener bien en claro lo que va a significar para nuestras organizaciones, para nuestra capacidad de seguir movilizadas. Esto fue el primero de junio del 2018, antes de la huelga general feminista.
J: Es que el estallido no puede separase de las muertes, de la masacre, que remite en nuestra memoria a lo que fue la dictadura. Nos vimos enfrentadas al negacionsimo del gobierno, al oscurantismo de instituciones que no daban respuesta a lo que estaba pasando con la violencia y las muertes. Esos primeros días más bien las negaban, o armaban montajes respecto a las causas de las muertes. La violencia del Estado hizo aparecer una rabia que se sumaba a la existente, a la que había producido el estallido por las condiciones de vida. En Chile hay una naturalización muy alta de las políticas de represión, nosotros estamos acostumbrados a que no hay movilización sin represión, a que no hay marcha que no termine con lacrimógenas y que no hay forma en que podamos protestar que no esté sujeta a la amenaza permanente de la represión policial. Y hoy en día podemos ver nuevas estrategias de represión, el uso de los balines pero también la forma en la que arrojan las bombas de gas lacrimógeno directamente al cuerpo. También la violencia política sexual, instancias de acoso o de abuso por parte de los pacos que ya venían denunciando las secundarias.
En ese contexto, el hecho de haber votado para aprobar una ley que criminaliza la manifestación se percibe como una traición profunda e imperdonable, porque decidieron ponerse, no en la defensa de los pueblos, sino en la defensa de quienes están siendo impugnados. Porque más allá de su pedido de perdón, o de los intentos por remediarlo, las políticas de criminalización siguieron en curso. Estas políticas fueron discutidas en las asambleas y en los movimientos, y el rechazo fue total e inmediato. Y esto es algo importante que nunca había sucedido. Las políticas que se generaban en el interior del parlamento tenían como una membrana hermética que hacía que muy pocas veces salieran de ese espacio. Hoy, cada una de las cosas relevantes que se aprueban, son discutidas fuera de ese espacio, se genera un balance, un posicionamiento. Entonces, lo que apareció con la aprobación de estas leyes fue el rechazo transversal y rotundo de todos los sectores movilizados (movimientos, sindicatos, etc.).
Justamente, uno de los ejemplos que los parlamentarios de derecha y los opinadores mediáticos ponían sobre la mesa para justificar estas leyes era “el que pasa, baila; el que baila, pasa”. Lo tomaban como una agresión sistemática, como un atropello a la libertad individual. Cuando, al mismo tiempo, no es difícil ver ahí, también, una invitación, un intento por acortar las distancias entre quienes protestan en la calle y quienes están en sus autos, un intento de empatizar, de hacerlos parte de una protesta que es, también, una fiesta, como se pudo ver luego, y durante largos días, en Plaza Dignidad.
J: ¡Claro! Los videos de “el que baila, pasa”, son, al comienzo de las jornadas, los más divertidos, porque son videos de la gente que sale del auto, que baila, que se ríe, que participa, y luego los dejan pasar. Básicamente, era una forma en la que el corte de calle no era definitivo, sino que en ciertas circunstancias podías pasar igual. La derecha rápidamente empezó a denunciar esa estrategia como la expresión máxima del fascismo del movimiento, “Es como los nazis”, decían, “obligan a bailar”. Obviamente, no mostraban la gente divirtiéndose ni disfrutando del baile. Y fue luego penalizado, criminalizado, con la aprobación de las leyes represivas en las cámaras de diputados y senadores. Algo que es muy importante es que nosotras entendemos que ese castigo a la movilización está directamente relacionado con la firma del Acuerdo por la paz y por la nueva Constitución. Es decir, ambas forman parte de una serie de llamadas o acuerdos nacionales que propone Piñera, que incluye el llamado a una agenda social que no era más que una serie de políticas subsidiarias, un acuerdo por la paz social que no era más que una forma de criminalizar las movilizaciones, porque “la paz” tiene como objetivo acallar a quienes nos hemos movilizado e ir desarticulando las luchas.
A.: Si pensamos en el estallido, lo que está contenido ahí es la necesidad de producir formas orgánicas que respondan a esta potencia política que está desarrollándose al interior de los movimientos: del movimiento feminista, de los movimientos socio-ambientales, en los distintos espacios que han venido luchando de manera dispersa y fragmentaria contra las manifestaciones múltiples del neoliberalismo en nuestro país, con su violencia patriarcal, colonial, racista, etc. Aún no hay una organización que prefigure eso, estamos en un momento absolutamente embrionario, de gestación de esa nueva organicidad popular. Y por eso es tan importante preguntarnos dónde se están construyendo, en ese momento, las condiciones políticas para la pervivencia de alguna infraestructura mínima que nos permita enfrentar la crisis. Porque esta crisis es la apertura de un momento de irrupción política radical, pero probablemente vamos a conocer las dimensiones más profundas de esta crisis en la medida en que se desarrolle, que siga profundizándose. Solamente estamos asistiendo a un primer momento de su desarrollo, y va a ser necesario enfrentar el momento más avanzados con una mayor organicidad.
Y ahí nos estamos preguntando por las asambleas territoriales, por la posibilidad de su coordinación en niveles cada vez mayores, por qué lugar tiene el movimiento feminista. Son todas preguntas abiertas, todavía. ¿Cuál va a ser la organicidad que pueda expresar lo que se está abriendo en este contexto? Las organizaciones que tenemos hoy en día, incluso el Frente Amplio, son expresiones orgánicas y políticas de otro momento. Y no están pudiendo expresar lo que está pasando ahora, no están expresando lo que la gente está anhelando en este momento. Porque surgen de otras lecturas, porque surgen de otros escenarios políticos que plantearon otras tareas y que fueron interpretados de otro modo y que no pudieron prever esto. Nadie podía predecir que esto iba a ocurrir. Pero sí hay claves de lectura divergentes al interior del Frente Amplio, lo que lo llevó a una fractura. El Frente Amplio quedó desmembrado. Importantes sectores han salido y eso va a reconfigurar el escenario político y va a plantear también algunos problemas. ¿Cuál es la forma de organicidad que necesitamos? ¿Es un partido o no? ¿O tiene carácter de movimiento? ¿Cuáles van a ser las trayectorias del proceso de auto organización que estamos viviendo? No lo sabemos. Tenemos que ir inventándonos.
Nosotras creemos que el movimiento feminista innova, también, en alguna de esas formas de organización y de organicidad. Pero, bueno, en la medida en que no hay un plan prefigurado no tenemos claro de antemano hacia dónde tenemos que ir. Y eso está súper bueno, porque abre mucho más que lo que cierra. Pero deja planteado el interrogante: ¿cuál va a ser la organicidad que va a salir de este momento? A mí, por lo menos, es una pregunta que me atormenta todo el tiempo.
Dada la lectura que hacen del Acuerdo sobre la paz y la nueva Constitución imaginamos que no tienen excesiva expectativa en el llamado “por arriba” a una Convención Constituyente. Pero como Coordinadora feminista, ¿están pensando en alguna política específica vinculada ese proceso constituyente?
J.: Sí, sí, es algo que venimos pensando todos estos días. Venimos siguiendo también el hilo institucional propuesto por el Acuerdo aunque nos resulte bastante problemático. Incluso, a partir de la discusión sobre la paridad de género en la Convención, se terminó levantando la bandera del feminismo. Es decir, la idea de que haya escaños reservados para independientes, pueblos originario y mujeres. Pero es todo un modo de pensar el feminismo como sujetos sometidos. Son muy acotadas las posibilidades para la participación independiente. La participación que podemos tener como mujeres, por ejemplo. La paridad implica que no pueden haber listas solo de mujeres, lo que también nos parece problemático. Sin embargo, leemos el proceso constituyente en una clave que va más allá de la clave institucional en la que se está pensando el cambio de la Constitución. Nosotras pensamos que está en juego un sentido constituyente mucho más profundo y radical; que nos estamos constituyendo como movimiento, como pueblos; que nos estamos reconstituyendo en la posibilidad de politizarnos, de imaginar otra vida.
Entonces, lo que nos interesa profundizar es este proceso constituyente que se abrió el 18 de octubre –ese es su hito de inicio y a partir de ahí se desplegó en cada una de las asambleas territoriales, en cada uno de los encuentros impulsados por el estallido. Lo constituyente, en ese sentido, está ya declarado: no es nada más y nada menos que la posibilidad de pensar desde abajo la vida que queremos. Un proceso constituyente que es inmediatamente feminista, plurinacional, popular. Para nosotras es importante insistir en que lo que está en curso es mucho más de lo que se ofrece institucionalmente. Lo que está en curso es la posibilidad cierta de imaginar otra vida. Nuestra apuesta es profundizar esa construcción, profundizar procesos de deliberación política que se están generando desde abajo, desde los pueblos, en distintos puntos del país. Lo que se está constituyendo son esos movimientos que hoy día están levantándose en asambleas, que están levantando una voz. Hay un proceso constituyente de nosotras como feministas, como movimiento y nos hemos llamado a pensar esto como momento de imaginación política, como producción, como creación de alternativas. Tenemos algo que decir, tenemos idea de la vida que queremos construir. Y esa idea la levantamos, no desde un lugar de especialistas o técnicos, sino en asambleas. Pero también es una voz de impugnación a las formas en las que se ha conducido desde las instituciones esta vía pactada.
A.: Nuevamente, creo que la pregunta fundamental es qué forma está tomando este proceso en curso. No es que nosotras hagamos un llamado a que aparezca algo que no está, sino que hay que darle forma a esa impugnación de modo que pueda proyectar el proceso. Un proceso que acreciente la potencia de modo tal de subordinar los hitos del calendario. Así lo estábamos planteando en la asamblea: subordinar los hitos del calendario institucional a los hitos de un calendario popular como para poder preguntarnos en qué medida nos es útil el plebiscito. ¿Nos sirve, realmente? Sabemos que los pueblos, la gente, va a ir masivamente a votar ese plebiscito. Eso va a ocurrir sí o sí, porque de ese modo se ha conducido esta impugnación: por todas las formas posibles. Al mismo tiempo, es la misma gente la que corta la calle, la que está en las asambleas, la que está enfrentando a los pacos en la primera línea. Es la misma gente la que va a ir a votar al plebiscito, y va a hacer campaña por el plebiscito, y va a hacer campaña, probablemente, por una Constituyente.
Entonces, es fundamental primero, reconocer esa fuerza. Desde la institucionalidad, desde los medios, desde las fuerzas políticas se nos hace creer todo el tiempo que esa fuerza es menos de lo que es. Y nos hace imaginar que ese calendario es el único posible y que el nuestro va a tener que subordinarse a esas organizaciones temporales. Reconocer la potencia de esa fuerza nos implica, necesariamente ir avanzando a ciegas, a oscuras, porque no tenemos nadie que nos devuelva esa imagen; y tenemos pocos momentos en donde esa imagen la podemos producir para nosotras mismas: imágenes de nuestra propia masividad, de nuestra fuerza, de nuestra potencia. La pregunta es, entonces, una vez que despleguemos una forma que pueda canalizar esa potencia, ¿cómo vamos a organizar los marcos temporales de nuestro propio proceso, subordinando todos los hitos del calendario institucional al calendario popular? Esa es un poco la pregunta que nosotras nos hacemos.
Pero, ¿en qué consiste un calendario popular? No lo sabemos, no sabemos cuáles serían los hitos necesarios. Probablemente, mucho de eso ya está ocurriendo y no dependa de que nosotras, o alguien, lo decida. Hay que dar vuelta esa imagen de que son las decisiones políticas que tomamos en algún espacio, en alguna reunión, las conversaciones que vamos teniendo, las que van a resolver cómo se hacen las cosas. Si no, más bien, disponernos a mirar y escuchar de modo tal que podamos ir viendo surgir el proceso, y que podamos ir reconociendo la forma misma que va a asumiendo su propio desarrollo. Esa es la tarea que vamos a ir enfrentando. En cierto nivel, es un ejercicio de imaginación política, porque se trata de poder reconocer lo que ya está pasando y, al mismo tiempo, producir esos contornos, el carácter de ese proceso.
Al interior del movimiento feminista argentino –que fue, sin lugar a dudas, el movimiento más potente de los últimos años– hubo una línea que salió muy fuerte a enfrentar el endeudamiento popular. ¿También el movimiento feminista chileno pone en discusión la deuda?
J.: Una de nuestras primeras consignas fue “Nos deben una vida”. Nos deben una vida y la vamos a recuperar: de eso se tratado el proceso en curso. Su radicalidad sitúa la posibilidad misma de la vida en el centro de la discusión: “Hasta que valga la pena vivir”. Un sentido muy vitalista. Nosotras hablamos de la precarización de la vida, y eso significaba decir que “lo precario” no refiere solo a nuestros trabajos, sino a todos los órdenes de la vida, a nuestra forma de relacionarnos. Acá hay algunos movimientos que han comenzado a discutir la deuda, por ejemplo, la deuda educativa. Pero es muy profundo hasta dónde está metida la deuda en nuestra vida. Una imagen muy personal, familiar: cuando mi abuela murió no la podíamos enterrar en el cementerio porque tanto mi padre como sus hermanos –son siete hermanos—estaban todos en el DICOM, que es el registro de deudores, lo que les impedía acceder al cementerio donde ella podía ser enterrada. Se llega a ese nivel de violencia. Es muy doloroso, lo presente y naturalizada que está la deuda en nuestras vidas.
La deuda te permite leer muchas cosas, a diferentes escalas. Chile es un país brutalmente endeudado. Hasta el 18 de octubre primaba la sensación de que todos en Chile eran de clase media. La clase política se dirigía a la clase media, todos se reconocían como clase media. Pero esto era posible, precisamente, por una vida construida desde el crédito. La gente se endeuda para comer, se endeuda para educarse, se endeuda para tener salud, se endeuda para poder reproducir las condiciones mismas de su vida. La población se endeuda en el supermercado, en la farmacia, en cada lugar. Y es algo que nos atraviesa, es la profundidad del neoliberalismo en Chile. Es muy constitutivo. Aquí existe esa internalización de la deuda, y la vida que se sujeta en torno a ella. Si no fuera por el crédito la línea de pobreza estaría en otro lugar, el hambre estaría en otro lugar.
Una compañera nuestra habla de cómo se está constituyendo o subjetivando la clase en este momento. Y, como decía recién, el modo de subjetivación de clase media mediante el crédito entró en crisis. Por eso no me extrañaría que ese problema tan “privado” se comience a visibilizar. Creo que allí también radica la potencia del feminismo, en su capacidad para desprivatizar esos problemas, los problemas de la vergüenza. Eso, en este país, está muy internalizado: no hay nada más propio que la vergüenza de la deuda que se tiene. La forma de la deuda es que va constituyéndose, incrementándose, como que te endeudas para pagar otra deuda, y así se sostiene la vida –muy precariamente.
A.: La deuda es una dimensión de la carencia, pero también de la forma de lo que es accesible. Mucho de lo que antes no era accesible ahora lo es a través del crédito. En la medida en que se fueron desmantelando todos los servicios sociales se fue incorporando la deuda como un mecanismo paralelo que permitía resolver, de algún modo, el acceso a servicios que estaban siendo privatizados, en un proceso que fue muy brutal, de privatización de prácticamente todos los ámbitos de la vida. En esas condiciones de endeudamiento a lo que se accede no es más que a una miseria. La gente se endeuda para pagar un sistema de salud, por ejemplo, que es miserable, que llega tarde o que nunca llega. O que llega una vez que las personas murieron. Tenemos un sistema de salud que arroja a la muerte a un porcentaje altísimo de la población. Y muestra, también, el carácter sobrante de todo un sector de la población respecto del requerimiento de la organización capitalista de nuestro país. Tendería a pensar que eso es lo que ha aparecido más de relieve: el carácter crudo y sumamente violento de la existencia misma. El carácter sensible de esta crisis capitalista en nuestro país es la brutalidad con la que se ha instalado la miseria en la vida. No se trata, necesariamente, de hambre, pero sí se trata de la presencia inmediata de la muerte, la presencia inminente del terror respecto del futuro. De pronto se hizo visible una imagen que no se había configurado hasta ahora: se está jubilando la primera generación de las Administradoras de Fondos de Pensión (AFP), es decir, la generación de nuestros padres: estamos viendo a nuestros padres y madres jubilarse en la miseria. Y, a la par, vemos nuestras propias condiciones precarias de existencia. Y estamos viendo la persecución política que está sufriendo la generación menor que la nuestra, nuestros hermanos menores, y en algunos casos hijos. La represión policial avanza sobre los espacios de mayor subjetivación política de los últimos años, los colegios.
Entonces, se hizo presente una imagen del conjunto del ciclo vital en todo su deterioro. Y esa es la imagen que cristaliza este momento: vemos nuestro propio futuro de miseria y vemos cada vez más mermadas las posibilidades de combatir esa situación. Creo que la visibilización de ese límite es el que arroja a la gente a las calles. Hasta que vivir valga la pena. O la idea de dignidad, que es una de las ideas más fuertes del estallido. La misma Plaza Dignidad. O “Hasta que la dignidad se haga costumbre”. Que no son ideas nuevas, son frases que existen desde antes del estallido. Pero que logran interpretar esta sensación de absoluta indignidad de las condiciones de existencia, incluso más que las condiciones de sujeción que implica la deuda.
[1] Feminista, vocera de la Coordinadora Feminista 8M de Santiago entre 2018 y 2020, Chile. Psicóloga clínica y parte del Grupo de Estudios Feministas (GEF), desde donde desarrolla iniciativas de traducción e investigación; junto al equipo buscan contribuir al desarrollo de un marco epistemológico feminista socialista sobre la violencia de género. Tuvo a su cargo la traducción y edición del dossier “Género y Capitalismo: Debate en torno a Reflexiones Degeneradas”. Militante de Solidaridad Feminista Comunista Libertaria.
[2] Feminista, vocera de la Coordinadora Feminista 8M de Santiago, Chile. Socióloga, archivera docente y curadora independiente. Investiga los cruces entre cultura visual, política y movimientos sociales desde los años 70 en América Latina. Co-autora del libro “Resistencia Gráfica. Dictadura en Chile. APJ y Tallersol” (LOM, 2016). Actualmente es coordinadora de la Red Conceptualismos del Sur e integrante del colectivo del Centro Social y Librería Proyección.
[3] Tres objetivos de trabajo guían desde 2018 a la Coordinadora: el primero, dinamizar desde el feminismo la articulación entre distintas organizaciones sociales –en un país muy fragmentado socialmente–. Segundo, transversalizar una perspectiva feminista al interior de los movimientos sociales y hacer que el feminismo dejara de ser un espacio entre otros muchos, sino que pudiera ser una fuerza proyectada en todos los espacios. Tercero: levantar una agenda común de movilizaciones contra la precarización de la vida.