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El día de la marmota: el regreso del “gobierno técnico” a Italia

Lorenzo Zamponi :: 07.02.21

El 2 de febrero es el Día de la Candelaria, cuando por tradición se debería poder predecir el final del invierno. Es el “día de la marmota” en el que se ambienta Atrapados en el Tiempo, película de 1993 en la que el personaje interpretado por Bill Murray está condenado a revivir el mismo día una y otra vez. Y a muchos les parecía que estaban reviviendo los días del otoño de 2011 cuando el presidente de la República Sergio Mattarella, tras señalar el fracaso del intento de recomponer la alianza de gobierno entre el Pd, M5S, Leu y Iv, anunció el lanzamiento de “un gobierno de alto nivel, que no debe identificarse con ninguna fórmula política”, y encomendó la tarea de formar el nuevo gobierno a Mario Draghi, ex gobernador del Banco de Italia y ex presidente del Banco Central Europeo.

El día de la marmota: el regreso del “gobierno técnico” a Italia


Sin Permiso

07/02/2021

Diez años después de Monti, con Mario Draghi vuelve el «gobierno técnico», especialidad italiana que marca la enésima muerte de la política. La élite económica intenta así poner la mesa para gestionar directamente el dinero que llegue de la UE

El 2 de febrero es el Día de la Candelaria, cuando por tradición se debería poder predecir el final del invierno. Es el “día de la marmota” en el que se ambienta Atrapados en el Tiempo, película de 1993 en la que el personaje interpretado por Bill Murray está condenado a revivir el mismo día una y otra vez. Y a muchos les parecía que estaban reviviendo los días del otoño de 2011 cuando el presidente de la República Sergio Mattarella, tras señalar el fracaso del intento de recomponer la alianza de gobierno entre el Pd, M5S, Leu y Iv, anunció el lanzamiento de “un gobierno de alto nivel, que no debe identificarse con ninguna fórmula política”, y encomendó la tarea de formar el nuevo gobierno a Mario Draghi, ex gobernador del Banco de Italia y ex presidente del Banco Central Europeo.

Un nuevo gobierno técnico está en el horizonte, diez años después del ejecutivo que encabezara Mario Monti. El clima mediático es sorprendentemente similar: dos horas después del anuncio de Mattarella, ya se leían y escuchaban los elogios al “hombre que salvó a Europa y ahora salvará a Italia” y se agitaban escenarios apocalípticos en caso de fracaso de la operación, desde la retirada de los 209 mil millones de euros de “Next Generation” UE a la vuelta al riesgo de quiebra. Con toda probabilidad, en las próximas horas la presión de los mercados y cancillerías europeos se hará sentir con fuerza, quizás a través del mecanismo habitual de difusión, para convencer incluso a los reticentes, en la opinión pública y en el parlamento, para que apoyen a Draghi.

Entre los partidos, los centristas liberales fueron los primeros en celebrar con entusiasmo la noticia, de Iv a +Europa pasando por Azione de Carlo Calenda, mientras que el Partido Demócrata confía en Mattarella, preparándose para apoyar a Draghi incluso a regañadientes. Fratelli d’Italia y M5S anuncian su oposición y Salvini. dice todo y lo contrario para ganar tiempo.

El regreso de los técnicos marca la enésima y periódica “muerte de la política” a la que nos tiene acostumbrados Italia en las últimas décadas. El mecanismo de representación sigue bloqueado: los que tienen apoyo no pueden gobernar y viceversa, y el nudo se acaba por cortar limpiamente, situando al frente del gobierno un equipo de plenipotenciarios autoritarios sin ninguna responsabilidad democrática. Veremos si tiene éxito, mientras tanto, el experimento del nuevo centro-izquierda Pd-M5S ha fracasado al menos temporalmente y corre el riesgo de ser aplastado por la experiencia de un nuevo gobierno técnico. Y la élite económica pone la mesa para gestionar el dinero procedente de la UE directamente, sin ninguna mediación.

El regreso de los técnicos

“Un gobierno de alto perfil, que no debe identificarse con ninguna fórmula política”. Las palabras de Mattarella son muy claras. Italia necesita un gobierno técnico que, aunque respaldado formalmente por un voto de confianza parlamentario por razones constitucionales, no sea en realidad la expresión de una mayoría política. Sería el cuarto gobierno técnico en la historia de la República, después de los liderados por Carlo Azeglio Ciampi (1993-1994), Lamberto Dini (1995-1996) y Mario Monti (2011-2013). Una vez más, como en el caso de Ciampi y Dini, el Banco de Italia proporcionaría la hoja de ruta.

El de los gobiernos técnicos es una especialidad íntegramente italiana. La idea de un gobierno “que no debe identificarse con ninguna fórmula política” es impensable en cualquier democracia occidental. En otros lugares hay gobiernos de “gran coalición”, en los que incluso diferentes fuerzas políticas encuentran un compromiso y colaboran, como sigue siendo el caso en Alemania y ha sucedido en el pasado en varios países europeos. Pero la idea de un gobierno ajeno a los juegos de la política, y al principal de ellos, que es la representación democrática, aunque plenamente legítima en el plano constitucional una vez que el parlamento confiera su confianza, es ajena a cualquier normalidad democrática.

En Italia, sin embargo, es posible, al menos en la Segunda República. Fue precisamente un gobierno técnico, el que lideró Ciampi hace 28 años, el que acabó con la Primera República. El sistema de partidos que surgió de la Segunda Guerra Mundial se había derrumbado y se pidió a los técnicos que aseguraran las finanzas públicas y mantuvieran el chiringuito mientras se preparaba una nueva configuración. Han pasado casi tres décadas y, evidentemente, la transición aún no ha terminado: aún no se vislumbra un mecanismo de representación democrática estable a largo plazo. La creciente tensión entre responsabilidad y representación que ha caracterizado a las democracias liberales durante la última década, según el famoso análisis de Peter Mair, en Italia esta rota una vez más. No existe una fórmula política que pueda ganar el consenso para gobernar.

Incluso el último intento de reconstruir una estructura política, el de la nueva bipolaridad entre la derecha salviniana y el nuevo centro-izquierda contiano del Pd-M5S, se ha estrellado, y veamos si sobrevive a esta enésima prueba. En cuanto a la salubridad democrática, aún no habíamos eliminado por completo el derroche del gobierno de Monti, cuyo principal resultado fue el crecimiento explosivo electoral del M5S y, más tarde, de la Lega. Si lo vuelven a hacer, como parece, es probable que el daño sea mucho peor.

Ya se pueden ver los primeros efectos, en términos del deterioro del debate público. El coro mediático ya ha comenzado con la santificación tecnocrático-patriótica del héroe que regresa del extranjero para salvarnos, “el italiano más famoso del mundo”, una personalidad a la que no es posible decir que no. Y el regreso de la retórica montiana ha traído consigo todo el corolario: la contabilidad pública como estrella orientadora, el bienestar social definido como “subsidios y carencias”, la necesidad de “hacer las reformas que el país necesita”, los mercados, el diferencial de la deuda, el riesgo de insolvencia. Todos los temas que no estaban en la agenda cuando se discutía el gobierno Conte II, que podía ser criticado y atacado como cualquier ejecutivo del mundo, y que ahora están resurgiendo, para proteger al gobierno de Draghi, que aún no existe, de cualquier indicio de disidencia.

Sobre todo, esto da miedo: no tanto la sustitución de un gobierno moderadamente de centroizquierda que es estructuralmente incapaz de los cambios radicales que la fase requeriría, sino el regreso a 2011, a la negación de cualquier espacio para el debate político, al pensamiento único neoliberal en su versión más absoluta y opresiva. Nunca nos hemos hecho ilusiones de que Pd, M5S o el propio Giuseppe Conte fueran puntos de referencia para la izquierda -simplemente recuérdese el respaldo del presidente de Confindustria Carlo Bonomi al ministro de Economía saliente Gualtieri- sino en temas como el bloqueo de los despidos, derechos universales del estado social, una reforma fiscal progresiva, en los últimos años Italia había comenzado a respirarse un aire diferente, que al menos reabria espacios de debate público para una opción progresista. El regreso al pasado, desde este punto de vista, sería devastador.

 

“El italiano más famoso del mundo”

Claramente Mario Draghi no es Mario Monti. No es el comisario europeo que vuelve a Italia para implementar sin trabas la fase más violenta de la austeridad, de los recortes de gasto público, el ataque a las pensiones y a los derechos laborales. Por el contrario, como presidente del BCE, ha ganado una indiscutible popularidad y credibilidad como protagonista de una política monetaria expansiva, el programa de “Flexibilidad Cuantitativa” para apoyar la deuda de los países de la Eurozona. El pasado mes de marzo publicó en el Financial Times un artículo que apoya la necesidad de aumentar la deuda pública para apoyar la economía durante la pandemia. Posiciones que le han permitido a menudo ser representado como la “paloma” italiana que se opone a los “halcones” alemanes en la gobernanza financiera de la UE. Un retrato que, sin embargo, choca con el dibujado por Yanis Varoufakis en su libro Adultos en la sala, que reconstruye la negociación sobre la deuda griega de 2015: un Draghi protagonista negativo de la gestión de la crisis griega.

Nos puede engañar, de manera que, una vez en el Palazzo Chigi, recuerde las enseñanzas de su maestro Federico Caffè, a quien citó en La Sapienza en 2010 asediado por los alumnos de la Onda, pero parece poco probable. Después de todo, Draghi también fue signatario, junto con su predecesor en el BCE Jean Claude Trichet, de la famosa carta del 5 de agosto de 2011 en la que Frankfurt dictaba las condiciones al gobierno italiano: aumento de la competencia a través de nuevas privatizaciones, negociación colectiva reducida al nivel de la empresa, flexibilización de despidos, equilibrio presupuestario, aumento de la edad de jubilación, bloqueo de la rotación y recortes salariales en la función pública, revisión del gasto … Una “paloma” con pico afilado, en definitiva, en lo que a la austeridad se refiere.

El papel de la UE ha cambiado respecto a 2011: hace diez años, el cuadro dominante era el de la austeridad, y Monti vino a recortar, mientras que ahora estamos en la fase del Fondo de Recuperación, y Draghi llega para gastar 209 mil millones de euros, entre subvenciones y prestamos. Si bien la popularidad de Monti se evaporó rápidamente con medidas como la reforma de las pensiones de Fornero, Draghi puede tener margen para generar consenso en torno a las políticas de inversión, incluso de redistribución. “Técnico” no tiene por qué significar necesariamente una carnicería social, al menos no desde el principio. Los recursos de la Próxima Generación UE, por otro lado, no deben magnificarse y se destinarán principalmente a respaldar los gastos que se habrían realizado de todos modos, aunque acumulando deuda.

En cualquier caso, un gobierno desprovisto de responsabilidad democrática, un gobierno que no tiene que responder a nadie más que a un parlamento abiertamente deslegitimado por la propia decisión de confiar el ejecutivo a personajes ajenos a la política, sigue siendo un gobierno potencialmente muy peligroso para las clases populares. La lógica del “coraje para llevar a cabo las reformas impopulares que los políticos no pueden hacer” es estructuralmente autoritaria y clasista: presupone que el consenso popular, en particular de los sectores sociales no lo suficientemente “ilustrados” para poder reconocer el bien económico supremo, es un factor de corrupción y distorsión de las decisiones políticas, y no, en cambio, el elemento fundamental de una política democrática.

En esto, hay que decirlo, el anuncio de la selección de Draghi es una victoria para Matteo Renzi y para el estamento económico y mediático que ha apoyado su ofensiva en las últimas semanas. El “gobierno de los mejores”, tan a menudo evocado por Carlo Calenda, parece que se acerca. Una vez más, como sucedió en 2011, la élite económica, molesta por la presencia de una mediación política entre sus propios deseos y las necesidades de la mayoría de la gente, pasa a la ofensiva. No es que con Conte estuvieran fuera de juego: ni mucho menos, como demuestra la gestión de la segunda ola de la pandemia. Pero la política genera estructuralmente fricciones, y propuestas como el salario mínimo o el impuesto a la propiedad, aunque lejos de concretarse, siguieron flotando, sin mencionar el bloqueo de los despidos. La tentación de saltarse la mediación normalmente confiada a personajes más o menos carismáticos, desde Silvio Berlusconi a Giuseppe Conte pasando por Matteo Renzi, y tomar el poder directamente, está siempre al acecho. Veremos si acabará por nacer el gobierno Draghi y cuál será su composición, pero ciertamente está garantizada una interlocución privilegiada con el mundo de las grandes finanzas: después de todo, entre 2002 y 2005 Draghi fue gerente y accionista de Goldman Sachs, uno de los bancos de inversión más importantes del mundo. 

La impotencia de la política, la política de la impotencia

De los tres grandes partidos italianos, sólo uno, el Movimento Cinque Stelle, se ha manifestado claramente en contra de la formación del gobierno Draghi por boca de su líder político Vito Crimi. El secretario del Pd Zingaretti dio las gracias al Quirinal por una iniciativa que “ha remediado el desastre provocado por la irresponsable crisis provocada” y anunció que los demócratas estan “dispuestos a la luchar para asegurar la afirmación del bien común del país”. Más ambiguas aún son las palabras del líder de la Liga Matteo Salvini, quien en una larga nota en Facebook siguió pidiendo elecciones y al mismo tiempo se declara disponible para un gobierno Draghi, aunque de corta duración y sin ataduras para la Lega a la hora de llevar a cabo sus propias batallas.

La impresión es que el Partido Demócrata y la Lega saben bien que decir “no” a Draghi significa enviar un mensaje de hostilidad a las instituciones de la UE, a los gobiernos europeos y al mundo financiero. Ambos partidos dan la impresión de que no quieren este gobierno pero no tienen intención de oponerse abiertamente a él. El Partido Demócrata, en particular, parece ser de nuevo víctima de su histórico síndrome de “responsabilidad institucional” que ya lo llevó a un colapso de consensos sin precedentes en los años de Monti. Por un lado está la dificultad de sustraerse a un intento revestido de un aura de inevitabilidad como la de Draghi, por otro lado tiene miedo de que, como sucedió hace diez años, pueda ser la oposición, encarnada en este caso por la derecha de Giorgia Meloni, si no Salvini, la que capitalice la futura impopularidad del gobierno técnico. La impresión es que nadie quiere este gobierno pero que en el fondo para todos es cómodo no responsabilizarse directamente del ejecutivo en esta etapa.

El Movimiento Cinco Estrellas está bajo una presión particular: para el partido que ganó las elecciones de 2018, dejar el gobierno, después de haberlo compartido tanto con la Lega como con el Partido Demócrata, sería una derrota. Pero, aunque se haya convertido en un partido de gobierno, ¿puede el populista M5S nacido de V-Day y crecido en oposición a Monti apoyar un gobierno técnico dirigido por Draghi? En un sentido u otro, toda elección será dolorosa y sancionará efectivamente el fracaso del intento grillino de aposentarse en las instituciones.

En la izquierda, por ahora, no hay una posición definitiva en el grupo parlamentario de Liberi e Uguali, ni por los dos partidos (Sinistra Italiana y Articolo1-Mdp) que lo integran, y es seguro apostar que la posibilidad de apoyar o no el gobierno será un elemento de división interna, sobre todo si el Pd y el M5S toman caminos distintos. Y este es quizás el punto político más evidente estos días: si el objetivo de Renzi era hacer estallar el gobierno Conte para hacer estallar la nueva centroizquierda que se estaba construyendo en su apoyo como única alternativa creíble a la derecha salviniana, el objetivo ha sido alcanzado. Si el Partido Demócrata apoya a Draghi y el M5S no lo hace, Renzi habría hecho volar la coalición y ahora tendría via libre para intentar construir un polo liberal macroniano. hacia el cual atraer a grandes sectores del Partido Demócrata así como a Forza Italia, para convertirse con el tiempo en la única alternativa a la derecha reaccionaria.

Un escenario todo menos concreto, pero que sin duda el gobierno técnico acercará. Una política impotente y chantajista, fuertemente deslegitimada, que se ve nuevamente sometida a decisiones tomadas en otros lugares y a tener que apoyar un gobierno que no es la expresión de ninguna representación democrática y que carece de raíces sociales. Pero si esto sucede, es imposible no recordarlo, es porque esta nueva centroizquierda se ha derretido como nieve al sol ante el ataque de Renzi y Confindustria, sin haber construido ninguna base social real de consenso en el ámbito de las clases populares. Muchos tuitearon contra Renzi, pero nadie salió a las calles por Conte. Al igual que hace diez años, la ofensiva de la tecnocracia liberal no es contrarrestada por unas organizaciones democráticas de masas, fuertemente arraigadas en la sociedad y fortalecidas por la popularidad de un programa de progreso social claro y creíble (redistribución fiscal, bienestar universal, jornada reducida, transición ecológica de la economía, paridad salarial, licencia parental universal, matrimonio igualitario), es decir, por algo diferente del centroizquierda comprometido con la gestión de la austeridad.

Sabemos cómo terminó el experimento entonces. Del derrumbe de ese centro-izquierda nació el explosivo crecimiento electoral del M5S: hoy no hay fuerzas organizadas capaces de jugar ese papel. No faltarán las oportunidades para la movilización social y su verticalización política: la marmota, por ahora, se limita a señalar que el invierno aún será largo.

Sociólogo, con especial interés en los movimientos sociales, es coautor de “Resisting the Crises” (Il Mulino).

Fuente:


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