Dialéctica de la modernidad
Raúl Prada Alcoreza
No solo hay una modernidad, sino muchas. Para resumir y esquematizar, con el propósito pedagógico de ejemplificar, hablaremos interpretativamente y teóricamente de una dualidad, si se quiere, ilustrativamente, de una dialéctica de la modernidad, lo que denominaban dialéctica del iluminismo Adorno y Horkheimer.
En la crítica de la civilización moderna, que desenvolvimos y expusimos en distintos ensayos, hicimos hincapié en el aspecto destructivo de la modernidad, aunque, de vez en cuando, hacíamos notar que también había otro aspecto de la modernidad, más bien, aperturante y vertiginoso, cuando todo lo sólido se desvanece en el aire, haciendo paráfrasis de una frase de Marx que, a su vez, hacia paráfrasis a un enunciado que se encuentra en La tempestad de Shakespeare. Si olvidamos este otro aspecto de la modernidad es porque la negatividad destructiva parece preponderar desmesuradamente, sobre todo en los períodos de la modernidad tardía. Sin embargo, no podemos olvidar que la modernidad nace como ilustración, como crítica de razón y como razón crítica, además como liberación de las potencias sociales, en el contexto histórico, social y cultural de este acontecimiento, el del iluminismo.
Vamos a usar la dialéctica de la ilustración de manera metafórica. Entonces diremos que el momento crítico de la modernidad es contrapuesta por la negatividad del momento opuesto, el de la legitimación. La astucia de este otro momento negativo no radica en que se opone directamente a la ilustración, a la crítica demoledora, sino que usa los recursos de la ilustración y la crítica para amortiguar y limitar sus efectos, si se quiere para docilizar y domesticar la propia ilustración iluminista y la propia crítica demoledora.
Esta merma, este sabotear por dentro a las potencialidades y posibilidades de la ilustración, resultan en plegamientos conservadores de la modernidad. La genealogía constante de este socavamiento conservador, respecto de la vertiginosidad transformadora de la modernidad, termina imponiendo una ruta regresiva, para después convertirse en una ruta conservadora a secas y destructiva. La historia dramática de la modernidad nos muestra el camino sinuoso de una modernidad iluminista saboteada por una modernidad artera, regresiva, retardataria y bizarra, que lleva a las tragedias demoledoras, conocidas en la historia del siglo XX, avanzando compulsivamente a la destrucción planetaria.
En este transcurso sinuoso de la dialéctica de la modernidad aparecen ilustraciones acortadas, limitadas, barrocas, donde se conjuga una combinación perversa entre crítica, por cierto controlada y acotada, y señoríos teóricos autoritarios. Una de estas ilustraciones barrocas es el marxismo, que desde sus fuentes mismas, ya preñadas de autoritarismo teórico, ha venido desenvolviéndose como una arqueología de un saber crítico que sabotea su propia capacidad crítica, y una genealogía que marcha indetenible a un autoritarismo descomunal, que adquiere la forma de un dogmatismo, por lo tanto no saber, vaciado de los antiguos contenidos iluministas olvidados. El marxismo, paradójicamente, siendo crítica de la ideología, derivó en una ideología, que, en el presente, dice muy poco para ser instrumento apropiado en la lucha por las liberaciones múltiples.
En el contexto de la crisis ecológica, que amenaza la sobrevivencia humana, de la crisis de la civilización moderna, que devino sistema mundo cultural de la banalidad, del sistema mundo capitalista, dominado por el capitalismo financiero, especulativo y extractivista, se requiere de un iluminismo del iluminismo, de una ilustración de la ilustración, ya convertida en un oscurantismo, se requiere de una crítica de la crítica. Es más, se requiere de la reinserción de las sociedades humanas a los ciclos vitales planetarios; se requiere de la clausura del horizonte de la modernidad y de la apertura a otros horizontes civilizatorios; se requiere salir del círculo vicioso del desarrollo, que no es otra cosa que la marcha fúnebre de la muerte de los ecosistemas; se requiere salir del círculo vicioso del poder, de la genealogía de las dominaciones polimorfas. Estos requerimientos no se pueden dar sin la participación plena de los pueblos y las sociedades, pero esta participación requiere, a su vez, de una deconstrucción crítica, de una descolonización plena, de la diseminación de los dispositivos autoritarios, de los discursos señoriales portadores de la verdad revelada, de los ateridos patriarcalismos.