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Hopelchén, territorio maya que enfrenta a las trasnacionales de las semillas con organización comunitaria

Desinformémonos :: 08.02.21

En una cocina maya se toman decisiones. Los hombres trabajan en la siembra y cosecha de maíz y las mujeres seleccionan las semillas, cuál sirve y cuál no, pues de ahí dependen futuras siembras o la fuente más pura de sabor. Aquí, al mismo tiempo, se deciden la salud, las relaciones y se resuelven los conflictos alrededor del fogón en el que se cuece el fruto de la milpa. “La cocina es como un río donde confluyen diferentes arroyos. El centro es el fogón con las tres piedras que sostienen el mundo y que se mantiene como espacio sagrado y medicinal.

Hopelchén, territorio maya que enfrenta a las trasnacionales de las semillas con organización comunitaria

Robin Canul y Gloria Muñoz

Hopelchén, Campeche. En una cocina maya se toman decisiones. Los hombres trabajan en la siembra y cosecha de maíz y las mujeres seleccionan las semillas, cuál sirve y cuál no, pues de ahí dependen futuras siembras o la fuente más pura de sabor. Aquí, al mismo tiempo, se deciden la salud, las relaciones y se resuelven los conflictos alrededor del fogón en el que se cuece el fruto de la milpa. “La cocina es como un río donde confluyen diferentes arroyos. El centro es el fogón con las tres piedras que sostienen el mundo y que se mantiene como espacio sagrado y medicinal”, dice Álvaro Mena, originario de Hopelchén, que en maya significa “Lugar de los cinco pozos”.

La cocina huele a humo de las leñas locales. A ella no entra cualquier madera sino sólo las elegidas, como el tzalam o catzin, que han sido esperadas en el monte. No se cortan si están muy verdes, hay que esperar a que crezcan y se sequen. El techo de huano de la cocina luce ahumado, los vapores del cum cuecen los granos de maíz entre agua y cal, a lo lejos huele a masa nueva y a chile. Por la mañana huele al dulce de la miel o al amargo del café, a tortilla recalentada. Y por la tarde a caldo, a frijol kabax con su cebolla y epazote. En día de fiesta el olor es a relleno negro o puchero, platillo que conjuga los sabores del plátano, calabaza, camote, chayote, pollo de patio, rábano, cilantro, naranja agria y el infaltable chile habanero. En todo este conjunto, dice Álvaro, del colectivo Ka’ Kuxtal Much Meyaj “El Renacer de la Organización”, radica su soberanía alimentaria.

“Tal vez aquí la soberanía alimentaria no la conocen con esas palabras, pero las familias de aquí del pueblo la practican. Si tú les preguntas a mis papás, a mis tíos u otras personas que sí practican la soberanía alimentaria no te entenderían, pero en realidad ellos la practican en su día a día en su milpa con la siembra de frijol, maíz y calabaza”, menciona Wilbert Caamal, quien forma parte del departamento de comunicación interna y divulgación de contenidos de Muuch Kambal A.C.

Leydy Pech, recientemente galardonada con el premio Goldman, considerado como el Nobel del medio ambiente, explica que para alcanzar la soberanía alimentaria “se deben garantizar la diversificación de cultivos en la milpa y el traspatio, pero tomando en cuenta los conocimientos locales, la forma en la que lo sabemos hacer, respetando nuestros recursos naturales sin sobre explotarlos”. La soberanía alimentaria, explica, “es tener la libertad de poder producir lo que queremos, porque nosotros podemos elegir nuestras semillas criollas, los maíces, el frijol, la calabaza, hay una gran diversidad”.

Por su lado, Silvia Ribeiro, investigadora y directora para América Latina del Grupo de Acción sobre Erosión, Tecnología y Concentración (ETC), coincide con el concepto de Pech Martín. La soberanía alimentaria, añade Ribeiro, “es el derecho de los pueblos a alimentos nutritivos y culturalmente adecuados, producidos de forma sostenible y ecológica, y su derecho a decidir su propio sistema alimentario y productivo, lo que coloca a quienes producen, distribuyen y consumen alimentos en el corazón de los sistemas y políticas alimentarias, por encima de las exigencias de los mercados y de las empresas”. Justo lo que está bajo ataque.



Hopelchén, municipio maya del oriente de Campeche, colinda con la biósfera de Calakmul, la mayor reserva mexicana de bosque tropical y uno de los últimos pulmones del país. Es fronterizo con los estados de Yucatán y Quintana Roo, (que en conjunto conforman la Península de Yucatán), concentra en sus planicies la mayor cantidad posible de agresiones a la soberanía de los pueblos mayas. El agronegocio encontró aquí el espacio ideal para su reproducción, avalado por gobiernos estatales y federales en turno, y con la producción agrícola masiva llegaron el monocultivo, los agroquímicos, los transgénicos y la deforestación.

“Los recursos de nuestro territorio hoy se están perdiendo a pasos acelerados”, expone al gobierno federal y estatal el Colectivo de Comunidades Mayas de los Chenes. Y un recorrido por miles de hectáreas deforestadas así lo constata. Donde había selva hoy grandes planicies en las que circulan tractores manejados por menonitas que implementan el monocultivo. El centro de la selva maya, dentro del Corredor Biológico Mesoaméricano, aún es hogar del tucán, el tapir, el jaguar, el zapote, las abejas meliponas, el tinto, la boa, el venado y el cocodrilo, pero su existencia peligra. Ahora es común encontrarse abejas muertas por los agroquímicos que se usan en los cultivos conocidos como mecanizados.

Hopelchén, la región de los pozos y centro de origen del maíz, produce grandes cantidades de chicle y alrededor del 30 por ciento de toda la miel que exporta el país, explica el colectivo de comunidades mayas, y añade que los mayas milenariamente han progresado por el conocimiento que tienen sobre el manejo de los recursos de su territorio, pero estos recursos, insisten, se están perdiendo.

Durante décadas diversos colectivos y organizaciones mayas han denunciado que el territorio de Hopelchén está siendo vulnerado por la agricultura industrial y los proyectos que traen especies transgénicas. La implementación de un modelo ajeno a la región, exponen, ha propiciado la deforestación y “se están destruyendo las fuentes de néctar para nuestras abejas, nuestras selvas y su biodiversidad desaparecen; los corrientales de agua han cambiado, las lagunas temporales de las que hemos sobrevivido se están secando, y los animales silvestres aparecen muertos en las orillas de los mecanizados”. Alertan sobre la pérdida de la seguridad alimentaria en las comunidades mayas y advierten que la salud de la población ha empeorado, debido también al consumo de agua contaminada con químicos venenosos; además de que en cada ciclo agrícola es cada vez más frecuente el reporte de abejas muertas.



Hopelchén es considerado como el municipio más deforestado de la Península de Yucatán. Fuentes oficiales como la Secretaría del Medio Ambiente y Recursos Naturales (Semarnat) se ha negado a otorgar entrevistas sobre el tema, y se remite a ofrecer cifras retomadas de la plataforma Global Forest Change que registra al Estado de Campeche como el más deforestado de la región, pues tan solo en 2019 perdió 53 mil hectáreas de bosque natural, lo que equivale a 12.5 Mt de CO₂ de emisiones. Las cifras más actuales las proporciona Edward Allan Ellis, del Centro de Investigaciones Tropicales Universidad Veracruzana, quien expone que el 75 por ciento de esta pérdida forestal en la región fue entre 2005 y 2015; época en que el crecimiento de áreas agrícolas se disparó de 2.1 a 3.1 por ciento, lo que implica una pérdida anual de 4 mil hectáreas de áreas forestales; mientras que la plataforma GFC reporta la pérdida de unas 6 mil 500 hectáreas por año.

Las comunidades menonitas han sido el principal rostro de las políticas agroindustriales impulsadas por los gobiernos federales y estatales en la Península de Yucatán; su asentamiento desde la década de los 80, ha significado la imposición de un modelo de desarrollo agrícola que ha desplazado la agricultura tradicional. Esto a su vez repercute en la autosuficiencia de las comunidades mayas de la Península, puesto que las semillas criollas han sido relegadas por las semillas mejoradas y transgénicas. Tan sólo en el municipio de Hopelchén existen 22 comunidades menonitas que se expanden rápidamente entre la selva y los pueblos mayas, algunas superficies compactas acumulan hasta 5 mil hectáreas de cambio de uso suelo de selva a zonas agrícolas.

Se estima que la Península de Yucatán produce casi el 40 por ciento de la miel en México; lo que, de acuerdo con la Secretaría de Agricultura y Desarrollo Rural (Sagarpa) generó ingresos de aproximadamente mil millones de pesos en 2014. La apicultura es una actividad ancestral y tradicional del pueblo maya. En los tres estados peninsulares hay más de 15 mil familias mayas dedicadas a la actividad, refiere el investigador de ECOSUR Chiapas, Remy Vandame en su trabajo de investigación “Miel y cultivos transgénicos en México: principio de precaución y generación de evidencias”.

Para los campesinos mayas el trabajo con las abejas representa la principal fuente de ingresos económicos, pero ante la intromisión de los monocultivos este sector ha mermado su producción. Las áreas de pecoreo están quedando relegadas a pequeños manchones de selva. En Hopelchén y otras zonas aledañas los cerros son los únicos que detienen la expansión de la soya transgénica, los hombres con overol usan retroexcavadoras tipo caterpillar para desmontar la mayor cantidad de selva posible, pues el subsidio a los granos de soya que otorga el gobierno federal resultan atractivos para los compradores y productores.

Las semillas nativas son sinónimo de libertad: Leydy Pech

Leydy Aracely Pech Martín obtuvo el Premio Goldman como reconocimiento al trabajo colectivo de defensa del ambiente y del territorio de las comunidades mayas de la zona de Hopelchén, de donde es originaria, y desde donde, junto a las organizaciones Muuch Kambal A.C. y el Colectivo de Comunidades Mayas de Hopelchén, ha denunciado las afectaciones irreversibles que han traído los proyectos a gran escala como la agricultura industrial. Estos colectivos, al mismo tiempo que denuncian, construyen alternativas de resistencia y autonomía basadas en conocimientos tradicionales y en el intercambio de saberes sobre la milpa maya y la apicultura.


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Pech considera que para el pueblo maya las semillas nativas son sinónimo de libertad y autonomía y asegura que, si no se defienden y se preservan, se corre el riesgo de depender de modelos de producción ajenos y basados en el uso de semillas híbridas, transgénicas y ligadas al uso de plaguicidas, factores que reducen la calidad de la alimentación y de la salud de las personas.

“La agricultura industrial promueve la deforestación, en esa pérdida se va nuestra sabiduría, los polinizadores, se pierden plantas medicinales y es por eso que hay que dimensionar y saber todo el valor de las cosas que se están perdiendo. Este proceso de cambio acelerado nos está generando problemas sociales, económicos, culturales y ambientales y propicia la migración de nuestros jóvenes hacia las ciudades”, dice Pech Martín desde su casa en Hopelchén.

Las fortalezas del sistema alimentario maya

Para Álvaro Mena Fuentes, de la organización Ka’Kuxtal Much Meyaj, la fuerza del sistema alimentario radica en la gente, la comunidad y su relación con las semillas. “A los mayas las semillas nos han acompañado desde el origen de nuestros pueblos, no seríamos lo que somos de no ser por la relación con las semillas. Esta relación está basada en el respeto, en comprender a la naturaleza y a las semillas como otro ser de la naturaleza, iguales a nosotros y nosotras. Es comprender que, así como las semillas, todos los seres vivos son sagrados”, explica Álvaro, quien también es parte de la Congreso Nacional Indígena y de la Red en Defensa del Maíz.

No han sido pocos los embates a la vida campesina en la Península de Yucatán. Lo increíble es que su sistema alimentario siga vivo a través de la milpa y que, dice Álvaro, “se haga cada vez más fuerte”. Los ataques, enumera, vinieron primero con la invasión española de hace más de 500 años con la etapa colonial y de haciendas henequeneras en la Península de Yucatán, y el despojo territorial que significaron para los pueblos; y en las últimas décadas la llamada Revolución Verde, que desplazó formas tradicionales de producir alimentos. Y aún así, insiste, “la milpa sigue viva y la realización de ceremonias, del agradecimiento, de este principio de agradecer y compartir”.

Y justo el “compartir”, explica, es el corazón de las ceremonias. Recientemente, con la llegada de las tormentas, los más afectados fueron quienes se dedican a la producción agroalimentaria industrial, “porque los que más se inundaron fueron los que habían sido mecanizados por varias décadas, donde la filtración de agua se redujo drásticamente. Esto significó una gran pérdida para ellos porque a lo que aspiran es al recurso, a la cantidad de dinero que van obtener de la siembra. Pero nosotros aspiramos a tener alimento y a compartirlo, no a hacernos ricos. Por eso la milpa y el sistema alimentario maya son profundamente anticapitalistas”.

“Compartir”, añade, es una práctica ancestral: “Por ejemplo, cuando un campesino maya le entrega a otro semillas porque uno de ellos lo perdió todo ya sea por sequía o inundación, el diálogo es el siguiente: ‘no me debes nada, cuídala, siémbrala, y cuando a mí me haga falta, ya sé dónde encontrarla’. Es un diálogo que hace evidente ese compromiso”.

Y en un ejemplo más regional, está la Red Mayense de Guardianes y Guardianas de Semillas, que abarca la Península de Yucatán y Chiapas, en la que participan más de 600 comunidades hermanadas por las semillas. “Estos lazos, ahora que fueron las tormentas que afectaron la primera siembra, nos permitieron recuperar semillas y compartirlas. Aseguramos así que se iba a tener, por lo menos, comida, nada más y nada menos”.



La milpa que camina al ritmo del pueblo que la arropa

“Ir a la milpa” no es ir a cualquier parte. Es decir, hay quienes siembran monocultivos o solo maíz híbrido, y como sinónimo de ir a trabajar, dicen “voy a la milpa”. Pero la milpa para los mayas, explica Mena, “es un sistema dinámico, cambiante, que va avanzando y caminando al mismo ritmo que el pueblo que la arropa y cuida. Se va adaptando a las necesidades de ese pueblo y por eso podemos encontrar diversos tipos de milpas, de acuerdo al pueblo que la realiza”.

Los principios que la identifican, explica, es que “tiene que estar destinada para producir alimentos, no dinero. Una milpa está basada en la libertad de las semillas, está sembrada con semillas propias. Una milpa es diversa. Una milpa prioriza la vida de las plantas y de los insectos, y entonces el uso de agroquímicos no va en sintonía con ese principio. La milpa sirve también de fuente de medicinas, de plantas e insectos medicinales, de miel para los polinizadores. Todo esto es una milpa, además de un espacio en el que las familias fortalecen sus bases culturales y recrean la cultura y la lengua”.

La milpa es territorio y es comunidad. “Es muy difícil hacer milpa si no hay comunidad, porque se requiere de una toma de acuerdos y decisiones colectivas para que todos los elementos que ya mencioné puedan enlazarse. Aquí, en Hopelchén, promovemos esas milpas y decimos que estamos recuperando territorio. Ante la quema de siembra agroindustrial, cada hectárea de milpa que se empieza a hacer es un territorio que se le arrebata a la agroindustria, un territorio que se recupera”.

Por eso, añade, “cultivar la milpa es defender el territorio, es recuperación, resistencia y rebeldía”. Todo lo contrario, dice Mena, a “la política pública agrícola de este país, más aún en la Cuarta Transformación, que tiene como objetivo la productividad y la ganancia. Por eso. cuando un campesino maya decide poner una semilla propia en el suelo, es un acto de rebeldía contra ese sistema agroindustrial que nos quiere imponer un tipo de producción basado en el capitalismo”.

La organización Ka’Kuxtal Much Meyaj nace justo en medio de una embestida a la milpa, “cuando las variedades de maíz, calabazas y frijoles se estaban reduciendo drásticamente y un grupo de mayas decidimos crear un colectivo para defendernos de este ambiente tan adverso”.

Diez años después, la organización sigue creciendo pero, reconocen, a cada paso que dan aparecen nuevas amenazas. “La lucha tiene que ser constante y creativa, no podemos mantenernos siempre en la misma estrategia. Estamos en un punto en el que algunos compañeros están enviando su producción a las ciudades, y los otros que aún no lo hacen lo ven como algo positivo. Los pueblos podemos vivir bien de la producción de nuestras milpas, no es necesario estar trabajando para las empresas”.



En el contexto de la actual administración federal encabezada por Andrés Manuel López Obrador, Mena vislumbra más difícil la resistencia, “pues gran parte del discurso que hemos usado siempre para la resistencia y la organizarnos ahora lo usa el Estado para imponer sus megaproyectos y sus programas, y eso confunde a mucha población. Por otra parte, están desarticulando los escasos esfuerzos organizativos en varias partes, no sólo aquí, y eso también complica las cosas. De los diez pasos que hemos dado, todo va a retroceder unos cinco con López Obrador, pero no nos rendimos ni nos desesperanzamos, al contrario”.

El solar maya o traspatio

Asomarse al solar es sinónimo de riqueza, así conciben las familias mayas el traspatio, ese espacio integral que garantiza el abastecimiento de comida, medicina y una fuente inagotable para alimentar a los pavos, a los cerdos, a las gallinas y la recolección de huevos. Basta con salir al solar para la cosecha de frutos de temporada como el nance, la ciruela, la guayaba, el limón, naranja agria, lima, la chaya y hojas de ramón entre otras especies.

A diferencia de la ciudad, en el pueblo los solares invitan a compartir, “en la ciudad todo lo tienes que comprar, tienes que ir al supermercado, con los vecinos es diferente la relación o ni siquiera existe, aquí tocan a tu puerta: vecina présteme una gallina culeca para empollar huevos, también intercambiamos frutas de temporada, deme 5 pesos de epazote o de cebollina, limón o naranja” el comercio o el trueque comunitario abona no sólo a la alimentación sino también fortalece el tejido social”, asegura el agroecólogo Óscar Chan Dzul de la organización comunitaria U Yich Lu’um ubicada en Sanahcat, Yucatán.

Óscar Chan es apasionado de las plantas medicinales por tradición y herencia de su abuela, de su madre y por su cercanía a un médico tradicional. Esos conocimientos los comparte con jóvenes, mujeres y hombres que integran el Colectivo de Comunidades Mayas de los Chenes y Muuch Kambal A.C., organizaciones que trabajan bajo la agenda comunitaria U Nojtuukulik u meyaj u méek’tankaajilo’ob (El gran pensamiento del trabajo de los pueblos mayas unidos de Hopelchén) y que promueven la producción agroecológica en el municipio, la reducción del uso de plaguicidas y la erradicación de las fumigaciones aéreas. Asimismo, impulsan campañas de salud y alimentación para hacer frente a las enfermedades como la diabetes o hipertensión.

En el traspatio hay que tener noción de donde se camina, qué se arranca y qué no. Oscar recuerda que junto a su madre se daban a la tarea de identificar las plantas medicinales antes de limpiar el traspatio “Esta planta no la cortemos es Siipche’ planta con mucha fuerza para rituales y para dolor corporal, Xpepectúun enredadera para curar disentería blanca, Frijolillo xíiw para asma, Chokuil xíiw o claudiosa xíiw para diabetes o en pomada para dolor corporal y el Cardosanto para hepatitis, anemia o varices”.

La costumbre de curarse con plantas se está perdiendo, pero el conocimiento está ahí, asegura el agroecólogo, y recuerda que en los talleres de técnicas de aprovechamiento y elaboración de medicina tradicional que imparte en la región de los Chenes se comparten vivencias. Sus talleres se enfocan en la elaboración de microdosis, pomadas, jarabes y jabones con plantas de la región.

“Es muy importante el intercambio porque las señoras me dicen el nombre y el uso de plantas que yo no sé y yo les digo de mi región y se emocionan porque hacemos un intercambio que resulta enriquecedor por ambas partes”, comparte.

La respuesta de las comunidades maya a la pandemia

Para las comunidades mayas, la actual pandemia ha dejado múltiples lecciones, una de ellas es el acto de compartir las semillas que se sembraron en las comunidades, semillas que vinieron de otros pueblos de la Península de Yucatán. Esto se debe al espíritu solidario y vivo del pueblo maya, refiere Leydy Pech, y sostiene que fue la alternativa para evitar que otras comunidades se queden sin alimentos lo cual no es cuestión de dinero, es cuestión de identidad. Menciona que otro factor importante para hacer frente al bache económico que trajo la contingencia sanitaria es el cultivo de traspatio, las gallinas, las frutas, las plantas medicinales que se convirtieron otra vez en una de las principales fuentes de sustento de los pueblos.

“A raíz de esa enfermedad, los conocimientos de los pueblos acerca de las plantas medicinales y de los remedios fue aumentando; es común ver cómo las personas tratan de conseguir hojas de guayaba, de orégano y otras plantas medicinales y cortezas de árboles, entonces se ve la importancia de recuperar nuevamente esos saberes. Nosotros estamos practicando esos conocimientos en mi familia y siento que es una manera importante de aprender”, menciona Wilbert Caamal Cahuich.

Pech Martín es clara. Para ella la soberanía los plantó frente al virus. Pero no romantiza, pues, dice que las políticas públicas agropecuarias han cambiado la forma de mirar la soberanía alimentaria con la introducción de la producción a gran escala de soya, maíz, arroz, etcétera. Las políticas públicas agropecuarias, asegura, han modificado las formas de trabajo sustentable y ha propiciado la deforestación, la dependencia de las semillas híbridas y los paquetes tecnológicos que no responden a las necesidades del pueblo maya.

La información oficial que llega a los pueblos tiene la intención de mostrar las bondades de la soya transgénica y otras variedades, pero no existe información culturalmente adecuada y libre para que las comunidades puedan elegir y tomar decisiones. Ante eso, Leydy Pech y el Colectivo de Comunidades Mayas de los Chenes han retomado el trabajo agrícola tradicional, como se hacía en tiempos ancestrales de manera armoniosa, ya que las políticas agrícolas actuales “se piensa a gran escala como un tema comercial, con una mirada distinta al cuidar y conservar”, aseveró Pech Martín.

En el Colectivo de Comunidades Mayas se reflexiona sobre la fragilidad que se vive, para replantearse cómo quieren vivir. Una de las acciones que realizan es la siembra de las semillas nativas. Después de dos tormentas y la pandemia del COVID-19, muchas comunidades están volviendo a sembrar sus semillas, como el maíz. Otras recuperaron tierras como parte de las acciones que hacen en defensa del territorio.

El colectivo trabaja con los jóvenes en las escuelas, en los huertos de traspatio aprovechando los recursos naturales que tienen en las casas; y en las selvas, como la recolección de microorganismos, para demostrar que hay otra forma de hacer agricultura y de producir alimentos.

El maíz, como en la mayor parte de los pueblos originarios, es la base de la alimentación de la cultura maya. El abuelo de Leydy siempre dijo que “mientras uno tenga maíz, no es pobre. Pobre es aquel que no sabe trabajar la tierra y que no tiene conocimiento”. El maíz, dice Pech, representa su identidad cultural, su relación directa con el cuidado de la naturaleza y sobre todo la preservación de la cultura maya. “El maíz, el frijol y la calabaza es lo que sostiene a las milpas y nos da identidad, junto con las abejas, que van de la mano por la polinización directamente asociada con la producción de alimentos, con la conservación de especies, de plantas, árboles, y también están asociadas al trabajo de las mujeres, somos muchas trabajando con las apis melíferas y las meliponas, y eso nos lleva a una reflexión sobre el papel de las mujeres”.

Wilbert ha practicado la milpa desde que era pequeño, cuando acompañaba a su abuelo a sembrar maíz, frijoles, íbes, tomates, calabazas y chile. Más tarde creció trabajando la milpa con su padre y hermanos para lograr el sustento alimenticio y económico familiar, pero al mismo tiempo recuerda este espacio “nos gustaba sembrar, producir y mirar cómo nos iba bien en el año cómo crecían los elotes, nos alegrábamos cuando caía la lluvia porque eso significaba que esta temporada sí iba a ser buena”.

El ingeniero agrónomo Manuel del Jesús Caamal sostiene que en su ramo existen pocas oportunidades de empleo en la región, y si bien el sector de los agronegocios es una de las pocas fuentes, estas no ofrecen ningún tipo de manejo agroecológico “yo pensaba que no era verdad la agricultura orgánica, pero es más saludable, inclusive en mi familia hemos tenidos familiares enfermos por la exposición a los agroquímicos. Veo que si hay buena producción en la agroecología y aunque representa un poco más de trabajo, hace falta que más gente se interese por esta alternativa”.

La batalla ganada

El Colectivo de Comunidades Maya emprendió una batalla legal contra los permisos otorgados en junio de 2012 por la Secretaría de Agricultura, Ganadería, Desarrollo Rural, Pesca y Alimentación (Sagarpa, hoy Secretaría de Agricultura y Desarrollo Rural) a la empresa transnacional Monsanto para la siembra en fase comercial de 235 mil 500 hectáreas de soya genéticamente modificada, la cual constituye graves afectaciones al territorio maya.

La batalla se ganó contra el gigante de los transgénicos, pero, evalúa Álvaro Mena, la siembra de soya y de maíz modificado continúa. “Los transgénicos son sólo el síntoma de un problema más profundo, que es la agroindustria. Cuando llegaron los transgénicos a Campeche ya había unos 20 años de desmantelamiento de la agricultura campesina.

Los transgénicos llegaron al Península en el 2011 y desde la década de los ochenta había empezado la agroindustria, que en los años noventa creció de manera acelerada en la región. “Se deforestaron grandes extensiones de tierra, se instalaron sistemas de riesgo industrial, el gobierno financió la compra de grandes maquinarias y se promovió la llegada de los menonitas al mismo tiempo que la agroindustria, se hicieron manejos corruptos en la Secretaría de la Reforma Agraria para que se pudieran abrir espacios entre los ejidos y dejar disponibles tierras para los empresarios. Todo eso sucedió antes de que llegaran los transgénicos. Se estaba preparando el camino, explica Mena.

La agroindustria, añade, “no sólo entró al territorio, sino también a la mente de las personas, al paladar de la población, a la casa, a los bolsillos y a todas partes. Sería ilusorio pensar que con quitar solamente la soya transgénica del panorama se ha ganado. Y ni siquiera se quitó, se sigue sembrando de manera ilegal”.

Por eso, coinciden los entrevistados, continúan organizándose en la defensa del territorio.



Los enemigos de la milpa

Silvia Ribeiro, referente en todo el Continente Americano sobre temas de soberanía alimentaria, diversidad biológica y cultural, recursos genéticos, propiedad intelectual, biopiratería, transgénicos y globalización corporativa, no duda en señalar a los enemigo del campo: “las empresas de los agronegocios, desde las semilleras, como Monsanto, hasta los que hacen la distribución y la acumulación o almacén, como Cargill o empresas como la del exfuncionario federal Alfonso Romo, la cerealera EnerAll. A todas estas empresas les molesta el concepto de soberanía alimentaria basada en la producción campesina. Lo que quisieran es no tener ninguna traba para apropiarse del suelo, del agua, de los transportes, como sucede con el Tren Maya”

Lo que hay detrás del agronegocio, advierte la investigadora y periodista uruguaya radicada en México, “son los intereses empresariales promovidos con un falso concepto de soberanía alimentaria, basado en que producir una cantidad de alimentos evita cuestionar quién produce, cómo produce, en qué condiciones y cómo se relaciona con el territorio y el medio ambiente, cuestiones que sí está integradas en el concepto que proponen los movimientos.

La agricultura industrial, enfatiza la experta, “no es viable, y lo está probado la pandemia”, pero a empresas y gobiernos parece que no les importa. En Campeche, explica, “se junta todo: el sistema alimentario agroindustrial, que es el principal factor de deforestación, la expansión de la frontera agrícola en función de los monocultivos, de los transgénicos o híbridos y el establecimiento de empresas y de menonitas, gente que no es de la región y que no tiene ningún arraigo con ese territorio. Por eso las inundaciones han tenido el impacto tan devastador, pues han sacado agua y han tapado los lugares por los que debería de fluir”.

Para Ribeiro “hay una brutal irresponsabilidad del actual gobierno de México con la siembra de transgénicos en Campeche, porque a pesar de que ya se ganaron amparos y se presume la lucha contra Monsanto, hoy vas al campo y los compañeros te enseñan dónde hay soya transgénica o sospechas de maíz transgénico. Es una brutal irresponsabilidad de todas las instancias de fiscalización y la Comisión Intersecretarial de Bioseguridad de los Organismos Genéticamente Modificados (Cibiogem) tendría que velar por que se cumpla”.

Toda esta forma de agricultura es insostenible, indica la directora de ETC para América Latina, pues “está relacionada con los principales problemas de sustento del medio ambiente, con la destrucción de la biodiversidad, la contaminación del agua, la erosión de los suelos y la contaminación de todos los ciclos químicos. Esto en la Península de Yucatán es extraordinariamente más sensible por el sistema de suelos cársticos, es un problema geofísico”.



¿Es posible desmantelar la agroindustria?, se le pregunta. Y la respuesta es “no se puede dejar de hacerlo, porque sostenerlo es lo que produjo una pandemia que puso de cabeza al planeta, en la que nos van a matar o por Covid o por todas las medidas que trajo la cuarentena. Jamás ha habido una inversión del tamaño político y económico de contención como en esta pandemia y quieren seguir sobre el mismo sistema. El gobierno está totalmente equivocado o está trabajando junto con las empresas, que son las únicas que ganan con la destrucción”.

Pero por otro lado, sostiene, “hay mucha gente en México que realmente quiere cuidar lo que tienen y reconstruirlo. Eso es lo que se debería apoyar en las condiciones de las comunidades, no con programas que vienen desde arriba, como Sembrando Vida, que no son acordes ni con la cultura y el conocimiento de los pueblos. Los programas del gobierno que no están basados en lo que las propias comunidades no tienen ningún sentido”.

Para la investigadora la esperanza radica en que aún con todo en contra los pueblos siguen sembrando, “como lo hace Leydy Pech, ganadora del Goldman, y eso no es sólo la resistencia, es también la construcción. Hay mucha gente que no está organizada con colectivos o frentes, pero que su cotidianidad es la resistencia, viven así y siguen estableciendo relaciones comunitarias. Las comunidades son dinámicas y su corazón es la autonomía, el respeto, la decisión común y la integración en el territorio”.

 


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