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Enero Autonomo y un nuevo modo de la política

13.03.04

Nosotros los que conocemos somos desconocidos para nosotros, nosotros mismos somos desconoci­dos para nosotros mismos: esto tiene un buen funda­mento. No nos hemos buscado nunca -¿cómo iba a suceder que un día nos encontrásemos?
Nietzsche, F., La genealogía de la moral, Alianza, Madrid, 1986, p. 17. .

Enero Autónomo y la experiencia de una nueva política

Antecedentes

Enero Autónomo es otra de las experiencias colectivas surgidas en el ámbito de una ronda que desde hace más de un año se convoca a reflexionar a partir de la autonomía y sobre la base de las distintas experiencias políticas y de existencia colectiva que proliferan en nuestro país desde principios de la década de los ’90 y que precipitan en diciembre del 2001.

Se encuentra entre sus antecedentes el encuentro por la vida y la memoria contra la represión, donde se evocó la masacre de avellaneda a través de un encuentro fundado en la creatividad y la potencia que engendran la vida y la memoria.

La ronda de pensamiento autónomo y enero autónomo, surgen de la experiencia de organizaciones que conciben la dimensión territorialista de la acción política, también en el terreno de las relaciones sociales. Los colectivos convocados a la ronda, en su mayoría son experiencias de construcción, sostenimiento y expansión de experiencias basadas en el insurgente deseo de transformar las relaciones sociales, como estrategia creativa para construir nuevos mundos sobre los desechos de lo que alguna vez fue una sociedad organizada estatalmente y que la intervención feroz del mercado ha transformado irreversiblemente.

Enero Autónomo surge también en una coyuntura determinada por las intensas transformaciones en los nuevos movimientos sociales, como efecto del “ordenamiento” electoral y la posterior estrategia del gobierno para la construcción de hegemonía.
En el ámbito asambleario la coyuntura post-electoral cataliza una fragmentación que ya venía operándose. Se verifica paulatinamente el afianzamiento de conservadurismos disciplinarios hacia adentro, además de un lento drenaje de asambleístas hacia formas otras formas de participación al estilo de los CGP’s, partidos de izquierda, la constitución de otros colectivos (culturales, contrainformativos, ocupas, etc.) y/o la lisa y llana reclusión en proyectos individuales, todo lo cual ha producido una dilución de una diversidad instituyente muy habitual en los primeros tiempos asamblearios.
El ámbito piquetero que comparte el discurso autonomista, también llega al momento en que se plantea Enero Autónomo, en un proceso de fuerte confrontación hacia estilos de construcción basadas en el disciplinamiento (siempre argumentado bajo alguna nueva urgencia organizacional).

Territorialización ética

Creemos que los efectos de la cultura en la que vivimos actualmente, deben interpretarse también a nivel relacional, pues el capitalismo se ha caracterizado por su eficacia para fragmentar y dividir la trama social en modalidades relacionales propias de una lógica individual. Como respuesta a un inevitable proceso de vaciamiento y fragmentación de las identidades tradicionales, somos testigos en esta época, de una proliferación de experiencias de construcción política basadas en prácticas comunitarias y autogestivas, que a partir de la transformación subjetiva operan en el ejercicio de una nueva relacionalidad productiva.

Que los ejes de la convocatoria de Enero Autónomo hayan sido el zapatismo chiapaneco y el diecinueveeintismo argentino afirman la apuesta de estas nuevas políticas, basadas fundamentalmente en territorializaciones propiciatorias de nuevas y creativas formas de socialización y producción, que permitan poblar las fisuras del orden-genocida que se impone globalmente.

En este sentido Enero Autónomo fue la oportunidad de “inventar” un espacio de encuentro que permitió la posibilidad de practicar y experimentar modalidades de relación basadas en el deseo de producción colectivo y en la voluntad de una transformación subjetiva y política de nosotros y del mundo.
Enero Autónomo fue, para usar los términos acuñados al calor de la ronda, una experiencia propulsada a puro combustible bioafectivo.

Tal como se sostuvo en las primeras y difíciles reuniones de organización, el desafío de enero autónomo no fueron tanto los contenidos que allí circularían (hubo libertad total de propuestas) sino las condiciones “relacionales” que pudiéramos generar (entre los que organizábamos y en el encuentro) para lograr un modo diferente de producción colectiva. Y uno de los más interesantes hallazgos que nos dio esta experiencia es el “desborde” productivo que propició el territorio que inventamos. Un desborde que desde entonces no ha dejado de sorprendernos.

Para todo ello, tuvimos que enfrentarnos y en la medida de nuestras posibilidades transformar, colectiva y singularmente aquellas inercias relacionales instituidas (muchas veces en contra de nuestra voluntad) que propagan miedo, desconfianza, impotencia y sobre todo nos impiden soñar y hacer junto a otros, un mundo distinto.
De alguna manera todos los que hicimos enero autónomo, nos animamos a un caminar preguntando que nos transformó, a través de una práctica territorial, efectiva y concreta (y con acciones todavía productivas), a partir de la condición absoluta de cuestionar nuestros prejuicios (que habitualmente consideramos saberes) y poder confrontarnos con un orden de realidad que reproducimos aún sin saberlo.

Para ello fue imprescindible asumir la insubordinación a cualquier supuesto saber o supuesto hacer, en los sentidos más académicos y políticamente tradicionales, y apostar a generar las condiciones para propiciar la expresión de diferentes saberes y prácticas. Esta apuesta a transformar las condiciones de existencia colectivamente nos ha permitido experimentar (como ha sido habitual en la ronda) nuevas potencias de pensamiento y práctica.
También, hay que decirlo, esta modalidad de construcción nos ha confrontado con cuestiones que la política tradicional en su tajante división de lo público y lo privado tiende a ocultar, pero que en el contexto del evento permitieron (a quien quisiera verlo) a asumir nuestras a veces patéticas fisuras. Al concebir el espacio como un territorio existencial, pudimos intervenir sobre la marcha, en la reflexión e intervención de cuestiones privilegiadas del modo de construcción política que la política tradicional invisibiliza.

La mutación del capitalismo global operada en los últimos decenios nos obliga a asumir los efectos del desmantelamiento de la mayoría de instituciones que tradicionalmente han sido el soporte material de la subjetividad durante la modernidad.

Es por eso que las nuevas formas de lo político de las cuales estamos siendo a la vez testigos y protagonistas, se producen a partir de una apuesta territorial, fundada en una afirmación ética (sin garantías como toda apuesta ética) y un respeto absoluto por el hacer colectivo y singular (aún cuando sea conflictivo y problemático), en un clima que en la ronda hemos caracterizando como de “confianza” y cuya puesta en acto produce una potente experiencia existencial, de pensamiento y prácticas.

Transformación y producción subjetiva, ejes de la experiencia biopolítica

La presencia del arte en enero autónomo, que no en vano se constituyó como el primer grupo de organización del evento, generó condiciones que multiplicaron las posibilidades expresivas (y productivas) de la multitud convocada.

La apertura y el cierre del evento, concebidos desde una dimensión corporal y lúdica, confirmaron la importancia política que tiene para una apuesta ética como la que propiciamos, la multiplicación de distintos planos de expresión y relacionalidad.

De este modo, y quizás sin proponérnoslo explícitamente, descubrimos que múltiples planos de expresión, que no tienen asidero en las formas tradicionales de la política, estimulan de una manera particular el pensamiento y las prácticas a partir de un modo singular de encuentro.

La apuesta convivencial a cuatro días de campamento, así como la inclusión en el encuentro de nuestros hijos, tuvo la intención deliberada de borrar la división del tiempo en el típico tiempo “público” del encuentro político y el tiempo privado de la intimidad-individual y nos permitieron experimentar en carne propia que lo personal es político, y sobre todo visualizar los basamento de una nueva existencia política posible, donde los valores y la vida son producidos comunitariamente.

La realización de las actividades (más de 70 talleres), también quedó supeditada a un puro tiempo humano, que para desgracia de aquellos que se aferran a la seguridad del reloj resultó un tanto incómodo, pero en la práctica nos permitió implementar encuentros no previstos (como por ejemplo tratar el asuntos “fuera de programa”) y sobre todo estar sensibles a cuestiones que se venían dando durante el encuentro para aumentar la riqueza de las discusiones.
El horizonte, el pensamiento y las prácticas que desarrollamos nunca dejaron de estar concebidos bajo las coordenadas de lo que ocurría en la situación misma del evento.

En los talleres, deliberadamente rechazamos ejercer una función disciplinaria o burocrática para su gestión, lo que determinó asumir que todos éramos protagonistas de los mismos. La realización efectiva de la mayoría de los talleres, el agregado de nuevas actividades sobre la marcha y la sorpresa de algún taller que se realizó aún ante la ausencia de quien lo convocaba, confirmaron el éxito de organizar el encuentro bajo la hipótesis de que todos en enero autónomo éramos protagonistas. De este modo operamos en antagonía a toda lógica instrumental, que supone el mundo como dado y no en continua producción.

La concepción autogestiva de todas las actividades (desde la limpieza de los baños, hasta la realización de un taller), posibilitaron que no se constituyeran “centros de poder” desde cuyo “control” se pudiera influenciar el colectivo. Podemos decir que la horizontalidad en enero autónomo, fue esencialmente productiva.

Hacer de Roca Negra un espacio habitable, nombrar y embellecer lugares, disponer de luz y agua en forma permanente, establecer cocinas, baños, sala de primeros auxilios, significó formar parte de una experiencia de territorialización concreta, cuya gran enseñanza es que es posible concebir la producción comunitaria, a partir de espacios de encuentro donde no se tenga como objetivo encuadrar disciplinariamente a nadie, sino que, soportando las inevitables diferencias, se apueste a la estimulación de los deseos productivos de la multitud, en un clima de fraternal confianza.

El “lugar” que construimos en Enero Autónomo (a nivel material y relacional) fue la llave que nos permitió engendrar las condiciones de habitabilidad y producción que caracterizaron a Roca Negra durante esos días y que muestran el camino de un modo posible de articulación productiva de colectivos.

En enero autónomo la vida se produjo en comunidad. No hubo (más allá de las necesarias reuniones de organización), ninguna instancia directiva que “bajara línea” respecto de lo que hacer en tal o cual cuestión. Se apeló al saber y a las prácticas producidas colectivamente, aún en aquellas situaciones conflictivas que requirieron de nuestra paciencia y no sin acaloradas discusiones.

Que la comisión de seguridad, cambiara su nombre por el de convivencia, nos da otra pista de la intención deliberada de no fundarnos en un ordenamiento moral y defensivo sino la apuesta ética a la relacionalidad productiva como fundamento del territorio.

A través de la confianza, concebida no como un atributo más de nuestras relaciones, sino como el eje mismo de nuestras existencias y prácticas, pudimos confrontarnos con realidades (singulares y colectivas) que gracias al colectivo funcionando como espejo, fueron motivo de reflexión e intervención.

La diversidad a través de múltiples planos de expresión y producción produjo un contraste notable y estimulante de discursos y estéticas. De manera sutil, la presencia de una “otredad productiva”, estimuló el cuestionamiento de nuestras identidades, paso previo y necesario para cualquier producción colectiva autónoma..

La felicidad eneroautonomista (esa sentimentalidad de la cual muchos dimos testimonio), puede pensarse como el efecto de haber generado condiciones afirmativas para la producción colectiva, neutralizando la inercia crítica reactiva e impotentizante que suelen ser el fundamento de modos de construcción política tradicionales.

El considerar la autonomía como el fundamento de nuestras prácticas, concebir las relaciones dentro de las organizaciones como un problema político, abrir la expresión a distintos planos, hacer del encuentro un espacio de convivencia, etc., permitieron transformar temporalmente las condiciones de existencia en enero autónomo, habilitando nuevas modalidades de pensamiento, prácticas y afectos.

Esta concepción biopolítica del territorio, es la base de una nueva materialidad subjetiva, que en respuesta a la fragmentación e individuación imperantes, se constituye en zonas de insurgencia ética y productiva, liberándose de las tradicionales fórmulas moralistas y/o subordinantes a alguna jerarquía, para experimentar nuevos modos de producción y existencia.

La apuesta biopolítica de enero autónomo a través de un territorio viviente que produce pensamientos, prácticas y afectos, nos permitió dar cuenta de la existencia de alternativas posibles para la construcción de espacios de articulación productiva y comunitaria, de una multitud que (no nos cabe la menor duda) ya está auspiciando nuevos mundos.

Martin K. marzo 2004


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