* Psicoanalista y escritora
María Soledad Marita Paulina Wanda Lucía Carolina Micaela Úrsula Ivana Guadalupe
La lista llevaría interminables hojas. Cada una es un escándalo que pasa.
Una joven pide ayuda ante la mirada lenta y cansina de la gente en la calle. Una joven huye de su asesino y perseguidor. Es el final de una cadena de torturas. La acuchilla en el pecho a la vista de todos. ¿Qué tiene que ocurrir, qué hace falta, para que estas escenas insoportables no sean la cotidiana vida real ante la tolerancia anestesiada que se lamenta o ni siquiera, y se dedica a esperar a la siguiente?
¿Cuántas son las matadas?
Cada nombre
De este genocidio que no acaba nunca
Que es todos los tiempos todos los países
Somos todas las que éramos las que vamos cayendo una tras otra ¿cuáles serían los números si nos contáramos todas cada una, cuántas alcanzaríamos a ser?
Ser mujer: llegar a serlo, escribió Simone.
No dejar de serlo, también. No ser más cuerpo destinado a mutilaciones, ventas, intercambios, no más cuerpo rehén del Patriarcado. No más las matadas de la Historia, no más crueldad. Llegaremos a serlo cuando acabe esta brutalidad a cielo abierto que parece que se tolera tan fácilmente. Queremos, luchamos, por ser repatriadas a la categoría de ciudadanas con igualdad de Derechos. Sabemos que aún no lo somos.
La que se entrega. La que resiste. La que huye.
La que pide ayuda. La que no. La que lucha, la que se cansa de hacerlo, la que se culpa por hacerlo, la que tolera el castigo. Queremos el nombre propio para la vida propia. No para la lista interminable de matadas. Nos libramos ya hace tiempo de la categoría de “crimen pasional” sin embargo la Justicia sigue funcionando como si perviviera. Feminicidio es el nombre. Hay que decirlo.
Hablamos de feminicidio para especificar en el mismo término las lógicas de opresión y de distribución del poder. Femicidio, equiparado casi a homicidio, no tiene esa especificidad. Hablar de feminicidio implica situar esos crímenes como delitos de lesa humanidad. Permite visibilizar la responsabilidad del Estado como habilitador o propiciador de impunidad. Marcela Lagarde lo conceptualiza muy bien, feminicidio hace referencia a crímenes, desapariciones, secuestros , violencias contra las mujeres, en las cuales el Estado permite por acción u omisión. Son crímenes motivados por el odio y el desprecio hacia las mujeres por el hecho de serlo. Feminicidio es una categoría política que surge creo en el 74-76 y que cobra absoluta centralidad a partir de las matanzas de mujeres en ciudad Juarez, Mexico, a fines de los noventa- 15 años después surge en nuestro país el Ni Una Menos.
El slogan «Paren de matarnos» es parte del problema.
Paren de permitirlo en todo caso, de alentarlo, tolerarlo, avalarlo. Paren aquellos que tienen algo, un poco o mucho de responsabilidad.
El poder participa, encubre, es cómplice y parte tantas veces.
La multitud feminista está hecha de calles y conversaciones interminables. La marea verde lo sabe. Sabe de clandestinidades, resistencias, silencios, supervivencias a veces tortuosas y a veces magníficas. En una misma vida. En cada una de nuestras vidas. En cada uno de nuestros linajes.
Conciencia feminista. No perspectiva de género. Conciencia de una cierta forma de administrar el poder, de maneras visibles e invisibles, conciencia del sistema de opresión que nos opera desde afuera y desde adentro (eso es el patriarcado).
Transformación revolucionaria de la cultura, las teorías y las prácticas. De los vínculos, del amor, la sexualidad y la crianza. Pero es tanto lo que falta.
Falta dejar de ser las matadas. No son las muertas. Son las matadas que en cada uno de sus nombres propios encarnan el hecho de que ser mujer es una búsqueda y conquista interminable de lo propio, siempre bajo amenaza. Falta dejar de vivir bajo velorio permanente, como dice Marianella Manconi.
Las mujeres nunca pudimos hacer, desear ni pensar cualquier cosa. Nuestra potencia ha sido y sigue siendo lucha y conquista. Y estamos revisando todo, desde la raíz. También el cuento del príncipe azul y el mito del amor romántico, la madre perfecta y abnegada, la idea de naturaleza femenina, la representación que fija lo femenino a ser madre, y a establecerse en la renuncia a la vida propia, todas las versiones que hacen del cuerpo de las mujeres espacio capturado de trabajo para la felicidad de otros. Cuerpo condenado a ser objeto de posesión exclusivo para el deseo del hombre, para la sumisión, para la violencia, para la muerte.
La potencia de las mujeres se inscribe en el colectivo feminista. Es con otras. Y eso, tantas veces, nos salva.
El feminismo es una teoría política y una lógica de activación. Los feminismos desarticulan lógicas de sumisión, las visibilizan, las desmontan, luchan contra ellas.
El patriarcado es producción y reproducción naturalizadora de desigualdad fundamentada en la primacía de un género sobre otros.
Establece una división entre lo que vale y lo que es descarte. Nos matan como piezas de descarte, y matarnos es una forma también de disciplinar. Nos disciplinan también con culpa y violencia. Verificamos una y otra vez la amenaza, el peligro. La indefensión y la sumisión también se construyen y se aprenden.
La conciencia feminista no es perspectiva de género. No es “una” perspectiva. Es advertir la filigrana de desigualdades de las que está hecha el mundo. En todos los planos que nos opera, que nos moldea. Es advertir que el patriarcado es un modo de subjetivar en una lógica de opresión a mujeres y disidencias. Desarmarlo, implica un trabajo muy arduo y laborioso de revisión y transformación de esas lógicas machistas incrustadas en nuestra subjetividad. Es un trabajo singular, de cada uno, y colectivo.
Nos enfrentamos una vez más a una versión del Negacionismo. Me refiero al dudar de nuestras percepciones y pactar con la desmentida. Justificar y sostener al opresor. Transformar a las víctimas en sujetos exagerados, disminuir o alterar la verdad de lo ocurrido y de lo que está ocurriendo ¿lo haríamos con las víctimas del Holocausto? O del Terrorismo de Estado? ¿Nos atreveríamos a suponerles la culpa de lo padecido? ¿Tenemos que probar inocencia? Ser mujer es vivir desde el principio hasta el final en un campo de pruebas. Esta es solo una parte de nuestra agenda de pruebas:
«La prueba de amor», con las obligatoriedades que se imponían, en nombre del amor, inscribiendo el inicio sexual en una lógica de dominación.
El embarazo: «la prueba del delito», el delito de ser mujer y desear.
El daño y la urgencia médica: la «prueba del aborto clandestino», realizado en condiciones indignas, desamparadas y en soledad.
La prueba de que la decisión de una mujer es el “único y último recurso, justificado medicamente”, por ejemplo para decidir ligarse las trompas. Único modo de traspasar el argumento de la “objeción de conciencia”, con el que los cirujanos muchas veces se oponen a realizar una práctica que ya es es un derecho. Un ejemplo nomás de que la vida no es la preocupación de quienes se oponen al acceso y ejercicio de nuestros derechos sexuales y reproductivos, y que el derecho de las mujeres de gobernar la propia vida no es en lo más mínimo un punto de partida.
La prueba de la “buena madre”, la “madraza”, aquella que deja y posterga todo por cuidar y criar a sus “cachorros”.
El cuerpo seductor, como la «prueba de la provocación» que autorizaría, siempre, el avance o la intromisión del hombre. El derecho del hombre a imponer su deseo allí.
«La prueba judicial»: la prueba que logre determinar la existencia de la violación y el abuso.
La aprobación social y el espejo como prueba de ajuste del cuerpo a la hegemonía normativizante de la imagen.
Por ultimo, respecto a los feminicidios, tenemos que estar muy atentos a esta tendencia nada nueva pero muy actual a Psicopatologizar o llamar a “contener” a los feminicidas, como hace Berni por ejemplo, que también es un modo de disciplinar y re-violentar. Hay que decirlo: la violencia contra las mujeres no es una enfermedad, no es una “pandemia”. Sí es un genocidio a lo largo de la Historia, y es un genocidio invisibilizado como tal.
Hace falta reformular no únicamente el sistema judicial. Todos aquellos sistemas en que ser mujer es tener como agenda ese estado básico de alerta que incorporamos desde pequeñas bajo la forma de representaciónes de crimen y de castigo («merecido»).Nosotras siempre estamos en tela de juicio y tantas veces bajo condena.
El lenguaje se amplia, se modifica, y vemos que esas transformaciones, alteraciones, nuevos nombres y palabras, visibilizan dispositivos inconscientes o naturalizados, de reparto y distribución del poder. Nuevas representaciones sociales, nuevas representaciones psíquicas. La lucha por la legalización del aborto fue también la lucha y la disputa por las palabras. La palabra vida por ejemplo. El feminismo es el trabajo de armado de un nuevo sujeto político, que lucha por la ampliación y reconocimiento de sus derechos. Son revoluciones del lenguaje y modifican nuestras teorías. Una verdadera revolución empieza, concluye, y se instala definitivamente en el lenguaje. El lenguaje se modifica y se amplia cuando permite visibilizar y desnaturalizar alguna opresión. A veces frente al riesgo de caer en banalizaciones o slogans que se vacían de contenido, o distraen.
No nos mueve el deseo (en todo caso eso nos mueve a todos, también a los asesinos dice Cristina Lobaiza). Nos mueve la conciencia feminista.
(Gracias a Cristina Lobaiza y Marianella Manconi, compañeras, maestras, interlocutoras. De Cristina Lobaiza aprendí y aprendo todo el tiempo, es psicóloga y activista, les recomiendo fuertemente seguirla. El término matadas, y tantas otras cosas que digo aquí, le pertenecen a ella. Las aprendí de ella. Marianella Manconi también me enseña un montón, además de ser una gran amiga).