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La Revolución francesa de 1848. Dossier

Lindsay Ayling y Pablo Scotto Benito  :: 28.02.21

Reproducimos un artículo (y publicamos un comentario inédito sobre este) que versan sobre un precedente casi inmediato y ciertamente influyente en la Comuna de 1871

La Revolución francesa de 1848. Dossier


27/02/2021


[Con motivo del 150 aniversario de la Comuna de París, desde Sin Permiso iremos recogiendo artículos relacionados con la efeméride. En este caso, reproducimos un artículo (y publicamos un comentario inédito sobre este) que versan sobre un precedente casi inmediato y ciertamente influyente en la Comuna de 1871: la Revolución de 1848. SP]

¿Provocó intencionadamente la Segunda República francesa una guerra de clases?

Lindsay Ayling

Los primeros cuatro meses de la Segunda República Francesa estuvieron marcados por la escalada de tensión entre una clase política burguesa en la cual los representantes del centro-derecha consolidaban cada vez más su poder y un movimiento de clase obrera y radical capaz de movilizar rápidamente enormes masas de manifestantes en las calles. Estas tensiones explotaron cuando la Comisión Ejecutiva anunció su intención de cerrar los Talleres Nacionales [ateliers nationaux], un programa social a gran escala destinado a garantizar el empleo universal. El anuncio del cierre desencadenó un conflicto de clase muy intenso, que se conoce como las Jornadas de Junio de 1848. Después de una lucha reñida y finalmente derrotada, Karl Marx propuso la teoría de que la Segunda República había provocado deliberadamente la insurrección, con el fin de minar el poder que la clase obrera había logrado desde las barricadas de Febrero[1]. Los historiadores se pasaron décadas acumulando evidencias que apoyaran la tesis de Marx[2], pero en el último medio siglo esta teoría parece que ha desaparecido del radar académico. Los historiadores sociales de los 1970 examinaron a fondo los argumentos de Marx sobre el carácter de clase de esas luchas, pero dejaron de lado la tesis de la provocación y, actualmente, tienden a señalar la incompetencia del gobierno sin considerar la posibilidad de una provocación deliberada. Aún así, los informes policiales, la correspondencia entre la Prefectura de Policía y la Comisión Ejecutiva, y las memorias de los funcionarios de la Segunda República ofrecen evidencias convincentes de que algunas autoridades 1) sabían que cerrar los talleres desencadenaría una revuelta y 2) que buscaban cerrarlos precisamente por esa razón. Mi intención es argumentar que los académicos han abandonado la tesis de la provocación sin haberla refutado antes con precisión y que el caso merece un examen más concienzudo.

Un factor que puede haber contribuído a la actual falta de interés en la tesis de la provocación quizás sea que la pregunta no es muy adecuada respecto a los parámetros metodológicos de la historia social, la cual dominó el panorama académico sobre las Jornadas de Junio durante los 1970. La aproximación estadística de los historiadores sociales fue mucho más efectiva en la evaluación de la lectura marxiana de las Jornadas de Junio como una guerra de clases. Por ejemplo, en su estudio de los grupos que combatieron en las Jornadas de Junio, Charles Tilly y Lynn H. Lees ofrecieron un desglose detallado de la participación en la insurrección por sector; por geografía; por pertenencia a los talleres, a la Guardia Nacional y a las sociedades de trabajadores. Aunque ofrecieron una visión de las profesiones de los rebeldes de las Jornadas de Junio más matizada, concluyeron que Marx tenía “razón en lo esencial” al caracterizar el conflicto como una lucha entre dos clases sociales distintas[3]. También debatieron hasta qué punto la manera en que se cerraron los talleres representó “una indignidad final” para muchos artesanos que se habían unido a estos como medida de alivio ante el desempleo, pero no lo hicieron acerca de las motivaciones del gobierno[4]. Aunque el destacado historiador social Roger Price se refirió a la decisión de cerrar los talleres como una “elección de la confrontación armada”, no afirmó que se tratara de un intento calculado de incitación a la revuelta; aún así, escribió vagamente que “la manera en que se decretó la disolución revelaba tanto la incompetencia del gobierno como también el deseo general de los conservadores de terminar con una situación incierta”[5].

Desde los 1970, los historiadores han adoptado, por lo general, una visión similar. Culpan al gobierno por anunciar de forma abrupta la disolución de los talleres en el Moniteur y sin que hubiera un debate público o una explicación oficial hacia aquellos cuya supervivencia dependía de estos ingresos. Mientras los académicos critican, por lo general, la falta de destreza del gobierno, no comentan sino de pasada (si es que lo hacen) la tesis de la provocación. Maurice Agulhon escribió que la Comisión Ejecutiva decide cerrar los talleres cuando “sucumbe finalmente a la presión de la Asamblea”. Cree que la Asamblea buscaba “venganza” por la ocupación obrera de la Asamblea el 15 de Mayo, pero no se detiene en la posibilidad de que algunos representantes específicos estuvieran intentando forzar una lucha con el proletariado[6]. En un trabajo más reciente, Mark Traugott argumenta que, tras el despido del director del taller Emile Thomas el 24 de Mayo por parte de algunos representantes, la hostilidad del gobierno hacia los talleres provocó una pérdida de la capacidad de influencia sobre sus miembros, llevando a una escalada rápida que fue de la desobediencia civil a la rebelión. Y concluye que “el gobierno asistió a la profecía autocumplida de su miedo a que los talleres se volvieran en su contra”[7], pero no llega a evaluar el supuesto de una provocación deliberada.

Por su parte, los historiadores marxistas que defendieron la tesis de la provocación citaron sobre todo las memorias de Maxime du Camp, un parisino de clase alta que luchó junto a la Guardia Nacional durante la insurrección. Antes de las Jornadas de Junio, du Camp escribió que “todo el mundo se quejaba” de los Talleres Nacionales. Por «todo el mundo» se refería, parece, a los jefes, al Prefecto de Policía y a la Guardia Nacional, pues expone las quejas de estos tres grupos. Luego describe el miedo que se extendió por los representantes de gobierno cuando supieron que los radicales estaban fabricando armas en secreto y que intentaron producir un levantamiento durante un banquete popular planeado para Julio[8]. Michel Goudchaux, que ocupó el cargo de Ministro de Finanzas y fue Diputado de la Asamblea Nacional durante las Jornadas de Junio, informó supuestamente a Camp de que el gobierno no quería prohibir el banquete. Es decir, no quería que se repetieran los eventos de las Jornadas de Febrero, cuando el gobierno intentó cancelar un «banquete de reforma» organizado por algunos regimientos de clase baja de la Guardia Nacional y que provocó la revuelta que culminó en el derrocamiento de la Monarquía de Julio. En su lugar, la Segunda República, “decidió acelerar la disolución de los Talleres Nacionales, con el fin de establecer un combate inmediato y vencer al ejército insurreccional antes de que estuviera completamente organizado”[9].

No debemos tomarnos a la ligera la confesión de Michel Goudchaux, pues jugó un papel bastante significativo en el cierre de los talleres. El 15 de junio, la Asamblea Nacional debatía acerca de los planes de Francia para colonizar Argelia cuando éste tomó la palabra. Los planes de colonización eran, por lo general, una buena idea —argumentaba— pero él tenía una propuesta diferente. “Es urgente, en mi opinión, disolver inmediatamente los Talleres Nacionales”. En un discurso largo (que el presidente de la Asamblea le permitió hacer, frente a las repetidas objeciones que argumentaban que no tenía nada que ver con Argelia) Goudchaux lamenta la mentalidad de la clase trabajadora. Desde el 24 de febrero, protesta, “los trabajadores han dejado de ser honestos”. Antes, “se resignaban a dedicarse simplemente a su agotador y duro trabajo”. Últimamente, en cambio, los que predicaban ciertas doctrinas habían convencido a los trabajadores de que, si se negaban a trabajar, podrían pedir más[10].

En la Asamblea Nacional conservadora electa en Abril, Goudchaux encontró muchos apoyos a su perorata contra la mentalidad de la clase trabajadora, si bien ni él ni sus partidarios dieron una explicación completa de por qué veían urgente que un tema tan inconexo interrumpiera el debate. En cambio, Goudchaux advirtió vagamente que, si la Asamblea no resolvía el asunto de los talleres, “la República perecerá…Les puedo hablar sobre los efectos profundos que esto tendría, pero no lo haré porque no les quiero asustar demasiado”[11]. Es muy probable que realmente creyera que la República caería si los Talleres Nacionales no se disolvían inmediatamente; como parece que le comentó a Maxime du Camp décadas despúes, creía que los radicales estaban preparando una revuelta durante el banquete de Julio.

Los informes contemporáneos de la policía certifican que Goudchaux no era el único al que le preocupaban estos asuntos. Justo dos días antes de que interrumpiera el debate sobre Argelia, un oficial de policía parisino llamado P. Carlier, presentó un informe sobre la cercana celebración del banquete. Extremistas considerables, escribió Carlier, esperaban celebrar su “famoso banquete” el 14 de julio, a fin de hacerlo coincidir con el aniversario de la toma de la Bastilla, si bien algunos miembros de los Talleres Nacionales preferían que se celebrara un domingo. En cualquier caso, el asunto es motivo de una preocupación extrema —advirtió—, pues sería utilizado como pretexto para un golpe de estado. Aún así, el gobierno podía darle la vuelta a la situación en su favor, argumentaba, y “recuperar todo el poder que ha perdido en los últimos tiempos si prohibe directamente este banquete”. La semana anterior, Carlier había instado la detención de los políticos socialistas que componían la Comisión Luxemburgo, pero el Jefe municipal de Polícía había rechazado la propuesta[12]. El Prefecto de Policía Trouvé-Chauvel expresó una preocupación similar en sus informes a la Comisión Ejecutiva. El 13 de junio informó de la celebración, sin incidentes, de un banquete popular, pero mostró preocupación por “otros”, especialmente por el que sabía con certeza se iba a celebrar el 14 de julio. Anotó, asimismo, que estaban involucrados el anarquista Proudhon y el socialista Lagrange[13].

La correspondencia interna de las autoridades parisinas apoya también la tesis de Marx de que los intereses de clase —y la inquietud derivada del nuevo poder de la clase trabajadora— influyeron en el deseo del gobierno de tomar parte en las hostilidades con los Talleres Nacionales. El 25 de mayo, Trouvé-Chauvel informó a la Comisión Ejecutiva acerca de lo que llamó un “gran evento”; un grupo de trabajadores de la industria textil (concretamente, de la fabricación de sombreros) pidieron a sus patrones salarios más altos. A pesar de que ganaban salarios de 7 a 8 francos de media al día (lo cual consideraba “ya muy elevados”), iban a la huelga. Alertó al director del Taller, Emile Thomas, de que los huelguistas tenían en mente inscribirse en los Talleres Nacionales[14]. Al asegurar los salarios, los Talleres Nacionales aumentaban el poder negociador de los trabajadores. Incluso si no tenían intención de ir a la huelga, saber que podían hacerlo sin miedo a morir de hambre suponía para los empleados un incentivo para sentarse en la mesa de negociación. Al incluir la posibilidad de una huelga en uno de sus informes al cuerpo nacional ejecutivo —el cual acostumbraba centrarse en el análisis de las probabilidades de una insurrección y en la capacidad de reacción del gobierno— el Prefecto de Policía revelaba su creencia de que la acción laboral colectiva debía considerarse una amenaza para la seguridad nacional.

Cuatro días más tarde, Trouvé-Chauvel expresó sin rodeos sus lealtades de clase. En un informe del 29 de mayo sobre las agitadas manifestaciones de París, afirmó que la Guardia Nacional “está lista para actuar con energía; porque todos los ciudadanos que tienen algún interés de tipo industrial o comercial prefieren una crisis violenta a un estado de letargo que sin duda seguirá carcomiéndolos”. También escribió que la enorme masa de manifestantes de la noche contenía a numerosos “individuos mal intencionados” y refirió sus cánticos contra la burguesía y los aristócratas. El Prefecto de Policía también se quejó extensamente de la “falta de energía” del gobierno, argumentando que “las medias tintas y las vacilaciones desmoralizan a los buenos ciudadanos, alientan a los perturbadores y hacen que la más completa anarquía sea cada día más inminente”[15]. En este informe, Trouvé-Chauvel no se limitó a declarar su deseo de defender los intereses de la clase alta contra los trabajadores pobres; argumentó claramente en favor de una guerra civil y de clases en las calles de la ciudad de la que él era el encargado de mantener el orden.

Un académico que se ha posicionado directamente en contra de la tesis de la provocación es Frederick de Luna, que afirma que no habría sido una estrategia lógica por parte del gobierno incitar a otra batalla tan cercana a la reciente Revolución de Febrero. En general, argumenta que no hay evidencia de que la Segunda República tuviera la pretensión de que su decreto desencadenara una insurrección y defiende que “la tesis de la provocación descansa sobre una suposición ahistórica que sugiere que el triunfo del gobierno era inevitable, cuando de hecho esto estaba en duda desde hacía tiempo y, al final, fueron necesarios cuatro días de duros combates para derrotar a los insurgentes”. A continuación (y, en cierto modo, de manera algo contradictoria), Luna argumenta que cualquier afán por parte de los diputados de participar en una batalla callejera estaba justificado en la medida en que la izquierda estaba preparando una insurrección[16].

Si el gobierno estaba convencido de que tendría que enfrentarse inevitablemente a un levantamiento, sin duda adelantarse a él provocándolo parece un movimiento menos arriesgado que esperar a que los radicales actuaran libremente. Además, Luna asume erróneamente que la Segunda República había juzgado correctamente la fuerza del levantamiento. Su punto de referencia más cercano para conocer las posibilidades de la izquierda radical sería el 15 de mayo, cuando una muchedumbre ocupó temporalmente la Asamblea Nacional. Los manifestantes no estaban preparados para participar en un conflicto armado y se dispersaron rápidamente en cuanto la Asamblea consiguió contactar a los regimientos de la Guardia National de los distritos más ricos de París[17].

Aunque Maxime du Camp publicó los comentarios de Goudchaux sobre la disolución de los talleres para legitimar un combate armado con los trabajadores, adoptó una posición similar a la de Luna. Du Camp, que se refirió a Goudchaux como un hombre “muy honorable”, defendió que este no había mentido, pero cuestionó la memoria del entonces ministro. “Creo que había menos maquiavelismo en todo eso”, escribió Camp, “la exasperación universal fue suficiente para cegar las inteligencias y movilizar una severidad peligrosa: ‘Los Talleres Nacionales deben ser disueltos’, dijo Goudchaux; ‘Sí, esta situación debe terminar’, añadió M. de Falloux”[18].

Es posible, sin embargo, que el gobierno actuara de manera tanto incompetente como maliciosa. Incompetente porque la fuerza de la rebelión parece que sorprendió a los representantes, y maliciosa porque el levantamiento en sí mismo era muy predecible. Cuando el decreto de disolución fue publicado en el Moniteur del 21 de junio, el Ministro del Interior Recurt destacó: “la insurrección es mañana”[19]. Falló por un día.

Los informes de la Prefectura de Policía a la Comisión Ejecutiva dejan claro que el gobierno entendía —desde casi un mes antes de las Jornadas de Junio— que cerrar los Talleres Nacionales provocaría un conflicto armado entre los trabajadores y el gobierno. Y lo entendieron así porque la Segunda República había intentado ya cerrar los talleres una vez, y las consiguientes protestas los convencieron de que había que dejar de lado el plan. El 24 de mayo, la Comisión Ejecutiva ordenó que el entonces director de los talleres, Emile Thomas, iniciara los trámites para concluir el programa que había supervisado. Además de terminar con su empleo, el plan de la Comisión habría impuesto las mismas condiciones draconianas que luego motivarían a miles de personas a tomar las calles el 22 de junio. A saber: deportar a los trabajadores que habían residido en París durante menos de 6 meses y obligar a los más jóvenes a alistarse en el servicio militar. Emile Thomas era relativamente conservador; había logrado su puesto porque muchos miembros de la Asamblea temían que Louis Blanc, quien inicialmente había propuesto el programa, lo convirtiera en un experimento socialista. Sin embargo, Thomas pensaba que las órdenes de la Comisión Ejecutiva eran demasiado duras. Se negó a llevarlas a cabo, momento en que este representante legítimamente elegido fue arrestado de inmediato y trasladado a Burdeos, donde no pudo revelar la naturaleza de los planes para terminar con los talleres.

Cuando la gente se enteró de la desaparición de Thomas, las acertadas sospechas de algunos miembros de los Talleres Nacionales los llevaron a salir a la calle. El 27 de mayo, enormes masas de gente se reunieron para exigir conocer los motivos de la detención de Thomas. En un informe a la Comisión Ejecutiva, la Prefectura de Policía declara, directamente, que “muchos decían que tenían armas y munición y que derrocarían al gobierno si este cerraba los Talleres Nacionales”. A las 7 de la mañana del día siguiente, los trabajadores se reunieron en varias localizaciones alrededor de París para continuar las manifestaciones. Los informes de la policía decían que los miembros de los talleres estaban muy agitados y que el objetivo de las protestas era mantener la actual organización de los Talleres Nacionales. El informe mencionaba también el miedo generalizado a que los “anarquistas” se prepararan para alzarse contra el gobierno y la burguesía, si bien no habían escogido aún una fecha concreta[20]. Cuando, una década más tarde, Maxime du Camp escribe sobre esta semana de protestas, destaca que los trabajadores cantaban “¡abajo con los burgueses! ¡Abajo con los aristócratas [aristos]!” También describió las manifestaciones como “el prefacio a la insurrección de Junio”[21].

Parece que tanto los representantes del gobierno, como los trabajadores radicales y también los miembros de la Guardia Nacional reconocían las altas probabilidades de que el cierre de los Talleres Nacionales desencadenaría una revuelta. Ya habían visto la fuerza de la reacción de la clase trabajadora cuando simplemente se sospechaba el futuro cierre de los talleres. En ese momento, la gente no conocía los planes del gobierno relacionados con la deportación y el servicio militar obligatorio. Algo menos de un mes más tarde, la Comisión Ejecutiva continuó con un plan idéntico al que ya habían presentado en Mayo. Las tensiones no cesaron en ese momento. Las masas siguieron manifestándose en las calles. El 6 de junio, un nuevo periódico llamado el Tocsin des Travailleurs, dejaba claro en su primer número que el gobierno estaba preparando la disolución de los Talleres Nacionales y que los trabajadores debían hacer sonar las sirenas de alarma [tocsin], una señal de la época revolucionaria que anunciaba la revuelta[22]. Las únicas circunstancias significativamente diferentes eran que el gobierno había desplegado más tropas alrededor de París, y que algunos representantes destacados, desde algunos ministros y otros diputados hasta el Prefecto de Policía —alarmados sobre la posibilidad de un banquete popular el 14 de julio— estaban presionando cada vez más a la Comisión Ejecutiva para que disolviera los talleres.

Incluso después de emitir su fatídico decreto, el gobierno tenía aún una oportunidad más para prevenir la revuelta. Fue el miedo a la deportación lo que motivó a muchos trabajadores a tomar las calles el 22 de junio. A lo largo del día, los informes policiales se hacen eco de que varios grupos de manifestantes cantan “¡no nos marcharemos!”. Un oficial de policía escuchó que la gente decía “no nos marcharemos al Solonge [donde el gobierno proponía enviarlos]” y “preferimos morir aquí”[23]. Uno de estos grupos de manifestantes, compuesto aproximadamente de 500 personas, marchó hacia el Palacio Luxemburgo, ocupó el Jardin des Plantes y exigió reunirse con la Comisión Ejecutiva. Se permitió la entrada de cinco miembros de los Talleres Nacionales en calidad de representantes del grupo, pero el único miembro de la Comisión Ejecutiva que estaba en la residencia en ese momento era Marie, el Ministro de Obras Públicas. Marie, que se oponía vehementemente a los talleres, entró en cólera al reconocer que el líder de la delegación, el lugarteniente en los Talleres Nacionales Pujol, había participado en la ocupación popular de la Asamblea Nacional el 15 de mayo. La conversación empeoró rápidamente, y Marie exclamó la célebre frase “si los trabajadores no quieren irse a las provincias, les obligaremos a irse por la fuerza… ¿me oyes? ¡Por la fuerza!”[24] La respuesta de Marie a Pujol refleja un odio meditado hacia unos trabajadores cuyas vidas se verían rotas y cuya mera supervivencia estaba amenazada por las políticas que estaba implementando. Aún teniendo la posibilidad de apaciguar las tensiones con los manifestantes, en su lugar les incitó a que se rebelaran.

Aunque no hay evidencia de que los líderes del gobierno se sentaran a cartografiar el levantamiento de las Jornadas de Junio y a coordinar su respuesta, parece que, al menos, se sabía implícitamente que el cierre de los talleres incitaría a una insurrección. La Comisión Ejecutiva ya lo había entendido en mayo, cuando fracasó su primer intento, y nada sugería que los trabajadores fueran a ser más receptivos en Junio. Además, los informes del Prefecto de Policía a la Comisión Ejecutiva se mostraban clara y repetidamente a favor de provocar una confrontación armada con la radical clase trabajadora. Los documentos que se crearon antes de la revuelta ofrecen pruebas convincentes que corroboran la versión de los eventos que Goudchaux retransmite luego a Camp. Estos documentos dan también una idea de la paranoia y el desprecio con el que la Segunda República veía a sus proletarios radicales. El gobierno celebró la revolución de la que había nacido, pero se preparó obsesivamente para luchar contra su clase revolucionaria. El derecho al empleo estaba garantizado en su Constitución, pero el poder de negociación colectiva fue considerado una amenaza a la seguridad nacional.

Ante todas estas actitudes, no parece tan descabellado pensar que, por miedo al banquete de Julio, la segunda República escogiera la guerra de clases en junio.

 


[1] Karl Marx, The Class Struggles in France (1848-50) (London: Lawrence & Wishart, 1936), 57-58.

[2] Algunos de los trabajos que han apoyado la tesis de la provocación, serían: Georges Duveau, 1848 (Paris : Editions Gallimard, 1965), Gaston Martin, La Révolution de 1848, (Paris : Presses Universitaires de France, 1959) y Emile Tersen, Quarante-huit, (Paris : club français du livre, 1957), Jean Dautry, Histoire de la Révolution de 1848 en France (Paris : Editions Hier et aujourd’hui, 1948), Georges Renard, “La Deuxième République Française (1848-1851)” Histoire Socialiste (1789-1900), tome IX, ed. Jean Jaurès (Paris : Publications Jules Rouff et Cie., 1906).

[3] Los historiadores sociales están, por lo general, de acuerdo con la interpretación del conflicto de clases de las Jornadas de Junio, pero han criticado la caracterización que Marx hace de la Guardia Móvil que luchó contra la insurgencia como lumpenproletariado. Tilly y Lees están de acuerdo con la conclusión de Pierre Caspard de que, en su lugar, “provenían sobre todo de los miembros menos privilegiados (y más desempleados) de los oficios privilegiados” Charles Tilly and Lynn H Lees, “The People of June, 1848,” in Revolution and Reaction: 1848 and the Second French Republic, ed. Roger Price (London: C. Helm; New York: Barnes & Noble Books, 1975), 201, 198

[4] Ibid, 177.

[5] Roger Price, The French Second Republic: A Social History (London: B. T. Batsford Ltd, 1972), 157.

[6] Maurice Agulhon, The Republican Experiment, 1848-1852, trans. Janet Lloyd (Cambridge: Cambridge University Press, 1983), 53, 57.

[7] Mark Traugott, Armies of the Poor: Determinants of Working-Class Participation in the Parisian Insurrection of June 1848, 2nd edition (New Brunswick and London: Transaction Publishers, 2002), 146.

[8] Parece que el gobierno se equivocó al asumir que el banquete era una conspiración. Como ha anotado Peter Amann, algunos líderes socialistas intervinieron para hacer retroceder la idea del banquete y quitarle fuerza precisamente porque no querían que se convirtiera en una revuelta.  Peter Amann, “Prelude to Insurrection: The Banquet of the People,” French Historical Studies 1, no. 4 (Autumn 1960): 436-444, https://www.jstor.org/stable/286141.

[9] Maxime du Camp, Souvenirs de l’année 1848 : La révolution de février, le 15 mai, l’insurrection de juin (Genève : Slatkine Reprints, 1979), 229-234.

[10] Assemblée Nationale, Compte rendu des séances de l’Assemblée nationale, tome I (Paris : Panckoucke, 1848), 884.

[11] Ibid, 885.

[12] Assemblée Nationale, Rapport de la commission d’enquête sur l’insurrection qui a éclaté dans la journée du 23 juin et sur les événements du 14 mai, tome II (Paris: Imprimerie de l’Assemblée Nationale, 1848), 229, 227.

[13] Ibid, 206.

[14] Ibid, 185.

[15] Ibid, 193.

[16] Frederick A. de Luna, The French Republic Under Cavaignac, 1848 (Princeton, NJ: Princeton University Press, 1969), 131-136.

[17] Agulhon, The Republican Experiment, 52-53.

[18] Camp, Souvenirs de l’année 1848, 235.

[19] Duveau, 1848, 146.

[20] Assemblée Nationale, Rapport de la commission d’enquête, tome II, 186-188.

[21] Camp, Souvenirs de l’année 1848, 212.

[22] Le Tocsin des Travailleurs, 1 Juin 1848, 1.

[23] Assemblée Nationale, Rapport de la commission d’enquête, tome II, 212-213.

[24] Georges Duveau, 1848 (Paris : Editions Gallimard, 1965), 146 y Donald Cope McKay, The National Workshops: A Study in the French Revolution of 1848 (Cambridge: Harvard University Press, 1933), 137-138.

Fuente: https://ageofrevolutions.com/2021/02/02/choosing-june-did-frances-second…

 

Apostilla al artículo de Lindsay Ayling sobre las jornadas de junio de 1848

Pablo Scotto

En un interesante artículo, titulado “Choosing June: Did France’s Second Republic Intentionally Spark a Class War?”, Lindsay Ayling afirma que los dirigentes de la Segunda República Francesa provocaron deliberadamente las sangrientas jornadas de junio de 1848. Defiende esta tesis de forma clara y amena, apoyándola además en un consistente corpus bibliográfico. Sin embargo, hay tres frases a lo largo del texto que, a mi juicio, resultan poco precisas, y que pueden llevar a confusión al lector. Espero que el comentario que sigue de las mismas no sea visto como la apostilla de un puntilloso, sino como una contribución al debate sobre una época y unos acontecimientos apasionantes.

1. «Esas tensiones llegaron a su punto álgido cuando la Comisión Ejecutiva anunció su plan para cerrar los Talleres Nacionales, un programa masivo destinado a garantizar empleo de forma universal».

En mi opinión, resulta excesivo referirse al establecimiento de los talleres nacionales como un programa masivo, y no es cierto que su establecimiento tuviera la pretensión de garantizar empleo de forma universal. Los talleres fueron, más bien, un fenómeno parisino, y estuvieron específicamente dirigidos a los obreros desempleados. Lo segundo es obvio, se podría contra-argumentar: cualquier programa de empleo público va dirigido a quienes están parados, y no a aquellos que ya disponen de un puesto de trabajo. Pero a lo que me refiero es a que el espíritu que impulsó el programa no era un espíritu universalista. Entre sus finalidades estaba la de confrontar a los trabajadores desempleados con los trabajadores de los oficios, que en el 48 se agrupaban en torno a la Comisión del Luxemburgo.[i] O, si se quiere decir de otra manera, los talleres nacionales tenían el objetivo de contrarrestar la creciente influencia del Luxemburgo, contentando y organizando a los desempleados, induciéndoles a tener una postura favorable al gobierno, o más precisamente a las posiciones mayoritarias (conservadoras) dentro del mismo. Esta intencionalidad política la explica de forma clara Émile Thomas en su Historia de los talleres nacionales (1848),[ii] y sus consecuencias las resume bien Arthur Rosenberg en Democracia y socialismo (1938):

«Se llegó a una separación política entre ocupados y desocupados. Los ocupados que enviaban sus representantes al palacio de Luxemburgo estaban por lo general de parte de la democracia socialista, en tanto que los desocupados captados por los talleres nacionales se pronunciaban con preferencia por la democracia burguesa».[iii]

Dicho de forma resumida: me parece que en el texto falta una visión un poco más crítica con respecto al significado histórico de los talleres nacionales. Muchos socialistas de la época se opusieron a ellos de forma vehemente, denunciando: el bajo nivel de los salarios, una organización con jefes y subjefes a imitación de la jerarquía militar, la realización de trabajos muchas veces innecesarios… Así los valoró, por ejemplo, el socialista Louis Blanc:

«Los talleres nacionales vaciaron el tesoro público de una forma inservible; humillaron al trabajador, que se vio constreñido a recibir como limosna el pan que pedía poder ganarse; desacreditaron la intervención del Estado en materia de industria; en lugar de asociaciones de trabajadores, organizaron batallones de asalariados sin empleo».[iv]

Esta última cita quizás cause extrañeza en el lector, porque se ha repetido innumerables veces, y se sigue repitiendo, que Louis Blanc fue el principal promotor de los talleres nacionales. Nada más lejos de la realidad. Vinculados al Ministerio de Obras Públicas, dirigido por el antisocialista Marie, fueron organizados por el ya mencionado Émile Thomas. Si se quiere buscar un padre intelectual, habría que apuntar más hacia el teórico social-cristiano Philippe Buchez ―quien colaboró, entre otros, en su establecimiento― que hacia Louis Blanc, que en el 48 estaba situado al frente de la Comisión del Luxemburgo.

Blanc tiene parte de culpa en este repetido equívoco. No porque colaborara en los talleres. Tampoco por el hecho de que sus “talleres sociales”, esas cooperativas de producción y consumo que había teorizado en su exitoso libro Organización del trabajo (1840),[v] se parezcan en el nombre a los “talleres nacionales” del 48. El proyecto de Blanc era democratizar la fábrica, el del ministro Marie era gobernar la miseria. La coincidencia es puramente nominal. Pero no se puede eximir de responsabilidad a Blanc por el inocente papel político que jugó durante esos primeros meses de la Revolución de 1848, algo que acabó conduciendo, como apunta Marx en Las luchas de clases en Francia de 1848 a 1850 (1850), a que el socialismo quedara clavado en la picota.[vi]

Estas observaciones sobre los talleres nacionales no afectan a la tesis central de la autora, pero hubiera sido conveniente decir una o dos frases al respecto. Con eso hubiera bastado, porque no estamos ante dos ideas incompatibles entre sí. Es posible recoger las críticas que se hicieron a los talleres nacionales y explicar, al mismo tiempo, la importancia que estos llegaron a adquirir para muchos trabajadores, y también para muchos conservadores, que hicieron de ellos el blanco principal de sus críticas, seguramente por miedo a que pudieran ser el primer paso de una temida República democrática y social. Una cosa no quita la otra.

Por llevarlo a la actualidad: no cabe duda de que el ingreso mínimo vital ha tenido efectos beneficiosos, ni tampoco cabe duda de que fue criticado duramente por cierta derecha, que lo puso como ejemplo de los desmanes de un supuesto gobierno social-comunista. Pero eso no quiere decir que el ingreso mínimo vital haya marcado un hito en la historia del Estado del bienestar, o que sea una medida de carácter universal. No quiere decir, en definitiva, que no haya buenas razones para criticarlo desde la izquierda, como en efecto ha sucedido.

2. «Aunque no hay evidencia de que los dirigentes del gobierno se sentaran para planificar la sublevación de las jornadas de junio y coordinar su respuesta, parece que al menos había un entendimiento implícito de que el cierre de los talleres incitaría a una insurrección».

En mi opinión, no se trata simplemente de que no haya evidencia al respecto. La cuestión es, más bien, que es difícil imaginar que las cosas hubieran podido ser de esa manera. Lo que dice Marx en Las luchas de clases en Francia no es que los miembros del gobierno se sentaran alrededor de una mesa y planearan a conciencia el inicio de la insurrección. Su argumentación no coincide exactamente con esa “tesis de la provocación” que la autora le atribuye. Marx explica cómo los trabajadores fueron forzados por la burguesía a la insurrección. Pero no habla de un plan maquiavélico y perfectamente organizado desde el gobierno. Este es quizás mi único punto de discrepancia con la autora: una insurrección no se puede planear desde el gobierno. Se puede incitar maliciosamente, se puede fomentar por acción o por omisión, pero no se puede dibujar con escuadra y cartabón. Lo contrario supondría reconocerles muy poca autonomía y muy pocas luces a los trabajadores.

Dicho de otra forma: estoy de acuerdo con la crítica que la autora le hace a Frederick de Luna, quien niega rotundamente la “tesis de la provocación”, pero no acabo de ver las razones por las que se distancia también de Roger Price.

A mi juicio, lo más interesante del análisis de Marx no es la “tesis de la provocación” en sí misma (que al final es una cuestión de grado, difícil de precisar), sino la idea de que en junio del 48 se vio de forma clara una sociedad escindida en dos grandes clases. Lo interesante de la “tesis de la provocación” es que permite darse cuenta de que esta escisión no vino solamente (ni principalmente) desde abajo. No fue fruto de la auto-organización de los trabajadores, que tomaron conciencia de su condición de explotados y se declararon en lucha contra la burguesía. La escisión vino en buena medida de arriba: la burguesía se unió, olvidándose de sus diferencias ideológicas, y declaró la guerra a los trabajadores, dejando definitivamente a un lado la fraternidad de febrero.

Esto lo ha explicado con maestría Antoni Domènech: la fraternidad, que justamente se eclipsó ahí, es la idea de que la libertad y la igualdad no están reservadas al círculo de los poderosos, sino algo que tenemos todos en común, que pertenece a nuestra condición humana, y que en consecuencia debemos intentar que se extienda y se desarrolle entre todos nuestros hermanos y hermanas. Que los desarraigados salgan de la esfera sub-civil, eso es la fraternidad.

En junio, la burguesía se olvida por completo de esa idea. Se olvida incluso de disimular que no la soporta. Es en ese sentido, creo yo, en el que se puede defender la “tesis de la provocación”: los conservadores en el gobierno son responsables de la insurrección por su incomprensión y su desprecio hacia las clases populares. No los consideran sus iguales. Por eso no tienen interés en escucharlos, ni mucho menos en hacer esfuerzos por comprenderlos. Por eso no tienen reparo, llegado el momento, en utilizar tácticas de guerra contra ellos, como se hace con el enemigo. Esa es la fuerza de la “tesis de la provocación”. Tiene menor poder explicativo, en mi opinión, esa insistencia en afirmar que la insurrección fue planificada desde arriba, que fue diseñada por los dirigentes de la República.

3. «El derecho al empleo estaba consagrado en su constitución».

Aquí quizás sería mejor no hablar de “derecho al empleo”, sino de “derecho al trabajo”, porque era esta última expresión la que se empleaba en la época, y porque no se trata de términos equivalentes. De hecho, el derecho al empleo es la forma estrecha en la que es interpretado el derecho al trabajo en la actualidad. En el 48, por el contrario, “derecho al trabajo” significaba extender los principios igualitarios de la esfera política al mundo del trabajo.[vii]

Más allá de esto, lo relevante aquí es que el derecho al trabajo no fue reconocido en la Constitución de 1848, aprobada el 4 de noviembre. Había sido incluido en el primer proyecto de la Constitución, redactado antes de las jornadas de junio, pero desapareció en el segundo proyecto, y ninguna de las enmiendas presentadas para su reincorporación obtuvo los votos necesarios. La principal razón de esta expulsión residió en que el derecho al trabajo, que hasta entonces no había despertado una especial animadversión, fue asociado a la insurrección popular de junio. Uno de los primeros en establecer la asociación fue Proudhon, y después los conservadores y liberales se encargaron de repetirla de forma interesada. Durante los debates constitucionales, varios parlamentarios utilizaron el siguiente argumento: en junio, el socialismo ha sido derrotado en las calles; no vamos a permitir ahora que un derecho que puede ser interpretado en un sentido socialista sea incluido en la Constitución.[viii]

Mi impresión es que la autora no se refiere a la presencia del derecho al trabajo en la Constitución del 48, que fue discutida durante el verano, sino a un decreto que el gobierno provisional había promulgado en febrero. En él ―si bien no se mencionaba explícitamente la expresión “derecho al trabajo”― la República se comprometía a garantizar trabajo a todos los ciudadanos. Es decir: la autora se refiere a la constitución del nuevo régimen en febrero, y no a la Constitución de 1848. En cualquier caso, me parece que las expresiones “constitución” y “derecho al empleo” pueden conducir a error.

En fin, espero que estos comentarios puedan despertar interés sobre ese fascinante año 1848. Son muchos los hechos reseñables. En abril se celebran, por primera vez en la historia, unas elecciones por sufragio universal masculino. Ese mismo mes queda abolida la esclavitud en las colonias francesas. En junio se abre un abismo entre la burguesía y el proletariado, dos clases sociales que apenas sesenta años antes ―si bien existían in nuce― ocupaban todavía el mismo tercer nivel en una pirámide dominada por el clero y la nobleza. En diciembre es elegido presidente de la República, por sufragio universal directo, un personaje que encarna bien esa mezcla de dirigismo y broma pesada tan en boga hoy en día. En medio de todo ello, algunos tienen la osadía de reclamar, en el nombre de la naciente República, la extensión de la igual libertad al oscuro reino de la fábrica. No faltan razones para seguir leyendo y escribiendo sobre el 48.

 


[i] Sobre la Comisión, y en particular sobre el papel desempeñado en ella por las corporaciones de trabajadores, véase: Gossez, Rémi (1967). Les Ouvriers de Paris. La Roche-sur-Yon: Imprimerie Centrale de l’Ouest, pp. 225-266.

[ii] Thomas, Émile (1848). Histoire des ateliers nationaux considérés sous le double point de vue politique et social ; des causes de leur formation et de leur existence ; et de l’influence qu’ils ont exercée sur les événements des quatre premiers mois de la République, suivie de pièces justificatives. París: Michel Lévy Frères.

[iii] Rosenberg, Arthur (1966). Democracia y socialismo. Aporte a la Historia Política de los últimos 150 años. Buenos Aires: Claridad, p. 78.

[iv] Blanc, Louis (1880). Histoire de la Révolution de 1848, en dos tomos. París: C. Marpon et E. Flammarion, tomo 1, p. 228.

[v] Blanc, Louis (1840). Organisation du travail. París: Prévot et Pagnerre.

[vi] Marx, Karl (2016). “Las luchas de clases en Francia de 1848 a 1850”, en K. Marx y F. Engels, Obras escogidas. Volumen 1. Madrid: Akal, p. 153.

[viii] Sobre lo que la Constitución de 1848 tiene de reacción contra el socialismo, véase: Coutant, Arnaud (2009). 1848, quand la République combattait la Démocratie. París: Mare & Martin, pp. 67-133.

 

Fuente: Sin Permiso, 28/02/2021

Lindsay Ayling es doctoranda en historia University of North Carolina-Chapel Hill, especializada en los siglos XVIII y XIX
es doctor por la Universidad de Barcelona. Está a punto de publicar su libro “Los orígenes del derecho al trabajo en Francia (1789-1848)”, editado por el Centro de Estudios Políticos y Constitucionales. Su tesis doctoral se tituló “Los orígenes del derecho al trabajo en Francia (1789-1848)”


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