En este escrito se discuten los pormenores de condicionar la abogacía y lucha por los derechos desde lo propio del “cerebralismo”, criticando la “indivisibilidad del sujeto”, sus derivas hacia el individualismo cerebral, y sus consecuencias en los modos de construcción de ciudadanía. Neurocientismos que no culminan simplemente en efectos clínicos o sanitarios, sino que derivan en diversas escenas y sucesos de la vida cotidiana y comunitaria.
Partiremos del término ciudadanía biológica formalizado Nikolas Rose para reflexionar sobre una de sus variantes contemporáneas, la ciudadanía cerebral, desde diferentes conceptualizaciones y a la luz de las particularidades históricas del campo de la salud mental (SM) en Argentina. Para dicho autor se trata de modos en que la constitución biológica puede volverse un tema de debate político, de exclusión o reconocimiento de demandas sociales. En este sentido, el acto de modular, regular o mejorar su condición biológica sería la tarea central de la vida del ciudadano actual, fundamentado en “las creencias acerca de la existencia biológica de seres humanos en cuanto individuos…” [i]. Alguien es de determinada manera por algún rasgo en su cerebro.
Dicho modo de ciudadanía torna factible que un cerebro ─sea su imaginarización social, su versión conceptual naturalista de sentido común académico─ pueda ser el destinatario de derechos. Una suerte de contrafuga de cerebros. No obstante, la vivencia de sí como “sujeto cerebral” ha requerido y requiere de determinadas condiciones socio-históricas; una toma de conciencia de aquella subjetivación, a partir de la crítica sobre sus condiciones sociales e institucionales, en la dirección de prácticas con enfoque de derechos, recuperaría una concepción de sujeto activa, social y agente del derecho a la salud[ii].
Se considera a una persona como sujeto de derecho ─presente tanto en diversas normativas vigentes como en las reivindicaciones de distintos grupos de usuarixs ligados a SM y discapacidad─ con la intención de ponderar a la “diversidad” como ordenadora de las prácticas en SM, evitando así cualquier clase de sufijación más o menos obligatoria, tal como “neurodiversidad” o “psicodiversidad”. Pero lo anterior resulta inviable desde una ciudadanía cerebral, la cual es fatalmente afín a la idea de emprededurismo de sí y a formas posmodernas de la clásica sociedad de control.
Rendimiento y vida cotidiana
La subjetivación cerebral implica un modo de vivirse a sí que pretende ser hegemónico dentro del campo de la SM, de corte naturalista y asociado a diversas modalidades del individualismo. Analizar críticamente dicho modo de subjetivación implica, entre otras, la crítica filosófica al sentido común de algunos neurocientistas y su marco epistémico reduccionista en la conceptualización de prácticas de SM. No obstante, dicho modo de subjetivación va más allá de las relaciones clínicas o de las llamadas neuroascesis, y tiende a ser hegemónico como creencia en buena parte del sentido común de la población.
A modo de ejemplo: el antidepresivo –su utilización acrítica, sin mediación clínica– es una tecnología del yo en tanto aplana la pregunta por la subjetividad, quitando los avatares del sufrimiento y angustia subjetivas, constituyéndose en una neuropolítica[iii]. En las agendas neoliberales se instituye una suerte de higienización psíquico-afectivo, que además de institucionalizar el individualismo de mercado introduce estéticas coloniales, favoreciendo lazos mediados por comportamientos securitistas como expresión de salubridad común[iv]. Cuestión analizada, desde otra perspectiva, por Pitts-Taylor[v] en torno a la relación entre neoliberalismo y el neuronal self.
Se tomará el constructo “rendimiento” como ordenador, ya que permite recortar un horizonte socio-político para la discusión que sigue: el neoliberalismo como construcción política, el cual tiende a una subjetivación regida por el imperativo a la eficiencia homogeneizante.
Desde el discurso capitalista de Jacques Lacan, una forma de discurso que redobla la apuesta del Amo clásico, ya no resulta necesario que alguien, el Esclavo, sepa algo. Aún en su insostenibilidad dicho discurso se consuma al tiempo que se consume[vi]. Así, “…el corolario de esta situación está dado por la búsqueda de la performance de cada individuo en tanto ser hablante, y que como sujeto sea siempre más (…) se ‘exige’ que su ‘unidad’ sea casi indestructible”[vii]; siendo el cerebro el summum de dicha unidad. El imperativo de rendimiento, a una mejor performance socio-afectiva, requiere de una concepción de sujeto ligada a la unicidad. Se trata es de una indiferencia a la escisión cartesiana, o quizás por el contrario de una consecuencia directa del dualismo: una de sus modalidades, el naturalismo.
Esta pretendida unidad torna necesario e imperante clasificar y evaluar, justamente para darse cualidad de existencia[viii]. Evaluación y clasificación que, en tanto tecnologías del yo, producen una concepción de sujeto y no al revés, con efectos en el sentido común de gran parte de la población. Una búsqueda de unidad que puede leerse como la más elaborada doctrina de la individualidad y, por ende, cara al individualismo. Pero ya no más una individualidad psicológica o mental, sino lisa y llanamente cerebral.
Al ponderar a la evaluación y a la clasificación se evita pensar clínicamente en términos de asistencia, promoción, prevención y cuidados.
Se produce así un borramiento cada vez más inteligente y sutil de la conciencia [de clase], constituyendo sujetos sintientes: un modo de ciudadanía centrado en expresiones afectivas personalizadas pero sin contexto alguno, y que frente al conflicto recurre a soluciones privatizadas sin apelar a las condiciones históricas de su posibilidad[ix]. Desde Ahmed[x], la formación global de agendas narcisistas propias de la cultura terapéutica del neoliberalismo, las cuales ofrecen la fetichización acrítica de las heridas como identidades políticas atomizadas, instando así a la desmovilización popular por la vía de la desideologización de lo íntimo.
De esto último podemos efectuar al menos dos reflexiones: estrictamente hablando, lo clínico como acto en salud y relación social no es lo propio del neoliberalismo sino lo antitético, y que esto último se enlaza a la concepción de la identidad como átomo puesto a la adaptación.
El mito individual del ciudadano
Dicha evocación imperativa a la unicidad como condición para un cada vez más alto y requerido rendimiento culmina, lógicamente, con la producción de un sujeto pasivo. En el mejor de los casos, la única agencia posible para dicho sujeto es la de la ciudadanía biológico-cerebral.
Resulta pertinente resituar la discusión en torno al rendimiento como imperativo, o lo propio del discurso capitalista, desde lo más profundamente rechazado por dicha discursividad o modo de subjetivación: considerar a las personas como sujetos de derechos. La relación social y el modo de subjetivación propios de un sujeto de derechos están signadas por la categoría de conflicto que, la cual contrapondremos a la idea de rendimiento.
Retrotraer todo testimonio del hecho subjetivo a meras formas de la individualidad atenta contra el lazo social; y mucho más aún sobre valores como la solidaridad, relacionada ésta con otros como la búsqueda del bien común o incluso la justicia social. Es decir, una solidaridad que va más allá de la defensa de intereses sectoriales. Ejemplos de último los encontramos tanto en las asociaciones de usuarixs y familiares de SM emparentadas con la defensa de la Ley Nacional 26.657, como en las luchas del feminismo popular: en ambos casos no se trata de reivindicaciones focalizadas sino de una enunciación que apunta a la ampliación y resguardo de derechos de toda la población. En sendos ejemplos hablamos de colectivos que pugnan por derechos y políticas de corte universales.
Se trata de una superación crítica de la concepción liberal clásica que instituye que “mis derechos terminan donde empiezan los derechos del otro” desde un enfoque de derechos humanos en el campo de la salud[xi]. Resulta obvio: la posibilidad de agenciar un derecho requiere necesariamente superar el mito de la individualidad, es decir, superar el sectarismo propio a cualquier grupo-objeto. Una persona no se constituye en sujeto de un derecho desde el aislamiento ontológico, sino siempre en función de otros y, por supuesto, no sin el Estado. No obstante, la petición de derechos desde subjetivaciones individualistas, como la cerebral, poco o nada de margen ofrecen para que dichos actores se consideren parte de un “nosotros” más amplio y necesariamente tomado por la heterogeneidad y la diversidad.
De lo anterior puede también, cual síntoma, retornar una ciudadanía biológico-cerebral auto-delimitada desde la “neurodiversidad”.
Neurontologías
Si determinada afección o malestar remite a un problema “del” cerebro, habrá entonces escasa posibilidad de una implicación personal, relacional; desaparece la categoría “persona”. Muchos actores sociales rechazan la psicologización del padecimiento subjetivo en pos de un cerebralismo. Existen personas, y por ende formas de ejercicio de la ciudadanía, neurotípicas o neurodiversas. Esto es compatible con la alusión de Rose a la idea de biosocialidad de Rabinow, que refiere a colectivos formados alrededor de una concepción biológica de identidad compartida, relacionados con formas habituales del “activismo”, en defensa de un lugar identitario. Consecuentemente, buena parte del campo de la SM ─discusiones, prácticas, dispositivos y políticas públicas─ se ve compelido a reducir el malestar a un signo reductible a dichas identidades biológicas.
El punto problemático reside justamente allí donde lo susodicho implica necesaria y paradójicamente una desubjetivación: el rasgo identitario sería “propio”, estaría en una suerte de interioridad, pero como un a priori cerebral. La mera particularización de un universal. O en simultáneo, ser diverso será meramente en función de tener un “cerebro diverso”.
Por ejemplo, “el autismo que somos” en vez “del que tenemos” plantea la coherencia del biologismo, de la subjetivación cerebral. Lo paradójico es que la tesis reduccionista/naturalista, tematizada en la neurologización de autismo, la bipolaridad u otros, representa una suerte de empoderamiento de la cultura de la diferencia, que incluso puede ir en contra de la homogeneización producida por la biologización “clásica”. Este ejemplo no pretende constituirse como universal, sino que simplemente muestra que las perspectivas no dan lugar a versiones de “sí mismo” homogéneas. No obstante, su correspondiente forma de ejercicio de ciudadanía remitiría indefectiblemente a la conquista de derechos de corte focalizados, a causa de la fuerte impronta de la identidad biológico-cerebral como condicionamiento al acceso a derechos. Neurontologías que producen derechos identitarios, pero nunca universales.
Una de las consecuencias de lo anterior en nuestro sistema sanitario es la producción de condicionamientos ontológico-performativos para la accesibilidad de las personas usuarias a servicios, prestaciones, sistemas de apoyo o incluso medicación.
Diversidad ciudadana
Es propicio discutir qué versiones de “diferencia” o de “diversidad” resultan como efecto de dicho modo de subjetivación; y en relación a esto, qué efectos en el ejercicio de ciudadanía y acceso a derechos.
Muchas veces se plantean discusiones falaces: “o a la patología y su estigma o a una identidad biológico/cerebral”. Va de suyo que una persona o colectivo preferirá evitar el nominalismo de la locura, el déficit o la enfermedad mental, considerando quizás más atractivas y dignas cualquier clase de explicación ─científica y/o de sentido común─ que sitúe la propia coyuntura y existencia como un modo identitario…cerebral. Pero el problema se sitúa en que dicha falacia lleva a la falsa antinomia “derechos de la patología Vs. derechos de la identidad”, siendo los segundos en apariencia mucho más prometedores, pero igualmente cuerdistas.
No debe omitirse que los derechos no pueden ni deben basarse en ninguna clase de naturalismo biológico ─sea lombrosiano, de la nosología psiquiatría clásica o del neurocientismo─ ya que las normas tienen y han tenido siempre otro origen y devenir, conflictiva mediante; no hay deber ser que pueda reducirse a la actividad cerebral. Si se postula una matriz biológica para la abogacía y proclama de derechos, se culmina en la emergencia de derechos condicionados por el reconocimiento de la diferencia en términos ontológico-cerebrales, o peor… Y al mismo tiempo, en una degradación del concepto de diversidad o diferencia a un estadio naturalista.
Marcos normativos como la Ley Nac. de Salud Mental nos recuerdan que una persona debe situarse ante todo y sin condición alguna como sujeto de derecho; y estar en situación de tratamiento o utilizar servicios de SM simplemente convierten a esa persona en usuaria de dichos servicios, nada más. Resulta ético que alguien goce incondicionadamente de sus derechos por el mero hecho de ser persona, teniendo esto a su vez efectos clínicos. Claro está, si eventualmente lo desea, una persona puede autopercibirse y nominarse como neurótico, autista, esquizofrénico, bipolar, neurotípico, neurodiverso, etc. Pero alterar este orden y que, por ejemplo, la neurodiversidad haga las veces de condición para acceder a prestaciones esenciales o servicios, deviene indigno.
Sujeto de derechos es una categoría socio-jurídica y política que permite situarse en el marco de prácticas sociales concretas, como las del campo de la SM; posibilita el ejercicio de derechos sin ninguna clase de condición [biologicista]. Por el contrario, encontramos una naturalización y vaciamiento en la subjetivación cerebral, por obturar el hecho social, histórico, político, e incluso psicológico.
La incompatibilidad entre sujeto cerebral y de derechos quizás pueda ser finalmente ilustrada a través de un ejemplo: en casos de “muerte cerebral” no hay posibilidad de un sujeto cerebral, pero habría igualmente un sujeto de derecho, quien por directivas anticipadas podría acceder al derecho a una muerte digna.
El cerebro es condición para pensarnos y sentirnos desde una u otra identidad; pero de ningún modo ésta se encuentra en nuestro cerebro. De esto último es que se desprenden consecuencias en prácticas sociales en general, en formas de la vida cotidiana, y no sólo en lo atinente a dispositivos en salud o SM.
La diferencia positivizada, la diversidad como un ordenador crucial para abordar el sufrimiento y el malestar, remiten a complejas relaciones, ya que la subjetividad emerge desde la resistencia de los cuerpos, nunca de manera aislada e individualista, sino en un complejo dinámico en el cual se concatenan las resistencias de otros cuerpos[xii]. Diversidad y subjetividad son categorías que implican personas, relaciones, dispositivos e instituciones. Siguiendo a Paul B. Preciado[xiii], y ante las complicaciones del concepto de identidad, resultan convenientes las nociones de diferencia o margen: concebir al sujeto y agente político no como centro autónomo de soberanía y conocimiento, sino como una posición inestable, efecto de constantes re-negociaciones estratégicas de la identidad.
Descerebrar la salud mental
Que el soma o el cerebro tengan efectos sobre las identidades no es independiente sino dependiente de complejas relaciones: entre personas y con ello que habla más allá de mí mismo. Alguien “es diverso” por el efecto que su cuerpo o su cerebro tienen sobre sí y sobre otros, en un momento histórico y social determinado; de lo contrario la biología será, una vez más, destino.
La ciudadanía se degrada en como si [neo]liberal allí donde no emerge la singularidad puesta hacia lo común, diversidad y conflicto.
¿Será que debamos descerebrar el campo de la SM? “Neurociencias = neoliberalismo” es una igualación perezosa e imprecisa. Se trata de rectificar el lugar del saber neurocientífico, criticar su aplicacionismo acrítico y unicausal, admitiéndolo al mismo tiempo válido por lo incompleto, al igual que los otros saberes que intervienen en nuestro campo. Ensayar interdisciplinariamente puntos de encuentro en las prácticas, profundizando la discusión epistemológica allí donde se avizora inconmensurabilidad.
Excede a este escrito, pero resulta pertinente no omitir las derivas del cerebralismo ─su juntura con el individualismo, el rendimiento y la retórica neoliberal─ en torno a la construcción de ciudadanía y de agendas socio-culturales, multimediáticas, gubernamentales y electorales. En ese sentido, evitando exageraciones paranoides, preocupa igualmente la paradoja de que una forma de ciudadanía, la cerebral, pudiera terminar implosionando a la categoría de ciudadano tal como la conocemos, con un desenlace peor, más sofisticado, más sutil, que cualquier futurismo distópico: un cientificismo sin lugar para ficción alguna.
Este escrito incluye algunos pasajes de “¿Neurodiversidad? Cerebralismo, ciudadanía y vida cotidiana”, capítulo incluido en Neurocientismo o Salud Mental: discusiones clínico críticas desde un enfoque de derechos (Miño y Dávila, 2020), compilado por el autor y J. A. Castorina.
[i] Rose, N. (2012). Políticas de la vida: biomedicina, poder y subjetividad en el Siglo XXI. La Plata: UNIPE (p. 270).
[ii] Ferreyra, J. A. y Castorina, J. A. (2020). “La hegemonía del ‘sujeto cerebral’ en el campo de la salud mental. Análisis crítico de sus implicancias epistemológicas, clínicas y políticas”. Revista Salud Mental & Comunidad (UNLa). Año 7, Nº8 | agosto de 2020 (pp. 12-33).
[iii] Martínez Hernáez, A. (2015). “Antidepresivos y neuronarrativas en la era del sujeto cerebral”. Interrogant, Nº 13 (pp. 53-56).
[iv] Cuello, N. (2019). “Presentación: El futuro es desilusión”. En Ahmed, S. (2019). La promesa de la felicidad. CABA: Caja negra.
[v] Pitts-Taylor, V. (2010). The Plastic Brain: Neoliberalism and the Neuronal Self. Health 14 (6): 635–52. [PubMed]
[vi] Lacan, J. (1972). Conferencia de Milán (12 de mayo de 1972), traducción de Olga Mater para El Sigma.
[vii] Ferreyra, N. (2013). La práctica del análisis. Ediciones Kliné: Buenos Aires (p. 57).
[viii] Ibid.
[ix] Cvetkovich, A. (1992). Mixed Feelings, Feminism, Mass Culture, and Victorian Sensationalism. Nuevo Brunewick: Rutgers University Press.
[x] Ahmed, S. (2019). La promesa de la felicidad. Una crítica cultural al imperativo de la alegría. CABA: Caja negra.
[xi] Stolkiner, A. (2010). Derechos Humanos y Derecho a la Salud en América Latina: la doble faz de una idea potente. Medicina Social, Vol. 5, nº 1 (pp. 89-95).
[xii] Agamben, G. (2005). Profanaciones. Buenos Aires: Hidalgo Editora.
[xiii] Preciado, P. B. (2019[2002]). Manifiesto contrasexual. Humahuaca, Jujuy: Editorial La Bicha.