Las mujeres comuneras en París, 1871
El 18 de marzo de 1871 fueron las mujeres las que decidieron el resultado de la jornada al dirigirse a los soldados impulsándoles a negarse a disparar y a fraternizar con la población. Durante toda la Comuna, un número impresionante de mujeres participaron en esa hoguera social. Por esa razón se han difundido numerosas calumnias, mentiras, libelos difamadores y leyendas absurdas en su contra. En mucha mayor medida que a los comuneros, se las ha ensuciado, censurado y marcado al rojo vivo, lo que es una segura y luminosa señal de su participación activa en la Revolución del 18 de marzo. Se las trató de hembras, lobas, harpías, borrachas, ladronas y bebedoras de sangre. Se daba de ellas una imagen caracterizada por sus «malos instintos», su «conducta inmoral», su «reputación detestable». Se dijo que habían dado licor envenenado a los soldados. Se les atribuía llevar moños incendiarios -diseñados por Edouard Vaillant- empapados con materias inflamables y que, lanzados a los sótanos, podían provocar un incendio a la menor chispa que saltase. Se les atribuyó también tener como misión especial el incendio de París, ayudadas por el petróleo, convertido en «líquido diabólico de los miembros de la Comuna». (Maurice Dommanget, 1923)
Las mujeres en la Comuna de París
Para analizar la actuación de las mujeres parisinas en la insurrección de la Comuna de 1871, es oportuno remontarse a 1848 —año también revolucionario en Francia— para comprender mejor el espíritu combativo de las sublevadas, pues entonces se forjó lo que después afloraría en movimiento generador de esperanzas igualitarias. Nos servirán de ejemplos ilustrativos de aquellos antecedentes, artículos de efímeros órganos de prensa como La Voix des Femmes (marzo-junio de 1848) y Politique des Femmes y Opinion des Femmes (ambos de otoño-invierno del mismo año), textos escritos por mujeres y para mujeres que revelan la amplitud de un feminismo de difusa ideología que, incubado en 1789, encontraría en las jornadas del ’48 un medio y una escena donde afirmarse.
La Voix des Femmes, con el subtítulo de socialista y político, órgano de los intereses de todas, ofrece un ideario más proclive al sansimonismo que al blanquismo o prudhomismo y recoge temas y vocabularios comunes a las luchas obreras. Sus autoras se niegan a agruparse entre mujeres y a especializarse en y sobre la condición femenina dentro de los grupos ya existentes, convencidas de que la lucha de las mujeres es un apéndice necesario, pero secundario, de una política de subversión. Para Politique des Femmes, en cambio, es un error el creer que mejorando la situación de los hombres se mejora, automáticamente, la de las mujeres, ya que si bien algunas tienen a sus maridos de intermediarios entre ellas y la sociedad, hay muchas otras mujeres solas, aisladas, sans homme.
Ambos periódicos, para demostrar que no pretenden enfrentar al hombre con la mujer, admiten en sus páginas colaboradores masculinos (como Hugo, Macé y el hijo de la directora de La Voix, Niboyet) y ser financiados por el banquero sansimoniano Rodrigues. Ambos hablan de emancipación y no de liberación de la mujer, encomian las buenas costumbres —que son la fuerza de las Repúblicas— y atribuyen su desempeño a las mujeres, afirman que en nombre de nuestros deberes reclamamos nuestros derechos y que al moralizar a las mujeres moralizamos a los hombres y sostienen, en fin, que la mujer recibió una doble potestad de creación, una física y otra moral, el alumbramiento y la regeneración.
La Voix admira a Pauline Rolland. En su número 4 pondera el caso de una obrera que lleva a su marido —de servicio en una unidad combatiente— la cena y que coge el arma y monta la guardia mientras el marido come y en su número 37 rinde homenaje a las revolucionarias de 1830, apóstoles de la emancipación femenina, pero observa que cuando Enfantin intentó proclamar la mujer libre, la concibió como sacerdotisa del porvenir, odalisca indolente, mujer ignorante y sensual, renegando así de su maestro y rompiendo con el primer discípulo, Rodrigues. Igual reparo señala al informar de Las Vesuvianas, legión de jóvenes muchachas de quince a treinta arios, obreras pobres desheredadas que se organizan en comunidad, y precisa que aunque se las designe con ese nombre para ridiculizarnos, estamos dispuestas a rehabilitarlo porque pinta maravillosamente nuestro pensamiento. Solamente la lava tan largo tiempo retenida, debe extenderse por todas partes: no es incendiaria, sino regeneradora.
Podrá deducirse de estas citas que aún no existe una ortodoxia y una línea de conducta claramente definida, mas es indudable que el trabajo de captación y encuadramiento intelectual de la mujer permitió su radicalización y la explosión communard. A Desirée Gay, directora de Politique des Femmes; a Jeanne Deroin y a Pauline Rolland, cofundadoras de Unión de Asociaciones Obreras, por lo que irán a la cárcel; a Elisa Lemonnier, que crea la Enseñanza Profesional para muchachas, y a Eugénie Niboyet, directora de La Voix y autora de Le vrai livre des femmes, sucederán otras mujeres, intelectuales y obreras, con energías renovadas.
Las mujeres se organizan
La adhesión de las mujeres a la Comuna se explica en que la mayoría de ellas nada tenían que perder y mucho que ganar. Su condición queda magistralmente descrita por Víctor Hugo: El hombre puso todos los deberes del lado de la mujer y todos los derechos del suyo, cargando de manera desigual los dos platillos de la balanza (…). Esta menor, según la ley, esta esclava , según la realidad, es la mujer. Su situación había empeorado con el Bajo Imperio y sufría más a medida que adquiría conciencia de su valer y de la progresiva disminución de su salario. De ahí que se incrementase la presencia de obreras —al lado de las intelectuales— en manifestaciones, reuniones y asociaciones.
Hacia 1870, París cuenta con ciento veinte mil obreras aproximadamente, de las que la mitad trabajan en la costura y unas seis mil en la fabricación de flores artificiales. El Journal des
Demoiselles, dirigido a mujeres acomodadas, solicita de ellas una attention charitable para las pobres muchachas que manejan la aguja, cuya escala de salarios va de los cinco francos hasta los quince céntimos por día. Hay que contar con un salario de dos francos, término medio, por jornada de trabajo de trece horas. Pero, además, las pocas que ganan cinco francos diarios suelen cobrar unos quinientos anuales, dada la precariedad de los empleos, el alza de los artículos alimenticios y la subida el precio de los alojamientos, con lo que una obrera gana justo par a sobrevivir, no más.
Desde 1860, en que aparece La femme aff-ranchie de en D’Héricourt, el feminismo organizado se extiende y nacen los Comités de Mujeres fundados por Jules Allix, un amigo de Hugo condenado por el Imperio e internado como loco en Charenton por haber propuesto diversas reformas sociales. Figuran en esos Comités la pareja de Hugo, Juliette Drouet y André Léo —que se integrarán posteriormente en la Unión de Mujeres Para la Defensa de París y la Ayuda a los Heridos—; Marie Deraisme, que después fundará la Orden másonica mixta El Derecho Humano; Nathalie Lemel, Marguerite Tinayre, Paule Minck, y Louise Michel, la virgen negra. Casi todas proceden de la burguesía, pero han abandonado su clase para permanecer libres y militar por la liberación de la mujer. Muchas trabajan de institutrices o encuadernadoras. Dedican la noche a reuniones, conferencias y creación de comités, gracias a lo cual conectan con socialistas y republicanos de oposición.
Mas si las mujeres se afanan en la Revolución porque ésta puede darles sus derechos, los hombres, por muy socialistas o republicanos que sean, conservan sus prejuicios desfavorables hacia ellas. Los prudhomianos, recuerdan que su maestro ha sentenciado en Amour et Mariage la definitiva e irremediable inferioridad de la mujer. Y pese a que la Internacional, en 1866, presenta un informe contrario al trabajo femenino, las mujeres siguen luchando en la Internacional, donde, al menos, tienen el apoyo de Varlin, que funda, con Nathalie Lemel, La Marmite, para ofrecer a los obreros alimentos más baratos.
Este movimiento de emancipación afecta, igualmente, a la Francmasonería francesa que, Congreso tras Congreso —o Convento— se ocupará de las reivindicaciones femeninas. Marie Deraisme, al iniciarse en una Logia de Le Pecq —en medio de un formidable escándalo— declara: La mujer es una fuerza que no se puede destruir ni reducir. Se la puede desviar, pervertir, pero comprimida por un lado, la mujer se va hacia el otro con mayor intensidad y violencia. Si no halla una salida, se exaspera, se descompone, es un exceso que desborda. A su manera, la Masonería participará en la Comuna ofreciendo una ambulancia, concurriendo —por vez primera en su historia— a manifestaciones callejeras con sus banderas y atributos y tratando de dialogar con los versalleses, algunos de ellos también masones.
Entrada en fuego
Son mujeres las que en la mañana del 16 de marzo de 1871 plantan cara a las tropas taponando las calles y mezclándose con los soldados, a los que piden que confraternicen con los ciudadanos. Louise Michel se distingue entre ellas. Todo ha empezado la noche anterior, cuando Thiers ha ordenado a las tropas apoderarse de los cañones de Montmartre y Belleville que los parisienses habían comprado por suscripción popular.
Es la señal de insurrección, el episodio dramático —quizá el más heroico— de la guerra de 1870. Se trata de una reacción frente a una sociedad determinada, contra el Segundo Imperio hipócrita y explotador y frente a una clase, la incipiente burguesía industrial . En el impulso se acumulan toda una selle de reclamos y agravios suscitados por la ceguera, el espíritu reaccionario y las inicuas disposiciones adoptadas contra París por una Asamblea Nacional, reflejo de la Francia de principios de 1871. En un llamamiento a los soldados del Ejército Versalles, dice la Comuna: Combatimos para evitar que nuestros hijos se vean un día obligados a soportar el yugo, como vosotros ahora, del despotismo militar (…) . Cuando la consigna es infame, desobedecer es un deber.
La Comuna toma medidas favorables a los pobres. La muchedumbre se precipita por la plaza Wagram, se apodera de 227 cañones y ametralladoras que, según las convenciones de Versalles, no han de controlar los alemanes y al grito de A Montmartre, allí nos defenderemos, marchan con las mujeres a la cabeza. En algunas iglesias se reúnen, por un lado, fieles, y, por otro, las mujeres del barrio, con lo que en el mismo recinto pueden escucharse simultáneamente la misa y un debate sobre la prostitución. La Comuna, francamente anticlerical, proporcionará mártires a la Iglesia: visto que los sacerdotes son bandidos y que las guaridas donde han asesinado moralmente a las masas sometiendo a Francia a las garras del infame Bonaparte (…) El delegado civil de las Carriéres ordena que la Iglesia sea cerrada y decreta la detención de los curas y de los ignorantes. Esto puede leerse en carteles pegados por las autoridades en algunos barrios y también en esta cuestión presionan las mujeres para que se considere a los curas auxiliares de la Monarquía y el Imperio.
El Diario Oficial del 11 de abril publica un Llamamiento a los ciudadanos de París: No más derechos sin deberes, no más deberes sin derechos. Queremos el trabajo pero para conservar su producto. No más amos ni explotadores. Trabajo y bienestar para todos. Gobierno del pueblo por el pueblo. Seguidamente se explica que la forma mejor de defender a los que se ama no es dimitir, sino luchar, porque el enemigo es despiadado: ciudadanos, hay que vencer o morir. Y termina convocando una reunión a las ocho de la noche en la sala Larched, calle del Templo. En esta reunión, muy concurrida, se constituye la Unión de las Mujeres para la Defensa de París y la Ayuda a los Heridos. Componen su Consejo Provisional siete obreras (Adélafd e Valentin, Noémie Colleville, Marquant, Sophi e Graix, Joséphine Prat, Céiine y Aimée Delvainquier) y la rusa Elisabeth Dmitrief, hija de un oficial zarista. Dmtrief Ha participado en Suiza en la creación de la sección rusa de la Internacional y se ha relacionado en Londres con Karl Marx, quien la ha enviado a París en marzo de 1871 como representante del Consejo General de la Internacional. Ehsabeth combatirá en París y será herida, en compañía de Fránkel, en el Faubourg St . Antoine.
Semanas más tarde se constituye el Ejecutivo, con cuatro obreras (Nathalie Lémel, Blanche Lefévre, Marie Leloup y Aline Jacquer) y tres mujeres más: Dmitrief, Aglaé Jarry y Madame Collin. Su intención es organizar a las mujeres y situarlas a igual nivel de responsabilidad que los hombres, poniéndolas al servicio de las ambulancias, de las cocinas y de las barricadas. El 6 de mayo, la Unión señala a los dirigentes de la insurrección: Hoy una conciliación sería una traición. Sería renegar de todas las aspiraciones obreras. La lucha no puede tener otra salida que el triunfo de la causa popular (…) París no retrocederá porque tiene la bandera del porvenir. Y la declaración concluye así: Pedimos actos, energía. El árbol de la libertad crece regado por la sangre de sus enemigos.
Lucha callejera
Mientras Dmitrief dirige la Unión, la maestra Louise Michel pelea como simple soldado en el batallón número 61 en Issy y en Les Moulineaux y, por la noche, habla en los círculos mostrando sus dotes de animadora calurosa y convincente.
Durante la manifestación de masones, que con setenta banderas al viento marchan hacia la Puerta Maillot con el propósito de enviar al otro lado de las líneas de fuego a tres hermanos de la Orden, con los ojos vendados, para pedir el cese de las hostilidades, el público se sorprende por la presencia en la comitiva, entre los seis mil masones de las 55 Logias de la región parisiense, de afiliadas vestidas de blanco. Las Mujeres Patriotas de Belleville y de Montrouge proclaman que los hombres son cobardes (…) un montón de imbéciles. Que se vayan con los versalleses y nosotras defenderemos la ciudad. Las mujeres, en efecto, se organizan en batallones y pelean al lado de los hombres. Las mujeres defienden el Panteón, la calle Mouffetard, la calle Racine (…) Un batallón de mujeres perecerá completo tras defender la barricada de la Place Blanche y retirarse luego al Chateau D’Eau.
Mas no sólo se ocupan de pelear. André Léo, Jaclard y Périer, acompañadas de Eliseo Reclus y Sapia, forman la Comisión encargada de organizar y vigilar la enseñanza en las escuelas de chicas, implantando la laicización y la gratuidad. El trabajo realizado fue inmenso, habida cuenta de las dificultades derivadas de la situación excepcional y de la importancia de las escuelas confesionales: 257.000 niños en edad escolar; 71.800 en las escuelas comunales; 87.000 en centros religiosos; 15.000 en liceos y colegios, y 80.000, aproximadamente, fuera de los circuitos escolares.
Destaquemos la intervención de Louise Michel ante los tribunales. Tras pasar por un sinfín de cárceles, acude al sexto Consejo de Guerra y se niega a nombrar un defensor: Pertenezco enteramente a la revolución social y declaro asumir la responsabilidad de mis actos. Lo que reclamo de ustedes (…) que se pretenden jueces (…) es el campo de Satory donde ya han caído mis hermanos. Puesto que, al parecer, todo corazón que lucha por la libertad no tiene derecho más que a un poco de plomo, yo reclamo mí parte. Si me dejan con vida, no cesaré de gritar venganza. Interrumpida por el presidente del Consejo, Louise Michel replica: He terminado. Si no son unos cobardes, mátenme. Finalmente Louise Michel será condenada al destierro y se la deporta a Nueva Caledonia, de donde regresará en 1880. Durante veinticinco años seguirá luchando.
Manifiesto de la Unión de Mujeres. Comuna de París
REPÚBLICA FRANCESA
LIBERTAD IGUALDAD FRATERNIDAD
COMUNA DE PARÍS
MANIFIESTO
DEL COMITÉ CENTRAL DE LA UNIÓN DE MUJERES PARA LA DEFENSA DE PARÍS Y LOS CUIDADOS A LOS HERIDOS
En nombre de la Revolución social que aclamamos, en nombre de la reivindicación de los derechos del trabajo, de la igualdad y de la justicia, la Unión de las Mujeres para la defensa de París y los cuidados a los heridos protesta con todas sus fuerzas contra la indigna proclama a las ciudadanas, aparecida y pegada como cartel ayer, proveniente de un grupo anónimo de reaccionarias.
La citada proclama sostiene que las mujeres de París llaman a la generosidad de Versalles y piden la paz a cualquier precio…
¡La generosidad de los cobardes asesinos!
¡Una conciliación entre la libertad y el despotismo, entre el Pueblo y sus verdugos!
¡No, no es la paz, sino la guerra a ultranza lo que las trabajadoras de París están reclamando!
¡Hoy, una conciliación sería una traición! … Sería renegar de todas las aspiraciones obreras que aclaman la renovación social absoluta, la destrucción de todas las relaciones jurídicas y sociales existentes actualmente, la supresión de todos los privilegios, de todas las explotaciones, la substitución del reino del capital por el del trabajo, en una palabra, ¡la emancipación del trabajador por sí mismo!…
Seis meses de sufrimientos y de traición durante el sitio, seis semanas de lucha gigantesca contra los explotadores coaligados, ríos de sangre derramada por la causa de la libertad ¡son nuestras credenciales de gloria y de venganza!…
La lucha actual no puede tener más resultado que el triunfo de la causa popular… París no retrocederá porque porta la bandera del porvenir. La hora suprema ha llegado… ¡paso a los trabajadores, fuera sus verdugos!…
¡Actos! ¡Energía!
¡El árbol de la libertad crece regado por la sangre de sus enemigos!…
Todas unidas y resueltas, curtidas y esclarecidas por los sufrimientos que las crisis sociales arrastran siempre con ellas, profundamente convencidas de que la Comuna, representante de los principios internacionales y revolucionarios de los pueblos, lleva en ella los gérmenes de la revolución social, las Mujeres de París probarán a Francia y al mundo que ellas también sabrán, en el momento del peligro supremo – en las barricadas, en las murallas de París, si la reacción forzara las puertas- dar como sus hermanos su sangre y su vida ¡por la defensa y el triunfo de la Comuna, es decir, del Pueblo!
Entonces, victoriosos, en condiciones de unirse y entenderse en base a sus intereses comunes, trabajadores y trabajadoras, todos solidarios, con un último esfuerzo ¡aniquilarán para siempre todo vestigio de explotación y de explotadores!…
¡VIVA LA REPÚBLICA SOCIAL Y UNIVERSAL! …
¡VIVA EL TRABAJO! ¡VIVA LA COMUNA!
La Comisión ejecutiva del Comité central,
París, 6 de mayo de 1871
LE MEL
JACQUIER,
LEFEVRE,
LELOUP,
DMITRIEFF.