Hasta hace unos años, los niños sirios de Afrin solían posar para los periodistas haciendo el signo de la victoria. Ahora, en cambio, cuando pasa un convoy que transporta a alguna autoridad de visita o a la prensa, los niños –y no tan niños– alzan la mano con el índice y el meñique extendidos y el resto de los dedos apretados entre sí. Es el gesto del lobo, símbolo del ultranacionalismo turco. Este cambio indica quién manda sobre esta esquina del noroeste de Siria: si antaño eran las milicias kurdas, ahora –cuando se cumple una década del inicio de la revuelta y posterior guerra civil siria– son grupos afines a Ankara y militares turcos, en muchos casos con ideas cercanas a la extrema derecha junto a la que el presidente Recep Tayyip Erdogan gobierna Turquía.
No solo quién manda, también ha cambiado quién vive en este pequeño territorio históricamente de mayoría kurda. La señora Fatma se expresa con voz lastimera al otro lado del teléfono; hace tres meses ella y su marido, ambos de unos 60 años, escaparon de Qermitliq, una pequeña aldea cercana a la frontera con Turquía. Eran los últimos miembros de la familia que quedaban en el pueblo: “Apenas salíamos de casa porque continuamente hay peleas y por la noche no podíamos dormir del miedo que teníamos. Nos exigían dinero y amenazaban con matarnos. Ahora los árabes se han quedado con todo: nuestra casa, nuestros olivos, nuestras tierras”.
La ONU estima que más de 150.000 kurdos han huido de Afrin desde que fuerzas militares turcas apoyadas por el llamado Ejército Nacional Sirio –una alianza de facciones rebeldes e islamistas compuestas mayoritariamente por árabes (88%) y turcomanos (10%)– penetraron en este territorio en 2018. Diversas ONG, como Human Rights Watch y Amnistía Internacional, acusan a estas milicias de múltiples crímenes de guerra –pillaje, extorsión, secuestros…– y a Turquía de detener a decenas de sirios por estar vinculados a la anterior administración kurda, así como de llevar a cabo una política de ingeniería demográfica, al sustituir a la población local por desplazados de otras provincias sirias (en torno a medio millón de árabes se han establecido allí). “Las autoridades turcas, como fuerza ocupante, están obligadas a respetar los derechos de la población”, denunciaba Human Rights Watch en un reciente informe.
Para Turquía, sin embargo, todo esto forma parte de su estrategia de seguridad nacional. “El primer objetivo de la presencia militar turca es eliminar la amenaza terrorista y el segundo minimizar la crisis humanitaria para detener el flujo de refugiados”, sostiene Can Acun, del think-tank SETA.
Si se observa un mapa, se verá que más del 60% del territorio al sur de la frontera turco-siria está bajo control de grupos más o menos afines a Ankara. La primera intervención militar turca en Siria se produjo en 2016 y se dirigió a expulsar a las fuerzas del Estado Islámico del norte de la provincia de Alepo. También tenía como objetivo evitar el avance de las milicias kurdo-sirias YPG, vinculadas al grupo armado kurdo PKK, que atenta en Turquía desde hace casi cuatro décadas y es considerado una organización terrorista por Ankara, Bruselas y Washington. En 2018, Turquía ocupó Afrin y expulsó a las YPG, y en octubre de 2019 hizo lo propio en las ciudades norteñas de Tal Abyad y Ras al Ain.
“Tras liberar estas áreas, establecimos consejos locales para permitir el autogobierno y entrenamos a las fuerzas del orden locales para ofrecer seguridad”, explica el director de Comunicación del Gobierno turco, Fahrettin Altun, que asegura que Turquía ha dado servicios y ayuda por valor de 50.000 millones de dólares (poco más de 41.800 millones de euros). Se han construido escuelas, hospitales y nuevas viviendas, se ha conectado la red eléctrica a la de Turquía y hasta la lira turca se ha convertido en moneda de uso corriente (Ankara paga el salario del Ejército Nacional Sirio).
Una presencia más militar que política
En la vecina provincia de Idlib, gobernada por la organización yihadista HTS (antigua filial de Al Qaeda, con la que rompió relaciones hace unos años), la presencia turca es más militar que política y se rige por un pacto alcanzado con Rusia e Irán. De hecho, las Fuerzas Armadas de Turquía impidieron el año pasado la que habría sido la ofensiva final del régimen sobre este último bastión rebelde.
El gobierno turco rechaza las acusaciones de limpieza étnica y asegura que quienes se han ido de Afrin son aquellos “vinculados a organizaciones terroristas”. “Nuestra inversión en seguridad e infraestructura ha hecho que 420.000 refugiados sirios hayan retornado a sus hogares desde Turquía”, subraya Altun. Es cierto que la presencia turca no es tan conflictiva en todos los lugares como lo es en Afrin.
“Hay una parte de la oposición siria que se opone a la presencia turca por razones ideológicas o de alianzas regionales, por ejemplo los grupos pro-saudíes; otra parte que la ve como una alianza instrumental, pero hay otra parte de la oposición, que no es precisamente pequeña, que no solo defiende la presencia turca, sino que se identifica con sus políticas en Oriente Próximo”, arguye Yassin Swehat, editor del medio opositor Al-Jumhuriya: “A mí puede parecerme mal, pero yo vivo en Berlín y, la verdad, no tengo respuesta a quienes me dicen que los militares turcos son la única garantía de que Rusia y el régimen no los exterminen como en otras zonas. Además de que, hoy, en las zonas controladas por Turquía se vive relativamente mejor que en las zonas del régimen, donde cada vez se pasa más hambre”.
Evolución
La política de Erdogan sobre Siria ha evolucionado de un “panislamismo democrático” al inicio de la Primavera Árabe a un “nacionalismo conservador”, a partir de los cambios políticos que se han experimentado en la propia Turquía durante el último lustro, debidos a la ruptura del proceso de paz con el PKK kurdo y la entrada en la coalición gobernante de la ultraderecha nacionalista. “Esto se ha visto claramente en Siria pues la intervención militar turca viene dada por esa variante nacionalista y por su visión de la seguridad nacional”, prosigue el periodista sirio. Así, Erdogan ha aprovechado la progresiva “descomposición ideológica y militar” de una oposición armada siria que “sabe que su única posibilidad de supervivencia es aferrarse a Turquía”, incluso aportando mercenarios a las intervenciones turcas en conflictos lejanos como los de Libia y Azerbaiyán.
Swehat cita como ejemplo que, ante las críticas de haberse vuelto marionetas de los turcos, un portavoz de los Hermanos Musulmanes sirios alegó que simplemente se trata de “la rama que vuelve a su origen”. “Hay una narrativa que cada vez gana más fuerza entre los suníes no solo de Siria sino de otros países de Oriente Próximo que ve como un error el levantamiento árabe contra los otomanos durante la Primera Guerra Mundial. Se dicen que fueron engañados por ingleses y franceses y miran a Turquía y Erdogan con admiración”, explica Swehat: “Saben que la anexión a Turquía es imposible, pero les encantaría ser algo así como Azerbaiyán o Chipre norte”. Es decir, territorios bajo el manto protector de Ankara. En Chipre, Turquía intervino militarmente en 1974 para defender a la minoría turca ante los ataques de los nacionalistas griegos y, casi medio siglo después, sigue controlando el tercio norte de la isla.
Dentro de Turquía, los principales partidos de la oposición apoyan la presencia militar en Siria, pero con matices, dado el coste económico en un momento de crisis y en vidas de soldados turcos. “Se debe encontrar una solución política al conflicto sirio para que Turquía pueda retirar sus tropas, y para ello creemos que debe haber un diálogo con Damasco”, opina Ünal Çeviköz, ex embajador y asesor de política exterior de la formación socialdemócrata CHP. Sin embargo, ese horizonte parece todavía lejano y el director de Comunicación del gobierno turco es categórico: “Turquía se quedará en Siria todo el tiempo que sea necesario. Debemos proteger a los civiles turcos y sirios y asegurarnos de que gente inocente no sea amenazada ni por el régimen ni por grupos terroristas”.
FUENTE: Andrés Mourenza / El País