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Clausura civilizatoria y apertura de horizontes

Raúl Prada Alcoreza :: 17.03.21

La era de las ideologías ha pasado, así como de las grandes narrativas. Campea el nihilismo, la voluntad de nada, peor aún, el jolgorio de la trivialidad, la proliferación de la simulación cultural, la elocuencia estridente de la banalidad. Quizás hasta los discursos mismo hayan desaparecido, solo son memoria, recuerdo, de lo que alguna vez se dijo, en un pasado que no se quiere actualizar; pertenece a la búsqueda del tiempo perdido. Ahora ya no importa la pérdida, tampoco el tiempo, menos el espacio; los tejidos espacios temporales son teoría. Lo que importa es la virtualidad, la simulación, mejor aún, la impostura. No importa la realidad, sino hacer creer que ocurre algo, la desinformación, la invención de la noticia, el sensacionalismo de los medios de comunicación. En el mejor de los casos, el teatro político, el carnaval electoral, el deleite en la fama pomposa, espumosa y fugaz, inventada mediáticamente.

Clausura civilizatoria y apertura de horizontes

 Raúl Prada Alcoreza

 

La muerte de las ideologías

La era de las ideologías ha pasado, así como de las grandes narrativas. Campea el nihilismo, la voluntad de nada, peor aún, el jolgorio de la trivialidad, la proliferación de la simulación cultural, la elocuencia estridente de la banalidad.  Quizás hasta los discursos mismo hayan desaparecido, solo son memoria, recuerdo, de lo que alguna vez se dijo, en un pasado que no se quiere actualizar; pertenece a la búsqueda del tiempo perdido. Ahora ya no importa la pérdida, tampoco el tiempo, menos el espacio; los tejidos espacios temporales son teoría. Lo que importa es la virtualidad, la simulación, mejor aún, la impostura. No importa la realidad, sino hacer creer que ocurre algo, la desinformación, la invención de la noticia, el sensacionalismo de los medios de comunicación. En el mejor de los casos, el teatro político, el carnaval electoral, el deleite en la fama pomposa, espumosa y fugaz, inventada mediáticamente. Nuestra posición sobre toda esta decadencia es el de la deconstrucción, la hermenéutica crítica, y la diseminación, la demolición y el desmantelamiento de las instituciones anacrónicas, los agenciamientos concretos de poder. También el de la crítica de la civilización moderna, civilización de la muerte.  Sobre todo, hay que tomar en cuenta la crítica de la ideología, la máquina fabulosa de la fetichización. En todo caso, si aparece algo parecido a lo que fue la ideología durante los siglos XVIII, XIX y XX, se dan anacronismos; de todas maneras, se observa que hay gente que ni se ha enterado de lo que es la ideología, son personas que creen que el mundo se reduce al oportunismo descarado. A esta gente se la puede señalar como la que asume la política de manera deportiva, convierte la comedia en el espectáculo esmerado de lo grotesco. Por otra parte, cuando la mediocridad se hace del gobierno suele buscar encubrir sus vacíos con el recurso desmedido de la violencia.

 

A propósito de las esferas

Las esferas siempre estuvieron ahí delante de nosotros, de cada quien, de cada nacimiento. Para saberlo basta ver parte de ella en la contemplación de la bóveda celeste o, de manera completa, mirar al sol de día, aunque sea un rato, mejor de soslayo, y mirar a la luna de noche; a veces se puede mirar a ambos, suspendidos, más allá de la bóveda celeste.  No se requería, entonces que una escuela de matemáticos o de filósofos inventaran o construyeran una esfera artificial, admirada por quienes la contemplan y sienten que han descubierto el secreto centralizado del cosmos.

Esta relación inmediata con el acontecimiento de la existencia y de la vida fue y es la certeza primordial de los seres; son en esa relación fundamental y a través de esa relación son. La interpretación del acontecimiento a partir de esta relación se da como fenomenología del cuerpo. Es más, hasta se puede hablar de una interpretación arcaica inmanente al genoma; su capacidad programática y de reprogramación supone la información del universo, si se quiere, del multiverso. Georges Canguilhem hablaba del saber no evocativo, inherente a la biología. Este reconocimiento equivale a descentrar la egología metafísica de la subjetividad esférica constituida por las religiones del desierto.

 

Saber del devenir, devenir experiencia, devenir saber. Vida, es decir, vivir en el devenir. Pensar en devenir, devenir pensamiento, pensar es devenir. Estos enunciados nos trasladan a la multiplicidad, complejidad y, a la vez, a la singularidad del pensamiento. Se puede decir que se trata de liberar al pensamiento y al pensar de un estereotipo, por así decirlo, el que considera que el pensamiento solo es la relación consigo mismo; ciertamente que lo es, pero de una forma de pensamiento, no de la única, tampoco de la más importante. En todo caso, todas las formas de pensamiento son realizaciones de esta capacidad de pensar, que es parte de las fenomenologías corporales. En los mitos amazónicos se desenvuelve otra forma de pensamiento, el pensamiento del devenir, que se expresa en las proliferantes figuras de las metamorfosis vitales, conformando narrativas de alegorías simbólicas, que se explayan en clasificaciones metonímicas y metafóricas de los acontecimientos vitales. Si, por el momento, provisionalmente, calificamos al pensamiento que se basa en la reflexión y en la relación consigo mismo como pensamiento caracol, pensamiento que se pliega encaracolándose, entonces, podemos, en contraste, también provisional, calificar al pensamiento que se relaciona con la otredad, si se quiere, la exterioridad, como pensamiento mariposa, pensamiento, que asume la metamorfosis como proceso propio para alzar vuelo.   

 

Recurriendo a un esquema ilustrativo que nos ayude a configurar nuestros enunciados sobre el pensamiento, podemos comprender el cuerpo como conexión entre la interioridad y la exterioridad, no del cuerpo, pues el cuerpo se constituye en ambos ámbitos de realización y desenvolvimiento. Para decirlo resumidamente, el cuerpo es un nicho ecológico singular. Entonces, el cuerpo experimenta tanto los fenómenos de la “interioridad” así como los fenómenos de la “exterioridad”; en este sentido, puede desarrollar fenomenologías que partan de la experiencia de la “interioridad” así como puede desarrollar fenomenologías que partan de la experiencia de la “exterioridad”. Para decirlo de una manera figurativa, puede desarrollar formas de pensamiento que sean como el eterno retorno a uno mismo o formas de pensamiento que sean como el desarrollo al eterno retorno a lo distinto, a la diferencia. Exagerando el esquematismo podemos decir que las primeras formas responden a una inclinación egocéntrica, en tanto que la segunda forma responde a una inclinación exocéntrica, relativa de un constante descentramiento.

 

Estar inmediatamente en el acontecer del acontecimiento, en sus devenires, es situarse en la apertura del pensamiento de la alteridad, en otras palabras, pensar la alteridad en el flujo de sus alteraciones permanentes, que también implica pensar la armonización recurrente ante el avatar de sus desequilibrios insistentes. La composición, entonces, de estas narrativas míticas o desenvueltas en la congruencia del mito, inscrito en el origen de las metamorfosis, corresponde a la complementariedad de los seres y de sus ciclos vitales. Al respecto, tomando en consideración, ciertas consecuencias de las configuraciones de las formas de pensamiento, el “egocéntrico” y el “exocéntrico”, sobre todo tomando en cuentas sus inquietudes, ya el propio balance de la filosofía ha concluido que el pensamiento filosófico recae en la sensación deprimente de soledad; en cambio, un provisional balance del pensamiento del devenir y de la alteridad, del pensamiento de la metamorfosis, puede tener la certeza de que el pensamiento devenido de la experiencia de la “exterioridad” recae en la sensación de acompañamiento, de complementariedad, relativas a los entrelazamientos, conexiones y articulaciones de integraciones mayúsculas vitales. Exagerando nuevamente el esquematismo, podemos sugerir que el pensamiento “egocéntrico” ha llevado, no pocas veces, a la angustia, en cambio el pensamiento “exocéntrico” lleva a la alegría de vivir.

Al respecto, de lo que acabamos de escribir, sobre la diférance, usando metafóricamente el concepto de Jacques Derrida para comprender los desplazamientos imperceptibles, pero, que hacen a la diferencia misma, como acontecimiento de la repetición y en la repetición dar lugar al acontecimiento de la diferenciación, podemos establecer que entre el pensamiento egocéntrico y el pensamiento exocéntrico hay como un campo de diferencias y diferenciaciones, en unos casos imperceptibles, en otros casos perceptible. Por lo tanto, no es que se trata de pensamientos que se oponen, que entran en contradicción; tampoco que se da lugar  una dialéctica, donde se pasa de la tesis a la antítesis y de aquí a la síntesis, que supera las contradicciones; sino que hay que comprender las fenomenologías de estas formas y formaciones de pensamiento desde la perspectiva de la complejidad, vale decir, desde la complementariedad implícita de estas fenomenologías, complementariedad que aparece en las dinámicas mismas de la complejidad, por lo tanto en la fenomenología compleja corporal y de los entrelazamientos corporales. En consecuencia, no es que el pensamiento exocéntrico ignore o se desentienda completamente del pensamiento egocéntrico, pues, de alguna manera, lo contiene, se encuentra implícito, empero, articula esta posibilidad al desenvolvimiento espontáneo del pensamiento exocéntrico. En este caso el cuerpo, aunque es la bisagra, por decirlo figurativamente, entre la experiencia de la interioridad y la experiencia de la exterioridad, fluye y se desenvuelve como intérprete de la experiencia de la exterioridad, de los entrelazamientos corporales y ciclos vitales, que hacen de condición de posibilidad existencial del mismo cuerpo intérprete.

 

En lo que respecta al pensamiento egocéntrico, a la fenomenología basada en el relacionamiento consigo mismo, al encaracolamiento subjetivo, ocurre que tampoco ignora la posibilidad del pensamiento exocéntrico, empero, lo exorciza o, en su caso, dependiendo, lo inhibe hasta enmudecerlo. Aunque aparecen deformaciones, podríamos decirlo, notoriamente restringidas de lo que podría haber sido el pensamiento exocéntrico, por ejemplo, con el desarrollo del empirismo. El empirismo no deja de ser pensamiento egocéntrico, no deja el relacionamiento consigo mismo, lo que pasa es que considera la experiencia de la exterioridad a partir de la racionalidad instrumental, como campo de experimentación, donde hay que contrastar las hipótesis del pensamiento ensimismado. De lo que decimos no se puede concluir, de ninguna manera, que hay que desentenderse del pensamiento que se basa en el relacionamiento consigo mismo, sino que se trata de comprender la complementariedad de los ámbitos de la experiencia, la complementariedad de las formas de pensamiento; comprender que el pensamiento corresponde al conjunto de operaciones de interpretación del cuerpo respecto a sus entornos, “íntimos” y “externos”.  Por eso, podemos decir que un pensamiento egocéntrico es un pensamiento restringido, en tanto que un pensamiento exocéntrico, si no desarrolla formas de relacionamiento consigo mismo, no termina en lograr completarse, no llega a ser pensamiento completo, integrado y articulado en el despliegue se sus dinámicas complejas.

 

 

El derrotero de los fundamentalismos

 

Todo fundamentalismo lleva al crimen. La compulsión fatalista por defender los “fundamentos”, la conjetura insostenible de una premisa primera, originaria, inicial, como si fuese certeza indiscutible, justifica el asesinato, pues se supone que la idea de finalidad justifica los medios usados, incluso los del crimen, el homicidio, el genocidio, el etnocidio y el ecocidio. Este comportamiento muestra patentemente que los fundamentalismos son, prioritariamente, la inclinación argumentativa al crimen. Se trata de una apología elaborada, religiosa, de la violencia, sobre todo de la violencia descomunal, la más destructiva. El fundamentalismo es la expresión discursiva y práctica de la consciencia desdichada, del sujeto desgarrado en sus contradicciones, del espíritu de venganza, en el fondo, de la consciencia culpable. Con el fundamentalista ocurre como con el religioso en éxtasis enajenado, que se cree culpable debido al pecado original; el fundamentalista se considera culpable por haber nacido, entonces la violencia extrema por defender su proyecto queda corta ante la extrema exigencia de entregar todo por la causa, que en el fondo es la causa de su propia salvación o de su propia justificación ideológica ante los avatares de su dramática vivencia.

 

Hay pues una diferente radical entre la rebelión y el fundamentalismo; la rebelión es espontánea y alegre; se trata del impulso vital por dejar fluir la potencia de la vida; en cambio el fundamentalismo es la puesta en escena de los sacerdotes de la “verdad”, los inquisidores recurrentes y repetidos intermitentemente. El fundamentalismo nace con la incrustación de su desenlace fatal o trágico, la destrucción de su entorno y, después, su propio suicidio.

 

También se dan expresiones destructivas menores al fundamentalismo, los discursos barrocos y las mezcolanzas diletantes ideológicas. En este caso hay, más bien, una inclinación al pragmatismo y al oportunismo. Los sujetos de este barroco ideológico no son tan fanáticos como los fundamentalistas, aunque hagan más teatro desgarrándose las vestiduras, pero llegado el momento no se las juegan, prefieren huir o, en su caso, negociar. El problema de este barroco ideológico y pragmatismo político es que en el espectáculo estridente de los medios de comunicación se presentan despavoridamente radicaloides; sus inocentes interlocutores convocados se dejan engatusar por esta comedia y sostienen la algarabía política de los comediantes.

 

Tanto el fundamentalismo trágico como el barroco ideológico y diletante suplantan y usurpan, inhibiendo la potencia creadora de la rebelión. Confunden al pueblo y castran su capacidad lucha. Por estas circunstancias desmoralizantes del teatro político y del barroco ideológico es indispensable la crítica deconstructiva y la diseminación de los dispositivos de los fundamentalismos, los oportunismo y diletantismos.

 

 

La desaparición de la política

 

Varias veces dijimos que la política había desaparecido en las condiciones de la decadencia de la modernidad tardía del sistema mundo capitalista, en la fase, de su ciclo largo, de dominancia del capitalismo financiero, especulativo y salvajemente extractivista. Ahora volvemos a reiterar esta apreciación de lo que ocurre en ese ámbito de la realización de la democracia, entendida como gobierno del pueblo. Aunque, a lo largo de la modernidad, en los límites de la democracia restringida de la democracia formal, representativa y delegativa, no se logre el gobierno del pueblo, vale decir, el autogobierno del pueblo, de todas maneras, el ejercicio de la democracia avanzó por las conquistas sociales de los derechos sociales, colectivos, de género, humanos, ampliando notoriamente el campo del ejercicio de la política. Sin embargo, a partir de un momento o punto de inflexión, si se quiere, momentos y puntos de inflexión, que, como una serie en plena caída y comienzo de la decadencia, la política se suspende, levita, para terminar de desaparecer. Como anota Jacques Rancière la política es inmediatamente el equivalente de democracia y la democracia es la realización misma de la política. Entonces, si desaparece la política también desaparece la democracia.

 

También hemos dicho que se ha sustituido la democracia por la impostura de las prácticas paralelas del poder, que tienen que ver con la economía política del chantaje, la expansión intensiva de las relaciones clientelares y prebéndales, la corrosión institucional y la corrupción galopante.  Por consiguiente, asistimos en plena decadencia del sistema mundo capitalista, que contiene como subsistemas al sistema mundo cultural y al sistema mundo político, al desenvolvimiento de las formas de la decadencia, donde la política es sustituida por el teatro grotesco de la comedia politiquera, difundidas por los medios de comunicación. En esta perspectiva, también anotamos que el lado oscuro del poder no solamente ha atravesado al lado luminoso o institucional del poder, sino que lo controla; del mismo modo, el lado oscuro de la economía no solamente se encuentra en las periferias de la economía institucional, sino que, además de atravesarlo, lo controla y lo domina. Por lo tanto, en las farándulas electorales no se asiste, de ninguna manera, al despliegue de práctica políticas, sino al despliegue de prácticas clientelares, prebéndales, corrosivas y de corrupción, donde la política brilla por su ausencia y la democracia es un cadáver donde saltan los saltimbanquis, las agrupaciones, cofradías y partidos políticos, que nos son más que dispositivos de poder de las dominaciones polimorfas, en plena decadencia de la civilización moderna y de las sociedades institucionalidades barrocas, demolidas por su propio derrumbe ideológico, cultural, ético y moral.

 

Como dice el refrán popular, sobre lo llovido mojado. A la decadencia política se suma la tragedia y el drama proliferante de la pandemia; la cual pone en evidencia la vulnerabilidad patente del sistema mundo de salud, además del mismísimo sistema mundo capitalista, que se vio parado, detenido, por la intervención insoslayable del virus. Los síntomas de la decadencia de estos sistemas mundos se hace notorio cuando los Estados, las empresas, en vez de asociarse y responder mancomunadamente ante una catástrofe apocalíptica, lo hacen como acostumbran, extendiendo su irracionalidad, compitiendo entre empresas y estados por la vacuna contra el Covid 19. Ya, antes, las burguesías nacionales, evidenciaron su comportamiento irracional frente a la crisis de sobreproducción, donde, en vez de limitar sus producciones nacionales y acordar cuotas de producción se lanzas a una mayor productividad y producción desatando el ahondamiento de la crisis de producción, administrada por intermitentes crisis financieras. Lo mismo ocurre en la exploración espacial del Cosmos, donde sus mezquindades, miserias humanas y competencias egoístas preponderan, en vez de convertir la aventura espacial en una proyección de la humanidad y en un aprendizaje transformador por parte de la misma. En consecuencia, la modernidad tardía ha ingresado plenamente a lo que hemos llamado la etapa de la periclitación del sistema mundo capitalista, en varias formas y estilos; por ejemplo, se ha entrado de lleno a lo que hemos llamado el ejercicio de la antipolítica, también de la antiproducción, así como se ha ingresado al nihilismo más extremo del vaciamiento cultural, entrando ampliamente y desbordantemente al sistema mundo de la banalidad cultural. Así mismo se ha caído en el vaciamiento ideológico, es decir a la ausencia absoluta de ideas, también de imaginación, donde en vez de ideología se pronuncia el gesto sin sentido de la inercia balbuceante del ruido, que no dice nada, pero hace eco en los medios de comunicación.

 

Neopopulismos y neoliberalismos se manifiestan elocuentemente en las formas de la decadencia política e ideológica de la contemporaneidad sin horizontes. Se trata de las nuevas formas del derrumbe ético, moral, político y cultural del circulo vicioso del poder; antes, asombrosamente, las formas, aparentemente opuestas, del liberalismo y el socialismo, evidenciaron su participación en un mismo esquema dual del mismo modo de producción, el capitalista. Ahora, se trata de formaciones discursivas barrocas, una con pretensiones de justicia social, otra con pretensiones institucionales, empero, dadas vacuamente en momentos donde la convocatoria social es una excusa para legitimar a las mafias del poder, y cuando la institucionalidad ha sido completamente corroída y prácticamente desmantelada. Entonces, ambas formas discursivas no son más que dos versiones de una pronunciación demagógica al servicio de la burguesía rentista y de las burguesías tradicionales en decadencia.  Ambas poses políticas no son más que dispositivos discursivos que encubren sus sumisiones y servicios al modelo colonial extractivista del capitalismo dependiente.

 

 

 

La marcha fúnebre del despotismo decrépito

 

Las miserias humanas se hacen patentes en los comportamientos crápulas. La falencia absoluta de valores, la vacuidad abismal de hombres sin cualidades ni atributos, es decir la mediocridad preponderante de perfiles amorfos, arrastra a gente sin horizontes al oportunismo político y al pragmatismo perverso. Esta gente se desenmascara o hace patente su decadencia cuando se encuentra en función de gobierno.

 

El poder, el objeto oscuro del deseo, incumplible, por cierto, es el sueño delirante de gente sin imaginación, salvo la compulsión exacerbada por dominar y vengarse. Consciencias desdichadas, desgarradas por atroces contradicciones, buscan desesperadamente consuelo a sus acumuladas frustraciones y terribles complejos en el uso de la violencia del terrorismo de Estado. La mediocridad, agazapada en el poder, solo tiene como salida a sus tormentos y paranoias en el crimen.

 

Sin ideología, pues ésta ha muerto, sustituyendo el hueco del sin sentido con balbuceos y mezcolanzas discursivas improvisadas. Creen que pueden justificar sus actos inconstitucionales con propaganda desgastada y publicidad estridente. Estos son, en el fondo gritos de miedo, que delata su abrumadora cobardía.

 

Estos déspotas tardíos y decrépitos se disfrazan, queriendo imitar sin talento perfiles políticos pasados, convirtiendo la política en un carnaval crepuscular y en un teatro burlesco. La decadencia ha llegado lejos, destruye lo poco que queda; es una marcha fúnebre que lleva en hombros el cadáver del Estado.

 

 

Lo grotesco político y el desenlace de la decadencia

 

La comedia política tiene su historia, data desde cuando la política comienza a convertirse en espectáculo, en teatro para distracción de los espectadores. Incluso tiene su antecedente en el Coliseo romano, donde el espectáculo sangriento de batallas a muerte entre gladiadores no solo hacia delirar al público asistente, sino expresaba el mensaje del poder del Imperio: La vida es postergación de la muerte, sobrevive el más fuerte. Tal como interpreta Peter Sloterdijk en Esferas II. Entonces, el teatro político, sobre todo la comedia política lanza un mensaje al pueblo espectador: La vida no vale nada, lo que vale todo es acceder al gobierno y conservarlo.

 

En la medida que la comedia política se deteriora, en plena fase decadente de la casta política y de sus mismos papeles y funciones anacrónicas, que sobran, que están demás, en la medida que se pasa al grotesco político, la comedia es cada vez más abrumadoramente insulsa y descaradamente forzada y falaz. Se judicializa la política, se criminaliza la protesta, se descalifica las posiciones y opiniones adversas. Solo se acepta una “verdad”, la oficial, la montada por jueces y funcionarios corruptos, con el apoyo de medios de comunicación sensacionalistas.

 

La paranoia del poder no se queda ahí, ejerce el terrorismo de Estado. No solamente se satisface con el control del monopolio institucional de la violencia, sino que requiere desatar la violencia demoledora del Estado contra todo lo que considera enemigos, incluso llegando al extremo estrafalario de perseguir a sus propias sombras, que contiene sus propios miedos y terrores como efluvios de sus propios complejos insuperables.

 

Es cuando la muerte de la política se ha prolongado en el ritual anacrónico del sacrificio, es decir del crimen. Los jerarcas del poder senil y estéril no pueden irse sin arrasar con todo, sin destruir lo que queda, sin incinerar los bosques, sin contaminar las cuencas, sin depredar los suelos, sin martirizar al pueblo.

 

Ante esta destrucción de la comedia política grotesca el pueblo tiene la responsabilidad de acabar con el círculo vicioso del poder, retirar del escenario a los comediantes políticos, desmontar las máquinas de poder, clausurar la impostura política. Si no lo hace será arrastrado al abismo por la casta política decadente, en su crepúsculo ensangrentado.

 

 

Lecciones no aprendidas y suicidio político

El neopopulismo reforzado, en su reciente gestión de gobierno, ya se encuentra abruptamente en crisis. No se dio cuenta que la victoria electoral no le correspondía a su partido sino al repudio al “gobierno de transición”, también a la resistencia de los ninguneados por el entorno palaciego y la jerarquía corrupta de su partido, así como a la disposición de las organizaciones sociales que postularon como candidato a la presidencia a David Choquehuanca. Tampoco se dieron cuenta que en la rearticulación de fuerzas se encontraban sectores sociales populares francamente antimasistas y antievistas. Simplemente, sin haber aprendido las lecciones de su derrota ante una intermitente movilización social, desde la crisis del “gasolinazo”, de su implosión anunciada desde el conflicto del TIPNIS, creyeron que recuperaban el poder que se les escapó de las manos, cuando fueron arrinconados por movilizaciones nacionales y una insurrección que emergía desde abajo, en todos los niveles institucionales de emergencia y no institucionales ciudadanos. Bajo una premisa política equivocada, que más se parece a la desesperación compulsiva por el poder, se aposentaron a empellones en el gobierno los del entorno palaciego, arrinconando nuevamente a la gente de la resistencia y movilización contra el “gobierno de transición”, a quienes les deben el haber vuelto sin merecerlo, además de deberles la victoria electoral.

Sin más las fraternidades de machos, anacrónicos y oportunistas, atacaron a los referentes de la resistencia al “gobierno de transición” – que hay que diferenciar de la resistencia al gobierno de la implosión política, del desmantelamiento de la constitución y del fraude electoral, que es anterior -, y de la compensación de fuerzas en equilibrio de los órganos de poder del Estado.  Atacaron a la líder de la ciudad de El Alto y de la resistencia aymara, apoyada por el combativo guerrero aymara Felipe Quispe, que falleció hace poco. Sobre todo, la atacaron por celos y por ser mujer. Estos machos angurrientos creyeron que, como antes, bastaba la proximidad aduladora al caudillo caído, para conseguir el beneficio de la farándula electoral. Se equivocaron; la ciudad de El Alto votó por la mujer referente de la resistencia aymara, en contra de las groseras manipulaciones y maniobras de los machos enardecidos, oportunistas y clientela desorbitada del caudillo déspota, caído en desgracia.

Ahora, sin haber aprendido las lecciones de su derrota, de su implosión y caída, se lanzan a una aventura conspirativa estatal, usando los dispositivos judiciales y policiales bajo su control. Apuestan a que la jugada y el montaje político, policial y judicial les vuelva a salir bien, consiguiendo los efectos esperados, como antes, cuando sorprendieron a la opinión pública con montajes de servicios secretos del descomunal, autoritario y terrorista de Estado de otro “gobierno progresista”. Se equivocan, la historia no se repite, tampoco la conspiración es la clave para los desenlaces. Lo que pasa es que se da, en algunos momentos de predisposición de fuerzas, como una coincidencia con la resultante de la correlación de fuerzas puestas en concurrencia. Este no es el caso ahora; la correlación de fuerzas no pone en ventaja al gobierno, menos al entorno de conspiradores incrustados. Una vez aposentados en el gobierno las marionetas del entorno palaciego, las fuerzas articuladas en la resistencia y las movilizaciones, organizadas para afrontar las elecciones, se dispersaron, desencantadas ante la evidencia del eterno retorno de lo mismo, la putrefacta decadencia política y la inercia endémica del círculo vicioso del poder.

 

 

 

¿Cómo funciona el poder?

En realidad, el poder no funciona, es disfuncional, se opone a la sociedad, que es esencialmente alternativa. Por eso tiene que imponerse, dominar, controlar, vigilar, castigar, disciplinar, marcar y reprimir. Tiene que aparentar que funciona, por eso se institucionaliza de manera pretenciosa y desmesurada, presentándose como eterno, casi como sustituto de Dios. Por eso, se expresa en ley, para legalizar su propia ilegitimidad. Pero el poder no solamente es una máquina abstracta, sino es, sobre todo, una heurística instrumental de agenciamientos concretos de poder, además de ejercerse y efectuarse singularmente. Hay formas de poder y distintos planos de intensidad donde se realiza; por eso se dice que el poder es polimorfo. Se ha situado en el Estado a la forma de poder nacional, aunque no se puede decir que es la forma de poder por excelencia, pues todas las formas de poder son complementarias, actúan articuladamente reforzándose; por ejemplo, las estructuras patriarcales de dominación se refuerzan y adquieren irradiación en las estructuras familiares, es más, en el campo escolar. Yendo más lejos, en el Estado adquieren las estructuras patriarcales proyección espacial y temporal, afectando a los cuerpos, incidiendo en las conductas y comportamientos de tal manera que constituye sujetos dominados, controlados y moldeados de acuerdo a las finalidades que se traza el poder. La forma de gubernamentalidad clientelar reproduce, de manera perversa, las estructuras de dominación patriarcal, llevando al extremo la dominación masculina con la imposición delirante del mito del caudillo, el pretendido mesías político. No solamente se repite abusivamente la dominación de las fraternidades de machos contra la mujer, sino que se “feminiza” a los hombres, convirtiéndolos en sumisos soldados obedientes sin pensamiento y voluntad propia, así como se ha pretendido reducir a las mujeres a sujetos sumisos, obedientes y respetuosas, además de domésticas, de los hombres, que son sus dueños. Las otras formas de gubernamentalidad, por ejemplo, la liberal y neoliberal, también son patriarcales; al respecto de la dominación masculina, tienen mucho en común con la forma de gubernamentalidad clientelar populista y neopopulista. Empero, tienen sus propias singularidades, por ejemplo, la pretensión de legitimar la dominación masculina en la expresión jurídica y política del Estado de Derecho, donde, a pesar del reconocimiento, reciente, de los derechos de la mujer, se mantiene su subalternidad y subsunción a las estructuras de dominación de las fraternidades de machos. La forma de gubernamentalidad del socialismo real también se refuerza con las estructuras patriarcales tradicionales, en la lamentable recurrencia a la figura, también mesiánica, del “gran timonel”. Esto a pesar de que al comienzo las mujeres adquieren cierto protagonismo en las acciones, movilizaciones y ejercicios prácticos en el trabajo y la política. De la misma manera las estructuras de dominación colonial se refuerzan con la recurrencia a las estructuras patriarcales. La economía política colonial desvaloriza al hombre y la mujer de “color”, inventándose un “hombre blanco” como símbolo imaginario de la civilización, cuando todos los humanos son de “color”, tienen un color de toda la gama epidérmica. Ocurre como en toda economía política, se desvaloriza lo concreto y se valoriza lo abstracto. Lo peculiar del caso es que en las llamadas sociedades poscoloniales se prolonga la dominación colonial en las versiones de la colonialidad. Es más, en las formas de “gobiernos progresistas” se prolonga la colonialidad de manera paradójica; a nombre de la “descolonización” se sigue colonizado a las naciones y pueblos indígenas, reducidas a mera mención propagandista, mientras se desconoce sus derechos territoriales, institucionales, políticos y culturales, consagrados por la Constitución Plurinacional Comunitaria y Autonómica. Cuando las formas de gubernamentalidad entran en crisis también entran en crisis las formas de poder complementarias y articuladas. Es cuando se hace evidente que son fachadas impuestas contra las sociedades, esencialmente alternativas. Empero, el poder se reúsa a dejar sus máscaras, sus disfraces, sus armaduras y sus mitos. Se aferra desesperadamente a sus artefactos anacrónicos, quiere restaurar el prestigio de las instituciones, en vez de transformarlas, se aferra al mito del caudillo, patriarca otoñal y estéril, se agazapada en el juego político, reviviendo la forma de partidos, que ya han patentizado su inutilidad para representar y responder a las demandas del pueblo. En estas circunstancias, en la medida que son inútiles los esfuerzos por volver a una supuesta época dorada del poder, la maquinaria abstracta y los agenciamientos concretos de las dominaciones recurren a sus medidas de emergencia, que evidencian en núcleo oculto de Estado de excepción en toda forma de Estado. Entonces se habría vuelto al principio constitutivo del Estado, la guerra.

 


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