Disociación, disyunción y diseminación en el funcionamiento de la máquina de poder desvencijada
Raúl Prada
Si las asociaciones y las relaciones sociales, que comenzaron como las relaciones de parentesco, relaciones de filiación consanguínea, acompañadas, después, por relaciones de alianzas territoriales, fueron inaugurales en la conformación de las comunidades, en la actualidad de la decadencia de la civilización moderna, se puede observar que lo que prepondera es la disociación, la disyunción y la diseminación, desarticulando las comunidades, los colectivos y las sociedades. Ocurre como que las distintas partes y dispositivos de la maquinaria del poder se separaran del diseño integrado, produciendo el fenómeno de la desintegración. Se puede decir que, si antes la maquinaria del poder funcionaba para dominar, imponer, incidiendo en los comportamientos y conductas, ahora, en plena clausura crepuscular del sistema mundo capitalista, la maquinaria del poder domina para producir la desintegración generalizada.
Lo paradójico del caso es que, en estas condiciones de desarticulación y desintegración, la maquinaria del poder sigue funcionando en su desagregada disfuncionalidad expandida por todos los campos sociales, políticos, económicos y culturales; solo que la proyección del funcionamiento de la dominación ha cambiado. Ahora funciona para su propia autodestrucción, aunque no lo sepan las distintas partes y dispositivos de la maquinaria del poder. Cada parte y dispositivo, cada engranaje, funciona como si nada hubiera cambiado, siguen en lo mismo, empero lo hacen de manera desarticulada, hipertrofiando su propia ejecución, coadyuvando, entonces, a una mayor desintegración de la maquinaria del poder, de la heurística de aparatos de Estado, de la sociedad, de sus mallas institucionales. Intensificando su autodestrucción sin saberlo.
Por ejemplo, en el campo político se destruye el espacio de su continuidad, ocasionando lo que se podría llamar disgregación feudal, usando una figura conocida para caracterizar la dispersión medieval. El Estado también se desarticula y desvencija, desmantelándose; el ejecutivo se encaracola, como dispositivo autista; el Congreso evidencia su desmesurada corrosión interna, hace tiempo no se parlamenta, sino que tan solo se votan las decisiones del partido, la conformación de “representantes del pueblo” no representa, sino que hace patente las prácticas del chantaje, de la coerción, de la congregación de votos, sin palabra, sin sentido, sin voluntad propia. La situación del Órgano Judicial es peor aún, habiéndose antes convertido en una máquina de extorsión, ahora es el dispositivo privilegiado del terrorismo de Estado. El órgano Electoral va por el mismo camino, a pesar de su reciente parcial recuperación, aunque sesgada y limitada, pues su crisis se hizo patente con el escandaloso fraude electoral de 2019, donde se evidenció la descarada manipulación de los votos y de los registros; hasta ahora no hay una auditoria de los padrones electorales.
Pero esto no ocurre solo con lo que se denomina aparatos de Estado, en estricto sentido, sino también con la sociedad institucionalizada. Por ejemplo, el campo comunicacional también se desintegra no solo al convertirse en una fabulosa máquina de desinformación, propaganda y publicidad, sino que, además de convertirse en la proliferación de escenarios para espectáculos estridentes de la comedia grotesca, solo funciona en la inercia inaudita de discursos fofos, de audiovisuales mediocres, de mañaneros carnavalescos, de “análisis políticos” desabridos y aburridos, de noticiosos sensacionalista. El campo social no solo sufre de dispersión, disociación y desintegración, sino que es el espacio fraccionado de pequeños campos de batalla localizados y sin horizonte. Se podría decir que el campo social es el espacio fragmentado donde se ejerce preponderantemente la manipulación y descuella la economía política del chantaje. Lo mismo pasa con el campo económico, desarticulado, desmontado, diseminado. Si bien antes, por ciclos largos y medianos de los capitalismos hegemónicos mundialmente, vigentes en su turno, que contienen a los propios ciclos extractivistas de los recursos naturales, el campo económico ha sido circunscrito al modelo colonial extractivista del capitalismo dependiente, en la actualidad ha sido atravesado y tomado por el lado oscuro, paralelo, clandestino, de la economía ilícita. Quizás la parte peor la lleva el campo escolar, que ha sufriendo ya su devaluación, su desatención, su empobrecimiento mayúsculo, que ocasiona deformaciones en la escolaridad y después se proyectan como deformaciones en las universidades, circunscribiéndose al triste papel de aparatos administrativos de titulación, produciendo profesionales mediocres – salvo escasas y honradas excepciones, que se deben a su propio esfuerzo -, con una educación bajísima, es decir un bluff generalizado.
El panorama es apocalíptico, el modelo colonial extractivista del capitalismo dependiente ha destruido los ecosistemas, ha depredado los territorios y cuencas, ha contaminado aire, aguas y suelos, ha talado e incinerado bosques. Los territorios no solo de las naciones y pueblos indígenas, cuyos derechos están consagrados en la Constitución, han sido concesionados a las empresas trasnacionales extractivistas, entregadas a la vorágine de plantaciones transgénicas, opción destructiva de la burguesía agro industrial. La ampliación de la frontera agrícola cobra un ritmo intenso y expansivo demoledor, ampliando, desbrozando, talando, destruyendo territorios, para la ganadería extensiva, para la explotación ecocida y comercio compulsivo de la madera, expandiendo el cultivo de la hoja de coca excedentaria y, con esta expansión, la expansión intensificada de la “industria” de la cocaína. En el panorama social, político, económico y cultural se manifiesta desbordante la desintegración de los campos, la fragmentación de los espacios, la descohesión generalizada y la disociación apabullante. Entonces, aparecen núcleos de poder feudalizados, controles territoriales de mafias, cárteles y conjunciones clientelares, que funcionan de manera incongruente y desarticulada, pero funcionan para sí, cada una de estas formaciones perversas. Ocasionando, en la conjunción provisional de fuerzas, resultantes inciertas. Este funcionamiento disfuncional, por así decirlo, refuerza la dispersión, la disociación, la desarticulación, la desintegración y la diseminación. Estamos entonces no solamente ante la decadencia desbocada, sino ante la autodestrucción generalizada.