Michael Roberts es un reconocido economista marxista británico, que ha trabajado 30 años en la City londinense como analista económico y publica el blog The Next Recession.
La jefa del FMI, Georgieva, informa
Traducción: G. Buster
Hace un año que la Organización Mundial de la Salud (OMS) es decir, la propagación mundial de la enfermedad. Por supuesto, el COVID-19 había surgido mucho antes, tal vez incluso en el otoño de 2019, declaró el brote o epidemia de COVID-19 una ‘pandemia’ pero el brote realmente prendió primero en Wuhan, China, antes de expandirse rápidamente por todo el mundo.
¿Cual es el balance sanitario después de un año de pandemia? Han informado que 119 millones de personas (solo el 2% de la población mundial) están infectadas, aunque si incluimos a las que no han tenido síntomas y a las que no informaron estar enfermas, la cifra probablemente sea más del 15-20%. Se ha comunicado que 2,6 millones de personas han muerto a causa de la enfermedad. Es una tasa de mortalidad (CFR) del 2,2% a nivel mundial. En algunos países, el CFR es mucho más alto: el CFR de México se acerca al 9%; los CFR de Italia, Reino Unido y Sudáfrica se acercan al 3%. La diferencia se debe a la edad de los infectados, la salud general de la población y los recursos y la eficacia de los sistemas de salud de cada país.
La tasa de mortalidad es diferente que la tasa de mortalidad por infección (IFR). Si hacemos una suposición razonable de que alrededor del 15-20% de la población mundial ha sido infectada, entonces el IFR es de alrededor del 0,44%, y muchos países de Europa tienen tasas mucho más altas. Por ejemplo, Francia al 0,67%; el Reino Unido al 0,59%; Italia al 0,65%; Alemania al 0,58%. El IFR de EEUU está por debajo del promedio mundial, en un 0.36%. Estas son mis estimaciones y están sujetas a debate, ya que nadie conoce realmente el IFR. Los microestudios realizados en varias partes del mundo durante el último año sugieren que el IFR probablemente se encuentre entre el 0,5% y el 0,7%.
Estas estimaciones sugieren que el COVID-19 es mucho más mortal que la tasa de mortalidad anual promedio por gripe. Esta es alrededor del 0,1% máximo; por lo que el COVID-19 es probablemente al menos cinco veces más letal. Y también sabemos que el COVID tiene el problema adicional de los daños colaterales a largo plazo en muchos pacientes, a diferencia de la gripe.
Y no hay duda de que las medidas de mitigación, como el distanciamiento social, las máscarillas, diversos grados de confinamiento, mejores tratamientos médicos, etc. han reducido la tasa de muertes y enfermedades a largo plazo. Si no hubiera habido ninguna de estas medidas, y asumiendo que el virus no se extinga hasta que haya ‘inmunidad colectiva’ (aproximadamente, un 60-70% de la población infectada), alrededor de 20 millones de personas podrían haber muerto.
Y el increíble logro de desarrollar y distribuir vacunas eficaces en los últimos meses ahora está ayudando a vencer la pandemia. Con suerte, la OMS declarará el fin de la pandemia en algún momento este año; mientras que se reducirá el número de muertes y enfermedades graves en el futuro.
Pero, ¿qué hay del impacto de la pandemia durante el año pasado en la economía mundial y los medios de vida de las personas? En el último año, he escrito varios artículos sobre el impacto devastador en la producción, el empleo, la inversión y el comercio en el mundo, así como sobre el daño social del aislamiento y la inmovilidad.
Una cosa es evidente después de un año de pandemia. Aquellos países que no lograron hacer frente al virus de manera temprana y eficaz; no contaba con un sistema de salud suficientemente fuerte; o capacidad de hacer pruebas y rastreos; y / o cierres y confinamientos eficaces, fueron los que tuvieron las tasas de mortalidad más altas Y el impacto más profundo para la economía y los medios de vida. Por lo tanto, no hubo un intercambio entre vidas y medios de subsistencia, como afirman personas como Trump, Bolsonaro, etc. y otros grupos de derecha a favor de las empresas.
Tomemos como ejemplo la economía del Reino Unido en 2020. Fue la más afectada de las principales economías del G7 en el año del COVID. El PIB real cayó un 9,9%, ¡la peor contracción del ingreso nacional en 300 años! Pero el gobierno del Reino Unido tampoco protegió a la gente del COVID-19. Tras un resurgimiento de las infecciones durante el invierno, alrededor de 1 de cada 5 personas en Gran Bretaña ha contraído el virus hasta ahora, 1 de cada 150 ha sido hospitalizada y 1 de cada 550 ha muerto, la cuarta tasa de mortalidad más alta del mundo.
Y, por supuesto, el virus ha discriminado. Mientras que cientos de millones de personas han perdido sus trabajos, negocios e ingresos y se han visto obligadas a ir a trabajar; otras se han quedado en casa con su sueldo completo, han ahorrado dinero y son ricos en efectivo. Y la pequeña élite que gobierna nuestro mundo se ha puesto las botas en los mercados financieros, gracias a una enorme inyección de crédito de los bancos centrales y el apoyo financiero directo de los gobiernos, principalmente en el “norte global” más rico. En el año de la pandemia, la riqueza de los multimillonarios se disparó en un 27,5 por ciento, mientras que 131 millones de personas cayeron en la pobreza debido al COVID-19.
Y América Latina. En su último informe anual, la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL) de la ONU estima que el número total de pobres en la región ascendió a 209 millones a fines de 2020, lo que representa 22 millones de personas más que el año anterior. Según la CEPAL, como consecuencia de la fuerte recesión económica en la región, que registró una caída del PIB de -7,7%, se estima que en 2020 la tasa de pobreza ‘extrema’ fue de 12,5% mientras que la tasa de pobreza afectó a 33,7%. de la población. “Los efectos de la pandemia de coronavirus se han extendido a todos los ámbitos de la vida humana, alterando la forma en que interactuamos, paralizando las economías y generando profundos cambios en las sociedades”, dice el informe. “Los barrios marginales urbanos en los márgenes de muchas de las ciudades de la región a menudo carecen de acceso a servicios básicos, lo que significa que muchos ciudadanos no pueden acceder a los alimentos, el agua y la atención médica necesarios para hacer frente a la crisis”.
Según el documento, se espera que la desigualdad en el ingreso total por persona haya crecido en 2020, lo que llevaría a que el índice de desigualdad Gini promedio sea un 2,9% más alto que el registrado en 2019. Sin las transferencias realizadas por los gobiernos para atenuar la pérdida de ingresos salariales (cuya distribución tiende a concentrarse en los grupos de ingresos bajos y medios), el aumento del índice gini promedio para la región habría sido del 5,6%. La pandemia también ha provocado un aumento en la mortalidad que podría reducir la esperanza de vida en la región dependiendo de cuánto dure la crisis, según la agencia. De cada 100 infecciones notificadas recientemente en todo el mundo, aproximadamente 24 lo fueron en países de América Latina y el Caribe.
La jefa del FMI, Georgieva, informa que para fines de 2022, el ingreso per cápita acumulado será un 13 por ciento más bajo que las proyecciones anteriores a la crisis en las economías avanzadas, en comparación con el 18 por ciento para los países de bajos ingresos y el 22 por ciento para los países emergentes y en desarrollo, excluida China. “Dicho de otra manera, la convergencia entre países ya no puede darse por sentada. Antes de la crisis, pronosticamos que las brechas de ingresos entre las economías avanzadas y 110 países emergentes y en desarrollo se reducirían durante 2020-22. Pero ahora estimamos que solo 52 economías se pondrán al día durante ese período, mientras que 58 se quedarán atrás. Existe un gran riesgo de que la mayoría de los países en desarrollo languidezcan en los próximos años “.
Pero las vacunas están aquí y la recuperación económica está ahora en la agenda. Según las últimas perspectivas eonómicas de la OCDE, se prevé que el crecimiento del PIB mundial sea del 5½% en 2021 y del 4% en 2022, y la producción mundial superará el nivel prepandémico a mediados de 2021. Esto suena bien, pero como continúa diciendo la OCDE, “a pesar de la mejora de las perspectivas mundiales, la producción y los ingresos en muchos países seguirán estando por debajo del nivel esperado antes de la pandemia a fines de 2022″.
En otras palabras, parece haber una ‘cicatriz’ permanente en la mayoría de las economías como resultado de la recesión pandémica de 2020, y la mayoría de las economías nunca regresarán al crecimiento y la trayectoria previos a la pandemia, que ya era más baja que la trayectoria de antes de la Gran Recesión en 2008.
Incluso Estados Unidos tiene un largo camino por recorrer para restaurar los niveles de empleo existentes antes de la pandemia.
Como he argumentado antes en varios artículos, esto significa que la recuperación económica no tendrá forma de V o será rápida, sino más bien una forma de “raíz cuadrada inversa” cuando el PIB real, la inversión y el crecimiento del empleo permanecen por debajo de las tasas anteriores de forma indefinida, lo que sugiere la continuación de la Larga Depresión posterior a 2009.
La visión actual de la teoría económica mayoritaria es que la economía estadounidense sufrirá menos “cicatrices” que otras economías importantes, con la excepción de China. Y eso se debe a que se depositan muchas esperanzas en los planes de estímulo fiscal del nuevo presidente de los Estados Unidos, Biden. La primera etapa de estos planes se abrió paso en el Congreso de los Estados Unidos. La enorme medida propuesta de $ 1,9 billones se ha diluido y se ha abandonado la campaña para aumentar el salario mínimo a $ 15 la hora. Pero aun así, el FMI reconoce que “el importante estímulo fiscal en los Estados Unidos, junto con una vacunación más rápida, podría impulsar el crecimiento del PIB de Estados Unidos en más de 3 puntos porcentuales este año, con efectos positivos de la demanda de socios comerciales clave”.
Pero el estímulo fiscal hasta ahora es solo un apoyo contra el COVID. Biden planea invertir más en infraestructura, proyectos ecológicos y apoyo al empleo. En artículos anteriores, he cuestionado el éxito que tendrán estas medidas teniendo en cuenta el estado del sector capitalista en la economía estadounidense (y también en otras economías).
He identificado dos factores que pueden debilitar la capacidad del llamado “multiplicador” fiscal keynesiano a la hora de impulsar y mantener la recuperación económica a nuevas alturas. El primero es la rentabilidad. En una economía capitalista, el sector empresarial gobierna y domina la inversión empresarial. Y la inversión empresarial no se verá estimulada por las dádivas fiscales a menos que la rentabilidad del capital aumente lo suficiente. En el año de la pandemia, la rentabilidad del capital en las principales economías alcanzó mínimos históricos. Esta es la rentabilidad media de todo el sector. Sí, el pequeño grupo de empresas de tecnología, los FAANGS, nunca ha estado mejor. Pero su enorme aumento de beneficios no se corresponde con el del resto del sector empresarial.
Y cuando se trata de esto, la única forma realmente sostenible de aumentar la rentabilidad en todos los ámbitos sería reducir el tamaño de la fuerza de trabajo, deshacerse de los trabajadores “improductivos”; fusionar, consolidar o liquidar empresas más débiles; y así crear las condiciones para una mejor rentabilidad mediante la inversión en nueva tecnología que ahorre mano de obra. Es posible que ocurra en el futuro. Pero por el momento, esos ‘trabajadores improductivos’ se mantienen mayoritariamente en las empresa o se apoyan con beneficios sociales; mientras que las empresas pequeñas y débiles se mantienen a flote con préstamos baratos y otro tipo de apoyos.
Pero eso crea el segundo factor que frena la recuperación sostenida en el sector capitalista: el aumento de la deuda empresarial, ahora cerca de un máximo histórico en todas las principales economías capitalistas.
En muchos artículos anteriores he descrito el tamaño de la creciente deuda empresarial y cómo ha creado las llamadas empresas zombis que sobreviven para pagar los salarios y los intereses de su deuda, pero no amplían la inversión ni el empleo. Son un peso alrededor del cuello del sector capitalista. Un estudio reciente argumenta que “la deuda empresarial se puede reestructurar rápidamente”, por lo que “el daño por sobreendeudamiento no es general. Sin embargo, las secuelas del crecimiento de la deuda empresarial se vuelven más problemáticas cuando la reestructuración y la liquidación de la deuda se vuelven más caras”. En lugares y tiempos donde la reorganización y reestructuración es ineficiente y costosa, “el exceso de deuda empresarial es una fuerza macroeconómica importante que tiene efectos negativos apreciables en la frecuencia del ciclo económico” (quieren decir expansión).
Por lo tanto, el sector capitalista no está en condiciones de generar una recuperación económica sostenida, incluso con más estímulos fiscales de Biden y la Comisión Europea este año y el próximo. Y el paquete de Biden, aunque aparentemente grande, no se ajusta realmente a los estándares históricos. Se podría decir que es el más grande en tiempos de paz, pero el impacto de la pandemia de COVID en el último año es como una guerra mundial. Lo que se necesita es lo que algunos llaman una ‘economía de guerra’, donde el estado interviene para reemplazar al sector capitalista y dirigir los recursos para la recuperación, independientemente de su rentabilidad. En la Segunda Guerra Mundial, el gasto y la inversión del gobierno fueron mucho más altos que cualquier plan de Biden. Pero como señaló el keynesiano Paul Krugman en un artículo reciente, “La Segunda Guerra Mundial, fue mucho más grande pero también tuvo lugar en el contexto de una economía controlada”.
No me gusta el término “economía de guerra”; mejor llamarlo una ‘economía social’ con el objetivo de reemplazar al sector capitalista. Pero eso es lo que se necesita, porque los desafíos que enfrenta la economía capitalista a largo plazo son enormes. Con la recuperación económica, la aceleración del calentamiento global y las emisiones de carbono han vuelto, con pocas señales de que los gobiernos vayan a contenerlos lo suficiente.
Y las empresas capitalistas se están preparando para cambiar mano de obra por más tecnología, como robots e inteligencia artificial. Las grandes empresas tecnológicas, incluidas Amazon, Alibaba, Alphabet, Facebook y Netflix, son responsables de más de 2 de cada 3 dólares gastados a nivel mundial en IA (McKinsey Global Institute 2017). Los trabajadores perderán sus puestos de trabajo en muchos sectores porque serán los empresarios quienes decidan, sin ningún plan, utilizar la tecnología para reducir las horas de trabajo, volver a formarlos y crear nuevos puestos de trabajo. “La pandemia ciertamente ha dado a los empleadores más razones para buscar formas de sustituir a los trabajadores por máquinas, y la evidencia reciente sugiere que lo están haciendo”. (covid-19 e implicaciones para la automatización. NBER).
Como dice Daron Acemoglu del MIT: “cuando los empleadores toman decisiones sobre si deben reemplazar a los trabajadores por máquinas, no tienen en cuenta el trastorno social causado por la pérdida de puestos de trabajo, especialmente los buenos. Esto crea un sesgo hacia la automatización excesiva”. Acemoglu concluye que, con la próxima fase de automatización que se desarrolla rápidamente, impulsada por el aprendizaje automático y la inteligencia artificial (IA), las economías del mundo se encuentran en una encrucijada. La IA podría exacerbar aún más la desigualdad. O controlada y dirigida con políticas públicas, podría contribuir a la reanudación de un crecimiento compartido. ¿Qué pasará?
Y no hay que olvidar que la pandemia de COVID-19 aún no ha terminado, con el riesgo de nuevas variantes y la aplicación lenta e ineficaz de las vacunas, especialmente en el sur global. Además, esta no será la última pandemia. Hay más por venir. Rob Wallace y otros epidemiólogos marxistas han argumentado que las pandemias se han vuelto más frecuentes debido a la rapaz expansión en áreas remotas de las empresas de combustibles fósiles, madereras y agrícolas. Esto ha provocado que patógenos mortales entren en la cadena alimentaria.
Esa teoría ha sido respaldada por un nuevo estudio que sugiere que los altos precios de la carne de cerdo en China después de la reciente epidemia de gripe porcina llevaron a un mayor consumo de animales salvajes en los mercados. Estos animales fueron los conductores de los nuevos patógenos. La agricultura industrial fue la causa probable del COVID-19. “Si más vida silvestre ingresa a la cadena alimentaria humana, ya sea a través de la caza… o yendo al mercado y obteniendo diferentes fuentes de carne. Si eso aumenta, crecerá simplemente la oportunidad de contacto”, afirma el autor del estudio, David Robertson, profesor de genómica viral y bioinformática en la Universidad de Glasgow. ” Simplemente se está aumentando las oportunidades para que el virus [Sars-CoV-2] se introduzca en los seres humanos”.
Puede, por lo tanto, que la pandemia no dure solo un año.