La derecha arrasa en Israel mientras que la izquierda no es mas que la pálida sombra de lo que fuera en el pasado. Hemos presenciado un capitulo más de la triste historieta que podríamos llamar “el ocaso de la izquierda”, con toda la secuela ética y moral que trae aparejado.
El miércoles 24 amaneció tormentoso, tal vez como un indicio de la tormenta política que se avecina a raíz de los resultados de las elecciones legislativas del día anterior. A la hora de redactar esta nota no esta claro quién será Primer Ministro de Israel, dado que ninguno de los dos bloques en pugna ha logrado agrupar los 61 escaños necesarios para formar gobierno. Lo único que esta claro es que los resultados vuelven a recalcar lo que ya sabíamos: la derecha arrasa en Israel mientras que la izquierda no es mas que la pálida sombra de lo que fuera en el pasado. Hemos presenciado un capitulo más de la triste historieta que podríamos llamar “el ocaso de la izquierda”, con toda la secuela ética y moral que trae aparejado.
Lo mas preocupante es que la nueva derecha que se ha constituido en estas elecciones será mucho mas extremista que la que componía el gobierno anterior: por primera vez han entrado en el parlamento representantes de la derecha mas recalcitrante, incluyendo un partido de claro corte fascista y otro abiertamente homofóbico. De aquí en adelante, la extrema derecha ya no será una excepción, sino parte legitima del mapa político israelí. Para comprender el peso real de la derecha hay que aclarar qué los términos utilizados por los medios de comunicación, que dividen los dos grandes bloques en ‘derecha’ e ‘izquierda’, confunden. La mayor parte de los partidos que componen el bloque opositor están muy lejos de ser de izquierda en el sentido estricto de la palabra. El partido de Lapid, que se convirtió en el segundo mayor de Israel, se define de “centro”, pero en las políticas relacionadas con el conflicto palestino comparten las mismas posiciones que el Likud de Bibi Netanyahu. Liberman, líder del partido de los emigrantes rusos, no es menos derechista que Bibi, y solo los separa el odio a nivel personal. El partido del general Gantz, que hasta ayer fuera ministro de defensa en el gobierno de Bibi, no difiere en nada de la derecha en los temas palestinos, mientras que el partido de Sahar, un desprendimiento del Likud compuesto por opositores internos a la dirección de Bibi, es a nivel ideológico una replica del Likud. De modo que lo que resta son los 13 escaños del Laborismo y de Meretz, que representan poco mas del 10% del parlamento -que no tendrán mayor influencia política, pero que por lo menos han salvado el honor de la izquierda-, y la Lista árabe unificada, con 6 escaños, que ha perdido la mitad de su fuerza electoral debido a la escisión del partido islámico Raam y a la incapacidad de atraer a las urnas a la población árabe, ya harta de promesas incumplidas.
Lo que estas elecciones nos vuelven a confirmar es que Israel es un país extremadamente derechista, religioso y nacionalista en el peor sentido de la palabra. Nuevamente habrá que reconocer, aunque suene paradójico, que el sistema democrático le ha dado un golpe fatal a la misma democracia. El pueblo de Israel ha elegido “democráticamente” un camino que destruirá la democracia por dentro: si hay algo que saca de quicio a la nueva derecha israelí son los derechos humanos y sin ellos no hay democracia que perdure. Resulta insólito que la población israelí haya vuelto a votar por un personaje acusado de corrupción, Bibi Netanyahu, sin importarle para nada que su Primer Ministro sea un delincuente. La combinación de prosperidad económica y populismo barato, junto al brillante manejo del operativo de vacunación, (que en realidad es producto del servicio sanitario creado por el Laborismo, que Bibi no ha logrado destruir), junto con la imagen de líder todopoderoso que Bibi trasmite, ha cegado a una población que busca aferrarse a cualquier figura que le inspire seguridad. Esto demuestra cuan bajo a caído la llamada “única democracia en Oriente Medio”. Si en el curso de los próximos días Bibi llegara a formar gobierno, seremos testigos de un agudo deterioro de los derechos civiles de los árabes israelíes. Desde ese punto, el camino hacia un autoritarismo cada vez más totalitario, y por ende antidemocrático, no es largo. La democracia israelí saldrá perdiendo, pero quienes pagarán el precio de estas elecciones y con creces, serán los palestinos, que se verán frente a una nueva ola de confiscaciones, de asentamientos, de demoliciones y demás barbaridades, que este gobierno siempre ha ejecutado gustoso, pero que ahora acometerá con mayor ímpetu. Uno de los próximos ministros, Itamar Ben Gbir, atacó durante su campaña electoral a Bibi por no destruir el poblado beduino de Han el Ahmar y es de suponer que una vez conformada la coalición esa será una de las primeras medidas que lleve a cabo.
Es por ellos que hoy día, más que antes, necesitamos urgentemente que la comunidad internacional ponga freno a las aspiraciones expansionistas de Israel. Tal vez la Corte Internacional de Justicia pueda aplacar esta ola de atropellos que se avecina, pero para ello debe obrar con ahínco y con firmeza. Solo la presión internacional, incluyendo sanciones económicas y políticas podría frenar el delirio israelí y devolverles a los palestinos la esperanza de liberarse de esta ocupación, que afecta no solo al pueblo palestino sino que destruye también las bases éticas y morales del mismo pueblo israelí.