Ecuador Today
Mi problema con los progresismos es que yo no puedo hacerme de la vista gorda y justificar sus aberraciones en «nombre de la izquierda». Empecemos por el caudillismo y el totalitarismo de Estado. Incluso Pinochet, el dictador, tuvo que aceptar la ganancia del NO en el plebiscito nacional de Chile en 1988. Evo, por el contrario, desconoció la voluntad popular del referéndum constitucional de Bolivia en 2016.
En Ecuador, el Mashi no ha tenido empacho en definir que el presidente de la república no es solo presidente del ejecutivo sino de todos los poderes del Estado y en consecuencia a ello ha actuado. Tanta es la desvergüenza que el ex-defensor del pueblo, Ramiro Rivadeneira, en estas elecciones, fue candidato a la asamblea por la lista del partido correista. ¡Se imaginan! es simplemente escandaloso. Y es solo uno de muchos ejemplos. Ni mencionar el uso de los bienes y recursos del Estado para las campañas y mítines del partido.
A mí la tortura, la violencia sexual, la criminalización y judicialización, la represión, el desplazamiento forzado no me parecen cosas pequeñas ni menores. La argumentación maquiavélica que justifica TODO por el proyecto político me da alergia, me repele. A mí no me contaron de la violencia correista, la viví en el cuerpo, en la cárcel, en las calles, en las comunidades desplazadas, en cada caso que durante 10 años atendimos, acompañamos, defendimos y documentamos.
Los designios del todo poderoso podían quitar personerías jurídicas a las ONG que le estorbaban, bloquear y ahorcar a las universidades que denunciaban las graves violaciones de derechos humanos, encarcelar por un año a jóvenes populares y de izquierda (sin razón alguna), mandar a pegar, a seguir, a secuestrar, a aterrorizar, clavar agujas en la cabeza, tocar con morbo los genitales aprovechando el estado de excepción, militarizar y desplazar con violencia. Todo está documentado. El Estado fue usado como servicio de inteligencia para perseguir y violentar, se fundó el terrorismo de Estado como política central del correismo.
A mí no me convencen de que la intensificación del extractivismo es buena cuando el Mashi es quien la convoca, y que los transgénicos y los TLC y la apuesta por el modelo agroindustrial son el camino si el Mashi así lo define. A mí no me engañan con que la venta anticipada de recursos y el endeudamiento escandaloso con la China son políticas soberanas, al igual que concesionar el 16% del territorio nacional a multinacionales mineras. Ni qué hablar de la expansión de la frontera petrolera. Para mí, la obediencia rebañil infundada es lacerante porque niega la participación política plena, la instrumentaliza como circo y permite legitimar «en nombre de la izquierda» la concreción de los sueños de la derecha neoliberal.
Yo defiendo la organización social y su autonomía, no creo en las parafiliales correistas fundadas para que les aplaudan en sabatinas y les llenen las contramarchas, para intentar romper con la historia de un plumazo como si los movimientos sociales, gremiales y sindicales no hubiesen existido antes ni más allá de su gobierno. A mí el populismo centrado en los bonos y prebendas me parece un insulto al pueblo, porque en los 10 años de correismo no hubieron cambios estructurales en los suburbios de Manta y Portoviejo habitados en su mayoría por familias recicladoras quienes nunca recibieron la legalización de sus tierras, ni acceso a servicios básicos, ni empleo digno, ni vivienda. Aún hoy en día, sus tierras se consideran invasiones y viven entre los escombros del material que recuperan, pagando valores absurdos por un tanquero de agua. Y no lo digo como observadora externa porque trabajo con recicladores de las periferias, de los barrios más empobrecidos del país, desde hace más de 15 años. Tampoco gotearon las regalías del extractivismo a las comunidades indígenas y campesinas que por el contrario sí han tenido que amortiguar los impactos, la devastación de sus tierras, la contaminación y que han encarnado de forma cancerosa la enfermedad en sus cuerpos desnutridos. Un baño de verdad por las comunidades amazónicas les hace mucha falta.
A mí no me convencen con que el cierre de escuelas comunitarias fue un acto revolucionario, porque pude constatar cómo, en la práctica, fue una estrategia sutil y muy exitosa de despojo. A mí no me engañan con que la tercerización y externalización del sistema de salud es igual a inversión en salud, eso fue enriquecer a los prestadores privados al tiempo que se desmontó el sistema de vigilancia epidemiológica y el Instituto Nacional de Salud Pública. Para mí la corrupción escandalosa que no tiene inicio ni fin pero que pasa por ENFARMA y que merca de la salud y de la vida, es simplemente repudiable.
A mí no me parece que haya órdenes en los derechos y que los derechos sexuales y reproductivos están en segundo, tercero o último orden, porque del marxismo ortodoxo me divorcié hace mucho cuando aprendí de la ecología política y de los pueblos indígenas, de los feminismos, que todas las luchas convergen y que los proyectos revolucionarios deben ser coherentes y «mandar obedeciendo» las demandas colectivas.
A mí no me quitan la memoria, porque llevo las cicatrices en el cuerpo, me quedan los recuerdos y el trauma, me queda el dolor de la impunidad. A mí no me convencen de que lo teníamos bien merecido, porque los criminalizados, judicializados y violentados fuimos gente buena, militante, campesinos, indígenas y ecologistas. Un gobierno que reprime a su pueblo no es revolucionario sino reaccionario.
Yo no quiero el retorno del correismo, me aterra ese monstruo prepotente, incapaz de reconocer errores, ni límites éticos, que adoctrina y usa las mieles de la defensa de la izquierda para en su nombre hacer todo lo que le place, además, con el cinismo de defender lo indefendible. Me provoca nausea su incoherencia, su retórica poética a los valores de la izquierda en discordancia con su práctica de despilfarro obsceno, de sobreconsumo, de paseos por el imperio, de lujos y privilegios.
Yo defiendo un proyecto de izquierda coherente, no discursiva, un proyecto de izquierda ecologista, plurinacional y feminista. Más que nunca, el voto nulo es mi opción ética y política.