Ganadora de premio de justicia ambiental: ‘Tenemos el derecho de vivir en un territorio que para nosotras es sagrado’
Nota del editor: Este artículo también está disponible en inglés.
Aura Lolita Chávez Ixcaquic, maestra maya k’iche y lideresa comunitaria en Guatemala, regresaba a casa en un bus con otras mujeres cuando hombres armados abordaron el vehículo y exigieron saber: “¿Quién es Lolita?” Pensando que iba a morir, estaba a punto de responder cuando otra mujer se levantó y dijo: “Yo soy Lolita”. Los hombres comenzaron a golpearla, cuando otra mujer, y luego otra, dijeron: “No, yo soy Lolita”.
Ese día escapó de sufrir lesiones, pero en 2017, ella y otros miembros del Consejo de Pueblos K’iche’ por la Defensa de la Vida, Madre Naturaleza, Tierra y Territorio fueron atacados después de detener un camión que transportaba madera talada ilegalmente. Ese año las amenazas de muerte la obligaron a abandonar su país.
Para Chávez, que vivió 24 años de guerra civil, los acuerdos de paz firmados en Guatemala en 1996 no acabaron con la violencia. Líder en la lucha de su pueblo por defender su tierra contra la minería, la construcción de represas y la tala ilegal, ha sido acusada de guerrillera y de amenaza para la seguridad nacional.
El 20 de abril recibirá el Premio Romero a los Derechos Humanos que otorga anualmente la Universidad de Dayton en Dayton, Ohio.
“Según informes de derechos humanos, la mayor cantidad de asesinatos de defensores de derechos humanos ocurre en América Latina”, y la mayoría son asesinados por su defensa de los derechos ambientales e indígenas, dijo Shelley Inglis, directora ejecutiva del Centro de Derechos Humanos de la universidad, a EarthBeat. Chávez, agregó, “refleja el espíritu y la clase de pundonor y defensa de los derechos humanos que se necesita para cambiar realmente nuestra sociedad hacia un futuro más sostenible”.
La universidad estableció el premio, llamado así por san Óscar Romero, en 2000 para honrar a personas o grupos que han contribuido al alivio del sufrimiento o la injusticia en el mundo. La ceremonia de premiación de este año es parte de una serie de eventos que comenzaron el 24 de marzo, enfocados en la justicia ambiental y climática.
Los primeros ganadores del premio fueron figuras conocidas, dijo Inglis, pero últimamente la universidad ha distinguido a personas que trabajan en sus comunidades. Chávez fue una de las tres finalistas del Premio Sájarov a la Libertad de Conciencia del Parlamento Europeo en 2017, el año en que huyó de Guatemala.
Chávez habló con EarthBeat desde un lugar no revelado. La entrevista se ha editado por brevedad y claridad.
¿Cómo es el lugar donde Ud. nació y creció?
Yo vengo de un territorio que está en Iximuleu, que Occidente le llama Guatemala. El lugar se llama Quiché. Es un departamento. Es un territorio que está en la montaña, con bastante biodiversidad todavía, a pesar de que haya expresiones políticas de programas y planes y proyectos que se han impuesto ahí. Pero a pesar de eso, gracias al modelo de vida que tenemos y gracias a nuestra cosmovisión, mi pueblo, que es el pueblo Maya K’iche, [tiene] un planteamiento de vida bastante vinculado a la red de la vida … y ese modelo nos ha permitido plantearnos un caminar vinculado a la tierra.
Sembramos milpa. Somos gente de maíz, y estamos bastante vinculadas a una alimentación que viene de la propia tierra; o sea nuestro alimento es generado por la propia comunidad.
[La región tiene] un clima bastante templado, no es ni tan frío ni tan caliente, pero pasándose de un territorio a otro, hay microclimas. Esto hace que haya diferentes especies, diferentes animales, plantas y otros seres que cohabitan con nosotras como humanidad.”
Hay un gran problema que es parte también del contexto en el cual vivimos, es que nosotras fuimos atacadas cruelmente en la época no solo de la invasión [europea] sino de la guerra. En la guerra hubo planes de exterminio, de genocidio, tierra arrasada, desapariciones forzosas, y eso ha dejado secuelas en las expresiones desiguales.
Es un territorio donde hay bastante desigualdad, mucho empobrecimiento, hay hambruna, hay políticas de exclusión de parte del gobierno de Guatemala. Siempre los planes han sido así, de ataque directo al pueblo, porque es un pueblo que estamos autoorganizados. Tenemos un proceso autónomo de organización; eso hace que los gobiernos de turno en Guatemala no nos vean con buenos ojos, o sea que siempre nos atacan a través de la remilitarización.”
¿Cuáles son las amenazas al medio ambiente en su territorio?
En todo el departamento de Quiché, se ha planteado un reacomodamiento macroeconómico geopolítico; o sea en la actualidad hay varios planes, unos ya en ejecución, otros todavía no.
Uno de ellos es el vínculo con la energía, el generar energía a través del agua. Hay una invasión de empresas transnacionales que van por el agua, porque a pesar del cambio climático y el calentamiento global, en mi territorio aún hay agua. Hay ríos y montañas que eso hace que tengamos agua.
[Hubo una] la invasión a través de un gran proyecto hidroeléctrico que genera energía para una gran cantidad de territorios en Guatemala, que es el proyecto Chixoy; es una hidroeléctrica, una de las más grandes en Guatemala que está en el norte del Quiché.
Hay otras que están también dentro del territorio, que son [proyectos de] hidroeléctricas que nunca se nos consultó. Es un gran problema, la generación de energía, pero uno de los problemas que estamos planteando, es que: ¿energía para qué y para quién?
La energía no está generándose para las comunidades. Donde extraen energía, no dejan luz para las comunidades, sino que se la llevan para las macroexpresiones económicas.
Como es montaña, también hay minerales, y hay licencias mineras. En el caso de las licencias mineras, desde la organización comunitaria no se permitió. Se hicieron varias consultas comunitarias de buena fe, no vinculadas con el gobierno, sino fueron autónomas, y se liberaron muchos territorios con licencias mineras que se pararon; entonces no lograron entrar.
En el 2010 viene el replanteamiento de las madereras, y ahí es donde nos damos cuenta de que el gobierno ha cedido a las empresas madereras 97 licencias forestales. Estas licencias son para invadir. Era como primera fase: si no dejamos entrar las mineras entonces nos plantean un enfoque de capital verde a través de REDD+ [reducción de emisiones de gases de efecto invernadero por la deforestación y la degradación del bosque].
El planteamiento de REDD+ es como un verde falso. [Se propone hacer] un monocultivo forestal, pero a través de empresas forestales saqueadoras que eliminan los árboles ancestrales como el tecun uman, que es un árbol … muy específico en Quiché.
¿Cómo se viven todavía las secuelas de la guerra?
La guerra generó varias secuelas. Una de ellas el despojo de las tierras. El pueblo maya siempre hemos vivido saqueo de las tierras. Se han hecho desalojos forzosos y entonces las tierras se quedan en manos de la oligarquía. El gran problema en Guatemala es que la mayoría de la tierra está en manos de pocas familias. Es una de las grandes secuelas de la guerra: Tenemos pocas tierras.
Otra es las secuelas también socioeconómicas que se están viviendo. Hay bastante empobrecimiento en mi territorio. Si se hiciera un análisis de dónde está el mayor empobrecimiento, sería donde hubo más guerra, más masacre. Esa relación tiene mucho que ver de los planes de exterminio, porque en Guatemala sí hubo genocidio. Entonces el aspecto socioeconómico está marcado muy fuertemente. No hay una buena educación. La juventud por ejemplo no tiene acceso al arte, al deporte. No es como se dice a nivel internacional, que somos “olvidados”: no somos “pueblos olvidados”, sino “odiados”. El estado nos odia porque defendemos nuestra vida a través de la organización.
¿Cómo se han organizado las mujeres para defender el medio ambiente?
Nosotras al inicio no nos nombrábamos defensoras. Luego fuimos reconociendo que el ser defensora tenía un aval internacional a través de los mecanismos. Nosotras saludamos los mecanismos como los convenios, las declaraciones de las Naciones Unidas, y hay una relatoría vinculada a defensores y defensoras.
Nosotras no sabíamos que éramos defensoras. Tuvimos que buscar esto porque [nos ayudó] en el pedir auxilio, en el tratar de sobrevivir con las amenazas, la estigmatización, la difamación. A mí me han difamado y me siguen difamando. … A mí me dicen guerrillera. … Me han estigmatizado bastante.
Entonces analizamos el contexto, nos organizamos … no solo en el consejo, [sino también]a través de redes [para] apoyarnos entre nosotras, porque si no nos apoyamos nosotras, a veces la comunidad nos suelta. La comunidad reconoce más una autoridad hombre, por el sistema machista; no nos reconoce a nosotras. Y nosotras tenemos que vivir con las secuelas de que las familias son atacadas, que nos separan de nuestros hijos y de nuestras hijas, las violaciones sexuales. Vivimos diferente el ataque que los hombres. Entonces nos reunimos, nos organizamos, y ahí ya empezamos a vincularnos con redes de defensoras a nivel nacional y a nivel internacional. Eso nos dio una gran inspiración, una gran ilusión; a pesar de ser atacadas, teníamos una esperanza de, si estamos organizadas y si estamos en red, vamos a vivir; y eso es una gran esperanza.
Las redes ¿incluyen a las mujeres de otros países centroamericanos donde también hay amenazas?
Bueno, nosotras tenemos historias que nos unen, modelos de vida [que] nos unen, pero también las expresiones. Al principio [de esta entrevista] hablaba de la estrategia del planteamiento geopolítico macroeconómico. … Las empresas tienen sus intereses y planes regionales a nivel continental. Hay patrones recurrentes de ataque. Las familias [poderosos] en Honduras, por ejemplo, se vinculan con las familias [oligarcas] en Guatemala; las familias oligarcas y las familias que generan los ataques tienen comunicación. Los militares que están en El Salvador, en México, en Guatemala, se comunican.
Entonces eso hace ver que nosotras tenemos los agresores, los violentadores, los perpetuadores, son como comunes: los militares, los banqueros, la narcoactividad regional también: Entonces nosotras tenemos que tener una comunicación permanente y certera para salvar vidas. Nos unimos no solo porque tenemos agendas en común y porque tenemos contextos similares, sino porque necesitamos tener estrategias regionales, acciones urgentes; hacer planteamientos de denuncia y de exigencia de justicia, porque sino nos matan.
La iglesia católica ¿las apoya en su lucha?
Más que hablar de una estructura de iglesia católica como [institución], yo preferiría hablar de organización comunitaria de fe vinculada a la esperanza de vida, a una vida digna. Las comunidades organizadas, las parroquias, que están más abajo donde está realmente la situación hostil, donde estamos en territorio de disputa, ahí tememos como aliados y aliadas a expresiones organizadas de fe. Yo más hablaría de abajo, del trabajo de fe, el trabajo organizativo, el trabajo del vínculo, del respeto a la tierra, lo sagrado.
Eso es lo que nos une; y, la gente, las personas, ya sean los párrocos o las congregaciones, ahí nos acuerpamos, porque si no nos acuerpamos les matan a ellos, o a ellas, y nos matan a nosotras. … La iglesia católica tiene una historia muy profunda en mi pueblo. La iglesia fue también resguardo de compañeros y compañeras cuando andaban perseguidas en la época de la guerra. … Cuando [tuvimos] que salir de los territorios, hay un área [de pastoral] que se llama movilidad humana y ha salvado muchas vidas.
¿Qué puede aprender la gente no Indígena de la forma de vida de su pueblo?
Tenemos el derecho de vivir en un territorio que para nosotras es sagrado. Nosotras generamos un vínculo de reverencia al agua, a los cuatro elementos, por ejemplo. Solo con que esos se vinculen ya tendríamos mucho, mucho que agradecer a la humanidad.
Solo que cada día cuando nos levantamos reconozcamos que somos agua, reconozcamos que somos tierra, que somos fuego y que somos aire; y que estamos en una red de la vida vinculada a otras comunidades. Que nosotros, la humanidad, no somos el centro del poder, el centro de la importancia de la vida, sino hay otras comunidades que también están coexistiendo y que tenemos que escucharlas.
Cuando nosotras decimos: hablan las plantas, hablan los árboles, hablan las piedras, hablan las montañas, es porque les escuchamos. Entonces lo que le pedimos a la humanidad es que escuchemos las voces de la tierra, del aire, del agua. Están hablando, y necesitamos escucharles para que podamos seguir coexistiendo y conviviendo.