La máquina semiótica del capital introduce la soberanía de un flujo patrón descodificado sobre todas las territorialidades. Es una máquina que permite discernir e intercambiar las territorialidades. Es una máquina de identificación. Trabaja para recodificar, para universalizar las recodificaciones.
No es la máquina capitalista la que descodifica, sino la intrusión del maquinismo científico-técnico.
Por el contrario, la máquina semiótica del capital hace lo que puede para recodificar la porcelana, para rearcaizar. La máquina capitalista regula, a través del mercado, la organización de la falta. Convierte las faltas moleculares en faltas molares. Pero no inventa la falta, la encuentra. El maquinismo es lo que hace que nazcan necesidades nuevas. Comenzando por el maquinismo de los viajes, que crea la demanda de especias y productos exóticos.
La máquina del capital regula la intrusión maquínica. A su manera, la humaniza. La crueldad del comerciante no es la del guerrero.
En las economías de subsistencia se operaba un equilibrio de extracción de la plusvalía sobre una territorialidad dad, por ejemplo, un segmento feudal. La parte extra-segmentaria era débil y de todas formas exterior. Con el primado de la máquina del capital (capital comercial), el exterior se unifica y universaliza, salta con la caída de las barreras aduaneras, de los peajes, etc., y el horizonte, más o menos mítico, del librecambismo.
Solo se toma en consideración la parte del trabajo que está fuera del proceso territorializado de subsistencia. La organización de un estrato económico de capital de intercambio a partir de los flujos exteriores sirve de medida e impone su ley a los flujos de trabajo territorializado que, en consecuencia, se volverán residuales.
Pero la máquina semiótica del capital comercial maneja la situación. Es disyuntiva, polarizante, expresiva y subjetivante. Con ella, es eso o nada. El maquinismo pasa o no pasa en función de sus exigencias estructurales. No es posible todo a la vez: ella dispone una temporalidad, un orden capitalista.
Esta máquina del capital comercial no roba en absoluto de la misma forma que el capitalismo industrial –por lo cual conviene mantener la distinción–.
Para el capital comercial los flujos dependen del descifrado de una falta territorializada. Las grandes ciudades comerciales como Venecia son la superficie de inscripción de las faltas –espejismo de un más allá económico que sustituye al espejismo de un más allá religioso con las Cruzadas–.
Con ellas, en el fondo, las personas obtienen lo que pagaron. El etnólogo que ofrece perlas que no valen nada a cambio de arcos y taparrabos indios no roba. Responde al deseo del otro según las medidas del otro. La medida sigue estando territorializada sobre el deseo.
Del mismo modo, un pintor no “roba” con la mercancía. La categoría del robo aquí no es pertinente.
Las cosas cambian con la intrusión industrial. La falta se construye por todas partes. Se nos roba en el nivel del producir. No en el nivel del consumir. Se embarca al trabajador en una máquina para producir una falta artificial. La mercancía producida sustituye a los objetos del mercado territorializado.
La máquina hace una competencia desleal con el trabajo humano. Sus necesidades en materia de reproducción cuestan menos que las necesidades humanas, a igual productividad.
Por eso, Marx reclama una contrapartida para los trabajadores. En teoría, el trabajador tendría que recibir -colectivamente- la diferencia. Es la tasa de plusvalía. Vemos que la plusvalía comercial está ligada a la territorialidad del deseo. Mientras que la plusvalía maquínica está ligada a un rechazo de la desterritorialización maquínica. En un caso, la falta estáa sobre la tierra entre los hombres. Es la falta ajena. En el otro, es falta de la falta. Deseo de retorno al estatus anterior. Falta de una sociedad humana en el marco de una sociedad maquínica que es, por esencia, inhumana.
La codificación de la falta ha pasado de la exterioridad territorializada a la inmanencia maquínica.
En el fondo, el intercambio de la máquina semiótica del capital es justo: no es un robo (Marx lo dice cuando critica la identidad entre robo y beneficio).
El maquinismo es el ladrón: se come el trabajo humano. Deshumaniza el trabajo. Lo vuelve accesorio, incluso inútil. Nunca terminó de extirpar el trabajo humano bajo todas sus formas.
El capitalismo humanista resiste tanto como puede hasta que unas máquinas como la máquina leninista lo hacen volar por los aires y dan a luz una apertura todavía más grande del maquinismo sobre las diferentes regiones del trabajo humano.
(…)
Marx asimila el trabajo maquínico al trabajo humano, y luego considera que lo que debe intercambiarse es la totalidad del trabajo humano medido.
De derecho, al trabajador debería pagársele tanto por su trabajo humano como por el trabajo maquínico.
El capitalista poseedor de los medios de producción quiere su tajada del trabajo maquínico. El capital variable siempre disminuye en valor relativo. El ideal capitalista es el de una máquina pura, sin trabajo humano y que sea capaz de reproducirse maquínicamente.
Ahora bien, lo que esta máquina ideal pone en circulación es un flujo de simulacro que se intercambiará por “simple pan”. El trabajo humano en el sentido de una plusvalía de código se relaciona con ese flujo de producción-simulacro.
Un estándar canceroso desvaloriza toda producción humana. La ley del mercado hace que cualquier producción humana solo se tome en cuenta en la medida en que esté apresada en el estrato de los intercambios.
Antes que hablar de una ley tendencial de la tasa de ganancia, debería hablarse de una ley tendencial de desavalorización del trabajo humano respecto del trabajo maquínico. El trabajo se paga a valores maquínicos: es un intercambio desigual. El trabajador recibe espejitos de colores. No obtiene por su trabajo un valor trabajo, sino un valor máquina siempre en vías de desterritorialización y de desvalorización. El capitalista concentra flujos mixtos:
– flujo de trabajo humano
– flujo de trabajo maquínico.
La parte que otorga para la reproducción del trabajo humano contiene una parte creciente de trabajo maquínico. Acumula una plusvalía maquínica y una plusvalía de trabajo humano. Pero en la sociedad contemporánea:
– en el centro: no acumula plusvalía sobre el trabajo más maquínico (trabajo más calificado). Por el contrario, el trabajador socialdemocratizado se beneficia parcialmente de la explotación de los flujos periféricos; solo acumula plusvalía maquínica.
– en la periferia: acumula plusvalía sobre los flujos humanos.