El sol canicular acompaña a las comunidades indígenas de la zona oriente del Cauca y a campesinos provenientes de diferentes partes que determinaron llegar a la Popayán luego de ver cómo el Gobierno nacional a través de sus fuerzas armadas iniciaba una masacre contra los manifestantes en distintas regiones del país.
Guardias indígenas y campesinas orientaban a sus comunidades para que el desplazamiento por las calles de la llamada “ciudad blanca” se realizara sin inconveniente alguno, y con la consigna de rechazar vehementemente la actitud del presidente Ivan Duque de darle tratamiento militar a la protesta social.
Las marchas se hicieron lentas pero con mucha decisión ante la mirada indiferente de algunos patojos, pero con el apoyo decidido de la mayoría que sacó sus banderas de Colombia e hicieron sonar sus ollas y sartenes en un cacerolazo a pleno mediodía. Otros sacaron sus equipos de sonido para colocar a todo volumen el himno de la Guardia Indígena como apoyo al paro nacional, y no faltaron las voces de fuerza, fuerza.
Poco a poco las delegaciones llegaban a sus puntos de concentración, los campesinos lo hicieron en inmediaciones del Puente el Humilladero, mientras que las comunidades indígenas instalaban una carpa humanitaria en el Parque de la Salud como un mecanismo de protección a los participantes en este paro nacional.
La tarde fue llegando y con ella un fuerte aguacero que no detuvo ni las marchas en las ciudades ni las concentraciones sobre la vía panamericana por el convencimiento que solo la lucha organizada puede lograr un para vivir en paz.
Ese descanso obligado permitió disfrutar con mucha alegría un delicioso almuerzo consistente en arroz blanco, papas cocidas con sal y un pedazo de carne, acompañado con limonada fría. Pareciera un plato sencillo, y la verdad que es una delicia en un país donde muchas personas mueren de hambre. Ese almuerzo se convierte en la felicidad de muchos, incluido yo, porque no es otra cosa que recordar que ese arroz viene de las ardientes tierras de Corinto recuperadas hace varios años, las papas provenientes de Paletará o Kokonuko, ganadas en una larga lucha, y un pedazo de carne procedente de las frías tierras de Silvia, que después de muchos años volvieron a sus propios dueños.
Por: Antonio Palechor Arévalo (Comunicador Indígena – Pueblo Yanakona)