El estallido en Chile en octubre de 2019 provocó un gran revuelo en las redes sociales entre los jóvenes de sectores populares (los más afectados por un modelo que les cierra su futuro) y entre las más diversas organizaciones sociales.
El país venía sufriendo una serie de medidas políticas de un gobierno corrupto que muestra todo el desprecio de las oligarquías locales hacia el pueblo. Crecía una rabia que no salía por ninguna parte.
«Hay que mirar hacia atrás para comprender lo que está sucediendo ahora», señala Alfonso Insuasty. Docente investigador de la Universidad de San Buenaventura Medellín y miembro del Grupo Autónomo Kavilando, explica a Brecha los antecedentes que desembocaron en un paro de más de 20 días que abarca unas 600 ciudades de Colombia.
El país venía sufriendo una serie de medidas políticas de un gobierno corrupto que muestra todo el desprecio de las oligarquías locales hacia el pueblo. Crecía una rabia que no salía por ninguna parte, que fue transitando hacia una desesperanza que se tradujo inicialmente en recriminaciones mutuas entre las organizaciones sociales.»
Esa situación experimentó un viraje en 2017, cuando se produjeron dos paros en el Chocó y en Buenaventura, en la región del Pacífico. «Buenaventura un puerto importante controlado por las elites económicas y políticas, pero, además, ambas zonas son sitios controlados por la alianza entre paramilitares y militares, con actuaciones graves que llevaron a denuncias internacionales sobre la existencia de casas de pique, donde se descuartiza a los jóvenes o líderes sociales como forma de generar una pedagogía de la crueldad y el terror, algo así como “calladito es mejor”», relata Insuasty.
Desafiando el terrorismo de Estado, poblaciones con amplia presencia de afrodescendientes mantuvieron paralizaciones que superaron los 18 y los 20 días. «Fueron paros alegres, coloridos, con expresiones culturales propias, con una masiva intervención de jóvenes que comprendieron que no tienen nada que perder y con mucha claridad sobre las razones por las cuales se movilizan.»
Las características de esas movilizaciones masivas son muy similares a las que se observan estas semanas en todo el país. «Se organizaron con comités de médicos, de alimentación, aprendieron sobre los modos de presionar al Estado, pero también aprendieron a negociar. En los dos casos se articularon medios alternativos locales y consiguieron que las autoridades fueran a su territorio a negociar; ellos no se movieron de sus ciudades y comunidades, y siguieron los mismos pasos que los indígenas del Cauca.»
En esos años, las áreas rurales se venían movilizando por el incumplimiento de los acuerdos de paz que se habían firmado en 2016, por la reforma agraria integral y por la no erradicación forzosa de cultivos ilegales. «Esos son los antecedentes, fueron un clic en la población y enseñaron a todo el país que sí es posible. Los cánticos decían eso: “Sí se puede”, y eso caló mucho en las ciudades que hasta ese momento no se estaban movilizando.»
En la historia reciente de Colombia, los conflictos estuvieron siempre centrados en las áreas rurales, protagonizados por campesinos e indígenas que defendían sus territorios –reconocidos incluso por la Constitución de 1991– de las grandes empresas y los terratenientes que los despojaron de 6 millones de hectáreas en las tres últimas décadas.
El estallido en Chile en octubre de 2019 provocó, según Insuasty, un gran revuelo en las redes sociales entre los jóvenes de sectores populares (los más afectados por un modelo que les cierra su futuro) y entre las más diversas organizaciones sociales.
«En 2019 ya se transita hacia la esperanza. El 21 de noviembre, el Comité Nacional de Paro convoca una jornada de lucha y paralización, pero las centrales obreras comprenden que deben ampliar su convocatoria hacia otras organizaciones sociales. Esto llegó con fuerza al mundo urbano, con expresiones artísticas, ambientalistas, animalistas que se empezaron a articular, porque hasta ese momento solo los universitarios tenían experiencia de movilización urbana.»
Las movilizaciones duran semanas, con un claro desborde juvenil y barrial de las organizaciones establecidas. Sin embargo, la pandemia cortó aquella dinámica, pero produjo heridas más profundas aún.
«El gobierno toma decisiones brutales que enojan a la gente, como sacar dinero del Estado para dárselo a las empresas y a los bancos, incluyendo empresas extranjeras, como Avianca, que fue el gran escándalo, porque allí está la hermana del presidente. El malestar fue creciendo, pero también la esperanza. Fue importante la actitud de los congresistas de la oposición que empezaron a socializar y también contribuyeron a la esperanza.»
Según el colectivo Kavilando, las comunidades más distantes y remotas decidieron, cada una a su modo, que lo primero era movilizarse. Durante la pandemia, la energía social se canalizó a través de las concentraciones de vendedores ambulantes e informales, que estaban siendo muy golpeados por el confinamiento. En los barrios aparecieron los trapos rojos, que denunciaban situaciones de hambre, y se movilizó la solidaridad colectiva.
En septiembre la rabia contenida estalló en Bogotá ante el asesinato policial de un abogado. Se quemaron decenas de instalaciones policiales, pero los uniformados quemaron a siete manifestantes, lo que fue registrado con los celulares, haciendo circular la brutalidad por las redes.
«Todo esto fue sumando», remata Insuasty. «Llegamos al paro del 28 de abril y encontramos una comunidad que ya se venía organizando, pero ahí descubrimos la envergadura de esa organización. Hay una primera línea que hizo un encuentro hace pocos días. Son jóvenes que hacen barricadas en puntos estratégicos y van al frente de las movilizaciones.
Todos los días hubo manifestaciones. Ya son más de 20 días que se convocan por redes y por las plataformas más seguras, por Telegram o Signal, porque hubo un aprendizaje del manejo de estas plataformas. También hay movilizaciones más pequeñas y locales que son más espontáneas y otras que convoca el Comité Nacional de Paro, que en general son los miércoles».
Insuasty se muestra convencido de que las manifestaciones van a continuar con similar intensidad y asegura que cada día hay más barricadas. «Van a continuar porque hay esperanza de que es posible derribar a este gobierno y eso es lo que mueve el corazón de la gente.»
Publicado originalmente en Brecha