Agricultura y biotecnología
El uso generalizado del término “biotecnología” lleva a la confusión y a no saber de qué exactamente se está hablando si es que no se precisa la rama biotecnológica en cuestión, ya que ésta engloba una vasta gama de prácticas.
Los seres humanos hemos modificado plantas y animales desde el inicio de la agricultura. Es así que, por ejemplo, en los Andes se tiene una extensa variedad de papas, producto de años de selección artificial[1]; o la ulupica, que dió origen a todas las variedades de picantes del mundo[2]. El ser humano ha provocado modificaciones aleatorias en plantas y animales hasta conseguir especies que se ajusten mejor a sus necesidades.
Estas prácticas hacen parte de la biotecnología en su definición amplia, pero no se debe confundir con la ingeniería genética o transgénica, la cual es una rama de la biotecnología. La utilización indiscriminada del término biotecnología para referirse a los transgénicos genera la presunción de su inocuidad y benevolencia, sin cuestionar sus causas ni efectos sobre la salud, la sociedad y la economía.
Ingeniería genética: ¿Panacea o amplificador de problemas?
La transgénesis o ingeniería genética es la edición deliberada de la información genética para dotar a una especie de características que no posee. Por ejemplo: el arroz que produce betacaroteno, de la empresa Syngenta, o el maíz Bt de Monsanto, que produce una toxina la cual afecta a las larvas que se comen las semillas, logrando, en teoría, una reducción en el uso de insecticidas.
La otra gran categoría de plantas transgénicas son las denominadas TH (tolerantes a los herbicidas). Actualmente, más del 80% de los monocultivos de soya producidos en el mundo poseen esta característica.
Los cultivos transgénicos son comercializados como más simples de cultivar, indicando que sólo es necesario plantarlos, rociar los químicos que se encargaran de eliminar las “plagas” y el cultivo genéticamente modificado resistirá los agrotóxicos y podrá ser cosechado al final de la temporada. Las ventajas que otorgan estos cultivos, como reducir la mano de obra necesaria para eliminar las malas hierbas y el fomento de la industrialización de la agricultura, han llevado a que se extiendan por el mundo, ampliando así la frontera agrícola y por consiguiente la deforestación.
Aunque los alimentos genéticamente modificados parecieran ser una solución a las plagas agrícolas, la realidad es que en muchos casos dicha solución queda rápidamente obsoleta, porque no se vieron las interacciones con los supra sistemas, ni cómo todo está interrelacionado. Resulta que por selección natural[3], los insectos o hierbas se vuelven resistentes a las toxinas destinadas a eliminarlos. Como el caso del escarabajo del maíz, que se hizo resistente a la toxina producida por el máiz Bt. La extensa utilización de este maíz dió paso a que el escarabajo “se adapte” y tolere la toxina producida por esta semilla[4], lo que ha llevado a tener que administrar más insecticidas sobre los cultivos de este maíz.
La aparición de otras plagas es otro de los problemas que no se toman en cuenta cuando se utilizan organismos genéticamente modificados, como lo señala un estudio realizado por Catangui M.A. & Berg R.K. (2006) [5], indicando que: “Otros insectos pueden sustituir a la plaga del escarabajo en los campos de maíz transgénico. Por ejemplo, la toxina Bt no afecta a las larvas de la oruga Striacosta albicosta, cuya población aumentó de forma notable en determinados años en las parcelas de maíz Bt comparadas con el maíz convencional.”[6]
Un caso similar es el de las “super malas hierbas” que se hicieron resistentes a los herbicidas como el glifosato, destinados a eliminarlas. Para sobrevivir, la naturaleza se adapta a aquello que intenta eliminarla. Como lo habría indicado Darwin, se puede suprimir una parte de los organismos, aquellos sensibles al herbicida, pero sobreviven los que son resistentes y son estos los que luego se siguen reproduciendo, dando lugar a una generación mejor adaptada. Como consecuencia, la aparición de “malas hierbas” se ha extendido a otras épocas del año, lo que lleva a utilizar una mayor cantidad de herbicidas y otros químicos más fuertes que fueron prohibidos en los años 40 y 50[7].
Es evidente que la utilización de transgénicos no resuelve el problema de las plagas que afectan los cultivos agrícolas. Al contrario, crea problemas que pasan a ser resueltos incrementando la utilización de más agrotóxicos, que contaminan el medio ambiente y el agua[8]. Lo que lleva a pensar que el incentivo en su utilización está siendo fomentado por intereses netamente económicos y no para resguardar la seguridad alimentaria, ni preservar el medio ambiente.
Efectos de los agrotóxicos en los seres humanos
En Argentina, donde se practica la fumigación aérea, se presentaron casos de malformaciones en recién nacidos en poblaciones cercanas a los campos de cultivo que utilizan agrotóxicos. Así mismo, se observa un aumento de abortos espontáneos en época de fumigación de los cultivos. En 2012 un piloto y un productor de soya transgénica fueron condenados por haber contaminado un barrio de Córdoba[9], la segunda ciudad más grande de Argentina. Fue gracias a manifestaciones llevadas a cabo por madres de hijos que fueron afectados por los agrotóxicos, y en especial a la determinación de Sofía Gatica[10], que este tipo de sentencias contra la utilización de agrotóxicos fue posible.
Además, después de ser fumigados, los agrotóxicos permanecen en el aire, el agua y la tierra exterminando a otras especies que no se pretendían afectar[11]; es así como las abejas y otros insectos polinizadores son mermados por insecticidas agrícolas[12]. Siendo que el 75% de los alimentos en el mundo dependen de la polinización[13] la desaparición de estos insectos es perjudicial para los seres humanos.
El 14 de mayo de 2019 una corte de apelaciones de California confirmó “la condena a Monsanto, propiedad del grupo alemán Bayer, a pagar 2.055 millones de dólares a una pareja que supuestamente habría contraído cáncer por utilizar el herbicida Roundup. El veredicto del jurado del norte de California acusa a la agroquímica de no advertir los peligros de su producto, que acumula más de 13.000 demandas por el mismo motivo.”[14]
La influencia de las multinacionales es tan grande sobre los gobiernos del mundo que las demandas y apelaciones contra éstas son dilatadas y terminan siendo archivadas. Los estudios científicos son sesgados y los gobiernos siguen apoyando los cultivos transgénicos bajo el discurso de que estos contribuyen al desarrollo económico y a la seguridad alimentaria.
El problema puede no estar en la modificación genética perse, sino en que dicha modificación se base en convertir los alimentos en almacenadores de sustancias tóxicas. El problema también radica en un sistema económico que privilegia las ganancias y la especulación, dentro de una visión antropocéntrica del mundo, dejando el futuro de la seguridad alimentaria en manos de mega corporaciones.
Seguridad, soberanía alimentaria y la financiarización de la vida misma
De acuerdo a la Cumbre Mundial sobre la Alimentación (1996): “la seguridad alimentaria existe cuando todas las personas tienen, en todo momento, acceso físico, social y económico a alimentos suficientes, inocuos y nutritivos que satisfacen sus necesidades energéticas diarias y preferencias alimentarias para llevar una vida activa y sana”.
La propaganda que promueve la aceptación de transgénicos divulga la idea de que estos ayudan a reducir el hambre en el mundo, sin embargo la realidad es que un gran porcentaje de los cultivos de soya transgénica de Latinoamérica son utilizados como alimento en la ganadería intensiva e industrial europea[15]. Cultivos de soya del sudeste asiático son utilizados para la producción de biocombustibles[16] que se comercializan en Europa, donde el cultivo de algunos eventos[17] transgénicos están prohibidos pero su importación es permitida. De esta forma trasladan sus problemas agroecológicos a otros países y las naciones europeas se muestran como respetuosas del medio ambiente, mientras los países menos desarrollados aceptan producir lo que sea o explotar cualquier recurso mientras reciban divisas extranjeras.
Detrás de toda esta industria se encuentra un reducido número de empresas, manejadas por el 1% de la población mundial, los “megamillonarios” del planeta. Estas empresas son identificadas como el Cartel Tóxico, por Vandana Shiva, Ph.D.[18] en su libro “Unidad contra el 1%” (Oneness Vs. the 1%), donde señala lo siguiente:
“Una estrategia fallida continúa ofreciéndose como el futuro porque es fundamental para la narrativa lineal del ‘progreso’ y el ‘control’, y de la ‘tecnología’ definida por el 1%. Ésta es la base de sus falsas narrativas de ser ‘creadores’ y de llevar a cabo la misión civilizadora de nuestro tiempo: obtener ganancias mediante un mayor riesgo y vulnerabilidad en tiempos de colapso ecológico y social. Ésta es también la base para reclamar patentes sobre la vida, con el 1% disfrazado de ‘inventores’ y ‘creadores’. Para ellos, las patentes, la recaudación de ingresos y los monopolios son el final del juego.
La tecnología de la información y la biotecnología se están integrando en una nueva fiebre del oro ‘verde’ para ‘extraer’ datos genéticos y reclamar patentes sobre plantas que ni Gates ni Monsanto crearon, y sobre las que no tienen conocimiento, sólo tienen ‘datos’.”[19]
Por su parte Hélène Tordjman, economista y profesora de la Sorbona París Norte, en su libro “Crecimiento verde contra la naturaleza – Crítica a la ecología de mercado”, publicado recientemente en marzo de 2021, cuestiona soluciones como el “Green new deal” o el “pacto verde europeo”, que instrumentalizan la naturaleza y que están siendo promovidas por gobiernos y organizaciones que impulsan la utilización de tecnologías del transhumanismo o convergencia-NBIC[20] (Nanotechnology, Biotechnology, Information technologies and Cognitive science), como la solución a los problemas de la humanidad. Pretendiendo incluso “mejorar” (y patentar) la fotosíntesis[21]. Cuando en realidad dichas tecnologías fomentan la mercantilización de la vida misma y desorientan en la búsqueda de soluciones reales a problemas como la crisis climática, el declive de la biodiversidad y la degradación de la biosfera.
Las tecnologías de la convergencia-NBIC sólo presentan alternativas de crecimiento a los propietarios de patentes y a las empresas que las poseen y explotan. H. Tordjman indica que se debe detener la mercantilización de las formas de vida y propone como solución la utilización de métodos más convencionales, robustos y sustentables, como la Low-Tech, la agroecología y asociaciones que no fomenten el crecimiento infinito del mercado y sean más bien respetuosas del ser humano y del medio ambiente.
Al aumentar los cultivos transgénicos se está promoviendo el endeudamiento y la dependencia tecnológica. En lugar de esto, se deben incentivar los cultivos tradicionales, aprovechando las ventajas que brindan los diferentes pisos agroecológicos; promover una verdadera mejora de la seguridad alimentaria en las diferentes regiones del planeta, de acuerdo a sus propias necesidades y características; y detener la uniformización en la agricultura.
Al creer que las NBIC serán la solución, sólo se está promoviendo e incentivando a los mercados financieros que invierten en éstas, los cuales destinan ingentes cantidades de dinero en marketing y publicidad para convencer a la población de que estas tecnologías son una solución para mejorar la producción de alimentos, cuando no lo son.
“70% de los alimentos producidos en el mundo provienen de la agricultura campesina”[22] y un 30% de la agricultura industrial.
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Pablo Solón explica el concepto de “soberanía alimentaria” en su artículo: “¿Soberanía alimentaria con transgénicos?” donde señala lo siguiente:
“La soberanía alimentaria va más allá del concepto de seguridad alimentaria. Para la seguridad alimentaria lo primordial es garantizar el acceso a alimentos, sin importar de dónde provengan o cómo se producen. En cambio ‘La soberanía alimentaria es el derecho de los pueblos a alimentos nutritivos y culturalmente adecuados, accesibles, producidos de forma sostenible y ecológica, y su derecho a decidir su propio sistema alimentario y productivo’ (Declaración de Nyéléni, 2007) (…) Uno de los puntales de la soberanía alimentaria es la agroecología que es absolutamente contraria a los transgénicos.”[23].
Cuestiona cuál será la posición de Bolivia en la Cumbre de Sistemas Alimentarios en el marco de las Naciones Unidas, en caso de aprobar la “Ley Marco de Bioseguridad con Organismos Genéticamente Modificados”[24]. Bolivia viene llevando un doble discurso, proclamándose internacionalmente en defensa de la naturaleza y de los derechos de la Madre Tierra, pero llevando a cabo acciones y políticas internas que promueven su destrucción y privatización.
¿Formar parte de la esclavitud del siglo XXI?
Abrir las puertas a los cultivos transgénicos, y por consiguiente a las patentes que los rigen, es volverse esclavos de las transnacionales que los producen. Los dueños de las patentes son organizaciones motivadas solamente por el rendimiento y el beneficio económico y no por la alimentación de la población. Esto termina siendo una forma más de neocolonialismo y neoesclavitud cuando el verdadero origen de todas las semillas fue la misma humanidad y la naturaleza, quienes no cobran, ni patentan sus frutos.
En la búsqueda de generar mayores beneficios económicos, las transnacionales que crean los alimentos transgénicos impulsan la aprobación de leyes que permitan el cultivo de más eventos transgénicos, sobre todo en países en vías de desarrollo, con la excusa de estar apoyando a la seguridad alimentaria.
Al aceptar dichos cultivos, lo que los gobiernos están haciendo es legalizar la explotación de la naturaleza y promover el extractivismo y la deforestación, privando a su población de cultivar sus propios alimentos, puesto que deben cultivar especies agrícolas que se exportan e importar los alimentos que consume su población. Muchos de estos alimentos son procesados y manufacturados en países más industrializados y vendidos a los países más pobres, cuando todos deberían y podrían producir sus alimentos en su propia tierra.
Dentro de los casos de esclavitud del siglo XXI se puede citar el de la producción y consumo de chocolate, que mantiene a niños, niñas y familias literalmente esclavizadas[25] en países productores de cacao como Costa de Marfil.
El endeudamiento perpetuo forma también parte de esta esclavitud neocolonial y extractivista, como lo señala un campesino boliviano: “la producción de soya es muy importante, pero no para el productor pequeño, sino para aquellas empresas grandes… intermediarios. Ellos van a quedarse con ´maja´ (ganancia). Es igualito como los minerales. El campesino pequeño nos vamos a quedar en lo peor con los suelos depravados, con el tiempo ya no vamos a producir […]. Entonces, por esa parte el que está quedando con la buena (ganancia) es los empresarios grandes, los comerciantes internacionales […]”[26].
Patentes
Puesto que las semillas transgénicas forman parte de la propiedad intelectual de las empresas que las desarrollan, éstas protegen su uso mediante patentes. Después de haber introducido su producto a un mercado agrícola, mediante créditos que comprometen a los agricultores a comprar semillas transgénicas cada año antes de la época de siembra, no les permiten guardar ni utilizar semillas de la cosecha anterior. Más allá de haber comprado las semillas la primera vez, haberlas plantado y cultivado, éstas no les pertenecen a los agricultores, puesto que ellos no fueron los “autores” intelectuales de éstas. Esto convierte a los agricultores en “vacas lecheras” de dinero y da lugar a un oligopolio de productores de semillas transgénicas.
El caso de Percy Schmeiser Vs. Monsanto Canadá[27] es un ejemplo de esto. Percy Schmeiser fue declarado culpable de uso ilícito de propiedad intelectual al no haber pagado por las semillas, cuando las que utilizó fueron contaminadas por cultivos transgénicos que él no había cultivado.
¿Habría que pagar con la misma moneda?
Los pueblos del mundo podrían organizarse y patentar las semillas originarias (de las cuales son los “inventores”) y así exigir a las empresas transnacionales productoras de semillas transgénicas que les paguen por el uso y el derecho a modificarlas o incluso prohibir su modificación.
Al estar el capitalismo basado en el precepto de que los medios de producción deben ser de propiedad privada[28], aquellos que poseen más capital se apropian de la exclusividad de explotación de bienes y servicios, amparados por leyes dictadas bajo su influencia y a favor de sus propios intereses y beneficios. Sin embargo, no crea algo de la nada, en todo caso descubre, utiliza y modifica lo que en primera instancia la naturaleza ha creado.
Si los gobiernos tienen el mandato de proteger los intereses de toda la población, deberían velar por la soberanía alimentaria más que por los intereses de los pocos que poseen más dinero.
“En el mundo del 1%, los gobiernos son sólo su extensión, sus vendedores”; como señala Vandana Shiva. Esta situación debe cambiar.
Conservación de las semillas tradicionales
La preservación de las semillas tradicionales es el único modo de no caer en el mercado de las empresas propietarias de semillas industriales. Además, permite la preservación de la diversidad genética o biodiversidad, aspecto muy importante para que la población no se vea afectada por algún suceso que afecte a los monocultivos. Como cuando en el siglo XIX la variedad de papas cultivada en Irlanda fue mermada por una plaga, fue posible recuperarla gracias a la diversidad de especies de papas proporcionadas por un centro de investigación del Perú[29].
Otro ejemplo de la importancia de la preservación de semillas tradicionales es el proyecto llevado a cabo por La red de Guardianes de Semillas[30] en Ecuador. Que identificó que distintas variedades de cacao dan frutos en diferentes épocas del año. Esto permite contar con frutos de cacao independientemente del clima. Además, al proteger las distintas variedades de semillas antiguas contribuyen a la conservación de la selva tropical.
Se debe tomar en cuenta que al permitir el cultivo de eventos transgénicos en un territorio se pone en riesgo las especies y semillas locales.
Monsanto aseguraba que las semillas transgénicas no podían contaminar las semillas tradicionales, es decir, que no les iban a pasar su material genético. El estudio sobre contaminación cruzada realizado por Ignacio Chapela de la Universidad de California, Berkeley, publicado en la revista “nature” como “Introgresión de ADN transgénico en variedades tradicionales de maíz en Oaxaca, México”[31] evidencia que dicha contaminación es posible.
En América Latina y en particular Bolivia, siendo el país con mayor diversidad de especies de maíz del mundo[32], la preservación de éstas debe ser prioridad de la población y de los gobiernos. Así como velar por la no introducción de eventos de maíz transgénico.
Reducir el neocolonialismo mediante la investigación, creación y utilización de tecnologías propias y libres de patentes.
Existe una serie de técnicas agrícolas orgánicas[33] (Treinta opciones en agriculturas alternativas) que son una mejor opción a la agricultura química y privatizada. Por ejemplo, la permacultura[34], la agroecología[35], la probiotecnología[36], resultan ser soluciones más integrales a la hora de cuidar los cultivos, resguardar la soberanía alimentaria, preservar el medio ambiente, velar por la biodiversidad de plantas y animales y promover el libre acceso a estos recursos.
Entre los logros conseguidos hasta la fecha se pueden destacar los señalados por la revista “Dollars&Sense – Real World Economics”, en su artículo “Semillas de cambio” (Seeds of Change) de abril de 2015, donde indica que: “Un avance positivo es el lanzamiento en abril de 2014 de la Open Source Seed Initiative (OSSI), un grupo ‘dedicado a mantener un acceso justo y abierto a los recursos fitogenéticos en todo el mundo’. Jack Kloppenburg, miembro de la junta directiva de OSSI, ha escrito extensamente sobre la posible modificación de las licencias de código abierto (de software) a semillas y otros productos vegetales.”[37]
Así también lo logrado en Chile: “Los manifestantes anti-transgénicos celebraron una victoria en 2014, cuando el gobierno chileno retiró un proyecto de ley que habría permitido a grandes empresas agrícolas como Monsanto patentar semillas en el país”[38].
La investigación y promoción de estas y otras alternativas por parte de la población, los estados y las entidades privadas, de manera autónoma y alejada de los intereses de grandes transnacionales, es de vital importancia para promover la independencia tecnológica, alimentaria, social y económica. Así como la toma de conciencia por parte de la población sobre los alimentos que consume y el efecto que esto conlleva para el medioambiente y el desarrollo de todos los seres vivos del planeta.
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* Ingeniero de sistemas y especialista en telecomunicaciones, telemática, energías renovables y medio ambiente.