Sigue sorprendiendo que las presidenciales iraníes sean presentadas en los medios de comunicación como una elección más, con sus peculiaridades, pero elecciones a fin de cuentas, en las que se puede elegir entre varias candidaturas.
Es necesario, en este sentido, recordar que en Irán todo el proceso de votación, desde la formación de candidaturas al recuento de las papeletas, está en manos de los servicios de Inteligencia y los Pasdaranes, organismos que dependen directamente de Alí Jamenei, Guía de la Revolución, máxima autoridad de esta dictadura teocrática. Huelga decir que no existen partidos políticos, por la sencilla razón de que llevan décadas prohibidos. Ni siquiera los sectores reformistas del régimen, partidarios de una apertura y cierta democratización, tienen capacidad para fiscalizar el recuento de votos. Por ejemplo y como ya han reconocido algunos de sus protagonistas, en las de 2009 se introdujeron ocho millones de papeletas durante la noche para dar la victoria al igualmente ultraconservador Ahmadineyad.
Por eso hay que tomar con algo más que reservas los datos de participación facilitados por el régimen tras la votación del 18 de junio para elegir nuevo presidente. Oficialmente, habría participado un 48 por ciento del censo electoral. Sin embargo, un sondeo realizado en las redes sociales con la intervención de 45.000 personas indica que en todo el país no habría superado el 30 por ciento. Conscientes de lo que iba a ocurrir, Jamenei, en una inusual intervención pública, se dirigió a todos los iraníes advirtiéndoles que tanto la abstención como el voto blanco o nulo eran contrarios a la religión, lo que podría acarrear el correspondiente castigo divino. Por el mismo motivo y de forma totalmente ilegal, las autoridades prorrogaron la jornada electoral desde las 8 de la tarde del viernes hasta las dos de la madrugada del sábado.
No había, por lo tanto, el menor margen a la sorpresa; el resultado estaba decidido antes de la mascarada electoral. Esta es la razón por la que Hadi Ghaemi, del Centro iraní de Derechos Humanos, considera que, en el caso de Ebrahim Raisi, nos encontramos más ante una “designación” que ante una elección. Precisamente, esta prestigiosa organización ha estado estos días recordando algunas de las facetas personales que han granjeado al recién nombrado presidente iraní el apodo popular de “Raisi, el asesino”. Y no solo porque en los dos años que ha estado al frente de la Judicatura, Irán haya permanecido a la cabeza, tras China, en el “ranking” mundial de ejecuciones, entre ellas una veintena de menores, ni tampoco porque bajo su mandato, durante la última gran oleada de protestas populares en noviembre de 2019, los Pasdaranes asesinaran en solo dos días a cientos de personas, disparando a diestro y siniestro contra transeúntes, ventanas y terrazas, sino porque fue uno de los cuatro designados en 1988 por Jomeini para integrar el llamado “Comité de la Muerte”, encargado de poner en práctica la “solución final” para los presos políticos que abarrotaban las cárceles.
Se trataba de miles de jóvenes, muchos menores de edad, pertenecientes a organizaciones de izquierda o a partidos autonomistas árabes, kurdos y baluches, en su mayoría cumpliendo ya condenas firmes, a veces por delitos de escasa relevancia, como repartir panfletos o tener propaganda ilegal en sus casas. Como ocurre con cualquier cosa en Irán, no hay cifras fiables porque los datos oficiales ni existen ni se pueden conseguir. Solamente se conocen los nombres y apellidos de 4.700 personas, pero se tiene el convencimiento de que la cifra fue muy superior, pudiendo aproximarse a las 8.000 ejecuciones.
Todos fueron asesinados en una dantesca carnicería con ingredientes tan espeluznantes como el caso de las chicas vírgenes, que, de acuerdo a la norma islámica, no podían ser ejecutadas. Fueron “casadas” con sus carceleros, violadas y luego llevadas al cadalso tras mandar a la familia, junto al acta de defunción, un saquito de arroz a modo de “dote”.
La única razón por la que el régimen iraní ha designado a Ebrahim Raisi como nuevo presidente es que, ante los críticos años que debe afrontar el país en un futuro próximo, necesita un hombre realmente duro, cien por cien partidario de Jamenei, capaz de encauzar una corrupción estructural, hacer frente a la creciente conflictividad social, cerrar las fisuras abiertas en el sistema teocrático e ir preparando una sucesión “ordenada” del ya octogenario Guía de la Revolución, al que se le suponen achaques de salud. De hecho, Ebrahim Raisi, presidente y carnicero, es uno de los nombres en la corta lista a la sucesión para convertirse en la máxima autoridad de Irán cuando, en realidad, su destino debiera estar frente a la Corte Internacional de La Haya por crímenes contra la humanidad.
FUENTE: Manuel Martorell / El Diario de Navarra